Cazadores De Sombras
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Mensaje por Mili Sánchez Jue Mayo 10, 2012 8:00 am

Ningún hombre escoge el mal porque éste sea malo.
Sólo lo confunde con felicidad, el bien que busca.
—Mary Wollstonecraft



Prólogo
Traducido por Cazadores de Sombras México
Corregido por The Mortal Instruments News
(Gracias a Dark Guardians)

Simon se levantó y se quedó aturdido en la puerta de su casa.

Nunca había conocido otro hogar. Era la casa en la que sus padres le habían llevado cuando él nació. Había crecido dentro de aquellas paredes adosadas de Brooklyn. Había jugado en la calle bajo la frondosa sombra de los árboles en verano, y había hecho los trineos improvisados con las tapas de la basura en invierno. En aquella casa toda su familia se había sentado en el shivá después de que su padre muriera. Aquí había besado a Clary, por primera vez.

Nunca había imaginado que un día la puerta de aquella casa se cerraría para él. La última vez que había visto a su madre, ella lo había llamado monstruo y rezo para que él se marchara. Él le había hecho olvidar que era un vampiro con un glamour, pero no sabía cuánto tiempo duraría el glamour. Mientras estaba en el aire frío del otoño, mirando fijamente delante de él, sabía que no había durado bastante.

La puerta estaba cubierta con estrellas de David salpicadas en la pintura, la forma de una incisión de un símbolo de Chai, que represetaba la vida. Tefilín se unía a la perilla de la puerta. Hamesh, la mano de Dios, cubiertos por una mirilla.

Aturdido colocó su mano sobre la mezuzá de metal colocada en el lado derecho de la puerta. Vio como el humo se eleva desde el lugar en donde su mano tocó el símbolo sagrado, pero no sentía nada. No había dolor. Sólo una blancura terrible y vacía subiendo poco a poco en una rabia fría.

Pateó la parte inferior de la puerta y escuchó el eco por toda la casa. "¡Mamá!" gritó. "Mamá, soy yo!"

No hubo respuesta, sólo el sonido de los tornillos de la puerta. Su oído desarrollado había reconocido los pasos de su madre, su respiración, pero no dijo nada. Podía oler el miedo y el pánico incluso a través de la madera. "¡Mamá!" Su voz se quebró. "Mamá, esto es ridículo! ¡Déjame entrar! Soy yo, Simon!"

"¡Fuera!" Su voz era áspera, irreconocible por el terror. "¡Asesino!"

"Yo no mato a gente." Simon apoyó la cabeza contra la puerta. Sabía que probablemente podría derribarla, ¿pero sería capay de hacerlo?" Te lo dije. Bebo sangre de animales."

La oyó susurrar en voz baja, varias palabras en hebreo. "Has matado a mi hijo", dijo. "Lo has matado y pusiste un monstruo en su lugar."

"Yo soy tu hijo"

"Usted usa su cara y habla con su voz, ¡Pero no es él! No eres Simón!" Su voz se elevó a casi un grito. "Aléjate de mi casa antes de que te mate, monstruo!"

"Becky", dijo. Su rostro estaba mojado, levantó sus manos para tocarlo, y quedaron manchadas: Sus lágrimas eran de sangre. "¿Qué es lo que dijo Becky?"

"Manténte alejado de tu hermana." Simon escuchó un estruendo dentro de la casa, como si algo hubiera sido derribado.

"Mamá", dijo de nuevo, pero esta vez su voz no se levanto. Salió como un susurro ronco. Su mano había comenzado a palpitar. "Tengo que saber como esta Becky mamá, abre la puerta. Por favor"

"Mantente alejado de Becky!" Ella fue alejándose de la puerta, podía oírlo. Luego vino el sonido inconfundible de la puerta de la cocina al abrirse, el crujido del linóleo, mientras caminaba en él. El sonido de un cajón que se abría. De repente, se imaginó a su madre agarrando uno de los cuchillos.

Antes de que te mate, monstruo.

La idea le hizo retroceder sobre sus talones. Si ella le atacaba, la marca se activaría. La destruiría, al igual que había destruido a Lilith.

Bajó la mano y retrocedió lentamente, tropezando por las escaleras y a través de la acera, iría a buscar el tronco de uno de los grandes árboles que daban sombra a la manzana. Se quedó donde estaba, mirando a la puerta de su casa, marcada y desfigurada con los símbolos de odio de su madre para él.

No, se recordó. Ella no lo odiaba. Ella pensó que estaba muerto. Lo que odiaba era algo que no existía. Yo no soy lo que ella dice que yo soy.

No sabía cuánto tiempo tendría que estar allí mirando, si su teléfono no hubiera comenzado a vibrar en bolsillo de su chaqueta.

Alargó la mano hacia ella reflexivamente, dándose cuenta de que el patrón de las estrellas de David que le habían quemado estaban marcadas en la palma de su mano. Cambió de mano para poder poner el teléfono en su oído. "¿Hola?"

"¿Simon?" Era Clary. Se escuchaba sin aliento. "¿Dónde estás?"

"En casa", dijo e hizo una pausa. "La casa de mi madre," se corrigió. Su voz sonaba hueca y distante a sus propios oídos. "¿Por qué no estás en el Instituto? ¿Están todos bien?"

"De eso se trata", dijo. "Después de que te marchaste, Maryse volvió a bajar de la azotea, donde se suponía que Jace esperaba. No había nadie allí."

Simon se quedo mudo. Sin llegar a darse cuenta de que estaba haciendo, al igual que una muñeca mecánica, comenzó a caminar por la calle, hacia la estación de metro. "¿Qué quieres decir?, ¿Cómo que no había nadie allí?"

"Jace se ha ido," dijo ella, podía oír la tensión en su voz. "Y también Sebastian".

Simon se detuvo a la sombra de un árbol desnudo de ramas. "Pero él estaba muerto... Está muerto, Clary"

"Entonces dime por qué él no está allí, porque no", dijo su voz por fin se rompió. "No hay nada allí, solo una gran cantidad de sangre y vidrios rotos. Los dos se han ido, Simon. Jace se ha ido...."
Mili Sánchez
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Mensaje por Mili Sánchez Jue Mayo 10, 2012 10:41 am

CIUDAD DE LAS ALMAS PERDIDAS

CAPÍTULO 1: El último Consejo
Gracias a Cazadores de Sombras Mexico
"¿Cuánto crees que puede tardar el veredicto?" Preguntó Clary. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban esperando, pero parecía como si fueran 10 horas. No había relojes en la habitación de Isabelle, negra y con toques de rosa. Solo había pilas de ropa, montones de libros, estacas de armas, maquillaje brillante, cepillos usados, cajones abiertos con ropa de encaje resaliendo de ellos, medias transparentes y boas de plumas. Tenía un cierto aire al backstage de LA CAGE AUX FOLLES (La casa de las locas). Pero en las últimas semanas Clary había pasado suficiente tiempo en ése desastre como para empezar a sentirse cómoda.

Isabelle estaba de pié en la ventana con Iglesia en sus brazos, acariciando su cabeza en estado ausente. Iglesia la miraba con sus siniestros ojos amarillos. Detrás de la ventana una tormenta típica de Noviembre empezaba a aflorar, la lluvia pegaba en la ventana con furia. "No mucho más", dijo ella lentamente. No llevaba nada de maquillaje, lo cual la hacáa parecer más joven y a sus oscuros ojos más grandes. "Cinco minutos probablemente."

Clary, sentada en la cama de Izzy entre una pila de revistas y cuchillos serafines, tragó duramente contra el gusto amargo en su garganta. Ahora vuelvo, cinco minutos.

Eso fue lo último que le dijo al chico que amaba más que a cualquier otra cosa en el mundo. Ahora pensó, puede que sea lo último que le diga.

Clary recordaría aquel momento perfectamente. El techo del invernadero. La cristalina noche de Octubre, las estrellas quemando el cielo negro sin nubes. Las piedras del pavimento escritas con runas, llenas de honduras y sangre. La boca de Jace junto a la de ella, la única cosa caliente en un mundo escalofriante. Se aferraba al anillo Morgenstern que llevaba alrededor de su cuello. El amor que mueve el sol y todas las demás estrellas. Girándose para verlo mientras el ascensor se la llevaba, sumergiéndola de vuelta dentro de las sombras del edificio. Se reunió con los demás en el vestíbulo, abrazando a su madre, Luke, Simon, pero una parte de ella, como siempre ha sido, seguía estando con Jace, flotando por la ciudad encima del techo. Los dos solos en la fria y brillantemente eléctrica ciudad.

Maryse y Kadir fueron los que se subieron en el ascensor para acompañar a Jace al tejado y para ver los restos del ritual de Lilith. Pasaron otros diez minutos antes de que Maryse volviera, sola.

Cuando las puertas se abrieron y Clary vio su cara (blanca, seria y desenfrenada) lo supo.
Lo que paso después fue como un sueño. La multitud de Cazadores de Sombras en el vestíbulo fue al encuentro de Maryse. Alec se fue del lado de Magnus, e Isabelle dio un salto y cayó en sus pies. Pequeñas explosiones de luz cortaron a través de la oscuridad como las suaves explosiones de los flashes de cámaras en una escena de un crimen como, uno después de otro, cuchillos sefarines iluminaban la oscuridad. Empujando su camino hacia adelante, Clary oyó la historia en pedazos rotos - el tejado estaba vacío; Jace se había ido. El ataúd de cristal que guardaba a Sebastian había sido roto y abierto; había cristales por todo en fragmentos. Sangre, todavía fresca, caía por el pedestal en dónde había estado el ataúd.

Los Cazadores de Sombras estaban haciendo planes rápidamente, para dividirse por el ratio y buscar por el área alrededor del edificio. Magnus estaba allí, sus manos soltando chispas azules, girándose hacia Clary para preguntar si ella tenía algo de Jace para que así pudieran rastrearlo. Aturdida, le dio el anillo Morgenstern y se retiró a un rincón para llamar a Simon. Justo acababa de cerrar el teléfono cuando una voz de un Cazador de Sombras sobresalió del resto. "¿Rastreando? Eso solo funciona si sigue estando vivo. Con tanta sangre no es muy probable -"
De alguna forma, eso fue la última palabra. Prolongada hipotermia, cansancio, y shock tomaron su peaje, y sintió que sus rodillas cedían. Su madre la cogió antes de que golpeara el suelo.

Hubo un vacío oscuro después de eso. Se levantó la próxima mañana en su cama en casa de Luke, se sentó muy erguida con su corazón como un martilló pilón, segura de que había tenido una pesadilla.

Mientras salía de la cama, las contusiones que se desvanecían de sus brazos le contaron una historia diferente, así como lo hizo la ausencia de su anillo. Poniéndose unos vaqueros y una sudadera, salió al comedor y se encontró a Jocelyn, Luke y Simon sentados allí con unas sombrías expresiones en sus caras. No necesitó preguntar, pero lo hizo de todas maneras:

"¿Le han encontrado? ¿Ha vuelto?"

Jocelyn se levantó: "Cariño, sigue desaparecido -"

"¿Pero no está muerto?" Clary preguntó desatinadamente. "¿No han encontrado un cuerpo?" Colapsó en el sofá al lado de Simon. "No - no está muerto. Yo lo sabría."

Recordó a Simon sosteniéndole la mano mientras Luke le decía lo que sí sabían: que Jace seguía desaparecido, y también lo estaba Sebastian. Las malas noticias eran que la sangre del pedestal habían sido identificadas como de Jace. Las buenas noticias era que había menos cantidad de la que se pensaban; estaba mezclada con agua del ataúd para dar la impresión de un mayor volumen de sangre del que en realidad había. Ahora pensaban que es muy posible que haya sobrevivido a lo que sea que haya sucedido.

"¿Pero qué ha sucedido?" preguntó ella.

Luke sacudió la cabeza, sus ojos azules sombríos. "Nadie lo sabe, Clary."

Sus venas se sintieron como si su propia sangre hubiera sido reemplazada con agua helada. "Quiero ayudar. Quiero hacer algo. No quiero sentarme aquí mientras que Jace está desaparecido."

"No me preocuparía sobre eso," dijo Jocelyn sombríamente. "La Clave quiere verte."

Un hielo invisible se rompió en las articulaciones y tendones mientras se levantaba. "Bien. Lo que sea. Les diré lo que sea que quieran si así encontrarán a Jace."

"Les dirás lo que quieran saber por que tienen la Espada Mortal." Había desesperación en la voz de Jocelyn. "Oh, cariño. Lo siento tanto."

Y ahora, después de dos semanas de testimonios repetitivos, después de que decenas de testigos han sido llamados, después de haber sostenido la Espada Mortal una docena de veces, Clary se sentó en el dormitorio de Isabelle y esperó para que el Consejo decidiera su destino. No podía dejar de recordar lo que había sentido cuando sostuvo la Espada Mortal. Eran como anzuelos minúsculos que se te incrustan en la piel, tratando de sacarte la verdad.

Se había arrodillado, sosteniéndola dentro del círculo de las estrellas parlantes, había escuchado su propia voz diciéndole al Consejo todo: como Valentine había invocado al Ángel Raziel, y cómo había obtenido el poder de controlar al Ángel borrando el nombre de él y colocando el suyo en la arena. Les contó cómo el Ángel le ofreció un deseo, y ella lo había usado para traer a Jace de entre los muertos, les contó como Lilith había controlado a Jace y como había planeado utilizar la sangre de Simon para resucitar a Sebastian, el hermano de Clary, a quién Lilith consideraba como un hijo. Cómo la marca de Simon había terminado con Lilith, y como habían pensado que con Sebastian también, no era una amenaza.

Clary suspiró y abrió su teléfono para ver la hora "Han estado allí durante una hora", dijo. "¿Es eso normal? ¿Es una mala señal?"

Isabelle tiró a Iglesia, quién dejó escapar un aullido. Se acercó a la cama y se sentó junto a
Clary. Isabelle se veía aún más delgada que de costumbre, como Clary, que había perdido peso en las últimas dos semanas, pero elegante como siempre, en pantalones entallados negros y una camiseta ajustada de terciopelo gris. Sus ojos estaban rodeados de máscara, lo que debería haberla hecho lucir como un mapache, pero en su lugar sólo la hacía parecerse a una estrella de cine francés. Estiró los brazos, con sus pulseras eléctricas con runas musicales.

"No, no es una mala señal", dijo. "Simplemente significa que tienen mucho de qué hablar otra vez.” Giró el anillo de los Lightwood que llevaba en su dedo. "Vas a estar bien. No se violó la ley. Eso es lo importante.”

Clary suspiró. Incluso con el calor de los hombros de Isabelle junto a ella no podían derretir el hielo en sus venas. Ella sabía que técnicamente no había violado ninguna ley, pero también sabía que la Clave estaba furiosa con ella. Es ilegal que un Cazador de Sombras resucite a los muertos, pero no lo es para el Ángel; sin embargo, era algo grave pedir de nuevo la vida de Jace y accediera a no contarle a nadie sobre esto.

Ahora que estaba fuera, y que había perturbado a la Clave, Clary sabía que querían castigarla, aunque sólo sea debido a que su elección había tenido consecuencias tan desastrosas. De alguna manera quería que la castigaran. Que rompieran sus huesos, arrancaran sus uñas de las manos, dejar que los Hermanos Silenciosos vaciaran su cerebro dejándolo en blanco. Era una especie de pacto con el diablo, su propio dolor a cambio del retorno seguro de Jace.

"Deja de hacer eso", dijo Isabelle. Por un momento, Clary no estaba segura si Isabelle estaba hablando con ella o con el gato. Iglesia estaba haciendo lo que hacía a menudo, se dejaba caer boca arriba con las cuatro patas en el aire, fingiendo estar muerto con el fin de inducir culpa en sus propietarios. Pero entonces, Isabelle movió su cabello negro a un lado, mirándola, Clary se dio cuenta que le hablaba a ella y no al gato.

"¿Dejar qué?"

"Deja de pensar en todas las cosas horribles que van a hacerte, o de lo que deseas que te suceda, porque estás viva y Jace. . . está perdido.” la voz de Isabelle saltó, como la de un disco rayado. Ella nunca hablaba de Jace como muerto o incluso desaparecido, ella y Alec se negaban a considerar esa posibilidad. Y nunca le reprochaba a Clary por haber mantenido un secreto tan enorme, o haber hecho algo, sin darse cuenta, de llevarlos al lugar en donde estaban ahora. A pesar de todo Isabelle había sido su mayor defensora. Reuniéndose con ella todos los días en las puertas de la Sala del Consejo, había sujetado a Clary firmemente por el brazo, había marchado de forma deslumbrante, sin importar los murmuros de los Cazadores de Sombras. Ella había esperado a los interrogatorios interminables del Consejo, lanzando miradas de puñal a todo aquel que se atreviera a mira hacia los lados de Clary. Clary se había quedado asombrada. Ella e Isabelle nunca habían sido tan cercanas, ella era del tipo de chicas que se sentían más cómodas con los chicos que con otra compañía femenina. Pero Isabelle no se apartó de su lado. Clary estaba desconcertada como ella, pero muy agradecida.

"No puedo evitarlo", dijo Clary. "Si se me permitiera salir a buscarlo (**Nota: se organizó una “patrulla” para buscar a Jace, en inglés Clary habla de ser parte de la patrulla), si se me permite hacer cualquier cosa, no creo que sería tan malo."

"No sé". Isabelle parecía cansada. Durante las últimas dos semanas, ella y Alec habían realizado búsquedas y guardias de más de 16 horas, se veían muy cansados. Cuando Clary se enteró de que le era prohibido participar en la búsqueda de Jace hasta que el Consejo dicidiera qué hacer con ella por haberle traído de entre los muertos, había hecho un agujero en su puerta del dormitorio. "A veces parece algo inútil", añadió Isabelle.

El frío hacía crujir los huesos de Clary arriba y abajo. "¿Quieres decir que crees que está muerto?"

"No, no lo hago. Quiero decir que creo que no hay forma de que todavía estén en Nueva York."

"Pero están patrullando en otras ciudades, ¿no?" Clary se llevó una mano a la garganta, olvidando que ya no llevaba colgado el anillo de los Morgenstern. Magnus estaba todavía tratando de realizar un seguimiento a Jace, aunque su búsqueda no funcionaba todavía.

"Por supuesto que sí." Isabelle se acercó con curiosidad y tocó la campanilla de plata delicada que colgaba alrededor del cuello de Clary, ahora, en lugar del anillo. "¿Qué es eso?"

Clary dudó. La campana había sido un regalo de la Reina Seelie.

No, eso no estaba bien.

La reina de las hadas no acostumbra dar regalos. La campana estaba destinada a señalarle a la Reina Seelie que Clary quería su ayuda. Clary se había encontrado pasando su mano por ella, más y más a menudo, sobre todo el día en que no habían tenido señales de Jace. Lo único que detenía a Clary era saber que la Reina Seelie nunca le daría nada sin la expectativa de que recibir algo terrible a cambio.

Antes de Clary pudiera responderle a Isabelle, la puerta se abrió. Las dos chicas se sentaron tiesas como un palo, Clary agarró una de las almohadas de color rosa de Izzy con tanta fuerza que los diamantes de imitación se clavaban en las palmas de sus manos.

“Hola.” una figura delgada entró en la habitación y cerró la puerta. Alec, el hermano mayor de Isabelle, estaba vestido con ropas del Consejo - una negra túnica con runas de color plata, abierto ahora sobre los vaqueros y una camiseta de manga larga igualmente negra. Todo el negro hacía que su piel pareciera incluso más pálida de lo que era, con sus ojos de azul cristalino más azules y un poco oscuros. Tenía el pelo negro y lacio como el de su hermana, pero más corto, cortado justo por encima de la línea de la mandíbula. Su boca se encontraba en una delgada línea.

El corazón de Clary comenzó a latir con fuerza. Alec no se veía feliz. Cualquiera que fuera la noticia que trajera, no podía ser buena.

Fue Isabelle quien habló. “¿Cómo te fue?” dijo en voz baja. “¿Cuál es el veredicto?”

Alec se sentó a la a la mesa, girando de la silla para mirar a Izzy y Clary sobre el respaldo. En otro momento habría sido cómico, Alec era muy alto, con largas piernas como una bailarina, y la forma en que se plegaba torpemente alrededor de la silla lo hacía parecer como los muebles de casa de muñecas.

“Clary,” dijo él. “Jia Penhallow dio un verecto. Estás libre de todo cargo. No rompiste ninguna Ley, y Jia siente que ya has sido suficientemente castigada.”

Isabelle exhaló un suspiro audible y sonrió. Por un instante una sensación de alivio atravesó la delgada capa de hielo que Clary sentía por encima de sus emociones. No iba a ser castigada, encerrada en la Ciudad Silenciosa, atrapada en algún lugar donde no podría ayudar a Jace. Luke, quién, como representante de los hombres lobo en el Consejo no había estado presente durante el veredicto, se había comprometido a llamar a Jocelyn tan pronto como terminara la reunión, pero Clary cogió su teléfono de todos modos, la perspectiva de dar la noticia buena a su madre por una vez era demasiado tentador.

“Clary.” dijo Alec mientras ella abría su teléfono. “Espera”.

Ella lo miró. A pesar de la buena noticia su expresión era aún tan grave como los de un empresario de pompas fúnebres. Con una repentina sensación de aprensión, Clary puso su teléfono de nuevo en la cama.

“Alec, ¿qué sucede?”

“No fue tu veredicto el que le tomó al Consejo tanto tiempo.” dijo Alec. “Había otro asunto en discusión.”

El hielo estaba de vuelta. Clary se estremeció.

“¿Jace?”

“No exactamente.” Alec se inclinó hacia adelante, cruzando las manos a lo largo de la parte de atrás de la silla. “Un informe llegó en la madrugada de hoy desde el Instituto de Moscú. Las protecciones de la isla de Wrangel se rompieron ayer. Han enviado a un equipo de reparación, pero que tan importantes salvaguardas se cayeran, esa es una prioridad para el Consejo.”

Las salvaguardas —que servían, como Clary lo entendía, como una especie de cerco mágico que rodeaba la Tierra, puesto allí por la primera generación de Cazadores de Sombras. Podían ser traspasadas por los demonios, pero no fácilmente, y mantenía fuera a la gran mayoría de ellos, impidiendo que el mundo fuera inundado por una masiva invasión de demonios. Recordó algo que Jace le había dicho, lo que parecía haber sucedido años atrás: Solía ​​haber sólo pequeñas invasiones demonio en este mundo, fáciles de contener. Pero incluso en mi vida cada vez más y más de ellos han pasado a través de las guardas.

“Bueno, eso es malo.” dijo Clary. “Pero no veo qué tiene que ver con-”

“La Clave tiene sus prioridades.” interrumpió Alec. “La búsqueda de Jace y Sebastian ha sido prioridad para las últimas dos semanas. Pero han rastreado todo, y no hay señales de cualquiera de ellos en cualquier lugar ni en el mundo subterráneo. Ninguno de los hechizos de rastreo de Magnus han funcionado. Elodie, la mujer que trajo al real Sebastian Verlac, confirmó que nadie ha intentado ponerse en contacto con ella. Esa era una posibilidad muy remota, de todos modos. Ningún espía ha informado de cualquier actividad inusual entre los miembros más conocidos de antiguo Círculo de Valentine. Y los Hermanos Silenciosos, no han sido capaces de averiguar exactamente lo que se suponía que el ritual que realizó Lilith, debe hacer, o si se realizó correctamente. El consenso general es que Sebastian, por supuesto le llaman Jonathan cuando hablan de él, ha secuestrado a Jace, pero eso no algo que no supiéramos ya.”

“¿Y?” dijo Isabelle. “¿Qué significa eso? ¿Más búsquedas? ¿Más patrullaje?”

Alec sacudió la cabeza.

“No estamos discutiendo la expansión de la búsqueda.” dijo en voz baja. “Ellos lo están despriorizando. Ya han pasado dos semanas y no han encontrado nada. Los grupos encargados especialmente traídos de Idris van a ser enviado a casa. La situación de las salvaguardas está tomando prioridad en estos momentos. Por no hablar de que el Consejo ha estado en medio de delicadas negociaciones, la actualización de las leyes para permitir la nueva composición del Consejo, el nombramiento de un nuevo cónsul e Inquisidor, determinando diferentes tratados para los Submundos —que no quieren ser arrojados por completo fuera de pista.”

Clary miró.

“¿No quieren que la desaparición de Jace los despite de cambiar un montón de estúpidas leyes viejas? ¿Se están dando por vencidos?”

“Ellos no se están rindiendo-”

“Alec.” dijo Isabelle bruscamente.

Alec respiró hondo y levantó las manos para cubrirse la cara. Tenía los dedos largos, como los de Jace, marcados también como los de Jace. La runa de Visión de los Cazadores de Sombras decoraba la parte de atrás de su mano derecha.

“Clary, para ti, para nosotros, esto ha sido siempre la búsqueda de Jace. Para la Clave es la búsqueda de Sebastian. Jace también, pero sobre todo Sebastian. Él es el peligro. Destruyó las guardas de Alicante. Es un asesino de masas. Jace es…”

“Otro cazador de sombras.” dijo Isabelle. “Morimos y desaparecemos todo el tiempo.”

“Recibe un poco más de atención por ser un héroe de la Guerra Mortal.” dijo Alec. “Pero al final la Clave fue clara: La búsqueda se mantiene, pero ahora se trata de un juego de espera. Ellos esperan que Sebastian de el siguiente paso. Mientras tanto, es la tercera prioridad de la Clave. Si a caso. Ellos esperan que nosotros volvamos a la vida normal.”

¿La vida normal? Clary no lo podía creer. ¿Una vida normal sin Jace?

“Eso es lo que nos dijeron después de que Max murió.” dijo Izzy, sus ojos negros sin lágrimas, pero ardiendo en ira. “Así podríamos sanar nuestro dolor más rápido si volviéramos de nuevo a la vida normal.”

“Se supone que debe ser un buen consejo.” dijo Alec desde detrás de sus dedos.

“Que se lo digan a mi padre. ¿Tan siquiera volvió de Idris para la reunión?"

Alec sacudió la cabeza, dejando caer las manos.

“No. Si te sirve de consuelo, había un montón de gente en la reunión hablando con enfado en nombre de mantener la búsqueda de Jace a toda fuerza. Magnus, obviamente, Luke, el Cónsul Penhallow, incluso el hermano Zachariah. Pero, al final del día no fue suficiente.”

Clary le miró fijamente. “Alec,” dijo “¿No se sientes nada?”

Los ojos de Alec se abrieron como platos, su color azul oscuro, y por un momento, Clary recordó al muchacho que la había odiado la primera vez que había llegado al Instituto, el niño con uñas mordidas y los agujeros en sus suéteres y un chip en el hombro que parecían inmovible.

“Sé que estás molesta, Clary” dijo, con voz aguda “pero si estás sugieriendo que a Iz y a mí no nos importa tanto Jace como a ti-”

“No estoy diciendo eso.”dijo Clary. “Estoy hablando de su conexión parabatai. Estaba leyendo acerca de la ceremonia en el Código. Sé que siendo parabatai los une. Tú puedes sentir cosas sobre Jace. Las cosas que le ayudarán cuando estás luchando. Así que supongo que me refiero a que… ¿puedes percibir si todavía está vivo?”

“Clary”. Isabelle sonaba preocupada, “pensé que no hiciste…’’

“Está vivo”, dijo Alec, cauteloso. “¿Piensas que yo estaría así de funcional si no estuviera vivo? Definitivamente hay algo que está mal. Puedo sentirlo. Pero aún está respirando.”

“¿Podría ‘ese algo que está mal’ ser el hecho de que esté prisionero?’’ dijo Clary en voz baja.
Alec miró hacia las ventanas, la lluvia parecía láminas de acero color gris.

“Quizás. No puedo explicarlo. Nunca he sentido algo así antes.”

“Pero él está vivo”

Entonces Alec la miró directamente. “Estoy seguro de ello.”

“Entonces pasemos del Consejo. Lo encontraremos nosotros mismos”, dijo Clary.

“Clary. . . si eso fuera posible. . . ¿no crees que ya hubiéramos…”, comenzó a Alec.

“Estábamos haciendo lo que la Clave quería que hiciéramos”, dijo Isabelle. “Patrullas, búsquedas. Hay otras maneras.”

“Maneras de violar la ley, querrás decir”, dijo Alec. Su voz sonaba vacilante. Clary esperaba que no repitiera el lema de los Cazadores de Sombras: lex, sed, dura lex.

‘La ley es dura, pero es la ley.’ Ella no creía que pudiera soportarlo.

“La Reina Seelie me ofreció un favor”, dijo Clary. “En la fiesta de los fuegos artificiales, en Idris.”
El recuerdo de aquella noche, lo feliz que había sido, hizo que su corazón se contrajera por un momento, y tuvo que parar y recuperar el aliento. “Y una manera de comunicarme con ella.”

“La Reina de las Hadas nunca da nada gratis.”

“Ya lo sé. Soportaré cualquier deuda sobre mis hombros”. Clary recordó las palabras de la joven hada que le había entregado la campana. Harías cualquier cosa para salvarlo, cueste lo que cueste, no importa lo que debas al Infierno o al Cielo, ¿no crees?

“Sólo quiero que uno de vosotros venga conmigo. No soy buena traduciendo el idioma de las hadas. Por lo menos si estás conmigo se puede reducir el daño. Pero si hay algo que ella puede hacer...”

“Iré contigo”, dijo Isabelle de inmediato.

Alec miró a su hermana, sombrío. “Ya hablamos con las hadas. El Consejo las cuestionó. Y no pueden mentir.”

“El Consejo les preguntó si sabían dónde estaban Jace y Sebastian”, dijo Clary. "No, si estarían dispuestos a buscarlos. La Reina Seelie sabía acerca de mi padre, sabía del ángel que convocó y atrapó, sabía la verdad acerca de mi sangre y de Jace. Creo que no hay nada en el mundo que ella no sepa."

“Es verdad”, dijo Isabelle, algo de vivacidad entrando en su voz. “Sabes que tienes que preguntarle a las hadas exactamente la cosa correcta para obtener información útil de ellos, Alec. Son difíciles de preguntar, incluso aunque tengan que decir la verdad. Un favor, de todos modos, es diferente.”

“Y su potencial para el peligro es ilimitado”, dijo Alec. “Si Jace supiera que he dejado a Clary ir a la Reina Seelie, me…”

“No me importa”, dijo Clary. “Él lo haría por mí. Dime que no lo haría. Si yo estuviera desaparecida…”

“Quemaría el mundo hasta que pudiera escarbarte fuera de sus cenizas. Lo sé”, dijo Alec, sonando exhausto. “Diablos, ¿no crees que yo no quiero quemar el mundo ahora mismo? Solo estoy intentando ser…”

“Un hermano mayor”, dijo Isabelle. “Lo pillo.”

Alec parecía como si estuviera luchando por controlarse.

“Si algo te pasara a ti Isabelle, después de Max, y Jace…”

Izzy se puso en pie, cruzó la habitación, y puso sus brazos alrededor de Alec. Su pelo oscuro, exactamente del mismo color, se mezcló según Isabelle le susurraba algo al oído de su hermano; Clary los miró no sin un poco de envidia. Siempre había querido un hermano. Y ahora tenía uno. Sebastian. Era como haber querido siempre un cachorro de mascota y que le dieran un perro del infierno en su lugar. Observó según Alec colocaba el pelo de su hermana con cariño, asentía y la soltaba.

“Deberíamos ir todos,” dijo. “Pero debo decirle a Magnus, al menos, lo que estamos haciendo. No sería justo no hacerlo.”

“¿Quieres usar mi teléfono?” preguntó Isabelle, ofreciéndole el magullado objeto rosa.
Alec sacudió la cabeza.

“Está esperando abajo con los demás. Tendrás que darle algún tipo de excusa a Luke también, Clary. Estoy seguro de que está esperando que regreses a casa con él. Y dice que tu madre ha estado bastante disgustada con todo esto.”

“Se culpa a sí misma por la existencia de Sebastian”. Clary se puso en pie. “A pesar de que creía que estaba muerto todos esos años.”

“No es su culpa”. Isabelle tiró de su látigo dorado de donde colgaba en la pared y se lo enroscó en su muñeca de manera que parecía una escalera de brazaletes brillantes. “Nadie la culpa.”

“Eso nunca importa”, dijo Alec. “No cuando te culpas a ti mismo.”

En silencio, los tres atravesaron los pasillos del Instituto, extrañamente atestado de Cazadores de Sombras, algunos de los cuales eran parte de la comisión especial que había sido enviada desde Idris para lidiar con la situación. Ninguno de ellos miró verdaderamente a Isabelle, Alec o Clary con mucha curiosidad. Al principio Clary había sentido tanto como si la miraran fijamente- y había oído las palabras susurradas “la hija de Valentine” tantas veces- que le había empezado a dar pavor al Instituto, pero había estado frente al Consejo ya suficientes veces como para que la novedad se hubiera desgastado.

Tomaron el ascensor hacia la planta baja; la nave del Instituto estaba intensamente iluminada con luz mágica así como también con las velas habituales y estaba llena con miembros del Consejo y sus familiares. Luke y Magnus estaban sentados en un banco, hablando entre ellos; junto a Luke había una mujer alta de ojos azules que se parecía exactamente a él. Se había rizado el pelo y teñido de gris marrón, pero Clary aún la reconocía- la hermana de Luke, Amatis.

Magnus se puso en pie según vio a Alec y vino a hablar con él; Izzy pareció reconocer a alguien a través de los bancos y salió como una flecha en su manera habitual, sin pararse a decir adónde iba. Clary fue a saludar a Luke y Amatis; ambos parecían cansados, y Amatis estaba palmeando el hombro de Luke con compasión. Luke se levantó y abrazó a Clary según la vio. Amatis felicitó a Clary por haber quedado absuelta por el Consejo, y ella asintió; se sentía solo medio-allí, la mayor parte de ella entumecida y el resto respondiendo en automático.

Podía ver a Magnus y Alec por el rabillo del ojo. Estaban hablando, Alec inclinándose hacia Magnus, de la manera en que las parejas a menudo parecen curvarse el uno en el otro cuando hablan, en su propio universo contenido. Estaba feliz de verlos felices, pero dolía, también. Se preguntaba si alguna vez volvería a tener eso, o desearlo siquiera otra vez. Recordaba la voz de Jace: Ni siquiera quiero querer a nadie más que a ti.

"Tierra a Clary," dijo Luke. "¿Quieres volver a casa? Tu madre se está muriendo por verte y le encantaría ponerse al día con Amatis antes de que ella regrese a Idris mañana. Pensé que podíamos cenar. Tu escoges el restaurante."

Estaba tratando de ocultar la preocupación en su voz, pero Clary podía oírlo. Ella no había estado comiendo mucho últimamente, y su ropa había empezado a colgar más suelta sobre su cuerpo.

"En realidad, no me siento como para celebrarlo," dijo ella. "No con el Consejo quitando prioridad a la búsqueda de Jace."

"Clary, eso no quiere decir que vayan a parar", dijo Luke.

"Lo sé. Es simplemente- es como cuando dicen que una misión de búsqueda y rescate es ahora una búsqueda de cuerpos. Eso es lo que parece." Ella tragó. "De todos modos, estaba pensando en ir a Taki's a cenar con Isabelle y Alec", dijo. "Simplemente...para hacer algo normal".

Amatis entornó los ojos hacia la puerta. "Está lloviendo muy fuerte ahí afuera".

Clary sintió sus labios extenderse en una sonrisa. Se preguntó si se veía tan falsa como la sentía. "No me derretiré."

Luke dobló algo de dinero en su mano, claramente aliviado de que estuviera haciendo algo tan normal como salir con amigos. "Sólo promete que comerás algo."

"Está bien." A través de la punzada de culpa, logró una verdadera media sonrisa en su dirección antes de darse la vuelta. Magnus y Alec ya no estaban donde habían estado hace un momento. Mirando a su alrededor, Clary vió el familiar pelo largo y negro de Izzy a través de la multitud. Estaba de pie junto a las grandes puertas dobles del Instituto, hablando con alguien que Clary no podía ver. Clary se dirigió hacia Isabelle; a medida que se acercaba, reconoció a alguien del grupo, con una ligera sacudida de sorpresa, era Aline Penhallow. Su pelo negro brillante había sido cortado con estilo, justo por encima de sus hombros. De pie junto a Aline estaba una chica delgada con cabellos tan pálidos como el oro blanco que se rizaban en bucles; estaba echado hacia atrás de su cara, mostrando que las puntas de sus orejas eran ligeramente puntiagudas. Llevaba ropas del Consejo, y como Clary se acercó vio que los ojos de la muchacha eran de un brillante e inusual color azul-verde, un color que hizo que los dedos de Clary anhelaran sus lápices Prismacolor por primera vez en dos semanas.

"Debe ser extraño ,con tu madre siendo el nuevo Cónsul", Isabelle estaba diciéndole a Aline cuando Clary se unió a ellos. "No es que Jia no sea mucho mejor que- Oye, Clary. Aline, te acuerdas de Clary."

Las dos chicas intercambiaron gestos con la cabeza. Clary había descubierto una vez a Aline besando a Jace. Había sido horrible entonces, pero el recuerdo no tenía ninguna punzada ahora. Ella se sentiría aliviada si descubriera a Jace besándose con alguien más a estas alturas. Por lo menos eso significaría que estaba vivo.

"Y esta es la novia de Aline, Helen Blackthorn." dijo Isabelle con un énfasis pesado. Clary le lanzó una mirada matadora. ¿Acaso Isabelle pensaba que era idiota? Además, ella recordaba que Aline le había dicho que besó a Jace solo como un experimento para ver si cualquier chico era su tipo. Aparentemente la respuesta había sido no. "La familia de Helen dirige el Instituto de Los Ángeles. Helen, ésta es Clary Fray."

"La Hija de Valentine," dijo Helen. Parecía sorprendida e impresionada.

Clary hizo un ligero gesto de dolor. "Intento no pensar mucho en eso."

"Lo siento, puedo ver por que no lo harías." Helen se ruborizó. "Voté para que el Consejo mantuviera como prioridad la búsqueda de Jace, por cierto. Lamento que hayamos sido revocados."

"Gracias." Sin querer hablar sobre eso, Clary se volvió hacia Aline. "Felicidades por que a tu madre la hayan ascendido a Cónsul. Eso debe ser muy emocionante."

Aline se encogió de hombros. "Está más ocupada ahora," y se volvió hacia Isabelle. "Sabías que tu padre fue propuesto para el puesto de Inquisidor?"

Clary sintió que Isabelle se congelaba junto a ella. "No. No sabía eso."

“Yo estaba sorprendida”, añadió Aline. “Pensé que estaba bastante comprometido para dirigir el Instituto aquí-” Ella se interrumpió, mirando a Clary. “Helen, pienso que tu hermano está tratando de hacer el charco de cera más grande del mundo por allí. Deberías detenerlo.”

Helen soltó una exasperada respiración, murmurando algo acerca de los chicos de 12 años, y se introdujo entre la gente justo cuando Alec venía camino hacia allí. El saludó a Aline con un abrazo – Clary olvidaba, a veces, que los Penhallows y los Lightwood se conocían de muchos años- y miró a Helen entre la gente. “¿Ella es tu novia?”

Aline asintió con la cabeza. “Helen Blackthorn”

“Había escuchado que había algo de sangre de hadas en esa familia,” dijo Alec.

Ah, Clary pensó. Eso explicaba las orejas puntiagudas. La sangre Nefilim era dominante, y un niño de un hada y un Cazador de Sombras podía ser un Cazador de Sombras también, pero a veces la sangre de hadas podía expresarse a sí misma en algunas maneras, inclusive en generaciones siguientes.

“Un poco,” dijo Aline. “Mira, quiero darte las gracias.”

Alec la miró honestamente desconcertado.”¿Gracias por qué?”

“Por lo que hiciste en el Salón de los acuerdos”, dijo Aline. “Besando a Magnus de esa manera. Me dio el empuje que necesitaba que yo necesitaba... para decirles a ellos. Y si yo no hubiera hecho eso, yo no creo, cuando conocí a Helen, que yo podría haber tenido el coraje para decir cualquier cosa.”

“Oh.”. Alec se veía sorprendido, nunca había considerado el impacto que sus acciones podrían haber tenido en cualquier otro que no fuera su familia inmediata. “Y tus padres- ¿Fueron buenos en relación a ello?”

Aline rodó sus ojos. “Están de algún modo ignorándolo, como si esto fuera a desaparecer si no lo hablan”. Clary recordó lo que dijo Isabelle acerca de la actitud que toman los miembros de la Clave hacia los miembros gay. Si eso pasa, tu no hablas acerca de eso. “Pero podría ser peor”.

“Podría ser mucho peor”, dijo Alec, había un tono sombrío en el tono de voz que hizo a Clary mirarlo bruscamente.

La cara de Aline se fundió en una mirada de simpatía. “Lo siento,” ella dijo “Si tus padres no han hecho-”

“Están bien con esto,” dijo Isabelle, un poco más fuerte.

“Bueno, de todas maneras. Yo no debería haber dicho nada ahora. No con Jace perdido. Debes estar tan preocupado.” Tomó una respiración profunda. “Conozco personas que probablemente te han dicho todo tipo de cosas acerca de él. La forma en que ellos lo hacen cuando no saben exactamente que decir. Yo solo- yo quiero decirte algo.” Se movió lejos de un transeúnte- con impaciencia y se movió más cerca hacia los Lightwood y Clary, bajando su voz. “Alec, Izzy- recuerdo una vez cuando vinisteis a vernos en Idris. Yo tenía trece y Jace tenía- yo creo que tenía doce. Él quería ver el bosque Brocelind, entonces nosotros dogimos prestados unos caballos y fuimos a andar por ahí un día. Por supuesto, nos perdimos. Brocelind es impenetrable. Se volvió oscuro, el bosque se espesaba y se volvía más oscuro y estaba aterrorizada. Yo pensé que moriríamos ahí. Pero Jace nunca estuvo asustado. Él nunca estuvo otra cosa que no fuera seguro de que encontraríamos nuestro camino para salir. Necesitó horas, pero lo hizo. Nos sacó de ahí. Estaba tan agradecida y solo me miraba como si estuviera loca. Como si fuera algo seguro que nos sacaría de aquí. Caer no era una opción para él. Solo estoy diciendo – que encontrará su camino de vuelta a ti. Lo sé.”

Clary nunca pensó que vería a Izzy llorar, y claramente estaba tratando de no hacerlo ahora. Sus ojos estaban sospechosamente húmedos y brillantes. Alec se estaba mirando sus zapatos. Clary sintió una fuente de miseria que quería explotar dentro de ella, pero la mandó abajo; no podía pensar en Jace cuando tenía doce, no podía pensar en él perdido en la oscuridad, o se pondría a pensar en él ahora, perdido en alguna parte, atrapado en alguna parte, necesitando su ayuda, esperando que ella fuera, y se quebró. “Aline”, dijo ella, viendo que ni Isabelle ni Alec podían hablar. “Gracias”

Aline le dedicó una tímida sonrisa.“Lo digo enserio.”

“¡Aline!”. Ésta fue Helen, su mano firmemente sujeta alrededor de la muñeca de un niño pequeño que tenía sus manos cubiertas con cera azul. Debió haber estado jugando con los cirios de los candelabros gigantes que decoraban los lados de la nave. Parecía de doce años, con una pícara sonrisa y los mismo impresionantes ojos azules como los de su hermana, pensaba que su cabello era café oscuro.

“Deberíamos volver. Dberíamos irnos antes de que Jules destruya todo. Sin mencionar que no tengo idea donde Tibs y Livy han ido.”

“Estaban comiendo cera,” el chico – Jules- dijo amablemente.

“Oh, Dios,” Helen gimió, y luego se veía llena de disculpas. “Nunca te preocupes por mí. Tengo séis hermanos y hermanas menores y uno mayor. Es como un zoológico.”

Jules miró de Alec a Isabelle y luego hacia Clary. “¿Cuántos hermanas y hermanos tienes?” él preguntó.

Helen palideció. Isabelle dijo, en una voz remarcablemente estable, “Somos tres”.

Los ojos de Jules seguían en Clary. “Tú no te pareces a ellos”.

“No estoy emparentada con ellos,” dijo Clary. “No tengo hermanos ni hermanas”.

“¿Ninguno?”. La incredulidad registrada en el tono del niño, como si ella le hubiera dicho que tenía patas palmeadas. “¿Es por eso que estás tan triste?”.

Clary pensó en Sebastián, con su pelo blanco como el hielo y sus ojos negros. Si solo, ella pensó. Si solo no tuviera un hermano, nada de esto estaría pasando. Un latido de odio pasó a través de ella, calentando su sangre helada.”Sí,” dijo suavemente. “Eso es eso que estoy triste.”
Mili Sánchez
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Mensaje por Mili Sánchez Dom Mayo 13, 2012 9:36 am


2
ESPINAS
Traducido por Pamee (Dark Guardians)
Gracias a Dark Guardians por los capítulos!

Simon estaba esperando a Clary, Alec, e Isabelle fuera del Instituto, bajo un saliente de piedra que sólo lo protegía de lo peor de la lluvia. Se giró cuando ellos salieron a través de las puertas, y Clary vio que su cabello oscuro estaba pegado en su frente y cuello. Él lo hizo a un lado y la miró, con una pregunta en los ojos.
―Estoy absuelta ―dijo ella, y cuando él comenzó a sonreir, ella sacudió la cabeza―. Pero ya no le están dando prioridad a la búsqueda de Jace. Yo… estoy completamente segura de que creen que está muerto.
Simon bajó la vista y miró sus jeans y su camiseta mojados (una camiseta gris que decía: CLARAMENTE HE TOMADO MALAS DECISIONES en el frente, con letras estampadas). Sacudió la cabeza―. Lo siento.
―La Clave puede ser así ―dijo Isabelle―. Supongo que no deberíamos haber esperado algo más.
―Basia coquum ―dijo Simon ―. O cualquiera sea su lema.
―Su lema es ‘Descensus A verno facilis est.’ ‘El descenso al infierno es fácil’ ―dijo Alec―. Acabas de decir “Besa al cocinero”.
―Maldita sea ―rezongó Simon―. Sabía que Jace me estaba tomando el pelo. ―Su húmedo cabello castaño le cayó de nuevo sobre los ojos; se lo apartó con un gesto impaciente que dejó que Clary captara un vistazo de la plateada marca de Caín en su frente―. ¿Ahora qué?
―Ahora vamos a ver a la Reina Seelie ―contestó Clary. Mientras tocaba la campana en su garganta, le explicó a Simon acerca de la visita de Kaelie en la recepción de Luke y Jocelyn, y su promesa a Clary de la ayuda de la Reina Seelie.
Simon parecía dudoso. ―¿La señora pelirroja de mala actitud que te hizo besar a Jace? Ella no me agrada.
―¿Eso es lo que recuerdas sobre ella? ¿Qué hizo que Clary besara a Jace? ―Isabelle sonaba molesta―. La Reina Seelie es peligrosa; esa vez estaba haciendo el tonto. Normalmente le gusta enloquecer a unos pocos humanos hasta los gritos, todos los días antes del desayuno.
―No soy humano ―comentó Simon―. Ya no. ―Sólo miró a Isabelle de forma breve, bajó la mirada, y giró hacia Clary―. ¿Quieres que vaya contigo?
―Creo que sería bueno tenerte ahí. Daylighter, marca de Cain… algunas cosas tienen que impresionar incluso a la Reina.
―No apostaría por ello ―dijo Alec.
Clary miró más allá de él y preguntó―: ¿Dónde está Magnus?
―Dijo que sería mejor si no iba. Aparentemente, él y la Reina Seelie tienen algún tipo de historia.
Isabelle levantó las cejas.
―No ese tipo de historia ―explicó Alec, irritado―. Alguna clase de disputa. Aunque ―añadió, medio susurrando― por la forma en que se movía antes de mí, no estaría sorprendido.
―¡Alec! ―Isabelle se quedó atrás para hablar con su hermano, y Clary abrió su paraguas con un chasquido. Era uno que Simon le había comprado hace años en el Museo de Historia Natural y tenía un patrón de dinosaurios por fuera. Vio que la expresión de él se tornó divertida cuando lo reconoció.
―¿Caminamos? ―inquiró él, y le ofreció su brazo.
La lluvia caía sin parar, creando pequeños riachuelos fuera de las cunetas y el agua salpicaba desde las ruedas de los taxis que pasaban. Era extraño, pensó Simon, que aunque no tuviera frío, la sensación de estar mojado y pegajoso todavía fuera irritante. Desplazó la vista ligeramente, mirando a Isabelle y Alec por sobre el hombro; Isabelle en realidad no había encontrado su mirada desde que habían salido del Instituto, y se preguntó qué estaría pensando. Parecía querer hablar con su hermano, y cuando se detuvieron en la esquina de Park Avenue, la oyó decir―: Entonces, ¿qué piensas? ¿De que papá presentara su nombre para el puesto de Inquisidor?
―Pienso que parece un trabajo aburrido. ―Isabelle estaba sosteniendo un paraguas. Era de plástico transparente, decorado con calcomanías de flores coloridas. Era una de las cosas más femeninas que Simon hubiera visto alguna vez, y no culpaba a Alec por salirse debajo de éste y arrisgarse con la lluvia―. No sé por qué lo querría.
―No me importa si es aburrido ―Isabelle siseó en susurros―. Si lo acepta, estará en Idris todo el tiempo. Como, todo el tiempo. No puede dirigir el Instituto y ser el Inquisidor. No puede hacer dos trabajos a la vez.
―Por si no lo has notado, Iz, de todas formas está en Idris todo el tiempo.
―Alec…―El resto de lo que dijo se perdió cuando cambió la luz y avanzó el tráfico, rociando agua congelada sobre el pavimento. Clary esquivó un géiser de lluvia y casi golpeó a Simon. Él tomo su mano y la enderezó.
―Lo siento ―se disculpó ella, su mano se sentía pequeña y fría en la de él―. De verdad no estaba prestando atención.
―Lo sé. ―Intentó que no se filtrara la preocupación en su voz. No había estado “prestando atención” realmente a nada en las últimas dos semanas.
Al principio, ella lloró, y luego se puso furiosa; furiosa por no poder unirse a las patrullas que buscaban a Jace, furiosa con el interrogatorio sin fin del Concejo, furiosa porque prácticamente la tenían de prisionera en su casa debido a que estaba bajo sospecha de la Clave. Pero por sobre todo, había estado furiosa consigo misma por no ser capaz de inventar una runa que pudiera ayudar. Se sentaba por las noches en su escritorio por horas, aferrando la estela con tanta fuerza que sus dedos se volvían blancos y Simon temía que fuera a partirla en dos. Había intentado obligar a su mente a que se le presentara una imagen que le pudiera decir dónde estaba Jace. Pero, noche tras noche, no sucedía nada.
Parecía mayor, pensó él, mientras entraban al parque a través de un hueco en el muro de piedra de la Quinta Avenida. No de una mala forma, sino que era diferente a la chica que había sido cuando habían entrado al Club Pademónium, en la noche que lo había cambiado todo. Era más alta, pero era más que eso; su expresión era más seria; había más elegancia y fuerza en la manera en que caminaba; sus ojos se movían menos, estaban más concentrados. Simon se dio cuenta, con una sacudida de sorpresa, de que se estaba pareciendo a Jocelyn.
Clary se detuvo en un círculo de árboles que goteaban. Las ramas bloqueaban la mayor parte de la lluvia, y Clary e Isabelle inclinaron sus paraguas contra los troncos de los árboles cercanos. Clary desabrochó la cadena alrededor de su cuello y dejó que la campana se deslizara en la palma de su mano. Miró alrededor para verlos, con una expresión seria.
―Este es un riego ―dijo― y estoy bastante segura de que si lo asumo, no podré volver atrás. Así que si alguno de ustedes no quiere venir conmigo, está bien; entenderé.
Simon extendió su mano y la puso sobre la de ella. No necesitaba pensarlo; dónde Clary iba, él iba. Habían pasado por mucho por ello para que fuera de otra forma. Isabelle siguió el ejemplo, y finalmente Alec; la lluvia goteaba de sus largas pestañas negras como lágrimas, pero su expresión era resuelta. Los cuatros se se tomaron de la mano con fuerza.
Clary hizo sonar la campana.
De repente parecía que el mundo estuviera girando, aunque no era la misma sensación que tuvieron al ser arrojados por el Portal, pensó Clary, en el centro del remolino, sino que era más como si estuviera sentada en un carrusel que había comenzado a girar más y más rápido. Cuando la sensación terminó de golpe, estaba mareada y jadeando e inmóvil nuevamente, con su mano todavía agarrada a la de Isabelle, Alec y Simon.
Se soltaron, y Clary miró alrededor. Había estado antes allí, en este brillante corredor marrón oscuro que parecía que hubiera sido cavado en piedra de ojo de tigre. El suelo era liso, desgastado con los miles de años en que los pies de las hadas habían pasado por ahí. La luz centelleaba como pedacitos de oro en las paredes, y al final del pasadizo había una cortina multicolor que se balanceaba adelante y atrás como si la moviera el viento, aunque no había viento ahí bajo tierra. Cuando Clary se acercó, vio que estaba cosida con mariposas; algunas todavía estaban vivas, y su lucha hacía que la cortina revoloteara con una fuerte brisa.
Se tragó el sabor ácido en su garganta.
―¿Hola? ―gritó―. ¿Hay alguien ahí? ―La cortina crujió al hacerse a un lado, y el caballero de las hadas, Meliorn, salió al pasillo. Usaba la armadura blanca que Clary recordaba, pero ahora había un sello en el lado izquierdo de su pecho: las cuatro C del Concejo que también decoraban las túnicas de Luke, que lo marcaban como a un miembro. También había una cicatriz nueva en el rostro de Meliorn, justo bajo sus ojos del color de las hojas. La miró con frialdad.
―No se saluda a la Reina de la Corte Seelie con el bárbaro “hola” humano ―dijo él― como si estuvieras llamando a un sirviente. El saludo adecuado es “Bien hallada”.
―Pero no la he hallado ―dijo Clary―. Ni siquiera sé si está aquí.
Meliorn la miró con desdén. ―Si la Reina no estuviera presente y lista para recibirte, el hacer sonar la campana no te habría traído hasta aquí. Ahora, ven, sígueme y trae a tus acompañantes contigo.
Clary se giró para hacerles un gesto a los demás, luego siguió a Merlion a través de la cortina de mariposas torturadas, encorvando los hombros esperando que ningún ala la tocara.
Los cuatro entraron uno por uno a la recámara de la Reina. Clary parpadeó, sorprendida. Lucía totalmente diferente a la última vez en que había estado ahí.
La Reina estaba reclinada en un diván blanco dorado, y a su alrededor había un suelo hecho de cuadrados blancos y negros alternados, como un gran tablero de ajedrez. Unos cordeles de espinas de aspecto peligroso colgaban del techo, y en cada espina había empalado un fuego fatuo, su luz normalmente cegadora parpadeaba como si fuera a apagarse. La habitación resplandecía con su brillo.
Meliorn fue a ponerse de pie junto a la Reina; aparte de él, en la habitación no había cortesanos. Lentamente, la Reina se sentó derecha. Estaba más hermosa que nunca, su vestido era una diáfana mezcla de plata y oro, su cabello de un rosáceo color cobre mientras suavemente lo ponía sobre un hombro blanco.
Clary se preguntó por qué se tomaba la molestia. De todos ellos, el único que posiblemente se podía comover por su belleza era Simon, y él la odiaba.
―Bien hallados, Nefilim, Daylighter ―saludó ella, inclinando la cabeza en su dirección―. Hija de Valentine, ¿qué te trae a mí?
Clary abrió la mano. La campana brilló como una acusación. ―Enviaste a tu sierva a decirme que hiciera sonar esto si alguna vez necesitaba tu ayuda.
―Y tú me dijiste que no querías nada de mí ―contestó la Reina―. Que tenías todo lo que deseabas.
Clary intentó recordar desesperadamente lo que Jace había dicho cuando habían tenido otra audiencia con la Reina; cómo la había alagado y encantado. Era como si de repente hubiera adquirido un nuevo vocabulario. Miró hacia a Isabelle y a Alec sobre sobre su hombro, pero Isabelle sólo le hizo un gesto irritado, indicándole que debía continuar.
―Las cosas cambian ―dijo Clary.
La Reina extendió las piernas lujosamente. ―Muy bien. ¿Qué quieres de mí?
―Quiero que encuentres a Jace Lightwood.
En el silencio que siguió, se oyó suavemente el sonido de los fuegos fatuos, llorando en su agonía. Por último, la Reina dijo―: Debes creer que somos verdaderamente poderosos si crees que el Pueblo de las Hadas puede triunfar donde la Clave ha fallado.
―La Clave quiere encontrar a Sebastian. No me importa Sebastian, quiero a Jace ―afirmó Clary―. Además, ya sé que sabes más de lo que dices. Predijiste que esto iba a pasar. Nadie más sabía, pero no creo me hayas enviado esa campana cuando lo hiciste (la misma noche en que Jace desapareció), sin saber que algo se estaba cociendo.
―Tal vez lo hice ―dijo la Reina, admirando las brillantes uñas de sus pies.
―A menudo he notado que las Hadas dicen ‘tal vez’ cuando hay una verdad que quieren esconder ―comentó Clary―. Les evita tener que dar una respuesta directa.
―Tal vez ―dijo la Reina con una sonrida divertida.
―‘Quizá’ es una buena palabra, también ―sugirió Alec.
―’Por casualidad’ también ―opinó Izzy.
―No veo nada malo con ‘puede ser’ ―comentó Simon―. Un poco moderno, pero se mantiene la esencia de la idea.
La Reina espantó sus palabras como si fueran abejas molestas zumbando alrededor de su cabeza. ―No confío en ti, hija de Valentine ―declaró―. Hubo una vez en que quería un favor tuyo, pero ese momento ya pasó. Meliorn tiene su lugar en el Concejo; no estoy segura de que haya algo que puedas ofrecerme.
―Si pensaras eso ―cuestionó Clary― nunca habrías enviado esa campana.
Por un momento sus ojos se trabaron. La Reina era hermosa, pero había algo tras su cara, algo que hizo que Clary pensara en los huesos de un animal pequeño, blanquándose al sol. Por último, la Reina dijo―: Muy bien. Puede que sea capaz de ayudarte, pero anhelaré recompensa.
―Qué sorpresa ―murmuró Simon. Tenía las manos metidas en los bolsillos y miraba a la Reina con odio.
Alec se rió.
Los ojos de la Reina centellearon. Un momento después, Alec se tambaleó hacia atrás con un grito. Alzó las manos frente a él, jadeando, mientras la piel comenzaba a arrugarse, sus manos se curvaban hacia dentro y sus articulaciones se inflamaban. Su espalda se encorvó, su cabello se volvió gris, sus ojos azules se apagaron y se hundieron en profundas arrugas. Clary jadeó: donde había estado Alec, había un tembloroso hombre viejo, encorvado y de cabello blanco.
―Cuán rápido se desvanece la hermosura humana ―se relamió la Reina―. Mírate, Alexander Lightwood. Te doy un vistazo de ti mismo en unos sesenta años. ¿Qué dirá de tu belleza entonces tu amente brujo?
El pecho de Alec estaba agitado. Isabelle se apresuró a su lado y tomó su brazo. ―Alec, no es nada. Es un glamour. ―Se giró a la Reina―. ¡Quítaselo! ¡Quítalo!
―Si tú y los tuyos me van a hablar con más respeto, entonces puede que lo considere.
―Lo haremos ―dijo Clary rápidamente―. Pedimos disculpas por cualquier rudeza.
La Reina inhaló. ―Extraño bastante a tu Jace ―comentó―. De todos ustedes, él era el más lindo y el que tenía mejores modales.
―Nosotros lo extrañamos, también ―dijo Clary en voz baja―. No pretendíamos ser maleducados. Los humanos podemos ser complicados en nuestro dolor.
―Hmph ―dijo la Reina, pero chasquó los dedos y el glamour cayó de Alec. Era él mismo otra vez, aunque con el rostro pálido y una mirada sorprendida. La Reina le dirigió una mirada de superioridad, y centró su atención en Clary.
―Existe un juego de anillos ―comenzó la Reina―. Pertenecían a mi padre. Deseo la devolución de estos objetos, porque fueron hechos por las hadas y poseen un gran poder. Nos permiten comunicarnos, mente a mente, como lo hacen sus Hermanos Silenciosos. En la actualidad sé de buena fuente que se encuentran en exhibición en el Instituto.
―Recuerdo haber visto algo como eso ―comentó Izzy, lentamente―. Dos anillos hechos por hadas en una vitrina en el segundo piso de la biblioteca.
―¿Quieres que robe algo del Instituto? ―inquirió Clary, sorprendida. De todos los favores que le pudo haber pedido la Reina, éste no estaba en lo alto de la lista.
―No es robo ―afirmó la Reina― el devolverle un artículo a sus dueños legítimos.
―¿Y entonces encontrarás a Jace por nosotros? ―preguntó Clary―. Y no digas ‘tal vez’; ¿qué harás exactamente?
―Los ayudaré a encontrarlo ―contestó la Reina―. Te doy mi palabra de que mi ayuda será invaluable. Puedo decirte, por ejemplo, por qué todos sus hechizos rastreadores han sido inútiles. Puedo decirte en qué ciudad es posible encontrarlo…
―Pero la Clave te interrogó ―interrumpió Simon―. ¿Cómo les mentiste?
―Nunca hicieron las preguntas correctas.
―¿Por qué mentirles? ―demandó Isabelle―. ¿Dónde está tu lealtad en todo esto?
―No tengo ninguna. Jonathan Morgenstern podría ser un poderoso aliado si no lo convierto en un enemigo primero. ¿Por qué ponerlo en peligro o ganar su ira sin ningún beneficio para nosotros? El Pueblo de las Hadas es un pueblo antiguo; no tomamos decisiones apresuradas, sino que primero esperamos para ver en qué dirección sopla el viento.
―Pero, ¿te arriesgarás a que él se moleste si los conseguimos? ―preguntó Alec.
Pero la Reina sólo sonrió, una sonrisa perezosa, cargada de promesas. ―Creo que es suficiente por hoy ―dijo―. Vuelvan a mí con los anillos y hablaremos nuevamente.
Clary dudó, girando para mirar a Alec, y luego a Isabelle. ―¿Están bien con esto? ¿Robar del Instituto?
―Si significa que vamos a encontrar a Jace ―opinó Isabelle.
Alec asintió. ―Cueste lo que cueste.
Clary giró nuevamente hacia la Reina, que estaba observándola con una mirada expectante. ―Entonces, creo que tenemos un trato.
La Reina se estiró y sonrió satisfecha. ―Que les vaya bien, pequeños Cazadores de Sombras. Y una advertencia, a pesar de que no han hecho nada para merecerla: harían bien en considerar la prudencia de esta caza en busca de su amigo, porque, así como suele ocurrir de casualidad con aquello que es precioso y está perdido, cuando lo encuentren otra vez, puede que no esté exactamente como lo dejaron.


Eran casi las once cuando Alex llegó a la puerta del apartamento de Magnus en Greenpoint. Isabelle había persuadido a Alec para que fueran a cenar a Taki’s con Clary y Simon, y, aunque había protestado, estaba contento por haber ido. Necesitaba unas horas para esclarecer sus emociones después de lo que había pasado en la Corte Seelie. No quería que Magnus viera cuánto lo había transtornado el glamour de la Reina.
Ya no tenía que tocar el tiembre para llamar a Magnus que estaba arriba: tenía una llave, un hecho del que estaba oscuramente orgulloso. Abrió la puerta y se dirigió arriba, pasando al vecino del primer piso de Magnus.
Aunque Alec nunca había visto ocupantes en el departamento del primer piso, parecían estar comprometidos en un tempestuoso romance. Una vez había habido un montón de pertenencias desparramadas por todo el suelo con una nota unida a la solapa de una chaqueta con la dirección: “Al embustero mentiroso que miente”.
Ahora, había un ramo de flores apoyado contra la puerta con una tarjeta metida entre los brotes que decía LO SIENTO.
Eso era lo que tenía Nueva York: siempre sabías más de lo que querías sobre los asuntos de tus vecinos.
La puerta de Magnus estaba ligeramente abierta, y la música flotaba en el pasillo. Hoy era Chaikovski.
Alec sintió que sus hombros se relajaban mientras cerraba la puerta tras él. Nunca estaba seguro de cómo iba a lucir el lugar: hoy era minimalista, con sofás blancos, mesas rojas amontonadas, y escuetas fotografías en blanco y negro de París en las paredes; pero se había comenzado a sentir cada vez más familiar, como un hogar.
Olía a las cosas que asociaba con Magnus: tinta, colonia, té Lapsang Souchong, el olor a azúcar quemada de la magia. Recogió a Presidente Miau, que estaba dormitando en una ventana, y se encaminó al estudio.
Magnus alzó la mirada cuando entró Alec. Estaba usando lo que para Magnus era un conjunto sobrio: jeans y una camiseta negra con ribetes alrededor del cuello y los puños. Su cabello negro no estaba de punta, estaba despeinado y enredado como si se hubiera pasado las manos por éste con enfado, repetidas veces, y sus ojos de gato tenían los párpados pesados por el cansancio. Dejó caer su lápiz cuando Alec apareció, y sonrió.
―Le gustas al Presidente.
―Le agradan todos los que le rascan detrás de las orejas ―dijo Alec, moviendo al gato que dormitaba para que su ronroneo pareciera retumbar a través del pecho de Alec.
Magnus se inclinó hacia atrás en su silla; los músculos de sus brazos se flexionaron mientras bostezaba. La mesa estaba sembrada de papeles cubiertos de escritura apretada y dibujos; el mismo patrón una y otra vez, variaciones de un diseño que estaba salpicado a través del suelo de la azotea de la cual Jace había desaparecido.
―¿Cómo estaba la Reina Seelie?
―Igual que siempre.
―¿Una perra rabiosa?
―Más o menos. ―Alec le dio a Magnus la versión condensada de lo que había pasado en la corte de las hadas. Era bueno en eso, en acortar las cosas, sin desperdiciar una palabra.
Nunca había entendido a las personas que hablaban sin cesar, o incluso el amor de Jace por los juegos de palabras muy complicados.
―Estoy preocupado por Clary ―comentó Magnus―. Me preocupa que se esté metiendo demasiado en su cabecita pelirroja.
Alec dejó a Presidente Miau en la mesa, donde se enroscó en una bola inmediatamete y volvió a dormir.
―Quiere encontrar a Jace. ¿Puedes culparla?
Los ojos de Magnus se suavizaron. Enganchó un dedo en la cinturilla los pantalones de Alec y lo acercó. ―¿Me estás diciendo que harías lo mismo por mí?
Alec alejó el rostro, mirando el papel que Magnus acababa de dejar a un lado. ―¿Estás mirando eso otra vez?
Magnus soltó a Alec, pareciendo un poquito decepcionado.
―Tiene que haber una llave ―explicó―. Para abrirlos. Algún lenguaje que no he revisado todavía; algo antiguo. Esta es magia negra antigua, muy oscura; no se parece a nada que haya visto antes. ―Miró el papel otra vez, con la cabeza inclinada hacia un lado―. ¿Me puedes pasar esa tabaquera de allí? La plateada, en el borde de la mesa.
Alec siguió la dirección del gesto de Magnus y vio una pequeña caja plateada posicionada en el lado opuesto de la gran mesa de madera. Se estiró y la recogió. Era como un cofre de metal en miniatura puesto sobre unas patas pequeñas con la tapa curvada y las iniciales W.S resaltadas en diamantes.
W, pensó. ¿Will?
Will, había dicho Magnus cuando Alec le había preguntado sobre el nombre con el que Camille se había burlado de él. Dios, eso fue hace mucho tiempo.
Alec se mordió el labio. ―¿Qué es esto?
―Es una tabaquera ―contestó Magnus, sin levantar la vista de sus papeles―. Te lo dije.
―¿Cómo para aspirar? ¿La gente lo aspira? ―Alec la miró.
Magnus lo miró y se rió. ―Como para fumar. Era muy popular en los siglos diecisiete o dieciocho, aproximadamente. Ahora ocupo la caja para guardar baratijas.
Extendió la mano y Alex le entregó la caja. ―¿Alguna vez te preguntaste…? ―comenzó Alec y empezó otra vez―. ¿Te molesta que Camille esté allí afuera, en alguna parte? ¿Qué se haya escapado? ―¿Y que sea mi culpa? Pensó Alec, pero no lo dijo. No había necesidad de que Magnus lo supiera.
―Siempre ha estado en alguna parte allí afuera ―dijo Magnus―. Sé que la Clave no está terriblemente complacida, pero estoy acostumbrado a imaginarla viviendo su vida sin contactarme. Si me importó, hace tiempo que ya no.
―Pero la amaste. Una vez.
Magnus pasó los dedos sobre los diamentes incrustados en la tabaquera.―Creí amarla.
―¿Ella te ama todavía?
―No lo creo ―expresó Magnus secamente―. No fue muy amable la última ver que la vi. Aunque eso pudo deberse a que tengo un novio de diciocho años con una runa de resistencia y ella no, por supuesto.
Alec farfulló. ―Como soy la persona objetivada, yo… me opongo a esa desprecipción de mí.
―Siempre fue del tipo celoso. ―Magnus sonrió. Era asombrosamente bueno en cambiar de tema, pensó Alec.
Magnus había dejado claro que no quería hablar de su pasado amoroso, pero en algún momento durante su conversación, la sensación de Alec de familiaridad y comodidad, su sentimiento de estar en casa, se había desvanecido.
Sin importar cuán joven lucía Magnus (y ahora mismo, con los pies desnudos y con su cabello sobresaliendo por todos lados parecía tener dieciocho) los dividían unos océanos de tiempo infranqueables.
Magnus abrió la caja, sacó algunas tachuelas, y las usó para afirmar en la mesa el papel que había estado mirando. Cuando alzó la vista y vio la expresión de Alec, volvió a mirarlo de nuevo. ―¿Estás bien?
En lugar de responder, Alec se inclinó y tomó las manos de Magnus. Magnus dejó que Alec lo pusiera de pie, con la duda en sus ojos. Antes de que pudiera decir algo, Alec lo acercó y lo besó. Magnus hizo un sonido suave de satisfacción, y agarró la parte de atrás de la camiseta de Alec, la levantó y pasó sus dedos fríos por su columna.
Alec se inclinó contra él, apuntalando a Magnus entre la mesa y su cuerpo. A Magnus no pareció importarle.
―Vamos ―le susurró a Magnus al oído―. Es tarde, vamos a la cama.
Magnus mordió su labio y miró sobre su hombro los papeles en la mesa, su mirada se fijó en las sílabas y en los lenguajes olvidados.
―¿Por qué no te adelantas? ―sugirió―. Yo iré en… cinco minutos.
―Claro. ―Alec se enderezó, sabiendo que cuando Magnus estaba sumergido en sus estudios, cinco minutos se podían convertir fácilmente en cinco horas―. Te veré ahí.


―Shhh.
Clary se puso un dedo en los labios antes de moverlo hacia Simon, para indicarle que fuera delante de ella a través de la puerta de la casa de Luke. Todas las luces estaban apagadas, y la sala de estar estaba oscura y silenciosa.
Mandó a Simon a su habitación y fue a la cocina para tomar un vaso de agua. A mitad de camino, se congeló.
La voz de su madre se podía oír por el pasillo. Clary pudo captar la tensión en su voz. Sabía que su madre estaba viviendo su peor pesadilla, al igual que Clary, ya que la suya era perder a Jace. Saber que su hijo estaba vivo y ahí afuera en el mundo, capaz de cualquier cosa, la estaba destrozando por dentro.
―Pero la absolvieron, Jocelyn ―Clary oyó la respuesta de Luke, subiendo y bajando de un susurro―. No la castigarán.
―Todo esto es mi culpa. ―Jocelyn sonaba apagada, como si hubiera enterrado la cabeza en el hombro de Luke―. Si no hubiera traido esa… criatura al mundo, Clary no estaría pasando por esto.
―No podrías haber sabido… ―La voz de Luke se convirtió en un murmullo, y aunque Clary sabía que él tenía razón, tuvo un breve y culpable destello de ira contra su madre. Jocelyn debió haber matado a Sebastian en su cuna, antes de que él hubiera tenido la oportunidad de crecer y arruinar sus vidas, pensó, y se horrorizó de sí misma inmediatamente por pensar eso.
Se giró y volvió al otro lado de la casa, se precipitó en su habitación y cerró la puerta como si la estuvieran siguiendo.
Simon, quien había estado sentado en la cama jugando con su DS , levantó la mirada sorprendido. ―¿Está todo bien?
Ella intentó sonreírle. Él era una vista conocida en su habitación, pues habían hecho pijamadas con bastante frecuencia cuando estaban creciendo.
Había hecho lo que había podido para hacer esta habitación de ella, en vez de un cuarto de invitados. Había fotos de ella y Simon, de los Lightwood, de ella con Jace y con su familia, sin orden ni concierto en el marco del espejo sobre el aparador. Luke le había dado un tablero de dibujo, y sus suministros de arte estaban ordenados cuidadosamente en una pila de cubículos junto a éste. Había pegado pósters de sus animes favoritos: Fullmetal Alchemist, Rurouni Kenshin, El Guerrero Samurái, Bleach.
También había evidencia de su vida como Cazadora de Sombras esparcida alrededor: una gruesa copia de El Códex de los Cazadores de Sombras con sus notas y dibujos garabateados en los márgenes, un estante de libros de lo oculto y paranormal, su estela estaba sobre el escritorio junto a un nuevo globo terráqueo que le había dado Luke, en el cual se veía Idris detacado en dorado en el centro de Europa.
Y Simon, que estaba sentado en el medio de su cama con las piernas cruzadas, era una de las pocas cosas que pertenecía tanto a su vida antigua como a la nueva.
La miró con sus ojos oscuros en su rostro pálido, y el brillo de la marca de Caín apenas visible en su frente.
―Mi mamá ―empezó ella, y se inclinó contra la puerta―. En realidad no está muy bien.
―¿No está aliviada? Quiero decir, ¿de que te hayan absuelto?
―No puede dejar de pensar en Sebastian. No puede dejar de culparse a sí misma.
―No fue su culpa, la forma en que él resultó ser. Fue de Valentine.
Clary no dijo nada. Estaba recordando la cosa horrible que había pensado, que su madre debía haber matado a Sebastian cuando nació.
―Ustedes dos ―dijo Simon― se culpan a sí mismas por cosas que no son su culpa. Te culpas por dejar a Jace en la azotea…
Ella alzó la cabeza de golpe y lo miró severamente. No estaba segura de haberle dicho que se culpaba por eso, aunque era verdad. ―Yo nunca…
―Lo hiciste ―continuó él―. Pero yo lo dejé, Izzy lo dejó, Alec lo dejó… y Alec es su parabatai. No hay forma de que hubiéramos sabido y puede que hubiera sido peor si te hubieras quedado.
―Tal vez. ―Clary no quería hablar de ello. Evitó su mirada y dirigió al baño para cepillarse los dientes y ponerse su confuso pijama. Evitó mirarse a sí misma en el espejo. Odiaba verse tan pálida, con sombras bajo los ojos. Era fuerte; no iba a desmoronarse. Tenía un plan, incluso si era un poco loco e involucraba robar del Instituto.
Se cepilló los dientes y estaba haciéndose una cola de caballo con su pelo ondulado mientras dejaba el baño, cuando vio a Simon deslizando de vuelta en su bolso una botella de lo que seguramente era la sangre que había comprado en Taki’s.
Se estiró hacia delante y alborotó su cabello. ―Puedes dejar las botellas en el refrigerador ―le dijo― si no te gusta a temperatura ambiente.
―De hecho, la sangre congelada es peor que a temperatura ambiente. Caliente es mejor, pero creo que tu mamá se negaría a que la calentara en cacerolas.
―¿Le molesta a Jordan? ―preguntó Clary, preguntándose si Jordan recordaba siquiera que Simon todavía vivía con él.
Simon había estado en su casa todas las noches desde la semana pasada. En los primeros días después de la desaparición de Jace, Clary no había sido capaz de dormir. Se había puesto cinco mantas encima, pero no era capaz de entrar en calor. Yacía despierta temblando e imaginando sus venas volviéndose lentas con la sangre congelada, y cristales de hielo tejiendo una brillante red coralina alrededor de su corazón. Sus sueños estaban llenos de mares negros y témpanos de hielo, lagos congelados y Jace, con el rostro siempre oculto de ella por las sombras o una nube de aliento o su propio cabello brillante mientras se alejaba de ella. Dormía de a minutos, y siempre despertaba con una enfermiza sensación de ahogo.
El primer día que el Concejo la había interrogado, había llegado a casa y se había arrastrado a la cama. Había estado ahí, muy despierta, hasta que alguien golpeó su ventana y Simon había entrado, casi cayéndose al piso. Había subido a la cama y se había extendido junto a ella sin una palabra. Su piel estaba fría por haber estado afuera, y olía a ciudad y al inminente frío del invierno.
Había tocado su hombro con el suyo, y una pequeña parte de la tensión que la sujetaba como un puño cerrado, se había disuelto. La mano de él había estado fría, pero era tan familiar, como la textura de su chaqueta de pana contra su brazo.
―¿Cuánto tiempo puedes quedarte? ―le había susurrado en la oscuridad.
―Tanto como quieras.
Ella había girado y lo había mirado. ―¿A Izzy no le molestará?
―Ella es la que me dijo que debería venir. Me dijo que no dormías, y si tenerme aquí te va a hacer sentir mejor, puedo quedarme. O puedo quedarme hasta que te quedes dormida.
Clary había exhalado aliviada. ―Quédate toda la noche ―le había pedido―. Por favor.
Él se había quedado. Esa noche ella no había tenido pesadillas. Mientras él estuviera ahí, dormía sin sueños, un océano oscuro de nada. Un olvido indoloro.
―A Jordan en realidad no le importa la sangre ―contestó Simon, ahora―. Su pensamiento es que yo esté cómodo con lo que soy. Conéctate con tu vampiro interior, bla, bla.
Clary se deslizó junto a él en la cama y abrazó una almoahada. ―¿Tu vampiro interior es diferente a tu… vampiro exterior?
―Definitivamente. Quiere que use camisetas sin mangas que muestren el obligo y sombreros fedora. Estoy luchando contra ello.
Clary sonrió suavemente. ―Entonces, ¿tu vampiro interior es Magnus?
―Espera, eso me recuerda. ―Simon buscó en su bolso y sacó dos volúmenes de manga. Los movió triunfantemente antes de pasárselos a Clary―. Magical Love Gentleman volúmenes quince y dieciséis ―dijo―. Agotados en todas partes menos en Midtown Comics.
Ella los tomó, y miró las coloridas portadas. Hace un tiempo hubiera sacudido los brazos con la alegría de una fanática; ahora, todo lo que pudo hacer fue sonreírle a Simon y agradecerle, pero él lo había hecho por ella, se recordó a sí misma, el gesto de un buen amigo. Incluso si no se podía imaginar distrayéndose con lectura, ahora mismo.
―Eres increíble ―le dijo, golpeándolo con su hombro. Se apoyó contra las almohadas, con los manga equilibrados en su regazo―. Y gracias por ir conmigo a la Corte Seelie. Sé que te trae malos recuerdos, pero… siempre estoy mejor cuando estás ahí.
―Lo hiciste genial. Manejaste a la Reina como una profesional. ―Simon se acostó junto a ella, sus hombros se tocaban, ambos miraban el techo, las grietas ya conocidas que tenía, las estrellas viejas que brillaban en la oscuridad y que ya no arrojaban luz―. Entonces ¿vas a hacerlo? ¿Vas a robar los anillos para la Reina?
―Sí. ―Dejó salir su respiración contenida―. Mañana. Hay una reunión del Cónclave mañana al mediodía. Todos estarán ahí. Voy a ir entonces.
―No me gusta, Clary.
Ella sintió que su cuerpo se tensaba. ―¿Qué no te gusta?
―Que tengas algo que ver con la hadas. Las hadas son mentirosas.
―No pueden mentir.
―Sabes lo que quiero decir. Aunque decir “Las hadas son falsas” no suena suficiente.
Giró la cabeza y lo miró, tenía la barbilla apollada en la cavícula. Sus brazos se alzaron automáticamente y le rodearon los hombros, acercándola a él. Su cuerpo estaba frío, su camiseta todavía estaba húmeda por la lluvia. Su cabello normalmente liso se había secado y había quedado con rizos despeinados por el viento.
―Créeme, no me gusta mezclarme con la Corte. Pero lo haría por ti ―dijo ella― y tú lo harías por mí, ¿no?
―Por supuesto que lo haría, pero aun así es una mala idea. ―Giró la cabeza y la miró―. Sé cómo te sintes. Cuando mi padre murió…
Su cuerpo se tensó. ―Jace no está muerto.
―Lo sé, no quería decir eso. Es sólo que… no tienes que decir que estás mejor cuando yo estoy aquí. Siempre estoy aquí para ti. El dolor te hace sentir sola, pero no lo estás. Sé que no crees en… en religión, de la misma forma que yo, pero puedes creer que estás rodeada de personas que te quieren, ¿no? ―Los ojos de él estaban muy abiertos, esperanzados. Eran del mismo marrón de siempre, pero eran diferentes ahora, como si se le hubiera añadido otra capa al color, de la misma forma en que su piel parecía sin poros y transparente al mismo tiempo.
Lo creo, pensó ella. Simplemente no estoy segura de que importe.
Golpeó su hombro suavemente contra el de él otra vez. ―Entonces ¿te molesta si te pregunto algo? Es personal pero importante.
Una nota de cautela se deslizó en su voz. ―¿Qué cosa?
―Con todo lo de la marca de Caín, si accidentamente te pateo durante la noche ¿significa que una fuerza invisible me va a patear siete veces en las espinillas?
Lo sintió reíse. ―Ya duérmete, Fray.


Última edición por Arcángel Rafael el Lun Mayo 14, 2012 8:47 am, editado 2 veces
Mili Sánchez
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Clary Morgenstern
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Mensaje por Mili Sánchez Dom Mayo 13, 2012 9:44 am

3
Ángeles Malos
Traducido por Valen JV (www.darkguardians.foros-activos.es)
Gracias a Dark Guardians por los capítulos!
“Hombre, creí que se te había olvidado que vivías aquí,” dijo Jordan al momento que Simon entró en la sala de estar de su pequeño departamento, las llaves aún colgando en su mano. Jordan, por lo general, se encontraba acostado en el futón, sus piernas colgando por el borde, y el control de la Xbox en la mano. Hoy estaba en el futón, pero, sentado derecho, sus anchos hombros encorvados hacia adelante, con las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros, el control en ningún lugar a la vista. Sonaba aliviado de ver a Simon, y en un segundo Simon se dio cuenta del porqué.
Jordan no estaba solo en el departamento. Sentada frente a él sobre un sillón de terciopelo color naranja (ninguno de los muebles de Jordan combinaban) estaba Maia, su salvaje cabello rizado contenido en dos trenzas. La última vez que Simon la había visto, estaba vestida glamurosamente para una fiesta. Ahora, estaba de vuelta al uniforme: pantalones vaqueros con las botas raídas, una camiseta manga larga, y una chaqueta de cuero color caramelo. Se veía tan incómoda como Jordan, su espalda recta, su mirada perdiéndose en la ventana. Cuando vio a Simon, se levantó con gratitud y le dio un abrazo. “Hey,” dijo. “Sólo me detuve para ver cómo te iba.”
“Estoy bien. Quiero decir, tan bien como podría estar con todo lo que está sucediendo.”
“No me refería a todo el asunto de Jace,” dijo ella. “Me refería a ti. ¿Cómo lo llevas?”
“¿Yo?” Simon estaba sorprendido. “Estoy muy bien. Preocupado por Isabelle y Clary. Sabes que la Clave estuvo investigándola…”
“Y oí que fue absuelta. Eso es genial.” Maia lo dejó ir. “Pero estaba pensando en ti. Y lo que le pasó a tu madre.”
“¿Cómo te enteraste de eso?” Simon le envió una mirada a Jordan, pero Jordan sacudió la cabeza, de manera casi imperceptible. Él no le había dicho.
Maia tiró de una de las trenzas. “Me encontré con Eric, de todas las personas. Él me dijo lo que sucedió y que habías renunciado a los conciertos de Millenum Lint por las última dos semanas a causa de eso.”
“En realidad, cambiaron el nombre,” dijo Jordan. “Ahora se llaman Midnight Burrito.”
Maia le dio a Jordan una mirada irritada, y se deslizó un poco en su asiento. Simon se preguntó de qué habían estado hablando antes de que entrara a la casa. “¿Has hablado con alguien más de tu familia?” Preguntó Maia, con voz suave. Sus ojos color ámbar estaban llenos de preocupación. Simon sabía que era grosero, pero había algo en ser mirado de esa manera que a él no le gustaba. Era como si su preocupación convirtiera el problema en algo real, cuando de otro modo él podía fingir que no estaba sucediendo.
“Sí,” dijo él. “Todo está bien con mi familia.”
“¿En serio? Porque dejaste tu teléfono aquí.” Jordan lo recogió de la mesilla. “Y tu hermana ha estado llamándote casi cada cinco minutos durante todo el día. Y ayer.”
Una sensación fría se esparció por el estómago de Simon. Tomó el teléfono de la mano de Logan y vio la pantalla. Diecisiete llamadas perdidas de Rebecca.
“Rayos,” dijo él. “Esperaba evitar esto.”
“Bueno, ella es tu hermana,” dijo Maia. “Eventualmente, iba a llamarte.”
“Lo sé, pero he esto, de alguna manera, rechazándola; dejando mensajes cuando sabía que ella no estaría ahí, esa clase de cosas. Simplemente… Supongo que estaba evitando lo inevitable.”
“¿Y ahora?”
Simon colocó el celular en el alféizar de la ventana. “¿Sigo evitándolo?”
“No lo hagas.” Jordan sacó sus manos de los bolsillos. “Deberías hablar con ella.”
“¿Y decir qué?” La pregunta salió más fuerte de lo que Simon había previsto.
“Tu madre debió haberle dicho algo,” dijo Jordan. “Probablemente está preocupada.”
Simon sacudió la cabeza. “Va a venir por Acción de Gracias en unas semanas. No quiero que se mezcle con lo que le está pasando a mi mamá.”
“Ella ya está mezclada con eso. Es tu familia,” dijo Maia. “Además, esto, lo que está pasando con tu mamá, todo, ahora es parte de tu vida.”
“Entonces, supongo que quiero que ella se mantenga alejada de eso.” Simon sabía que estaba siendo irrazonable, pero no parecía capaz de evitarlo. Rebecca era… Especial. Diferente. De una parte de su vida que hasta entonces había permanecido intacta por toda esta locura. Tal vez la única parte.
Maia elevó las manos y se dio la vuelta para mirar a Jordan. “Dile algo. Eres su guardián Praetorian.”
“Oh, por favor,” dijo Simon antes de que Jordan pudiese abrir la boca. “¿Alguno de ustedes mantiene contacto con sus padres? ¿Sus familiares?”
Intercambiaron rápidas miradas. “No,” dijo Jordan lentamente, “pero ninguno de nosotros tenía buenas relaciones con ellos antes…”
“He dicho lo que es,” dijo Simon. “Todos somos huérfanos. Huérfanos de la tormenta.”
“No puedes simplemente ignorar a tu hermana,” insistió Maia.
“Obsérvame.”
“¿Y cuando Rebecca venga a casa y ésta se vea como el set de la película El Exorcista? ¿Y tu mamá no tenga ninguna explicación de dónde estés?” Jordan se inclinó hacia adelante, manos sobre rodillas. “Tu hermana llamará a la policía, y tu mamá va a terminar encerrada.”
“Simplemente no creo estar listo para escuchar su voz,” dijo Simon, pero él sabía que se había quedado sin argumentos. “Tengo que irme, pero lo prometo, le voy a enviar un mensaje.”
“Bueno,” dijo Jordan. Estaba mirando a Maia, no a Simon, mientras lo decía, como si esperara que ella se diera cuenta de que él había hecho un progreso con Simon y estuviese contenta. Simon se preguntó si habían estado saliendo durante las últimas dos semanas cuando había estado ausente. Él hubiese imaginado que no, por la manera incómoda en que habían estado sentados cuando había entrado, pero con estos dos era difícil estar seguro. “Es un comienzo.”


El tambaleante ascensor dorado se detuvo en el tercer piso del Instituto; Clary respiró profundamente y salió al pasillo. El lugar estaba, como Alec e Isabelle le habían prometido que estaría, desierto y silencioso. El tráfico de la Avenida York afuera era un suave murmuro. Ella imaginó que podía oír el roce de las motas de polvo entre sí mientras bailaban bajo la luz de la ventana. A lo largo de la pared estaban las clavijas, donde los residentes del Instituto colgaban sus abrigos al entrar. Una de las chaquetas negras de Jace aún colgaba de un gancho, las mangas vacías y fantasmales.
Con un escalofrío se puso en camino por el pasillo. Podía recordar la primera vez que Jace la había llevado por estos corredores, su voz ligera y descuidada contándole sobre los Cazadores de Sombras, sobre Idris, sobre todo el secreto que ella nunca había sabido que existía. Ella lo había observado mientras hablaba, (encubierta, había creído, pero ahora sabía que Jace lo notaba todo) mirando la luz haciendo brillar su pálido cabello, los rápidos movimientos de sus manos gráciles, la flexibilidad de los músculos de sus brazos cuando hacía un gesto.
Llegó a la biblioteca sin encontrarse con otro Cazador de Sombras y abrió la puerta de un empujón. La sala aún le daba el mismo escalofrío que le había dado la primera vez que la había visto. Circular porque estaba construida dentro de una torre, la biblioteca tenía una galería en el segundo piso, con una baranda, que corría por el punto medio de las paredes, justo encima de las hileras de estanterías. El escritorio que Clary aún recordaba como el de Hodge, descansaba en el centro de la sala, tallado en una sola pieza de madera de roble, la amplia superficie descansaba sobre las espaldas de dos ángeles arrodillados. Clary medio esperaba que Hodge se levantara detrás de él, su perspicaz cuervo, Hugo, posado en su hombro.
Apartando el recuerdo, rápidamente se dirigió a la escalera circular al otro extremo de la habitación. Ella estaba usando pantalones vaqueros y zapatillas deportivas, y una runa de sin sonido estaba grabada en su tobillo; el silencio era casi sobrenatural mientras ella subía los escalones y entraba en la galería. Aquí arriba también había libros, pero estaban guardados bajo llave detrás de cajas de vidrio. Algunos se veían muy viejos, sus portadas desgastadas, sus enlaces reducidos a unos cuantos hilos. Otros, claramente, eran libros de magia oscura o peligros: Cultos Innombrables, The Demon’s Pox, Guía Práctica para Levantar A Un Muerto.
Entre las estanterías cerradas estaban las vitrinas. Cada una contenía una mano de obra rara y hermosa, un frasco de cristal delicado cuyo tope era una enorme esmeralda; una corona con un diamante en el centro que no parecía ajustarse a ninguna cabeza humana; un colgante en forma de ángel cuyas alas eran ruedas dentadas y engranajes; y en la última vitrina, justo como Isabelle había prometido, un par de brillantes anillos de oro con forma de hojas curvadas, el trabajo de las hadas tan delicado como la respiración de un bebé.
La vitrina estaba cerrada, por supuesto, pero la runa de apertura (Clary mordiéndose el labio mientras la dibujaba, con cuidado de no hacerla demasiado poderosa para que la caja no reventara y enviara gente corriendo adonde estaba) la abrió. Cuidadosamente, facilitó la apertura de la vitrina. Fue sólo cuando deslizó la estela devuelta a su bolsillo que dudó.
¿Esta era la verdadera ella? Robándole a la Clave para pagarle a la Reina de las Hadas, cuyas promesas, como Jace le había dicho una vez, eran como escorpiones, con un aguijón en la cola.
Ella sacudió la cabeza como para desvanecer las dudas, y se congeló. La puerta de la biblioteca se estaba abriendo. Podía oír el crujido de la madera, voces apagadas, pasos. Sin pensarlo dos veces se tiró al suelo, aplastándose contra el frío piso de madera de la galería.
“Tenías razón, Jace,” dijo una voz (fríamente entretenida, y horriblemente familiar) desde abajo. “El lugar está desierto.”
El hielo que había estado en las venas de Clary pareció cristalizarse, congelándola en el lugar. Ella no se podía mover, tampoco respirar. No había sentido una conmoción así de intensa desde que su padre había pasado una espada a través del cuerpo de Jace. Muy lentamente avanzó al borde de la galería y miró hacia abajo.
Y se mordió el labio salvajemente para no gritar.
El inclinado techo de arriba se alzaba hasta un punto en donde se establecía una claraboya de cristal. La luz del sol se vertía a través de la claraboya, alumbrando una parte del suelo como un foco en un escenario. Ella podía ver que los fragmentos de cristal, mármol y pedazos de piedras preciosas que estaban incrustadas en el suelo formaban un diseño: el Ángel Raziel, la copa y la espada. De pie justo sobre una de las alas desplegadas del Ángel, estaba Jonathan Christopher Morgenstern.
Sebastian.
Así que así se veía su hermano. Como de verdad se veía, vivo, en movimiento y animado. Un rostro pálido, todo ángulos y planos, alto y delgado usando un traje negro. Su cabello era de color blanco plateado, no oscuro como había sido la primera vez que ella lo había visto, teñido para parecerse al color del verdadero Sebastian Verlac. Su propio color pálido le iba mejor. Sus ojos eran negros y se movían con vida y energía. La última vez que lo había visto, flotando en un ataúd de vidrio como Blanca Nieves, una de sus manos había sido un muñón vendado. Ahora esa mano estaba entera de nuevo, con una pulsera de plata brillando en su muñeca, pero nada visible mostraba que había sido dañada alguna vez, y más que dañada: que había desaparecido.
Y ahí, a su lado, cabello dorado brillando bajo la pálida luz del sol, estaba Jace. No Jace como ella tanto lo había imaginado durante las últimas dos semanas: golpeado, sangrando, sufriendo o muriendo de hambre, encerrado en alguna oscura celda, gritando de dolor o llamándola. Este era Jace como ella lo recordaba, cuando se dejaba recordar: ruborizado, saludable, vibrante y hermoso. Sus manos estaban de manera indiferente dentro de los bolsillos de sus pantalones vaqueros, sus marcas visibles a través de la camiseta blanca. Sobre ella estaba una desconocida chaqueta marrón de gamuza que hacía resaltar los matices dorados de su piel. Él inclinó la cabeza hacia atrás, como si estuviese disfrutando la sensación del sol en su cara. “Siempre tengo razón, Sebastian,” dijo él. “Ya deberías saber eso de mí.”
Sebastian le dio una mirada deliberada, y luego sonrió. Clary se quedó viendo. Tenía toda la apariencia de ser una sonrisa auténtica. Pero, ¿qué sabía ella? Sebastian le había sonreído antes, y eso había resultado ser una gran mentira. “Entonces, ¿dónde están los libros de evocación? ¿Hay algún orden en este caos?”
“En realidad no. No está en orden alfabético. Sigue el sistema especial de Hodge.”
“¿No es él el tipo que maté? Inconveniente, eso,” dijo Sebastian. “Tal vez yo deba ir al piso de arriba y tú al de abajo.”
Él se movió hacia la escalera que llevaba a la galería. El corazón de Clary empezó a palpitar con miedo. Ella asociaba a Sebastian con asesinato, sangre, dolor, y miedo. Sabía que Jace había luchado con él y ganado pero casi había muerto en el proceso. En una pelea cuerpo a cuerpo ella jamás le ganaría a su hermano. ¿Podía lanzarse desde la barandilla de la galería al suelo sin romperse una pierna? Y si lo hacía, ¿Qué pasaría entonces? ¿Qué haría Jace?
Sebastian había puesto su pie en el primer escalón cuando Jace lo llamó. “Espera. Están aquí. Archivados bajo el nombre ‘Magia No Letal.’”
“¿No letal? ¿Qué tiene eso de divertido?” Ronroneó Sebastian, pero levantó el pie del escalón y volvió a donde estaba Jace. “Esta es una biblioteca impresionante,” dijo, leyendo los títulos mientras pasaba. “El Cuidado Y Alimentación De Su Picarona Mascota Demonio, Revelados.” Sacó ese del estante y dejó escapar una risa larga y baja.
“¿Qué pasa?” Jace levantó la mirada, su boca curvada hacia arriba. Clary tenía tantas ganas de bajar las escaleras y arrojarse encima de él que se volvió a morder el labio. El dolor era fuerte como ácido.
“Es pornografía,” dijo Sebastian. “Mira. Demonios… Revelados.”
Jace apareció detrás de él, descansando una mano en el brazo de Sebastian para mantener el equilibrio mientras leía sobre su hombro. Era como ver a Jace y a Alec, alguien con el que se sentía tan cómodo, que lo podía tocar sin pensarlo dos veces; pero de una manera horrible, distorsionada, al revés. “Bien, ¿cómo lo sabes?”
Sebastian cerró el libro y le dio un ligero golpe a Jace en el hombro con él. “Sé algunas cosas más que tu. ¿Buscaste los libros?”
“Ya los tengo.” Jace levantó un montón de tomos de aspecto pesado de una mesa cercana. “¿Tenemos tiempo para ir a mi habitación? Si pudiese buscar algunas de mis cosas…”
“¿Qué quieres?”
Jace se encogió de hombros. “Principalmente ropa, algunas armas.”
Sebastian sacudió la cabeza. “Es demasiado peligroso. Tenemos que entrar y salir rápido. Sólo artículos de emergencia.”
“Mi chaqueta favorita es un artículo de emergencia,” dijo Jace. Se parecía demasiado a oírlo hablar con Alec, o con cualquiera de sus amigos. “Como yo, es bien caliente y está a la moda.”
“Mira, tenemos todo el dinero que podamos desear,” dijo Sebastian. “Compra ropa. Además, vas a gobernar este lugar en un par de semanas. Puedes izar tu chaqueta favorita en el asta de la bandera y hacerla volar como si fuera un banderín.”
Jace rió, ese suave y rico sonido que Clary amaba. “Te lo advierto, esa chaqueta es sexy. El Instituto podría arder en llamas muy, muy sexys.”
“Sería bueno para el lugar. Es demasiado triste en este momento.” Sebastian agarró la parte posterior de la chaqueta actual de Jace en un puño y lo movió hacia los lados. “Ahora nos vamos. Agarra los libros.” Bajó la mirada a su mano derecha, donde un delgado anillo de plata brillaba; con la mano que no sujetaba a Jace, usó su pulgar para girar el anillo.
“Hey,” dijo Jace. “¿Crees que…?” Dejó de hablar, y por un momento Clary creyó que fue porque había mirado hacia arriba y la había visto (su rostro estaba inclinado hacia arriba) pero incluso cuando ella contuvo el aliento, ambos se desvanecieron, desapareciendo como espejismos en el aire.
Lentamente, Clary puso la cabeza sobre su brazo. Su labio estaba sangrando donde lo había mordido; podía saborear la sangre en su boca. Sabía que debía levantarse, moverse, salir corriendo. No se suponía que estuviera aquí. Pero el hielo en sus venas se había vuelto tan frío, que tenía miedo de que si se movía, se rompiera en pedazos.


Ales se despertó con Magnus sacudiendo su hombro. “Vamos, dulzura,” dijo él. “Es hora de levantarse y enfrentar el día.”
Alec se desenredó de su nido de almohadas y sábanas y parpadeó a su novio. Magnus, a pesar de haber dormido muy poco, se veía irritantemente alegre. Su cabello estaba mojado, goteando sobre los hombros de su camisa blanca y volviéndola transparente. Estaba usando vaqueros con huecos en ellos y dobladillos deshilachados, lo que significaba que tenía la intención de pasar el día sin salir del departamento.
“¿Dulzura?” Preguntó Alec.
“Lo estaba probando.”
Alec negó con la cabeza. “No.”
Magnus se encogió de hombros. “Voy a seguir con él.” Le tendió una taza azul de café preparado de la manera que le gustaba a Alec: negro, con azúcar. “Despierta.”
Alec se incorporó, frotándose los ojos, y tomó la taza. El primer trago amargo envió un cosquilleo de energía a través de sus nervios. Recordaba haber estado acostado la noche anterior esperando a Magnus para que volviera a la cama, pero eventualmente el agotamiento lo superó y se había quedado dormido alrededor de las cinco a.m. “No voy a ir a la reunión del Consejo hoy.”
“Lo sé, pero se supone que te vas a encontrar con tu hermana y los otros, en el parque que queda cerca de Turtle Pond. Me dijiste que te recordara.”
Alec movió las piernas por el lado de la cama. “¿Qué hora es?”
Magnus gentilmente tomó la taza de su mano antes de que el café se derramara y la colocó sobre la mesita de noche. “Estás bien. Te queda una hora.” Se inclinó hacia adelante y presionó sus labios contra los de Alec; Alec recordaba la primera vez que se habían besado, aquí en este departamento, y quería envolver los brazos alrededor de su novio y acercarlo. Pero algo lo detuvo.
Se levantó, desenredándose a sí mismo, y fue a la oficina. Tenía un cajón donde estaba su ropa. Un lugar para su cepillo de dientes en el baño. Una llave de la puerta principal. Una cantidad decente de bienes suficientes para iniciar la vida de cualquier persona, y aún así no podía apartar la sensación fría en su estómago.
Magnus se había acostado boca arriba en la cama y miraba a Alec, un brazo detrás de su cabeza. “Usa esa bufanda,” dijo él, señalando una bufanda de cachemira azul colgando de una percha. “Combina con tus ojos.”
Alec la miró. De repente, se llenó de odio, por la bufanda, por Magnus, y, sobre todo, por sí mismo. “No me digas,” dijo él. “La bufanda tiene cien años de antigüedad, y te la regaló la Reina Victoria justo antes de morir, por servicios especiales a la Corona o algo así.”
Magnus se sentó. “¿Qué te pasa?”
Alec se le quedó viendo. “¿Soy lo más nuevo de este departamento?”
“Creo que ese honor se lo lleva Chairman Meow. Sólo tiene dos años.”
“Dije lo más nuevo, no lo más joven,” espetó Alec. “¿Quién es W.S.? ¿Es Will?”
Magnus sacudió la cabeza como si tuviera agua dentro de los oídos. “¿Qué diablos? ¿Te refieres a la tabaquera? W.S. es Woolsey Scott. Él…”
“Fundó el Praetor Lupus. Lo sé.” Alec se puso los pantalones y subió el cierre. “Ya lo has mencionado antes, y además, es una figura histórica. Y su tabaquera está en tu cajón de basura. ¿Qué más hay ahí dentro? ¿El corta uñas para Cazadores de Sombras de Jonathan?”
Los ojos de gato de Magnus eran fríos. “¿De dónde viene todo esto, Alexander? Yo no te miento. Si hay algo acerca mí que quieras saber, puedes preguntar.”
“Mentira,” dijo Alec sin rodeos, abrochándose la camisa. “Eres amable, gracioso y todas esas cosas asombrosas, pero lo que no eres es abierto, dulzura. Puedes hablar todo el día acerca de los problemas de otras personas, pero nunca hablas de ti mismo o tu historia, y cuando sí pregunto, te retuerces como gusano en un anzuelo.”
“Tal vez porque no puedes preguntarme de mi pasado sin empezar una pelea sobre cómo yo voy a vivir para siempre y tú no,” espetó Magnus. “Tal vez porque la inmortalidad rápidamente se está convirtiendo en la tercera persona de nuestra relación, Alec.”
“No se supone que nuestra relación no deba tener una tercera persona.”
“Exacto.”
Se formó un nudo en la garganta de Alec. Había miles de cosas que quería decir, pero él nunca había sido bueno con las palabras como Jace y Magnus. En su lugar, tomó la bufanda azul de su percha y la envolvió de manera desafiante alrededor de su cuello.
“No me esperes despierto,” dijo. “Puede ser que patrulle esta noche.”
A medida que salía del departamento, escuchó a Magnus gritar detrás de él, “Y esa bufanda, para que lo sepas, ¡es de Gap! ¡La compré el año pasado!”
Alec puso los ojos en blanco y se fue corriendo por las escaleras al vestíbulo. La única bombilla que, por lo general, alumbraba el lugar estaba apagada, y el espacio estaba tan oscuro que por un momento no vio a la figura encapuchada deslizarse hacia él desde las sombras. Cuando lo hizo, se sorprendió tanto que dejó caer su llavero con un sonido metálico.
La figura se le acercó. No podía ver nada de ella, ni edad, ni género, ni especie. La voz que vino de debajo de la capucha era crujiente y baja. “Tengo un mensaje para usted, Alec Lightwood,” dijo. “De Camille Belcourt.”


“¿Quieres que patrullemos juntos esta noche?” Preguntó Jordan, de manera un tanto abrupta.
Maia se volteó para verlo con sorpresa. Estaba recostado contra la encimera de la cocina, sus codos sobre la superficie detrás de él. Había una despreocupación en su postura que era demasiado estudiada para ser sincera. Ese era el problema de conocer tan bien a alguien, pensó ella. Era difícil fingir alrededor de ellos, o ignorar cuando ellos estaban fingiendo, incluso aunque fuera lo más fácil.
“¿Patrullar juntos?” Repitió ella. Simon estaba en su habitación, cambiándose de ropa; ella le había dicho que lo acompañaría al metro, y ahora deseaba no haberlo hecho. Sabía que debía haber contactado a Jorgan desde la última vez que lo había visto, cuando, imprudentemente, lo había besado. Pero entonces Jace desapareció y todo el mundo pareció haberse destrozado en pedazos, lo que le había dado la excusa que ella había necesitado para evitar el problema.
Por supuesto, no pensar en tu ex novio que había roto tu corazón y te había convertido en un hombre lobo era mucho más fácil cuando él no estaba justo al frente de ti, usando una camisa verde que abrazaba su cuerpo musculoso en los lugares indicados y hacía resaltar el color avellana de sus ojos.
“Creí que iban a cancelar las patrullas de búsqueda de Jace,” dijo ella, apartando la mirada de él.
“Bueno, no tanto cancelar si no disminuirlas. Pero yo estoy con Praetor, no con la Clave. Puedo buscar a Jace en mi propio tiempo.”
“Claro,” dijo ella.
Él estaba jugando con algo en la encimera, arreglándolo, pero su atención aún estaba en ella. “¿Quieres, tú sabes…? Solías querer ir a la universidad en Stanford. ¿Aún lo haces?”
Su corazón dio un vuelco. “No he pensado en la universidad desde…” Se aclaró la garganta. “No desde que cambié.”
Se sonrojó. “Tú estabas… Quiero decir, siempre quisiste ir a California. Ibas a estudiar historia, y yo me iba a mudar allá y todo eso. ¿Recuerdas?”
Maia metió las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta de cuero. Sentía como si deberías estar enojada, pero no lo estaba. Durante mucho tiempo había culpado a Logan por el hecho de que ella había dejado de pensar en un futuro humano, con escuela, una casa, y una familia, tal vez, algún día. Pero había otros lobos en la manada de la estación de policía que aún así perseguían sus sueños, sus artes. Bat, por ejemplo. Había sido su propia decisión detener su corta vida. “Lo recuerdo,” dijo ella.
Se volvió a sonrojar. “Sobre esta noche. Nadie ha buscado en el Navy Yard de Brooklyn, así que pensé… pero nunca es divertido ir yo solo. Pero si no quieres ir…”
“No,” respondió, escuchando su propia voz como si fuera la de alguien más. “Quiero decir, seguro. Iré contigo.”
“¿En serio?” Sus ojos color avellana miraron hacia arriba, y Maia se maldijo por dentro. No debería ilusionarlo, no cuando no estaba segura de lo que sentía. Era simplemente difícil de creer que a él le importara tanto.
El medallón de Praetor Lupus brillaba en su garganta mientras se inclinaba hacia adelante, y ella olió el familiar aroma de su jabón, y debajo de eso: lobo. Ella subió ligeramente su mirada hacia él, justo cuando la puerta de Simon se abrió y él salió, poniéndose una sudadera. Se paró en seco en la entrada, sus ojos moviéndose de Jordan a Maia, sus cejas elevándose poco a poco.
“Sabes, puedo llegar solo al metro,” le dijo a Maia, una leve sonrisa en la comisura de sus labios. “Si quieres quedarte…”
“No.” Maia apresuradamente sacó las manos de sus bolsillos, donde habían estado cerradas en un puño nervioso. “No, iré contigo. Jordan, yo… te veo más tarde.”
“Esta noche,” gritó, pero ella no se volteó para mirarlo; ya estaba corriendo tras Simon.


Simón caminaba solo por la pequeña inclinación de la colina, escuchando los gritos de los jugadores de frisbee en el Sheep Meadow detrás de él, como música lejana. Era un brillante día de noviembre, frío y con viento, el sol iluminando lo que quedaba de las hojas de los árboles, dándoles brillantes tonos rojos, dorados y ámbar.
La cima de la colina estaba cubierta por cantos rodados. Podías ver cómo el parque había sido cortado de los que había sido un desierto de árboles y piedras. Isabelle estaba sentada encima de una de las rocas, usando un largo vestido de seda color verde botella y una capa bordada negra y plateada sobre éste. Miró hacia arriba mientras Simon se dirigía en su dirección, apartando su largo y oscuro cabello de su cara. “Creí que estarías con Clary,” dijo cuando él se acercó. “¿Dónde está?”
“Abandonando el Instituto,” dijo, sentándose al lado de Isabelle en la roca y metiendo las manos en los bolsillos de su cazadora. “Me envió un mensaje. Llegará pronto.”
“Alec está en camino…,” empezó, y se detuvo cuando el bolsillo de Simon vibró. O, más exactamente, el teléfono en su bolsillo vibró. “Creo que alguien te envió un mensaje.”
Se encogió de hombros. “Lo veré más tarde.”
Le lanzó una mirada por debajo de sus largas pestañas. “Lo que sea, estaba diciendo, Alec también está en camino. Tuvo que recorrer todo el camino desde Brooklyn, así que…”
El teléfono de Simon volvió a vibrar.
“Muy bien, ya está. Si tú no lo vas a contestar, yo lo haré.” Isabelle se inclinó hacia adelante, contra las protestas de Simon, y deslizó la mano dentro de su bolsillo. La parte superior de su cabeza rozaba su barbilla. Él olió su perfume (vainilla) y el aroma de su piel debajo. Cuando ella sacó el teléfono y se alejó, se encontró aliviado y decepcionado.
Ella entrecerró los ojos a la pantalla. “¿Rebecca? ¿Quién es Rebecca?”
“Mi hermana.”
El cuerpo de Isabelle se relajó. “Quiere encontrarse contigo. Dice que no te ha visto desde…”
Simon tomó el teléfono de su mano y lo apagó antes de meterlo de nuevo dentro de su bolsillo. “Lo sé, lo sé.”
“¿No quieres verla?”
“Más que… Más que cualquier cosa. Pero no quiero que sepa. Sobre mí.” Simon agarró un palo y lo arrojó. “Mira lo que pasó cuando mi madre se enteró.”
“Entonces establece una reunión con ella en un lugar público. Donde no pueda enloquecer. Lejos de tu casa.”
“Incluso aunque no pueda enloquecer, aún me puede ver como lo hizo mi madre,” dijo Simon en voz baja. “Como si fuera un monstruo.”
Isabelle tocó su muñeca suavemente. “Mi mamá echó a Jace cuando creyó que era hijo de Valentine y un espía, luego se arrepintió mucho. Mamá y papá están superando lo de Alec estando con Magnus. Tu mamá también lo va a superar. Pon a tu hermana de tu lado. Eso ayudará.” Inclinó un poco la cabeza. “Creo que, algunas veces, los hermanos entienden más que los padres. No está el mismo peso de las expectativas. Yo jamás podría dejar desinformado a Alec. No importa lo que hiciera. Jamás. Ni a Jace.” Ella le dio un apretón a su brazo, luego dejó caer su mano. “Mi hermano menor murió. Nunca más lo volveré a ver. No hagas que tu hermana pase por eso.”
“¿Pasar por qué?” Era Alec, subiendo por la ladera de la colina, pateando hojas secas fuera de su camino. Estaba usando su jersey raído habitual y pantalones vaqueros, pero una bufanda azul oscuro que combinaba con sus ojos estaba envuelta alrededor de su garganta. Ahora, eso tenía que haber sido un regalo de Magnus, pensó Simon. De ninguna manera Alec se habría comprado algo así para sí mismo. El concepto de combinar no parecía importarle.
Isabelle se aclaró la garganta. “La hermana de Simon…”
Ella no llegó más allá de eso. Hubo una ráfaga de aire frío, trasladando consigo un remolino de hojas muertas. Isabelle levantó una mano para proteger su rostro del polvo mientras el aire comenzó a brillar con la translucidez inconfundible de un portal, y Clary apareció ante ellos, con la estela en una mano y su rostro mojado por las lágrimas.
Mili Sánchez
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Clary Morgenstern
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Mensaje por Mili Sánchez Lun Mayo 14, 2012 8:50 am


4
Y La Inmortalidad
Traducido por CairAndross
Gracias a www.darkguardians.foros-activos.es por los capítulos!

— ¿Y estás completamente segura que era Jace? — preguntó Isabelle por, lo que a Clary le parecía, la cuadragésima séptima vez.
Clary se mordió su ya dolorido labio y contó hasta diez. — Soy yo, Isabelle — dijo. — ¿Honestamente crees que yo no reconocería a Jace? — levantó la mirada hacia Alec, erguido sobre ellas, su bufanda azul ondeando como una bandera al viento. — ¿Tú podrías confundir a alguien más con Magnus?
— No. Eso nunca — dijo él, sin perder el ritmo. Sus ojos azules estaban turbados, oscuros por la preocupación. — Yo sólo… quiero decir, por supuesto que lo preguntamos. No le da ningún sentido.
— Podría ser un rehén — dijo Simon, echándose hacia atrás contra una roca. El sol otoñal tornaba sus ojos del color de los granos del café. — Algo así como que Sebastian estuviera amenazándolo con que, si Jace no cumple bien sus planes, Sebastian le hará daño a alguien que le importe.
Todos los ojos fueron hacia Clary, pero ella sacudió la cabeza con frustración. — Ustedes no los vieron juntos. Nadie actúa de ese modo cuando es un rehén. Parecía totalmente feliz de estar allí.
— Entonces, está poseído — dijo Alec. — Como lo estaba por Lilith.
— Eso fue lo que pensé al principio. Pero cuando estaba poseído por Lilith era como un robot. Sólo seguía diciendo las mismas cosas, una y otra vez. Pero éste era Jace. Estaba haciendo bromas, como Jace. Sonriendo como él.
— Tal vez tiene el Síndrome de Estocolmo — sugirió Simon — Ya sabes, cuando te lavan el cerebro y empiezas a simpatizar con tu captor.
— Se necesitan meses para desarrollar el Síndrome de Estocolmo — objetó Alec. — ¿Qué aspecto tenía? ¿Herido, o enfermo en algún modo? ¿Puedes describirlos a ambos?
No era la primera vez que se lo pedía. El viento soplaba hojas secas alrededor de sus pies, mientras Clary les relataba, otra vez, cómo lucía Jace – vibrante y saludable. Al igual que Sebastian. Ambos le habían parecido completamente calmados. Las ropas de Jace eran limpias, elegantes, comunes. Sebastian llevaba un largo abrigo de lana negra, que parecía caro.
— Igual que un mal anuncio de Burberry — dijo Simon, cuando ella terminó.
Isabelle le lanzó una mirada — Tal vez Jace tiene un plan — dijo. — Tal vez está engañando a Sebastian. Tratando de captar su buena voluntad, averiguando cuáles son sus planes.
— Uno pensaría que, si está haciendo eso, tendría que haber descubierto una manera de informarnos al respecto — dijo Alec — No dejar que entremos en pánico. Eso es demasiado cruel.
— A menos que no pudiera correr el riesgo de enviarnos un mensaje. Debe creer que confiamos en él. Nosotros confiamos en él — la voz de Isabelle se elevó, y ella se estremeció, rodeándose con los brazos. Los árboles que bordeaban el sendero de grava donde estaban, sacudieron sus ramas desnudas.
— Tal vez deberíamos decírselo a la Clave — dijo Clary, oyendo su propia voz como si proviniera de lejos. — Esto es… No veo cómo podemos manejar esto por nosotros mismos.
— No podemos decírselo a la Clave — la voz de Isabelle era dura.
— ¿Por qué no?
— Si ellos piensan que Jace está cooperando con Sebastian, el mandato será matarlo apenas lo vean — dijo Alec. — Ésa es la Ley.
— ¿Incluso si Isabelle tiene razón? ¿Incluso si él sólo está jugando con Sebastian? — dijo Simon, con una nota de duda en su voz. — ¿Tratando de seguir a su lado para obtener información?
— No hay forma de probarlo. Y si nosotros afirmamos que es lo que está haciendo, y eso regresa a Sebastian, él probablemente matará a Jace — dijo Alec — Si Jace está poseído, la Clave misma lo matará. No podemos decirlas nada — Su voz era dura. Clary lo miró con sorpresa; por lo general, Alec era el más seguidor-de-las-reglas de entre todos ellos.
— Es Sebastian de quien estamos hablando — dijo Izzy — No hay nadie que odie más la Clave, excepto Valentine, y está muerto. Pero casi todo el mundo conoce a alguien que murió en la Guerra Mortal, y Sebastian es el único que tomó las salas inferiores.
Clary hizo una raya en la grava bajo sus pies, con su zapatilla. Toda la situación parecía un sueño, como si fuera a despertar en cualquier momento. — ¿Entonces, qué sigue?
— Hablamos con Magnus. A ver si él tiene alguna idea — Alec tiró de una esquina de su bufanda. — No acudirá al Consejo. No, si yo le pido que no lo haga.
— Es mejor que no lo haga — dijo Isabelle, indignada — De otro modo, sería el peor novio desde siempre.
— Dije que no lo haría…
— ¿Tiene algún sentido ahora? — dijo Simon. — ¿El ver a la Reina Seelie? Ahora que sabemos que Jace está poseído o, quizás, ocultándose a propósito…
— No te pierdes una cita con la Reina Seelie — dijo Isabelle firmemente — No, si te valoras tu piel en la forma que tiene ahora.
— Pero ella sólo va a quitarle los anillos a Clary y no aprenderemos nada — argumentó Simon. — Ahora sabemos más. Ahora tenemos preguntas diferentes para ella. Sin embargo, no querrá responderlas. Sólo responderá a las viejas preguntas. Así es como funcionan las hadas. Ellas no hacen favores. No es como si nos dejara ir a hablar con Magnus y luego regresar.
— Eso no importa — Clary frotó las manos sobre su rostro. Habían salido secos. En algún punto, sus lágrimas dejaron de brotar, gracias a Dios. No habría querido hacer frente a la Reina luciendo como si acaba de echarse los ojos berreando. — Nunca tuve los anillos.
Isabelle parpadeó. — ¿Qué?
— Después de ver a Jace y Sebastian, estaba demasiado alterada para ir por ellos. Así que sólo salí corriendo del Instituto y abrí un Portal hacia aquí.
— Bueno, entonces no podemos ver a la Reina — dijo Alec — Si no hiciste lo que te pidió, estará furiosa.
— Estará más que furiosa — dijo Isabelle — Vieron lo que le hizo a Alec la última vez que fuimos a la Corte. Y eso fue sólo un glamour. Probablemente, va a convertir a Clary en una langosta o algo así.
— Ella lo sabía — dijo Clary — Dijo, “Cuando lo encuentres otra vez, él puede no ser exactamente como tú lo dejaste” — La voz de la Reina Seelie cruzó por la cabeza de Clary. Ella se estremeció. Podía entender por qué Simon odiaba tanto a las hadas. Siempre sabían, exactamente, las palabras correctas que se arraigarían como una astilla clavada en tu cerebro, dolorosa e imposible de ignorar o eliminar. — Ella sólo se está divirtiendo con nosotros. Quiere esos anillos, pero creo que no hay ninguna posibilidad que realmente nos ayude.
— Está bien — dijo Isabelle, dubitativa — Pero si ella sabía tanto, podría saber mucho más. ¿Y quién será sería capaz de ayudarnos, ya que no podemos acudir a la Clave?
— Magnus — dijo Clary — Estuvo tratando de descifrar el hechizo de Lilith todo este tiempo. Quizás, si le decimos lo que vi, eso lo ayudaría.
Simon puso los ojos en blanco — Es genial que conozcamos a la persona que está saliendo con Magnus — dijo. — De otro modo, tengo el presentimiento que simplemente estaríamos dando vueltas todo el tiempo, preguntándonos qué demonios hacer a continuación. O tratando de recaudar el dinero para contratar a Magnus vendiendo limonada.
Alec se mostró meramente irritado por ese comentario. — El único modo en que recaudes dinero suficiente para contratar a Magnus vendiendo limonada, es si le pones anfetaminas adentro.
— Es una expresión. Todos somos conscientes que tu novio es caro. Sólo deseaba que no tuviéramos que correr a él con cada problema.
— Eso es lo que hace — dijo Alec — Magnus tiene otro trabajo hoy, pero le hablaré esta noche y nos podemos encontrar todos en su loft, mañana por la mañana.
Clary asintió con la cabeza. Ni siquiera podía imaginar el levantarse a la mañana siguiente. Sabía que, cuanto antes hablaran con Magnus, mejor, pero se sentía vacía y exhausta, como si hubiera dejado litros de sangre en el suelo de la biblioteca del Instituto.
Isabelle se había acercado a Simon. — Supongo que eso nos deja el resto de la tarde — dijo. — ¿Deberíamos ir al Taki’s? Te servirían sangre.
Simon echó un vistazo a Clary, claramente preocupado. — ¿Quieres venir?
— No, está bien. Voy a tomar un taxi de regreso a Williamsburg. Debería pasar algo de tiempo con mi mamá. Toda esta cosa con Sebastian ya la tenía destrozada, y ahora…
El negro cabello de Isabelle flotó en el viento, mientras sacudía bruscamente la cabeza de atrás hacia delante — No puedes decirle lo que viste. Luke está en el Consejo. Él no puede ocultárselos y tú no puedes pedirle a ella que se lo oculte a él.
— Lo sé — Clary miró las tres ansiosas miradas, fijas en ella. ¿Cómo sucedió esto?, pensó. Ella, quien nunca había guardado secretos de Jocelyn – no de los reales, en todo caso – estaba a punto de ir a su casa y ocultarle algo enorme, tanto a su madre como a Luke. Algo que sólo podía hablar con gente como Alec e Isabelle Lightwood y Magnus Bane, personas que, seis meses atrás, ni siquiera sabía que existía. Es extraño cómo tu mundo puede cambiar su eje, y todo en lo que confías puede invertirse en, lo que parece, muy poco tiempo.
Al menos, aún tenía a Simon. El constante y permanente Simon. Le dio un beso en la mejilla, hizo un gesto de despedida con la mano a los otros, y se volvió, consciente que los otros tres la estaban observando preocupados, mientras ella se alejaba a través del parque, con las últimas hojas muertas caídas crujiendo bajo sus zapatillas de deporte como si fueran pequeños huesos.


Alec había mentido. No era Magnus quien tenía algo que hacer esa tarde. Era él.
Sabía que lo que estaba haciendo era un error, pero no podía evitarlo: era como una droga, esta necesidad de saber más. Y ahora, allí estaba, bajo tierra, sosteniendo su luz mágica y preguntándose qué demonios estaba haciendo.
Al igual que todas las estaciones de metro de Nueva York, ésta olía a óxido y agua, metal y decadencia. Pero, a diferencia de cualquier otra estación donde Alec hubiera estado, se encontraba completamente en silencio. Junto a las marcas del daño provocado por el agua, las paredes y la plataforma estaban limpias. Techos abovedados, salpicados por ocasionales candelabros, se alzaban sobre él, con los arcos adornados con un patrón de azulejos color verde. En las placas de la pared, se leía CITY HALL en letras de molde.
La estación de metro City Hall había estado en desuso desde 1945, aunque la ciudad la seguía conservando como punto de referencia. El tren Nº 6 corría a través de ella en ocasiones, para hacer un cambio de vía, pero no había ninguno en esta plataforma. Alec se había arrastrado a través de una escotilla, rodeada por árboles de cornejo en City Hall Park, para alcanzar este lugar, dejándose caer una distancia que, probablemente, hubiera roto unas piernas mundanas. Luego se puso de pie, respirando el aire polvoriento, con el corazón corriendo apresurado.
Allí era donde lo había dirigido la carta que el vampiro subyugado le entregó, en la puerta de entrada de Magnus. Al principio, había determinado que nunca utilizaría la información. Pero no había sido capaz de obligarse a arrojarla a la basura. La había hecho un bolsillo y metido en los bolsillos de sus jeans y, durante todo el día, incluso en Central Park, lo había estado carcomiendo en el fondo de su mente.
Era como toda la situación con Magnus. No podía dejar preocuparse, del mismo modo en que uno no puede dejar de menear un diente enfermo, sabiendo que empeorarás la situación, pero sin ser capaz de detenerte. Magnus no había hecho nada mal. No era su culpa ser cientos de años mayor, y haber estado enamorado antes. Pero corroía la paz en la mente de Alec de igual forma. Y ahora, sabiendo a la vez, más y menos acerca de la situación de Jace que ayer… era demasiado. Necesitaba hablar con alguien, ir a algún lado, hacer algo.
Así que allí estaba. Y allí estaba ella, estaba seguro de eso. Él se movía lentamente por el andén. El techo abovedado sobre su cabeza, una claraboya central que dejaba pasar la luz del parque sobre ésta, cuatro líneas de baldosas que irradiaban desde allí, como patas de una araña. Y al final de la plataforma había una corta escalera que conducía a la penumbra. Alec podía detectar la presencia de un glamour: cualquier mundano que lo observaba, vería una pared de concreto, pero él distinguió una puerta abierta. Silenciosamente, se dirigió a subir los escalones.
Se encontró en una habitación oscura, de techo bajo. Un tragaluz de cristal color amatista dejaba pasar un poco de luz. En un sombrío rincón de la habitación, había un elegante sofá de terciopelo, con el respaldo arqueado y dorado, y sobre el sofá, se sentaba Camille.
Era tan hermosa como Alec recordaba, a pesar que no estaba en su mejor momento la última vez que la viera, sucia y encadenada a una tubería de un edificio en construcción. Ahora llevaba un traje negro limpio, con zapatos rojos de altos tacones, y su cabello se derramaba sobre los hombros en ondas y rizos. Tenía un libro abierto sobre su regazo – La Place de l’Ètoile, de Patrick Modiano. Él sabía el suficiente francés como para traducir el título “El Lugar de la Estrella”
Ella miró a Alec, como si hubiera estado esperándolo.
— Hola, Camille — dijo, él.
Ella parpadeó lentamente. — Alexander Lightwood — dijo. — Reconocí tus pasos en la escalera.
Ella apoyó el dorso de la mano sobre su propia mejilla y le sonrió. Había algo distante en su sonrisa. Tenía toda la calidez del polvillo. — No creo que tengas un mensaje de Magnus para mí.
Alec no dijo nada.
— Por supuesto que no — dijo ella. — Tonta de mí. Como si él supiera que tú estás aquí.
— ¿Cómo supiste que era yo? — preguntó él. — En la escalera.
— Tú eres un Lightwood — respondió Camille — Tu familia nunca se da por vencida. Sabía que no dejarías las cosas como estaban, después de lo que te dije aquella noche. El mensaje de hoy era sólo para refrescarte la memoria.
— No necesitaba que me recuerdes lo que me prometiste. ¿O estabas mintiendo?
— Hubiera dicho lo que fuera para liberarme esa noche — admitió ella. — Pero no estaba mintiendo — se inclinó hacia delante, con los ojos brillantes y oscuros a la vez. — Tú eres un Nefilim, de la Clave y el Consejo. Hay un precio sobre mi cabeza, por asesinar a un Cazador de Sombras. Pero ya sé que no has venido aquí, para llevarme ante ellos. Tú quieres respuestas.
— Quiero saber dónde está Jace.
— Quieres saberlo — dijo la mujer — Pero sabes que no hay razón para que yo tenga esa respuesta, y no la tengo. Te la daría, si pudiera. Sé que fue secuestrado por el hijo de Lilith y no tengo motivos para guardar algún tipo de lealtad hacia ella. Ella se ha ido. Sé que hubo patrullas buscándome, para descubrir lo que sea que pude saber. Puedo decírtelo ahora, no sé nada. Te diría dónde está tu amigo, si lo supiera. No tengo razones para hostilizar aún más a los Nefilim. — se pasó una mano por su espeso cabello rubio. — Pero no es eso por lo que estás aquí. Admítelo, Alexander.
Alec sintió que su respiración se aceleraba. Había pensado en este momento, mientras yacía despierto en la noche junto a Magnus, oyendo la respiración del brujo y la suya propia, contándolas. Cada respiración, una respiración más cerca a envejecer y morir. Cada noche lo acercaba más al final de todo.
— Dijiste que conocías un modo de hacerme inmortal — dijo Alec — Dijiste que sabías un modo para que Magnus y yo pudiéramos estar juntos para siempre.
— Lo dije, ¿no? ¡Qué interesante!
— Quiero que me hables de eso, ahora.
— Y lo haré — dijo ella, bajando su libro. — Por un precio.
— Sin precio — dijo Alec. — Yo te liberé. Ahora, tú me dirás lo que quiero saber. O te entregaré a la Clave. Ellos te encadenarán al techo del Instituto y esperarán al amanecer.
Sus ojos se tornaron duros y planos. — No me importan las amenazas.
— Entonces dame lo que quiero.
Ella se puso de pie y pasó las manos por la parte delantera de la camisa, alisando las arrugas. — Ven y bebe de mí, Cazador de sombras.
Fue como si toda la frustración, el pánico y la desesperación de las últimas semanas estallaran de Alec. Saltó hacia Camille, justo cuando ella empezaba a hacerlo hacia él, sus comillos chasqueando al salir.
Alec apenas tuvo tiempo de sacar su cuchillo serafín de su cinturón, antes que ella estuviera sobre él. Había luchado contra vampiros antes, su rapidez y fuerza eran impresionantes. Era como luchar en el borde mismo de un tornado. Él se dejó caer a un lado, rodó sobre sus pies y lanzó una patada lateral en dirección a ella; eso la detuvo brevemente, lo suficiente para alzar el cuchillo y susurrar, “Nuriel”
La luz del cuchillo serafín se disparó como una estrella y Camille dudó – entonces, se arrojó de nuevo contra él. Atacó, rasgando con sus largas uñas a lo largo de la mejilla y el hombro. Él sintió la tibieza y humedad de la sangre. Girando sobre sí mismo, le lanzó una cuchillada, pero ella se elevó en el aire, apartándose de su alcance mientras se reía y burlaba de él.
Alec corrió por las escaleras que bajaban hacia el andén. Ella corrió detrás; él la esquivó, giró y se impulsó por la pared hacia el aire, arrojándose hacia Camille justo cuando ella se lanzaba hacia abajo. Chocaron a mitad del aire, ella gritando y acuchillándolo, él manteniendo un firme agarre sobre su brazo, incluso cuando se estrellaron contra el suelo, casi dejándolo sin aliento. Mantenerla atada a la tierra era la clave para ganar la pelea, y Alec agradeció silenciosamente a Jace, quien lo había hecho practicar volteretas una y otra vez en el cuarto de entrenamiento hasta que pudiera usar casi cualquier superficie para mantenerse en el aire, por al menos un momento o dos.
Lanzó tajos con el cuchillo serafín mientras rodaban por el piso, aunque ella esquivaba sus cortes con facilidad, moviéndose tan rápido que se había convertido en un borrón. Camille le dio una patada con sus altos tacones, apuñalándole las piernas con las puntas. Alec hizo una mueca y maldijo y ella le respondió con un impresionante torrente de basura que involucraba la vida sexual de él con Magnus, la vida sexual de ella con Magnus y quizás hubiera sido más, si no fuera porque alcanzaron el centro de la sala, donde el tragaluz irradiaba un círculo de luz solar sobre el piso. Sujetándola por la muñeca, Alec forzó la mano de Camille hacia abajo, dentro de la luz.
Ella gritó mientras enormes ampollas blancas aparecían en su piel. Alec podía sentir el calor de su mano burbujeante. Con los dedos entrelazados con los de ella, jaló su mano hacia arriba, de vuelta a las sombras. Ella gruñó y le tiró una dentellada. Alec le dio un codazo en la boca, partiéndole los labios. Sangre de vampiro – de un color rojo destellante, más brillante que la sangre humana – le goteaba de la comisura de la boca.
— ¿Has tenido suficiente? — gruñó. — ¿Quieres más? — comenzó a forzar su mano hacia la luz del sol. Ya había empezado a sanar, la piel roja y ampollada se decoloraba a un tono rosado.
— ¡No! — la mujer jadeó, tosió y comenzó a temblar, todo su cuerpo se estremecía. Después de un momento, se dio cuenta que estaba riéndose – riéndose de él, a través de la sangre — Esto me hace sentir viva, pequeño Nefilim. Una buena pelea como ésta… debería agradecerte.
— Agradéceme dándome la respuesta a mi pregunta — dijo Alec, jadeando — O te convierto en cenizas. Estoy harto de tus juegos.
Los labios de ella se estiraron en una sonrisa. Sus cortes ya se habían curado, aunque su rostro aún estaba sangriento — No hay manera de hacerte inmortal. No sin magia negra o convertirte en vampiro, y tú has rechazado ambas opciones.
— Pero, tú has dicho… tu dijiste que hay otro modo en que podríamos estar juntos…
— Oh, la hay — sus ojos brillaban — Quizás no seas capaz de darte la inmortalidad, pequeño Nefilim, al menos no en términos que sean aceptables para ti. Pero puedes arrebatarle la de Magnus.

Clary se sentó en su habitación, en la casa de Luke, con una pluma aferrada en la mano y un pedazo de papel extendido sobre el escritorio frente a ella. El sol ya se había puesto y la luz del escritorio estaba encendida, resplandeciendo sobre la runa que acaba de iniciar.
Había empezado a venir a ella durante el trayecto de regreso en la línea L del tren, mientras miraba por la ventanilla. No era nada que hubiera existido nunca antes, y se precipitó a casa desde la estación mientras la imagen aún estaba fresca en su mente, restó importancia a las preguntas de su madre, se encerró en su habitación y puso la pluma sobre el papel…
Golpearon a la puerta. Rápidamente, Clary deslizó el papel que estaba dibujando bajo una hoja en blanco, mientras su madre entraba a la habitación.
— Lo sé, lo sé — dijo Jocelyn, alzando una mano contra las protestas de Clary — Quieres que te deje sola. Pero Luke hizo la cena y debes comer.
Clary le dirigió una mirada a su madre. — Igual que tú — Jocelyn, al igual que su hija, estaba sufriendo una pérdida de apetito por el estrés y su rostro parecía hueco. En ese momento, debería estar preparándose para su luna de miel y dispuesta a empacar sus maletas hacia algún lugar hermoso y lejano. En lugar de ello, su boda estaba indefinidamente pospuesta y Clary podía oír su llanto a través de las paredes, por la noche. Clary conocía ese llanto, nacido de la ira y la culpa, un llanto que decía Todo esto es mi culpa.
— Comeré, si tú lo haces — dijo Jocelyn, forzando una sonrisa — Luke hizo pasta.
Clary se giró en su silla, disponiendo su cuerpo en un ángulo deliberado para bloquear la vista de su madre del escritorio — Mamá — dijo. — Hay algo que quería preguntarte.
— ¿Qué es?
Clary mordió el extremo de su pluma, un mal hábito que tenía desde que empezó a dibujar. — Cuando estuve en la Ciudad Silenciosa con Jace, los Hermanos me dijeron que hay una ceremonia que se lleva a cabo en el momento del nacimiento de un Cazador de Sombras, una ceremonia los proteges. Que las Hermanas de Hierro y los Hermanos Silenciosos son los que la realizan. Y me estaba preguntando…
— ¿Si la ceremonia se llevó a cabo, alguna vez, sobre ti?
Clary asintió.
Jocelyn soltó el aliento y pasó las manos a través de su cabello. — Así fue — dijo. — Lo arreglé a través de Magnus. Estuvo presente un Hermano Silencioso, alguien que juró guardar el secreto, y una bruja mujer que tomó el lugar de la Hermana de Hierro. Casi no quería hacerlo. No quería pensar que podías estar en peligro por algo sobrenatural, después que yo me había ocultado con tanto cuidado. Pero Magnus me convenció y tenía razón.
Clary la miró con curiosidad — ¿Quién era la bruja mujer?
— ¡Jocelyn! — Era Luke, llamando desde la cocina — ¡El agua está hirviendo!
Jocelyn dio un rápido beso en la cabeza de Clary. — Lo siento. Emergencia culinaria. ¿Te veo en cinco minutos?
Clary asintió con la cabeza mientras su madre salía corriendo del salón y luego se volvió hacia su escritorio. La runa que estaba creando aún estaba allí, jugueteando al borde de su mente. Empezó a dibujar de nuevo, completando el diseño que tenía iniciado. Cuando terminó, se sentó y observó lo que había hecho. Se parecía un poco a las runas de Apertura, pero no lo era. Era un patrón tan simple como una cruz y tan nuevo como el mundo de un recién nacido. Contenía una amenaza latente, una sensación que había nacido de su rabia, su culpa y su ira impotente.
Era una runa poderosa. Pero aunque sabía exactamente lo que significaba y cómo podía usarla, no podía pensar ni un solo modo en el cual, posiblemente, podría ser útil en la actual situación. Era como tener su coche roto en un camino solitario, escarbar desesperadamente alrededor de un árbol y extraer triunfalmente una extensión de cable en lugar de un cable de puente.
Sentía como si su propio poder se estuviera riendo de ella. Con una maldición, dejó caer la pluma sobre el escritorio y puso la cabeza entre sus manos.


El interior del viejo hospital había sido cuidadosamente blanqueado, dándole un resplandor misterioso a cada una de las superficies. La mayoría de las ventanas estaban tapiadas, pero incluso en la penumbra, la vista mejorada de Maia podía distinguir los detalles – el polvo cernido de yeso a lo largo de los desnudos pisos de los pasillos, las marcas donde habían puesto las luces de la construcción, pedazos de cable pegoteados a la pared por grumos de pintura, ratones escarbando en los rincones oscuros.
Una voz habló por detrás de ella. — He estado buscando en el ala este. Nada. ¿Qué hay de ti?
Maia se dio la vuelta. Jordan estaba de pie tras ella, vestido con jeans oscuros y un jersey negro con la cremallera semiabierta sobre una camiseta verde. Sacudió la cabeza. — Tampoco hay nada en el ala oeste. Algunas bonitas escaleras desvencijadas. Lindos detalles arquitectónicos, si ese tipo de cosas te interesa.
Él sacudió la cabeza. — Salgamos de aquí, entonces. Este lugar me da escalofríos.
Maia estuvo de acuerdo, aliviada de saber que no era la que tenía que decirlo. Empezó a caminar junto a Jordan, mientras bajaban por un conjunto de escaleras cuyas barandillas estaban tan desmenuzadas que el yeso desmoronado parecía nieve. No estaba segura de por qué, exactamente, había consentido en patrullar con él, pero no podía negar que hacían un equipo decente.
Era fácil estar con Jordan. A pesar de lo que pasó entre ellos, justo antes que Jace desapareciera, él era respetuoso, manteniendo su distancia sin hacerla sentir incómoda. La luz de la luna brillaba sobre ambos mientras salían del hospital y en el espacio abierto delante de éste. Era un gran edificio de mármol blanco, cuyas ventanas entabladas parecían ojos ciegos. Un árbol torcido dejaba escapar sus últimas hojas, encorvado frente a las puertas delanteras.
— Bueno, eso fue una pérdida de tiempo — dijo Jordan. Maia lo miró. Él tenía la vista fija en el antiguo hospital naval, que era como lo prefería. Le gustaba mirar a Jordan cuando él no la estaba mirando. De ese modo, podía observar el ángulo de su mandíbula, la forma en que su cabello oscuro se rizaba en la parte posterior de su cuello, la clavícula bajo el escote en V de su camisa, sin sentir como si él esperara algo más de ella por mirarlo.
Él había sido un chico bonito e inconformista cuando lo conoció, todo ángulos y pestañas, pero ahora se veía mayor, con nudillos llenos de cicatrices y músculos que se movían suavemente bajo su ajustada camiseta verde. Aún tenía el tono aceitunado de la piel, que hacía eco de su herencia italiana, y los ojos color avellana que ella recordaba, a pesar que ahora tenía las pupilas rodeadas de dorado de los licántropos. Las mismas pupilas que ella veía cuando se miraba en el espejo cada mañana. Las pupilas que tenía debido a él.
— ¿Maia? — él la estaba mirando con curiosidad — ¿En qué estás pensando?
— Oh — parpadeó — Yo, ah… No, no creo que tuviera mucho sentido buscar en el hospital. Quiero decir, para ser honesta, no veo en absoluto el por qué de que nos enviaran aquí. ¿El Brooklyn Navy Yard ? ¿Por qué Jace estaría aquí? No es como si él tuviera alguna cosa por los barcos.
La expresión de Jordan pasó de interrogativamente burlona a una mucho más oscura. — Cuando los cuerpos son arrojados al East River, la mayoría de las veces emergen aquí. En los astilleros navales.
— ¿Crees que estamos buscando un cuerpo?
— No lo sé — Con un encogimiento de hombros, él se volvió y comenzó a caminar. Sus botas crujían en la hierba seca y raleada — Tal vez, en este momento, sólo estoy buscando porque se sentiría mal darse por vencido.
Su paso era lento, sin prisa; caminaban hombro con hombro, casi tocándose. Maia mantuvo los ojos fijos en los rascacielos de Manhattan más allá del río, un baño de brillante luz blanca que se reflejaba en el agua. Mientras se acercaban a la poco profunda Wallabout Bay, el arco del Brooklyn Bridge y el rectángulo iluminado del South Steet Seaport quedaron a la vista. Ella podía oler el miasma contaminada del agua, la suciedad y el combustible del astillero naval, el aroma de los pequeños animales que se movían en el césped.
— No creo que Jace esté muerto — dijo, finalmente — Creo que no quiere ser encontrado.
Ante eso, Jordan la miró. — ¿Estás diciendo que no deberíamos buscarlo?
— No — dudó. Habían salido al río, cerca de un muro bajo; ella deslizaba su mano por encima de la parte superior del mismo mientras caminaban. Había una estrecha franja de asfalto entre ellos y el agua. — Cuando huí a Nueva York, no quería ser encontrada. Pero me hubiera gustado la idea que alguien me estuviera buscando, tan duro como todo el mundo está buscando a Jace Lightwood.
— ¿Te gusta Jace? — la voz de Jordan era neutral.
— ¿Gustarme? Bueno, no de ese modo.
Jordan rió. — No quise decir eso. Aunque parece que, por lo general, él se considera increíblemente atractivo.
— ¿Vas a sacar esa cosa de chico heterosexual, donde finges que no puedes saber si otro chico son atractivos o no? Jace, el tipo peludo del deli de la Novena, ¿todos se ven iguales para ti?
— Bueno, el tipo peludo tiene ese lunar, así que creo que Jace le sacaría una cabeza. Si te gusta toda esa cosa de rubio cincelado Abercrombie-y-Fitch -desearían-tenerme-como-modelo — la miró a través de sus pestañas.
— Siempre me han gustado los chicos de cabello oscuro — dijo ella, en voz baja.
Él miró el río — Como Simon.
— Bueno… sí — Maia no había pensado de esa forma en Simon, en un tiempo — Supongo que sí.
— Y te gustan los músicos — Él se estiró y sacó una hoja de una sobrecargada rama colgante — Quiero decir, yo soy cantante, Bat era DJ y Simon…
— Me gusta la música — Maia se apartó el cabello del rostro.
— ¿Qué más te gusta? — Jordan destrozó la hoja entre sus dedos. Hizo una pausa y se izó, para sentarse en el muro bajo, girando sobre sí mismo para enfrentarla — Quiero decir, ¿hay algo que te guste tanto que crees que podrías desear dar algo por ello, como la vida?
— ¿Recuerdas cuando obtuve esto? — Él abrió la cremallera de su suéter y lo quitó de uno de sus hombros. La camisa que llevaba debajo era de mangas cortas. Rodeando cada uno de sus bíceps estaban las palabras en sánscrito de los Mantras Shanti. Ella los recordaba muy bien. Su amiga Valerie se los había hecho, después de hora, en forma gratuita, en su tienda de tatuajes de Red Bank. Maia dio un paso hacia él. Como estaba sentado y ella de pie, quedaban casi cara a cara. Estiró una mano y, vacilante, deslizó sus dedos alrededor de las letras tatuadas sobre su brazo izquierdo. Los ojos de él se cerraron ante su contacto.
— Guíanos desde lo irreal a lo real — leyó ella, en voz alta — Guíanos desde la oscuridad a la luz. Guíanos desde la muerte a la inmortalidad. — la piel de él se sentía suave bajo la punta de los dedos — De las Upanishads .
— Fueron idea tuya. Tú eras la que siempre estaba leyendo. Tú eras la que sabía todo… — abrió los ojos y la miró. Los tenía de un tono más claro que el agua detrás de él. — Maia, lo que sea que quieras hacer, te ayudaré. He ahorrado un montón de mi salario del Praetor. Podría dártelo… cubriría tu matrícula para Stanford. Bueno, la mayor parte. Si aún quieres ir.
— No lo sé — dijo ella, con su mente girando en torbellino. — Cuando me uní a la manada, creí que no podías ser un hombre lobo y cualquier otra cosa. Pensé que sólo estaba viviendo en la manada, realmente sin tener una identidad. Me sentía más segura de esa manera. Pero Luke, él tiene una vida. Es dueño de una librería. Y tú, tú estás en el Praetor. Supongo que… puedes ser más de una cosa.
— Siempre lo has sido — su voz era baja y gutural — Ya sabes, lo que dijiste antes – que cuando huiste, te hubiera gustado pensar que alguien te estaba buscando — él respiró hondo. — Yo te estaba buscando. Nunca dejé de hacerlo.
Ella encontró sus ojos color avellana. Él no se movió, pero las manos que aferraban sus rodillas tenían los nudillos blancos. Maia se inclinó hacia delante, lo suficientemente cerca para ver la débil sombra de la barba a lo largo de su mandíbula, para aspirar su esencia, aroma a lobo, pasta de dientes y muchacho. Colocó sus manos sobre las de él. — Bueno — dijo. — Me encontraste.
Sus rostros estaban a sólo centímetros de distancia uno del otro. Ella sintió su aliento sobre los labios antes que la besara, se inclinó y sus ojos se cerraron. Jordan tenía la boca tan suave como la recordaba, sus labios masajearon gentilmente los de ella, enviando escalofríos a través de todo su cuerpo. Alzó los brazos para envolverlos alrededor de su cuello, para deslizar los dedos bajo su rizado cabello oscuro, para tocar ligeramente la piel desnuda de la nuca, el borde del cuello de la gastada camisa.
Él la jaló más cerca. Estaba temblando. Maia percibió el calor del cuerpo fuerte contra el suyo, mientras las manos de él se deslizaban por su espalda. — Maia — susurró Jordan, antes de empezar a levantar el dobladillo de su suéter, sus dedos aferrados a la parte baja de su espalda. Sus labios se movían contra los de ella. — Te amo. Nunca he dejado de amarte.
Eres mía. Siempre serás mía.
Con el corazón martillando, ella se apartó de un salto, tirando de su suéter hacia abajo. — Jordan… detente.
Él la miró con una expresión aturdida y preocupada — Lo siento. ¿Algo no estaba bien? No he besado a nadie más que a ti, no desde… — dejó de hablar.
Ella sacudió la cabeza. — No, es sólo que… no puedo.
— Está bien — dijo. Se venía muy vulnerable sentado allí, su consternación escrita por todo el rostro. — No tenemos que hacer nada…
Ella buscó las palabras a tientas — Eso fue demasiado.
— Sólo fue un beso.
— Dijiste que me amabas — le temblaba la voz — Te ofreciste a darme tus ahorros. No puedo aceptarlo.
— ¿Cuál parte? — dijo él, con el dolor palpitando en su voz — ¿La parte de mi dinero o la parte del amor?
— Ambas. Sólo no puedo, ¿de acuerdo? No contigo, no en este momento — Comenzó a retroceder. Él miraba detrás de ella, con los labios entreabiertos — No me sigas, por favor — dijo, y se giró para regresar rápidamente por donde habían llegado.
Mili Sánchez
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Mensaje por Mili Sánchez Lun Mayo 21, 2012 10:27 am


5
El Hijo de Valentine
Traducido por CairAndross
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Ella soñaba con paisajes helados de nuevo. Una tundra amarga que se extendía en todas direcciones, témpanos de hielo a la deriva sobre las aguas negras del mar Ártico, montañas cubiertas de nieve y ciudades talladas en hielo, cuyas torres brillaban como las torres de demonio de Alicante.
Frente a la ciudad congelada había un lago congelado. Clary estaba resbalando por una pronunciada pendiente, tratando de alcanzar el lago aunque no estaba segura del por qué. Dos figuras oscuras permanecían del pie, en el centro del agua congelada. A medida que ella se acercaba al lago, resbalando por la superficie de la pendiente, con las manos ardiendo por el contacto con el hielo, y la nieve llenando sus zapatos, vio que una era la de un muchacho con alas negras que se extendían de su espalda como las de un cuervo. Su cabello era blanco como el hielo que los rodeaba. Sebastian. Y al lado de Sebastian estaba Jace, su cabello dorado era el único color en el paisaje helado que no era negro o blanco.
Mientras Jace se alejaba de Sebastian y empezaba a caminar hacia Clary, las alas brotaron de espalda, oro blanco y brillante. Clary se deslizó los últimos metros hasta la helada superficie del lago y colapsó sobre sus rodillas, exhausta. Sus manos estaban azulada y sangrantes, los labios agrietados, sus pulmones se quemaban con cada respiración helada.
— Jace — susurró.
Y él estaba allí, poniéndola sobre sus pies, sus alas se envolvían alrededor de ella, y ella estaba caliente de nuevo, su cuerpo deshelándose desde su corazón a través de sus venas, con lo que sus manos y pies volvían a la vida con mitad dolor, mitad hormigueo placentero. — Clary — le dijo él, acariciándole el pelo lentamente. — ¿Puedes prometerme que no vas a gritar?

Los ojos de Clary se abrieron. Por un momento, estuvo tan desorientada que el mundo parecía girar a su alrededor como la vista desde un carrusel en movimiento. Estaba en su habitación, en la casa de Luke – el familiar futón por debajo de ella, el armario con su espejo roto, la hilera de ventanas que daban al East River, el radiador escupiendo y silbando. Una luz tenue se filtraba a través de las ventanas y un débil resplandor rojo provenía de la alarma contra incendios sobre el armario. Clary yacía de costado, bajo un montón de mantas, y su espalda estaba deliciosamente tibia. Un brazo estaba acomodado a lo largo de su costado. Por un momento, en el nebuloso espacio semiinconsciente entre sueño y despertar, se preguntó si Simon se había metido por la ventana mientras ella estaba dormida y se había acostado a su lado, en la forma que solían dormir en la misma cama, cuando eran niños.
Pero Simon no tenía calor corporal.
Su corazón dio un brinco en su pecho. Ahora completamente despierta, se giró en la cama. A su lado estaba Jace, yaciendo sobre su costado, mirándola, con la cabeza apoyada en una mano. La tenue luz de la luna formaba un halo sobre su cabello y sus ojos brillaban dorado, como los de un gato. Estaba totalmente vestido, aún llevando la camiseta de mangas cortas que le había visto ese mismo día, y sus brazos desnudos estaban entrelazados con runas como enredaderas.
Contuvo el aliento, asustada. Jace, su Jace, nunca la había mirado de ese modo. Sí con deseo, pero no con esa mirada perezosa, de depredador, devoradora, que hacía que su corazón palpitara irregularmente en su pecho.
Abrió la boca – para decir su nombre o para gritar, no esta segura, y nunca tuvo la oportunidad de averiguarlo; Jace se movió tan rápido que ni siquiera lo vio. En un momento estaba yaciendo a su lado, y al siguiente estaba sobre ella, con una mano apretada sobre su boca. Sus piernas estaban a horcajadas sobre las de ella; podía sentir su delgado, musculoso cuerpo apretado contra el propio.
— No voy a hacerte daño — dijo él. — Nunca te lastimaría. Pero no quiero que grites. Necesito hablar contigo.
Ella lo miró.
Para su sorpresa, él se echó a reír. Su risa familiar, silenciosa como un susurro — Puedo leer tus expresiones, Clary Fray. En el minuto que quite mi mano de tu boca, gritarás. O usarás tu entrenamiento y me romperás las muñecas. Vamos, prométeme que no lo harás. Jura por el Ángel.
Esta vez, ella puso los ojos en blanco.
— Está bien, tienes razón — admitió él — No puedes jurar, exactamente, con mi mano sobre tu boca. Voy a quitarla. Y si gritas… — inclinó la cabeza hacia un lado; el cabello oro pálido cayó sobre sus ojos — Desapareceré.
Retiró la mano. Clary se quedó inmóvil, respirando con dificultad por la presión de su cuerpo contra el de ella. Sabía que era más rápido que ella, que no había movimiento que pudiera hacer para superarlo pero, por el momento, él parecía estar tratando su interacción como un juego, algo divertido. Jace se inclinó más cerca, y ella se dio cuenta que su camiseta se había levantado, por lo que podía sentir los músculos del estómago duro y plano contra su propia piel desnuda. Su rostro enrojeció.
A pesar del calor en su rostro, sentía como si frías agujas de hielo estuvieran corriendo de arriba abajo por sus venas. — ¿Qué estás haciendo aquí?
Él se echó ligeramente hacia atrás, viéndose decepcionado. — Eso no es, realmente, una respuesta a mi pregunta, ¿sabes? Estaba esperando más un ‘Coro de Aleluyas’. Quiero decir, no todos los días tu novio regresa de entre los muertos.
— Ya sabía que no estabas muerto — ella habló a través de los labios entumidos — Te vi en la biblioteca. Con…
— ¿El Coronel Mostaza?
— Sebastian.
Él soltó el aliento en una risa ahogada. — Yo también sabía que estabas allí. Podía sentirlo.
Clary sintió que su cuerpo se tensaba. — Me dejaste pensar que te habías ido — dijo — Antes de eso. Pensé que tú – realmente pensé que había una posibilidad que estuvieras – se quebró; no podía decirlo. Muerto. — Es imperdonable. Si yo te lo hubiera hecho…
— Clary — él se volvió a inclinar sobre ella; sus manos se sentían calientes sobre las muñecas, su aliento suave en la oreja. Podía sentir cada parte que su piel desnuda estaba tocando. Era algo que distraía terriblemente — Tuve que hacerlo. Era demasiado peligroso. Si te lo decía, tendrías que haber elegido entre decirle al consejo que yo aún estaba vivo – y dejar que ellos me cacen – o mantener un secreto que te habría hecho una cómplice ante sus ojos. Entonces, cuando me viste en la biblioteca, tuve que esperar. Necesitaba saber si aún me amabas, si acudirías al Consejo o no, después de lo que habías visto. No lo hiciste. Yo tenía que saber si te preocupabas más por mí que por la Ley. Lo haces, ¿no?
— No lo sé — susurró. — No lo sé. ¿Quién eres?
— Aún soy Jace — dijo él. — Aún te amo.
Lágrimas ardientes brotaron de sus ojos. Ella parpadeó y rodaron por su rostro. Gentilmente, Jace agachó la cabeza y besó sus mejillas, y luego su boca. Saboreó sus propias lágrimas, saladas sobre sus labios, y él le abrió la boca con la suya, cuidadosa, gentilmente. Su sabor familiar se apoderó de ella, y se irguió hacia él por una fracción de segundo, sus dudas subyugadas por el ciego reconocimiento irracional de la necesidad de conservarlo cerca, de conservarlo allí – justo mientras se abría la puerta de su dormitorio.
Jace la soltó. Instantáneamente, Clary se apartó de él, forcejeando para bajar su camiseta. Jace se irguió hasta una posición sentada, con una gracia sin prisa, perezosa y le sonrió a la persona que estaba en el umbral de la puerta.
— Bien, bien — dijo Jace — Debes tener el peor sentido de la oportunidad, desde que Napoleón decidió que el fin del invierno era el momento correcto para invadir Rusia.
Era Sebastian.
De cerca, Clary pudo ver más claramente las diferencias en él, desde que lo conociera en Idris. Su cabello era como papel blanco, sus ojos negros túneles bordeados por pestañas tan largas como patas de araña. Llevaba una camisa blanca, con las mangas levantadas, y ella pudo ver una roja cicatriz que rodeaba su muñeca derecha, como un brazalete estriado. También había una cicatriz a lo largo de la palma de su mano, que se veía nueva y rugosa.
— Es mi hermana a la que estás corrompiendo, ¿sabes? — dijo, moviendo su negra mirada hacia Jace. Había diversión en su expresión.
— Lo siento — Jace no sonaba arrepentido. Se había recostado nuevamente sobre lo cobertores, como un gato. — Nos dejamos llevar.
Clary contuvo el aliento. Sonaba áspero en sus propios oídos — Fuera — le dijo a Sebastian.
Él se apoyó contra el marco de la puerta, cadera y codo, y a ella le llamó la atención, por la similitud de movimientos entre él y Jace. No lucían parecidos, pero se movían parecidos. Como si…
Como si hubieran sido entrenados para moverse por la misma persona.
— Ahora — dijo él — ¿ésa es forma de hablarle a tu hermano mayor?
— Magnus debió dejarte como perchero — escupió Clary.
— Oh, lo recuerdas, ¿verdad? Pensé que la habíamos pasado bien ese día. — sonrió un poco, y Clary, con un barboteo enfermo en el estómago, recordó cómo la había llevado hasta los restos quemados de la casa de su madre, como la había besado entre los escombros, sabiendo exactamente qué era el uno para la otra, y deleitándose en el hecho que ella no.
Miró de reojo a Jace. Él sabía perfectamente bien que Sebastian la había besado. Sebastian se había burlado de él con eso, y Jace estuvo a punto de matarlo. Pero ahora, no se veía enojado; parecía divertido y ligeramente molesto por que lo hubieran interrumpido.
— Tenemos que hacerlo de nuevo — dijo Sebastian, examinando sus uñas.
— No me importa lo que pienses. No tú no eres mi hermano — dijo Clary. — Eres un asesino.
— Realmente, no veo cómo esas dos cosas se cancelan entre ellas — dijo Sebastian — No es como si lo hicieran en el caso de nuestro querido y muerto papá — su mirada se desvió, perezosamente, hacia Jace — Normalmente, odio meterme en el camino de la vida amorosa de un amigo, pero realmente no me gusta estar de pie aquí, en este pasillo, indefinidamente. Especialmente, ya que no puedo encender ninguna luz. Es aburrido.
Jace se sentó, tirando de su camiseta hacia abajo. — Danos cinco minutos.
Sebastian soltó un exagerado suspiro y cerró la puerta. Clary miró a Jace. — ¿Qué mier…?
— El vocabulario, Fray — los ojos de Jace bailaban — Relájate.
Clary señaló repetidamente la puerta con la mano — Oíste lo dijo. Sobre el día en que me besó. Él lo sabía. Sabía que yo era su hermana. Jace…
Algo destelló en sus ojos, oscureciendo su color oro, pero cuando él volvió a hablar, fue como si sus palabras hubieran golpeado una superficie de teflón y rebotaran, sin dejar ninguna marga.
Clary se apartó de él. — ¿Jace, no estás oyendo nada de lo que digo?
— Mira, entiendo que te sientas incómoda, con tu hermano esperando afuera, en el pasillo. Yo no planeaba besarte — sonrió, en un modo que, en otro tiempo, hubiera encontrado adorable — Sólo nos pareció una buena idea, en ese momento.
Clary se arrojó rápidamente de la cama, mirándolo fijamente. Cogió la bata que colgaba de un poste de su cama y se envolvió con ella. Jace la miraba, sin hacer ningún movimiento para detenerla, aunque sus ojos brillaban en la oscuridad. — Yo… ni siquiera lo entiendo. Primero desapareces, y luego regresas con él, actuando como si yo no fuera a notar nada, o no me importara o no recordara…
— Te lo dije — adujo él. — Tenía que estar seguro sobre ti. No quería ponerte en la posición de saber dónde estaba yo, mientras la Clave aún estaba investigándote. Pensé que sería difícil para ti…
— ¿Difícil para mí? — estaba casi sin aliento por la rabia. — Los exámenes son difíciles. Las carreras de obstáculos son difíciles. Tu desaparición de ese modo prácticamente me mató, Jace. ¿Y qué crees que le has hecho a Alec? ¿A Isabelle? ¿A Maryse? ¿Sabes lo que ha sido? ¿Puedes siquiera imaginarlo? El desconocimiento, la búsqueda…
Esa extraña mirada pasó sobre su rostro otra vez, como si estuviera oyéndola pero no escuchándola al mismo tiempo. — Oh, sí, iba a preguntarlo. — Jace sonrió como un ángel. — ¿Todo el mundo está buscándome?
— Todo el mundo… — sacudió la cabeza, envolviéndose más en la túnica. De repente, quería estar cubierta frente a él, frente a toda aquella familiaridad y belleza, y aquella sonrisa de depredador que decía que estaba dispuesto a hacer lo que sea con ella, a ella, sin importar quién estuviera esperando en el pasillo.
— Estaba esperanzado de que hubieran puesto volantes, como hacen para los gatos perdidos — dijo — Falta un chico adolescente increíblemente atractivo. Responde al nombre de ‘Jace’ o ‘Persona Sexy
— No lo digas de esa forma.
— ¿No te gusta ‘Persona Sexy’? ¿Piensas que ‘Chico Dulce’ sería mejor? ¿‘Amante Caballero? Realmente, eso último está un poco pasado de moda. Aunque, técnicamente, mi familia es de Gran Bretaña…
— Cierra la boca — dijo ella, salvajemente — Y sal de aquí.
— Yo… — él la miró sorprendido, y ella recordó cuán sorprendido estuvo, fuera de la Mansión, cuando lo apartó. — Está bien, de acuerdo. Me pondré en serio, Clarissa. Estoy aquí porque quiero que vengas conmigo.
— ¿Ir a dónde contigo?
— Ven conmigo — repitió, y luego vaciló — Y con Sebastian. Y te lo explicaré todo.
Por un momento se quedó helada, con los ojos fijos en él. La luz plateada de la luna delineaba las curvas de su boca, la forma de sus pómulos, la sombra de sus pestañas, el arco de su garganta. — La última vez que ‘fui contigo a alguna parte’, me dejaron inconsciente de un golpe y fui arrastrada en medio de una ceremonia de magia negra.
— Ese no fui yo. Esa era Lilith.
— El Jace Lightwood que yo conocí no estaría en la misma habitación que Jonathan Morgenstern sin asesinarlo.
— Pienso que te darás cuenta que eso sería contraproducente — dijo Jace con ligereza, metiendo los pies dentro de sus botas. — Estamos enlazados, él y yo. Lo cortan a él y yo sangro.
— ¿Enlazados? ¿Qué quieres decir, enlazados?
Él se echó hacia atrás el claro cabello, ignorando su pregunta. — Esto es más de lo que tú entiendes, Clary. Él tiene un plan. Está dispuesto a trabajarlo, a sacrificarse. Si me das una oportunidad de explicarlo.
— Él asesinó a Max, Jace — dijo ella. — Tu hermano menor.
Él se estremeció y, por un momento de salvaje esperanza, ella pensó que había roto una apertura a través de él – pero su expresión se suavizó, como una hoja arrugada que se alisara. — Eso fue – eso fue un accidente. Además, Sebastian es bastante como mi hermano.
— No — Clary sacudió la cabeza — Él no es tu hermano. Es el mío. Dios sabe que desearía que no fuera verdad. Él nunca tendría que haber nacido…
— ¿Cómo puedes decir eso? — exigió saber Jace. Bajó las piernas de la cama. — ¿Alguna vez has considerado que, quizás, las cosas no son tan blancas o negras como crees? — se inclinó para recoger su cinturón de armas y lo abrochó. — Había una guerra, Clary, y la gente resultó herida, pero… las cosas eran diferentes entonces. Ahora, sé que Sebastian nunca lastimaría a alguien que amo intencionadamente. Él está sirviendo a una causa mayor. A veces, hay daños colaterales…
— ¿Llamas a tu propio hermano, daño colateral? — su voz se elevó hasta un incrédulo medio grito. Se sentía como si apenas pudiera respirar.
— Clary, no me estás escuchando. Esto es importante…
— ¿Igual que Valentine pensé que estaba haciendo algo importante?
— Valentine estaba equivocado — dijo. — Tenía razón en que la Clave era corrupta, pero equivocado sobre cómo arreglar las cosas. Pero Sebastian está en lo correcto. Si tan sólo nos oyeras…
— ‘Nos’ — repitió ella. — Dios. Jace… — él la estaba mirando desde la cama, e incluso mientras sentía que se le rompía el corazón, su mente estaba corriendo, tratando de recordar dónde había dejado su estela y preguntándose si podría alcanzar el cuchillo X-Acto en el cajón de su mesita de noche. Preguntándose si podría obligarse a usarlo, si lo lo hacía.
— ¿Clary? — Jace movió la cabeza hacia un costado, estudiando su rostro — Tú… tú aún me amas, ¿no?
— Amo a Jace Lightwood — dijo ella. — No sé quién eres tú.
El rostro de él cambió, pero antes que pudiera hablar, un grito rompió el silencio. Un grito y el sonido de cristales rompiéndose.
Clary reconoció instantáneamente la voz. Era su madre.
Sin dirigirle otra mirada a Jace, abrió la puerta del dormitorio de un tirón y salió corriendo por el pasillo hacia la sala de estar. La sala de estar en la casa de Luke era grande, separada de la cocina por un largo mostrador. Jocelyn, en pantalones de yoga y una camiseta raída, con el cabello recogido en un moño desordenado, estaba de pie junto al mostrador. Claramente, había ido a la cocina por algo para beber. Había un vaso destrozado a sus pies y el agua mojaba la moqueta gris.
Todo el color parecía haber sido drenado de su rostro, dejándola tan pálida como la arena blanqueada. Miraba fijo a través de la habitación e, incluso antes que Clary girara la cabeza, supo qué es lo que su madre estaba viendo.
A su hijo.
Sebastian estaba apoyado contra la pared de la sala de estar, sin ninguna expresión en su rostro anguloso. Dejó caer los párpados y miró a Jocelyn a través de sus pestañas. Algo en su postura, en su mirada, parecí haber salido de aquella fotografía de Hodge de un Valentine de diecisiete años.
— Jonathan — susurró Jocelyn. Clary quedó paralizada, incluso cuando Jace salió al pasillo, evaluó la escena frente a él en un momento y se detuvo. Su mano izquierda estaba sobre su cinturón de armas; los finos dedos a centímetros de la empuñadura de una de sus dagas, aunque Clary sabía que le tomaría menos de un segundo el liberarla.
— Voy por el ‘Sebastian’ ahora — dijo el hermano de Clary. — Llegué a la conclusión que no estaba interesado en conservar el nombre que tú y mi padre me dieron. Ambos me traicionaron y yo preferiría tan poca asociación contigo como fuera posible.
El agua se esparcía desde el charco de cristales rotos hacia los pies de Jocelyn, formando un anillo oscuro. Ella dio un paso adelante, sus ojos buscando, recorriendo el rostro de Sebastian de arriba abajo. — Pensé que estabas muerto — susurró. — Muerto. Vi tus huesos convertidos en cenizas.
Sebastian la miró, con sus ojos negros tranquilos y aguzados. — Si fueras una verdadera madre… — dijo —… una buena madre, habrías sabido que estaba vivo. Hubo un hombre una vez, que dijo que las madres portan la llave de nuestras almas con ellas durante toda nuestra vida. Pero tú arrojaste la mía.
Jocelyn hizo un ruido en la parte posterior de su garganta. Estaba apoyada contra el mostrador en busca de soporte. Clary quería correr hacia ella, pero tenía los pies congelados al piso. Lo que estaba sucediendo entre su hermano y su madre, era algo que no tenía nada que ver con ella.
— No me digas que no estás siquiera un poco contenta de verme, madre — dijo Sebastian y, aunque sus palabras fueron plañideras, su voz era neutra. — ¿No soy todo lo que podrías querer en un hijo? — abrió los brazos. — Fuerte, guapo, parecido al viejo y muerto papá.
Jocelyn sacudió la cabeza, tenía el rostro gris — ¿Qué es lo que quieres, Jonathan?
— Quiero lo que todo el mundo quiere — respondió Sebastian — Quiero lo que me pertenece. En este caso, el legado Morgenstern.
— El legado Morgenstern es sangre y devastación — dijo Jocelyn — No somos Morgenstern aquí. Ni yo, ni mi hija — se enderezó. Su mano aún sujetaba el mostrador, pero Clary podía ver algo del antiguo fuego regresar a la expresión de su madre. — Si te vas ahora, Jonathan, no le diré a la Clave que estuviste aquí — sus ojos pasaron a Jace. — O tú. Si saben que están cooperando entre sí, los matarán a ambos.
Clary se movió para colocarse frente a Jace, reflexivamente. Él miró más allá de ella, por encima de su hombro, hacia su madre — ¿A ti te preocupa si yo muero?
— Me preocupa por lo que eso le haría a mi hija — respondió Jocelyn — Y la Ley es dura – demasiado dura. Lo que te ha pasado a ti – tal vez pueda deshacerse — sus ojos volvieron a Sebastian. — Pero para ti – mi Jonathan – es demasiado tarde.
La mano que había estado sujetando el mostrador saltó hacia delante, sujetando la hoja del kindjal de mango largo de Luke. Las lágrimas brillaban sobre el rostro de Jocelyn. Pero su agarre sobre el cuchillo era firme.
— Me veo igual que él, ¿no es así? — dijo Sebastian sin moverse. Apenas parecía notar el cuchillo. — Valentine. Es por eso que me estás mirando de ese modo.
Jocelyn sacudió la cabeza. — Te ves como siempre te has visto, desde el momento en que te miré por primera vez. Te vez como una cosa demoníaca — su voz era dolorosamente triste. — Perdón.
— ¿Perdón por qué?
— Por no haberte matado cuando naciste — dijo ella, y salió de detrás del mostrador, haciendo girar el kindjal en su mano.
Clary se puso tensa, pero Sebastian no se movió. Sus ojos oscuros siguieron a su madre, mientras ella se acercaba a él. — ¿Eso es lo que quieres? — dijo — ¿La muerte para mí? — abrió sus brazos como si quisiera abrazar a Jocelyn y dio un paso hacia delante — Adelante. Comete filicidio. No voy a detenerte.
— Sebastian — dijo Jace. Clary le lanzó una mirada incrédula. ¿De verdad sonaba preocupado?
Jocelyn dio otro paso hacia delante. El cuchillo era un borrón en su mano. Cuando se detuvo, la punta apuntaba directamente al corazón de Sebastian.
Aún así, él no se movió.
— Hazlo — dijo él, suavemente. Inclinó la cabeza hacia un lado. — ¿O puedes contenerte? Pudiste matarme cuando nací. Pero no lo hiciste — su voz se hizo más baja — Quizás sabes que no hay tal cosa como el amor incondicional por un hijo. Quizás si me amaras lo suficiente, podrías salvarme.
Por un momento, se miraron el uno al otro, madre e hijo, ojos de hielo verde enfrentando los color negro carbón. Había líneas agudas en las esquinas de la boca de Jocelyn que, Clary podría haberlo jurado, no habían estado allí hace dos semanas.
— Estás fingiendo — dijo la mujer, con voz temblorosa — Tú no sientes nada, Jonathan. Tu padre te enseñó a fingir emociones humanas del mismo modo que uno puede enseñar a un loro a repetir palabras. Éste no entiende lo que está diciendo, y tampoco tú. Desearía – oh, Dios, desearía – que lo hicieras. Pero…
Jocelyn esgrimió la hoja en un rápido y limpio arco cortante. Un golpe perfectamente calculado que tendría que haber impactado bajo las costillas de Sebastian y dentro de su corazón. Lo habría hecho, si él no se hubiera movido aún más rápido que Jace; pivotó hacia delante y hacia atrás, y la punta de la hoja sólo hizo un corte poco profundo a lo largo de su pecho.
Al lado de Clary, Jace contuvo el aliento. Ella se dio vuelta para mirarlo. Había una mancha roja extendiéndose a través del frente de su camisa. Él se llevó la mano hacia allí y la punta de sus dedos regresaron ensangrentadas. Estamos enlazados. Lo cortan a él y sangro yo.
Sin otro pensamiento, Clary se precipitó por el salón, arrojándose entre Jocelyn y Sebastian — Mamá — jadeó — Detente.
Jocelyn aún sostenía el cuchillo, sus ojos sobre Sebastian. — Clary, apártate del camino.
Sebastian empezó a reír. — Dulce, ¿no es así? — dijo. — Una pequeña hermanita defendiendo a su hermano mayor.
— No te estoy defendiendo a ti — Clary mantuvo los ojos fijos en el rostro de su madre — Lo que le sucede a Jonathan, le sucede a Jace. ¿Lo entiendes, mamá? Si lo matas, Jace muere. Él ya está sangrando. Mamá, por favor.
Jocelyn aún estaba sujetando el cuchillo, pero su expresión era de incertidumbre. — Clary…
— Misericordia, qué bochornoso — observó Sebastian — Estaré interesado en ver cómo resuelves esto. Después de todo, no tengo motivos para marcharme.
— Sí, de hecho… — provino una voz desde el pasillo — sí los tienes.
Era Luke, descalzo y en jeans y un viejo jersey. Parecía desaliñado y extrañamente joven sin sus gafas. También tenía una escopeta recortada equilibrada en su hombro y el cañón apuntaba directamente a Sebastian — Esta es una escopeta Winchester calibre doce, automática. La manada la usa para acabar con lobos que han sido renegados — dijo. — Incluso si no te mato, puedo volarte la pierna, hijo de Valentine.
Fue como si todo el mundo en el salón soltara un rápido jadeo de aire a la vez – todos, excepto Luke. Y Sebastian, quien con una sonrisa de oreja a oreja, se volvió y caminó hacia Luke, como haciendo caso omiso del arma. — ¿Hijo de Valentine? — dijo. — ¿Es eso lo que realmente piensas de mí? Bajo otras circunstancias, tú podrías haber sido mi padrino.
— Bajo otras circunstancias… — dijo Luke, deslizando su dedo en el gatillo —… tú podrías haber sido humano.
Sebastian se detuvo en seco. — Lo mismo podría decirse de ti, hombre lobo.
El mundo pareció lentificarse. Luke avistó a lo largo del cañón del rifle. Sebastian estaba sonriendo.
— Luke — dijo Clary. Era como uno de esos sueños, una pesadilla donde quería gritar, pero todo lo que pasaría, raspando su garganta, fuera un susurro — Luke, no lo hagas.
El dedo de su padrastro se tensó sobre el gatillo – y entonces Jace explotó en movimiento, lanzándose del lado de Clary, dando una voltereta por sobre el sofá y golpeando a Luke justo en el momento en que el arma disparaba.
El disparo voló; una de las ventanas saltó hacia el exterior cuando la bala la golpeó. Luke, perdido el equilibro, se tambaleó hacia atrás. Jace arrancó el arma de sus manos y la arrojó. Ésta salió a través de la ventana rota, y Jace se volvió hacia el hombre de más edad.
— Luke… — comenzó.
Luke lo golpeó.
Aún sabiendo todo lo que sabía, la sorpresa de ver a Luke, quien había sacado la cara por Jace incontables veces, frente a su madre, frente a Maryse, frente a la Clave – Luke, quien era básicamente gentil y amable – de verlo realmente atinarle a Jace en el rostro, fue como si, en lugar de a él, le hubiera atinado a Clary. Jace, totalmente desprevenido, fue lanzado hacia atrás contra la pared.
Y Sebastian, quien no había mostrado hasta ahora ninguna emoción real, más allá de la burla y el disgusto, gruñó – gruñó y extrajo un cuchillo largo y delgado de su cinturón. Los ojos de Luke se abrieron de par en par y empezó a girarse, pero Sebastian fue más rápido que él – más rápido que cualquiera que Clary hubiese visto. Más rápido que Jace. Hundió la daga dentro del pecho de Luke, girándola con fuerza antes de quitarla de un tirón, roja hasta la empuñadura. Luke se desplomó contra la pared – y luego se deslizó hacia abajo, dejando una mancha de sangre detrás, mientras Clary miraba con horror.
Jocelyn gritó. El sonido fue peor que ruido de la bala rompiendo la ventana, aunque Clary lo oyó como si viniera de lejos o de debajo del agua. Estaba mirando a Luke, quien había colapsado sobre el piso mientras la alfombra a su alrededor rápidamente se tornaba roja.
Sebastian levantó la daga de nuevo – y Clary se arrojó contra él, golpeándolo tan fuerte como pudo en el hombro y tratando que perdiera el equilibro. Apenas logró moverlo, pero le hizo soltar la daga. Él se giró hacia ella. Estaba sangrando por un labio partido. Clary no supo cómo, no hasta que Jace se colocó en su campo de visión y ella vio la sangre en su boca, donde Luke lo había golpeado.
— ¡Suficiente! — Jace agarró a Sebastian por la espalda de la chaqueta. Estaba pálido, y no miraba a Luke, ni tampoco a Clary. — Detente. Esto no es por lo que vinimos aquí.
— Déjame ir…
— No — Jace dio una vuelta alrededor de Sebastian y le agarró la mano. Sus ojos encontraron los de Clary. Sus labios formaron palabras – hubo un destello de plata, el anillo en el dedo de Sebastian – y entonces, ambos se habían ido, parpadeando fuera de la existencia entre una respiración y otra. Justo mientras se desvanecían, una ráfaga de algo metálico cruzó a través del aire donde habían estado parados y se enterró en la pared.
El kindjal de Luke.
Clary se volvió a mirar a su madre, quien había lanzado el cuchillo. Pero Jocelyn no estaba mirando a Clary. Estaba lanzándose al lado de Luke, donde cayó sobre sus rodillas en la sangrienta alfombra, para luego levantarlo en su regazo. Los ojos de Luke estaban cerrados. La sangre goteaba por las comisuras de su boca. La daga plateada de Sebastian, untada con más sangre, yacía a pocos metros.
— Mamá… — susurró Clary. — Está…
— La daga era de plata — la voz de Jocelyn temblaba — No se curará tan rápido como debiera, no sin tratamiento especial — Tocó el rostro de Luke con la punta de sus dedos. El pecho de él se alzaba y caía, observó Clary con alivio, aunque superficialmente. Ella podía sentir las lágrimas ardiendo en el fondo de su garganta y, por un momento, se sorprendió por la calma de su madre. Pero claro, se trataba de la mujer que, una vez, estuvo entre las cenizas de su casa, rodeada por los cuerpos ennegrecidos de su familia, incluyendo sus padres y su hijo, y lo había superado. — Trae algunas toallas del cuarto de baño — dijo su madre — Tenemos que detener la hemorragia.
Clary se tambaleó sobre sus pies y fue, casi a ciegas, al pequeño y azulejado cuarto de baño de Luke. Había una toalla gris colgando en la parte posterior de la puerta. Ella la bajó de un tirón y regresó a la sala de estar. Jocelyn estaba sosteniendo a Luke en su regazo con una mano; la otra sujetaba un teléfono celular. Lo dejó caer y alargó una mano a por la toalla que llevaba Clary. Doblándola por la mitad, la colocó sobre la herida en el pecho de Luke y presionó. Clary observó cómo los bordes de la toalla gris empezaban a volverse escarlatas por la sangre.
— Luke — susurró Clary. Él no se movió. Su rostro presentaba un horrible color gris.
— Acabo de llamar a su manada — dijo Jocelyn. No miraba a su hija; Clary se dio cuenta que Jocelyn no le había hecho ni una simple pregunta sobre Jace y Sebastian, o por qué Jace y ella habían salido de su habitación, o qué estaban haciendo allí. Estaba completamente enfocada en Luke — Hay algunos miembros patrullando la zona. Apenas lleguen aquí, tenemos que salir. Jace regresará por ti.
— Tú no sabes eso… — comenzó Clary, susurrando a través de su garganta reseca.
— Lo sé — dijo Jocelyn. — Valentine regresó a por mí después de quince años. Así es como son los hombres Morgenstern. Ellos no se dan por vencidos. Él vendrá de nuevo a por ti.
Jace no es Valentine. Pero las palabras murieron en sus labios. Ella quería dejarse caer de rodillas y tomar la mano de Luke, sostenerla fuerte, decirle que lo amaga. Pero recordó las manos de Jace sobre ella en el dormitorio y no lo hizo. Era su culpa. Ella no merecía darle consuelo a Luke o dárselo a sí misma. Ella merecía el dolor, la culpa.
En el porche sonó el roce de unos pasos, el bajo murmullo de voces. Jocelyn levantó la cabeza. La manada.
— Clary, ve y recoge tus cosas — dijo. — Toma lo que pienses que vas a necesitar, pero no más de lo que puedas llevar. No vamos a volver a esta casa.
Mili Sánchez
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Mensaje por Mili Sánchez Lun Mayo 21, 2012 10:33 am



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6
Ningún Arma en este Mundo
Traducido por CairAndross

Pequeños copos de nieve temprana habían comenzado a caer desde el cielo de color gris acero como plumas, mientras Clary y su madre se apresuraban por Greenpoint Avenue, con las cabezas inclinada contra el viento frío que salían del East River.
Jocelyn no había dicho una sola palabra desde que dejaron a Luke en la estación de policía abandonaba que servía como cuartel a la manada. Todo el asunto fue como un borrón – la manada cargando a su líder, el kit de curación, Clary y su madre forcejeando para obtener una visión rápida de Luke, mientras los lobos parecían cerrar filas contra ellas. Ella sabía el motivo por que el que no podían llevarlo a un hospital mundano, pero había sido duro, más allá de lo duro, dejarlo allí, en el cuarto encalado que les servía de enfermería.
No era que a los lobos no les gustara Jocelyn o Clary. Era el hecho que la prometida de Luke y su hija no eran parte de la manada. Nunca lo serían. Clary había mirado en derredor a por Maia, a por un aliado, pero ella no estaba allí. Finalmente, Jocelyn había enviado a Clary a esperar al corredor, ya que la habitación estaba demasiado abarrotada, y Clary se había desplomado en el suelo, sosteniendo su mochila en el regazo. Eso fue cerca de las dos de la mañana, y ella se sentía tan sola. Si Luke moría…
Apenas si podía recordar una vida sin él. Porque de él y de su madre, conocía lo que era ser amada incondicionalmente. Luke balanceándola hacia arriba para poder posarla en la horqueta de un manzano en su granja al norte del estado, era uno de sus primeros recuerdos. En la enfermería él había estado respirando entrecortadamente, mientras su tercero al mando, Bat, desempacaba el kit de curación. Se supone que las personas tienen respiraciones estertóreas cuando van a morir, recordó. No podía recordar lo último que le había dicho a Luke. ¿No se supone que recuerdas la última cosa que le dijiste a alguien, antes de que muera?
Cuando Jocelyn había salido de la enfermería al fin, viéndose exhausta, le había tendido una mano a Clary, ayudándola a levantarse del suelo.
— ¿Está…? — había comenzado Clary.
— Se ha estabilizado — había dicho Jocelyn, antes de mirar de arriba abajo el pasillo. — Tenemos que irnos.
— ¿Ir a dónde? — Clary se había desconcertado. — Pensé que nos quedaríamos aquí, con Luke. No quiero dejarlo.
— Ni yo. — Jocelyn había sido firme. Clary pensó en la mujer que le había dado la espalda a Idris, a todo lo que siempre había conocido, y se alejó de ello para comenzar una nueva vida, sola. — Pero tampoco podemos conducir a Jace y Jonathan aquí. No es seguro para la manada, o para Luke. Y éste es el primer lugar donde Jace te buscaría.
— ¿Entonces, dónde…? — había comenzado Clary, pero entonces se dio cuenta, incluso antes de terminar su propia frase y tuvo que cerrar la boca. ¿Dónde iban siempre, cuando necesitaban ayuda en esos días?
Ahora, había una capa de polvo blanco como azúcar a lo largo del agrietado pavimento de la avenida. Jocelyn se había puesto un abrigo lardo antes de abandonar la casa, pero por debajo aún llevaba las ropas que estaban teñidas con la sangre de Luke. Su boca estaba apretada, su mirada no se apartaba del camino ante ella. Clary se preguntó si así era como se había visto su madre, al salir caminando de Idris, con las botas tapadas de cenizas y la Copa Mortal escondida en su abrigo.
Clary sacudió la cabeza para despejarse. Estaba fantaseando, imaginándose cosas que no había estado presente para ver, con su mente resbalando a la lejanía, tal vez, por las cosas terribles que acababa de ver.
Espontáneamente, la imagen de Sebastian hundiendo el cuchillo dentro de Luke le vino a la cabeza, y el sonido de la familiar y amada voz de Jace diciendo, “daños colaterales”
Porque sucede a menudo la casualidad que, lo que es precioso y estaba perdido, cuando lo encuentras de nuevo, puede no ser exactamente igual a como lo has dejado.
Jocelyn se estremeció y se levantó la capucha para cubrir su cabello. Los blancos copos de nieve ya empezaban a mezclarse con los mechones color rojo brillante. Aún permanecía en silencio, y la calle repleta de restaurantes polacos y rusos entre peluquerías y salones de belleza, estaba desierta en la noche blanca y amarilla. Un recuerdo destelló tras los párpados de Clary – uno real esta vez, no una brizna de imaginación. Su madre la estaba apresurando por una calle nocturna negra, entre montones de nieve sucia y apelmazada. Un cielo encapotado, gris y plomizo…
Ella ya había visto antes esa imagen, la primera vez que los Hermanos Silenciosos excavaran en su mente. Ahora se daba cuenta qué era. Su memoria de los tiempos en que su madre la llevaba a Magnus para alterar sus recuerdos. Debía ser en lo más crudo del invierno, pero reconoció la Greenpoint Avenue en el recuerdo.
El almacén de ladrillo rojo donde vivía Magnus se alzaba por encima de ellas. Jocelyn abrió las puertas de cristal de la entrada y se apiñaron en el interior, Clary intentando respirar por la boca mientras su madre pulsaba el zumbador correspondiente a Magnus una, dos y tres veces. A la última, la puerta se abrió y ellas se apresuraron a subir las escaleras. La puerta del apartamento de Magnus estaba abierta y el brujo, apoyado en el friso, las esperaba. Llevaba unos pijamas color amarillo canario y, en los pies, zapatillas verdes con caras de aliens, completadas con antenitas brincadoras. Su cabello era una enmarañada, rizada y picuda masa de color negro y sus ojos verdes parpadearon cansadamente hacia ellas.
— Hogar San Magnus para Cazadores de Sombras Descarriados — dijo, con voz profunda — Bienvenidas — hizo un arco con el brazo. — Las habitaciones de repuesto están en esa dirección. Límpiese las botas en la alfombra —volvió a entrar en el departamento, dejándolas pasar por delante de él antes de cerrar la puerta. Hoy el lugar estaba arreglado con una especie de decoración falso-victoriana, con sofás de respaldo alto y largos espejos dorados por todas partes. Los pilares estaban enroscados con luces en forma de flores.
Había tres habitaciones de repuesto a lo largo de un pasillo corto, saliendo de la sala principal; Clary escogió una a la derecha, al azar. Estaba pintada de color naranja, como su antiguo dormitorio en Park Slope, y tenía un sofá cama y una pequeña ventana que daba a las ventanas oscuras de un restaurante cerrado. Presidente Miau estaba enroscado sobre la cama, con la nariz metida debajo de la cola. Ella se sentó junto a él y le rascó las orejas, sintiendo el ronroneo que vibraba en el interior de su pequeño cuerpo peludo. Mientras lo acariciaba, echó un vistazo a la manga de su suéter. Estaba manchada de oscuro y encostrada de sangre. La sangre de Luke.
Se puso de pie y se quitó el suéter con violencia. De su mochila sacó un par de jeans limpios y una camisa térmica negra de cuello en V, y se cambió. Se miró brevemente en la ventana, la cual le mostró un reflejo pálido, con el cabello colgando sin fuerzas, húmedo por la nieve y las pecas destacándose como manchas de pintura. No es que le importara cómo lucía. Pensó en Jace besándola – parecía como si hubieran pasado días, en lugar de horas – y su estómago dolió como si se hubiera tragado pequeños cuchillos.
Se aferró al borde la cama por un largo rato, hasta que el dolor desapareció. Luego respiró profundo y volvió a salir a la sala.
Su madre estaba sentada en una de las sillas de respaldo dorado, con sus largos dedos de artista envolviendo una taza de agua caliente con limón. Magnus estaba desplomado en un sofá rosa fuerte, con sus zapatillas verdes apoyadas sobre la mesa de café. — La manada lo estabilizó — estaba diciendo Jocelyn con voz exhausta — Sin embargo, no saben por cuánto tiempo. Pensaban que pudo haber polvo de plata en la hoja, pero parece ser otra cosa. La punta del cuchillo… — levantó la vista, vio a Clary y se calló.
— Está bien, mamá. Soy lo suficientemente mayor para oír qué pasa con Luke.
— Bueno, no saben exactamente qué es — dijo Jocelyn, suavemente — La punta de la hoja que usó Sebastian se rompió contra una de sus costillas y se alojó en el hueso. Pero no pudieron recuperarla. Se… mueve.
— ¿Se mueve? — Magnus parecía desconcertado.
— Cuando intentaron removerlo, se enterró en el hueso y estuvo a punto de quebrarlo. — dijo Jocelyn — Luke es un hombre lobo, se cura con rapidez, pero eso está ahí, desgarrando sus órganos internos y evitando que la herida se cierre.
— Metal demoníaco — dijo Magnus. — No es plata.
Jocelyn se inclinó hacia delante. — ¿Crees que puedas ayudarlo? Cueste lo que cueste, lo pagaré…
Magnus se puso de pie. Sus zapatillas de alienígenas y su cabeza arrugada por la cama parecían extremadamente incongruentes, dada la gravedad de la situación. — No lo sé.
— Pero tú curaste a Alec — dijo Clary. — Cuando el Demonio Mayor lo hirió…
Magnus había empezado a pasear de lado a lado. — Sabía qué estaba mal con él. No sé qué tipo de metal demoníaco es éste. Podría experimentar, intentar diferentes hechizos sanadores, por no será la manera más rápida de ayudarle.
— ¿Y cuál sería la forma más rápida?
— El Praetor — dijo Magnus. — La Guardia Lobo. Conocí al hombre que la fundó – Woolsey Scott. Debido a ciertos… incidentes, estaba fascinado con los detalles acerca de la forma en los metales demoníacos y las drogas demoníacas actúan sobre los licántropos, del mismo modo en que los Hermanos Silenciosos guardan registro de las formas en que pueden ser sanados los Nefilim. A lo largo de los años, el Praetor se ha vuelto muy cerrado y secreto, desafortunadamente. Pero un miembro del Praetor podría tener acceso a su información.
— Luke no es un miembro — dijo Jocelyn — Y la lista de sus miembros es secreta.
— Pero Jordan… — dijo Clary. — Jordan es miembro. Él puede averiguarlo. Voy a llamarlo.
— Yo voy a llamarlo — dijo Magnus — No puedo entrar a los cuarteles del Praetor, pero puedo enviarle un mensaje que debería tener un poco de peso extra. Regresaré — se dirigió silenciosamente a la cocina, las antenitas de sus zapatillas agitándose suavemente como algas marinas en una corriente.
Clary se volvió a su madre, quien tenía la vista baja, fija en su taza de agua caliente. Era uno de sus restaurativos favoritos, aunque Clary nunca podía entender por qué alguien querría beber agua agria caliente. La nieve había empapado el cabello de su madre y ahora que se estaba secando, empezaba a enrularse, como hacía el de Clary en tiempo húmedo.
— Mamá — dijo Clary y su madre levantó la cabeza — Esa daga que arrojaste – después de lo de Luke – ¿era para Jace?
— Era para Jonathan — ella nunca lo llamaría Sebastian, Clary lo sabía.
— Es sólo que… — Clary respiró hondo — Es casi la misma cosa. Lo viste. Cuando apuñalaste a Sebastian, Jace comenzó a sangrar. Es como si fueran – espejos, en cierto modo. Cortas a Sebastian, Jace sangre. Lo matas, y Jace muere.
— Clary — su madre se frotó los ojos cansados — ¿Podemos no discutir esto ahora?
— Pero dijiste que pensabas que él regresaría a por mí. Jace, quiero decir. Necesito saber que no vas a lastimarlo.
— Bueno, no puedes saber eso. Porque no voy a prometértelo, Clary. No puedo — su madre la miraba con ojos implacables — Vi a los dos salir de tu dormitorio.
Clary se sonrojó. — No quiero…
— ¿Qué? ¿Hablar sobre eso? Bueno, mala suerte. Tú lo trajiste a colación. Tienes suerte que yo no esté más en la Clave, ¿sabes? ¿Por cuánto tiempo has sabido dónde está Jace?
— No sé dónde está. Esta noche fue la primera vez que he hablado con él, desde que desapareció. Lo vi en el Instituto con Seb… con Jonathan, ayer. Se lo dije a Alec, Isabelle y Simon. Pero no podía contárselo a nadie más. Si la Clave se apodera de él… no puedo dejar que eso suceda.
Jocelyn alzó sus ojos verdes. — ¿Y por qué no?
— Porque él es Jace. Porque lo amo.
— Él no es Jace. Es así de simple, Clary. Él no es quien solía ser. No puedes ver que…
— Por supuesto que puedo verlo. No soy estúpida. Pero tengo fe. Lo vi poseído antes y lo vi liberarse de ello. Creo que Jace aún está allí dentro, en alguna parte. Creo que hay una manera de salvarlo.
— ¿Qué pasa si no la hay?
— Pruébalo.
— No puedes probar una negativa, Clary. Entiendo que lo amas. Siempre lo has amado, demasiado. ¿Crees que yo no amaba a tu padre? ¿Crees que no le di ninguna oportunidad? Y mira lo que vino de eso. Jonathan. Si no me hubiera quedado con tu padre, él nunca hubiera existido…
— Tampoco yo — dijo Clary. — En caso que lo hubieras olvidado, yo vine después que mi hermano, no antes — miró a su madre con dureza — ¿Estás diciendo que valdría la pena nunca haberme tenido, si podrías deshacer lo de Jonathan?
Hubo un sonido de llaves chirriando en la cerradura y la puerta del apartamento se abrió. Era Alec. Llevaba un largo abrigo de cuero, abierto sobre un suéter azul y tenía blancos copos de nieve sobre el cabello negro. Tenía las mejillas rojas como manzanas dulces por el frío, pero su rostro, por el contrario, estaba pálido.
— ¿Dónde está Magnus? — dijo. Cuando miró hacia la cocina, Clary vio un moretón sobre su mandíbula, por debajo de la oreja, del tamaño de un pulgar.
— ¡Alec! — Magnus llegó patinando a la sala de estar y le lanzó un beso a su novio a través de la habitación. Habiendo descartado sus zapatillas, ahora estaba descalzo. Sus ojos de gato brillaban mientras miraba a Alec.
Clary conocía esa mirada. Ella la de ella misma, mirando a Jace. Sin embargo, Alec no le regresó la mirada. Se estaba quitando el abrigo y colgándolo de un gancho en la pared. Estaba visiblemente molesto. Sus manos temblaban, sus anchos hombros tensos.
— ¿Recibiste mi mensaje de texto? — preguntó Magnus.
— Sí. De todos modos, estaba a pocas cuadras de distancia — Alec miró a Clary y luego a su madre, con la ansiedad y la incertidumbre en guerra, en su expresión. Aunque Alec había sido invitado a la fiesta de recepción de Jocelyn, y se habían encontrado varias veces después de eso, no se conocían bien, de ningún modo — ¿Es verdad lo que dijo Magnus? ¿Viste a Jace de nuevo?
— Y a Sebastian — dijo Clary.
— Pero, Jace... — dijo Alec. ¿Cómo estaba… quiero decir, cómo parecía estar?
Clary sabía exactamente qué preguntaba; por una vez, ella y Alec se entendían mejor que nadie en la habitación. — Él no está planeando un truco con Sebastian — respondió, con suavidad. — Realmente ha cambiado. Es como si no fuera él mismo, del todo.
— ¿Cómo? — exigió saber Alec, con una extraña mezcla de ira y vulnerabilidad — ¿Cómo es diferente?
Había un agujero en la rodilla del jeans de Clary; ella metió un dedo, raspando la piel bajo éste. — El modo en que habla… él cree en Sebastian. Cree en lo que está haciendo, sea lo que sea. Le recordé que Sebastian había asesinado a Max y ni siquiera pareció importarle — su voz se quebró. — Dijo que Sebastian era tanto su hermano como Max.
Alec se puso blanco, y las manchas rojas en sus mejillas destacaron como charcos de sangre. — ¿Ha dicho algo sobre mí? ¿O Izzy? ¿Preguntó por nosotros?
Clary negó con la cabeza, incapaz de soportar la mirad en el rostro de Alec. Por el rabillo del ojo, pudo ver a Magnus observando a Alec también, su casi en blanco por la tristeza. Se preguntó si aún estaría celoso de Jace o sólo herido en nombre de Alec.
— ¿Por qué fue a tu casa? — Alec sacudió la cabeza. — No lo entiendo.
— Quería que fuera con él. Para unirme consigo y Sebastian. Supongo que quería que su pequeño dúo del mal fuera un pequeño trío del mal — ella se encogió de hombros. — Quizás se siente solo. Sebastian no puede ser la compañía más grata.
— No lo sabemos. Él podría ser absolutamente fantástico en Scrabble.
— Él es un asesino psicópata — dijo Alec rotundamente — Y Jace lo sabe.
— Pero Jace no es Jace en este momento… — empezó Magnus y se interrumpió cuando sonó el teléfono. — Voy a responder. Quién sabe quién más podría estar huyendo de la Clave y necesita un lugar para alojarse. No es como si no hubiera hoteles en esta ciudad — salió silenciosamente hacia la cocina.
Alec se dejó caer sobre el sofá — Está trabajando demasiado duro — dijo, siguiendo a su novio con una mirada preocupada — Ha estado despierto toda la noche, tratando de descifrar esas runas.
— ¿La Clave lo está empleando? — quiso saber Jocelyn.
— No — dijo Alec con lentitud — Lo está haciendo por mí. Por lo que Jace significa para mí — se levantó la manga, mostrando a Jocelyn la runa parabatai sobre la parte interna del antebrazo.
— Tú sabías que Jace no estaba muerto — dijo Clary, mientras su mente comenzaba a unir sus ideas — Porque ustedes son parabatai, porque eso crea un lazo entre los dos. Pero dijiste que algo se sentía mal.
— Eso es porque él está poseído — dijo Jocelyn. — Eso lo ha cambiado. Valentine dijo que, cuando Luke se convirtió en un Submundo, él lo sintió. Ese sentimiento de incorrección.
Alec sacudió la cabeza. — Pero cuando Jace estaba poseído por Lilith, yo no lo sentí — dijo. — Ahora, puedo sentir algo… erróneo. Algo que se ha ido — bajó la mirada a sus zapatos — Puedes sentir eso cuando tu parabatai muere – como si estuvieras atado por un cordón a algo, y éste se cortara y, ahora, estás cayendo. — miró a Clary — Lo sentí una vez, en Idris, durante la batalle. Pero fue tan breve – y cuando regresé a Alicante, Jace estaba con vida. Me convencí a mí mismo, que lo había imaginado.
Clary sacudió la cabeza, pensando en Jace y en la arena empapada en sangre junto al Lago Lyn. No lo hiciste.
— Lo que siento ahora es diferente — continuó el muchacho — Lo siento como si estuviera ausente del mundo, pero no muerto. No encarcelado… Simplemente, no está aquí.
— Se trata exactamente de eso — dijo Clary. — Las dos veces que los he visto, a él y a Sebastian, ellos se desvanecieron en el aire. Sin Portal, sólo un minuto estaban aquí, y al siguiente se habían ido.
— Cuando hablas de allí o aquí… — dijo Magnus, regresando a la habitación con un bostezo —… y de este mundo o de aquel mundo, estás hablando de dimensiones. Sólo hay unos pocos brujos que pueden hacer magia dimensional. Mi viejo amigo Ragnor podía. Las dimensiones no están una al lado de la otra – están plegadas juntas, como papel. Donde se intersectan, se pueden crear bolsillos dimensionales que impiden que seas capaz de ser encontrado por medio de la magia. Después de todo, tú no estás aquí… estás allí.
— ¿Ésa puede ser, quizás, la razón por la que no podemos rastrearlo? ¿Por qué Alec no puede sentirlo?
— Podría ser — Magnus sonaba casi impresionado — Eso significa que, literalmente, no hay modo de encontrarlos, si ellos no desean ser encontrados. Y no hay modo de enviarnos un mensaje a nosotros, si tú los encuentras. Es una magia complicada y cara. Sebastian debe tener algunas conexiones… — el timbre de la puerta zumbió y todos saltaron. Magnus puso los ojos en blanco — Todo el mundo cálmese — dijo, y desapareció hacia la puerta.
Estuvo de regreso un momento después, con un hombre envuelto en un largo manto de color pergamino, con la espalda y los costados marcados con patrones de runas de un color rojo-amarronado oscuro. Aunque la capucha estaba levantada, sombreando su rostro, parecía estar completamente seco, como si ningún copo de nieve hubiera caído sobre él. Cuando se echó la capucha hacia atrás, para Clary no fue ninguna sorpresa ver el rostro del Hermano Zachariah.
Jocelyn dejó, de repente, su taza sobre la mesa de café. Estaba mirando al Hermano Silencioso. Con su capucha echada hacia atrás, podías ver su cabello oscuro, pero sus rostro aún estaba en sombras, de modo que Clary no podía distinguir sus ojos, sólo sus altos pómulos cubiertos de cicatrices de runas. — Tú… — dijo Jocelyn, y su voz se fue apagando. — Pero Magnus me dijo que tú nunca…
— Acontecimientos inesperados requieren medidas inesperadas — La voz del Hermano Zachariah flotó, tocando el interior de la mente de Clary; ella sabía, por las expresiones en los rostros de los demás, que ellos también podían oírlo. — No le diré nada de esta noche a la Clave o el Consejo o a cualquier cosa que transpire. Si tengo ante mí oportunidad de salvar al último de la línea de sangre Herondale, considero eso de mayor importancia que la lealtad que juré a la Clave.
— Así que eso está resuelto — dijo Magnus. Hacía una extraña pareja con el Hermano Silencioso a su lado, uno de ellos en una pálida e incolora túnica, el otro en pijamas amarillo brillante. — ¿Alguna nueva visión dentro de las runas de Lilith?
— Estudié las runas cuidadosamente y oí todos los testimonios dados en el consejo — dijo el Hermano Zachariah — Creo que el ritual era doble. Primero, usó la mordida del Daylighter para revivir a Jonathan Morgenstern de su inconsciencia. Su cuerpo aún estaba débil, pero su mente y consciencia estaban vivos. Creo que cuando Jace Herondale fue dejado solo en la azotea con él, Jonathan dibujó sobre las runas de poder de Lilith y forzó a Jace a entrar al círculo de hechizo que lo rodeaba. En ese punto, Jace habría sido subyugado a él. Creo que habría dibujado sobre la sangre de Jace para obtener la fuerza para alzarse y escapar de la azotea, llevándose a Jace con él.
— ¿Y, de algún modo, todo eso creó una conexión entre ellos? Porque cuando mi madre apuñaló a Sebastian, Jace comenzó a sangrar.
— Sí. Lo que Lilith hizo fue una especie de ritual de hermanamiento, no muy diferente a nuestra ceremonia parabatai, pero mucho más poderoso y peligroso. Los dos, ahora, están unidos en forma inextricable. Si uno muere, el otro lo seguirá. Ningún arma en este mundo puede herir sólo a uno de ellos.
— Cuando dices que están unidos en forma inextricable… — dijo Alec, inclinándose hacia delante —… eso significa que… Quiero decir, Jace odia a Sebastian. Sebastian asesinó a nuestro hermano.
— Y tampoco puedo ver cómo Sebastian puede estar completamente a gusto con Jace. Estuvo horriblemente celoso de él, toda su vida. Pensaba que Jace era el favorito de Valentine – añadió Clary.
— Por no mencionar… — señaló Magnus —… que Jace lo mató. Eso pondría malo a cualquiera.
— Es como si Jace no recordara que alguna de esas cosas sucediera — dijo Clary, frustrada — No, no como si no las recordara… como si no creyera en ellas.
— Las recuerda. Pero el poder de la unión es tal que Jace pasará por encima y alrededor de esos hechos, como el agua pasa alrededor de las rocas en el lecho de un río. Es como el hechizo que Magnus estableció en tu mente, Clarissa. Cuando vieras piezas del Mundo Invisible, tu mente las rechazaría, alejándose de ellas. No hay punto de razonamiento con Jace sobre Jonathan. La verdad no podrá romper su conexión.
Clary pensó en lo que había sucedido cuando ella le recordó a Jace que Sebastian había asesinado a Max, cómo su rostro se había arrugado momentáneamente mientras pensaba y luego se suavizó, como si hubiera olvidado lo que ella había dicho tan rápidamente como lo dijo.
— Obtengan un poco de consuelo en el hecho que Jonathan Morgenstern está tan obligado como Jace. Él no puede dañar o lastimar a Jace, no importa cuánto quiera — añadió Zachariah.
Alec alzó las manos. — ¿Así que ahora ellos se aman el uno al otro? ¿Son mejores amigos? — el dolor y los celos estaban claros en su tono.
— No. Ellos son el uno como el otro. Ven como el otro lo ve. El conocer al otro es algo indispensable para ellos. Sebastian es el líder, el principal de los dos. Lo que él cree, Jace lo creerá. Lo que él quiere, Jace lo querrá.
— Por lo tanto, está poseído.
— En una posesión, a menudo alguna parte de la conciencia original de la persona permanece intacto. Aquellos que han sido poseídos, hablan de observar sus propias acciones desde el exterior, gritando pero incapaces de ser oídos. Pero Jace no está habitando su cuerpo y su mente, en absoluto. Él se cree cuerdo. Él cree que así es como él era.
— Entonces, ¿qué es lo que quiere de mí? — exigió saber Clary, en una voz temblorosa — ¿Por qué vino a mi habitación anoche? — esperaba que sus mejillas no ardieran. Trató de empujar hacia atrás el recuerdo de besarlo, de la presión de su cuerpo contra el de ella en la cama.
— Él aún te ama — dijo el Hermano Zachariah y su voz era sorprendentemente gentil — Tú eres el punto central sobre el que gira su mundo. Eso no ha cambiado.
— Y esa es la razón por la que tuvimos que marcharnos — dijo Jocelyn, tensa — Él va a volver por ella. No podíamos quedarnos en la estación de policía. No sé dónde estaremos a salvo.
— Aquí — dijo Magnus. — Puedo poner salvaguardas que mantendrán a raya a Jace y a Sebastian.
Clary vio el alivio bañar los ojos de su madre. — Gracias — dijo Jocelyn.
Magnus agitó un brazo. — Es un privilegio. Adoro mantener alejados a Cazadores de Sombras furiosos, especialmente los de la variedad poseída.
— Él no está poseído — les recordó el hermano Zachariah.
— Semántica — dijo Magnus. — La pregunta es, ¿qué van a hacer esos dos? ¿Qué están planeando?
— Clary dijo que, cuando los vio en la biblioteca, Sebastian le dijo a Jace que estaría recorriendo el Instituto lo suficientemente pronto — dijo Alec — Así que están haciendo algo.
— Continuando el trabajo de Valentine, probablemente — dijo Magnus — Acabar con los Submundos, matar a todos los Cazadores de Sombras recalcitrantes, blah, blah.
— Tal vez — Clary no estaba segura. — Jace dijo algo acerca de que Sebastian estaba sirviendo a una causa mayor.
— Sólo el Ángel sabe lo que eso indica — dijo Jocelyn — Estuve casada con un fanático por años. Sé lo que significa ‘una causa mayor’. Significa torturar a los inocentes, asesinatos brutales, dar la espalda a tus antiguos amigos en nombre de algo que tú creer que es más grande que ti mismo, pero no es más que codicia e infantilismo disfrazado en un lenguaje de fantasía.
— Mamá — protestó Clary, preocupada por oír a Jocelyn sonar tan amarga.
Pero Jocelyn estaba mirando al Hermano Zachariah — Dijiste que ninguna arma en este mundo puede herir a sólo uno de ellos — dijo — Ninguna arma que tú conozcas…
Los ojos de Magnus brillaron súbitamente, como los de un gato cuando atrapan un rayo de luz. — Piensas en…
— Las Hermanas de Hierro — dijo Jocelyn. — Son las expertas en armas y armamentos. Ellas podrían, quizás, tener una respuesta.
Las Hermanas de Hierro, como Clary sabía, eran la secta hermana de los Hermanos Silenciosos; a diferencia de sus hermanos, ellas no tenían la boca o los ojos cosidos pero, en lugar de ello, vivían en una casi completa soledad, en una fortaleza cuya localización era desconocida. No eran luchadoras – eran creadoras, las manos que daban forma a las armas, las estelas, los cuchillos serafín que mantenían vivos a los Cazadores de Sombras. Había runas que sólo ellas podían tallar, y sólo ellas conocían los secretos para moldear la sustancia de color blanco plateado, llamada adamas, en torres de demonio, estelas, piedras rúnicas de luz mágicas. Pocas veces vistas, ellas no asistían a las reuniones de Consejo o se aventuraban a Alicante.
— Eso es posible — dijo el Hermano Zachariah, después de una larga pausa.
— Si Sebastian pudiese ser muerto – si hay un arma que pudiera matarlo, pero dejando con vida a Jace – ¿eso no significa que Jace quedaría libre de su influencia? — preguntó Clary.
Hubo una pausa aún más larga. Y entonces... — Sí — dijo el Hermano Zachariah — Eso sería lo más probable.
— Entonces, deberíamos ir a ver a las Hermanas — el agotamiento colgaba de Clary como un manto, haciendo pesados sus ojos, agriando el sabor en su boca. Se frotó los ojos, tratando de sacárselo de encima. — Ahora.
— Yo no puedo ir — dijo Magnus. — Sólo las Cazadoras de Sombras femeninas pueden entrar a la Citadela de Adamantio.
— Y tú no vas a ir — dijo Jocelyn a Clary en su más severo tono de no-tu-no-vas-a-ir-a-un-club-con-Simon-después-de-medianoche — Estás más segura aquí, donde estarás bajo salvaguardas.
— Isabelle — dijo Alec. — Isabelle puede ir.
— ¿Tienes alguna idea de dónde está? — dijo Clary.
— En casa, supongo — dijo Alec, uno de sus hombros alzándose en un encogimiento — Puedo llamarla…
— Yo me encargo de eso — dijo Magnus, sacó suavemente su teléfono celular de un bolsillo y envió un mensaje de texto con la habilidad de una larga práctica. — Es tarde y no necesitamos que se despierte. Todo el mundo necesita descansar. Si voy a enviar a cualquiera de ustedes hacia las Hermanas de Hierro, tendrá que ser mañana.
— Yo iré con Isabelle — dijo Jocelyn — Nadie me está buscando, en concreto, y es mejor que ella no vaya sola. Incluso si, técnicamente, no soy una Cazadora de Sombras, lo fui una vez. Sólo se requiere que una de nosotras esté en buenos términos.
— Eso no es justo — dijo Clary.
Su madre ni siquiera la miró. — Clary.
Clary se puso de pie. — He sido prácticamente una prisionera durante las últimas dos semanas — dijo, con voz temblorosa — La Clave no me permite buscar a Jace. Y ahora que él vino a mí – a mí – tú ni siquiera me dejas ir contigo a ver a las Hermanas de Hierro.
— No es seguro. Probablemente, Jace está rastreándote.
Clary perdió los estribos. — ¡Cada vez que intentas mantenerme a salvo, arruinas mi vida!
— ¡No, más involucrada estás con Jace, más arruinas tú tu vida! — le espetó su madre en respuesta — ¡Cada riesgo que has tomado, cada peligro en el que has estado, fue a causa de él! Él te puso un cuchillo en la garganta, Clarissa…
— Ése no era él — dijo Clary, en la más suave y mortífera voz que podía imaginar. — ¿Piensas que estaría, por un segundo, con un muchacho que me amenazara con un cuchillo, incluso si lo amara? Quizás, haz estado viviendo demasiado tiempo en el mundo mundano, mamá, pero hay magia. La persona que me lastimó, no era Jace. Era un demonio usando su rostro. Y la persona que estamos buscando ahora, no es Jace. Pero si él muere…
— No habrá ninguna oportunidad de traer a Jace de regreso — dijo Alec.
— Puede ya no haber ninguna posibilidad — dijo Jocelyn. — Dios, Clary, mira la evidencia. ¡Tú pensabas que Jace y tú eran hermano y hermana! ¡Tú sacrificaste todo para salvarle la vida, y un Demonio mayor lo usó para llegar a ti! ¿Cuándo vas a enfrentar el hecho que los dos no están destinados a estar juntos?
Clary se echó hacia atrás, como si su madre la hubiera golpeado. El Hermano Zachariah aún permanecía, tan quieto como una estatua, como si nadie hubiera gritado en absoluto. Magnus y Alec observaban; Jocelyn tenía las mejillas rojas y los ojos brillantes de cólera. Sin confiar en sí misma para hablar, Clary giró sobre sus talones, caminó por el pasillo hasta la habitación de invitados de Magnus y cerró la puerta detrás de ella.

— De acuerdo, ya estoy aquí — dijo Simon. Un viento frío soplaba a través de la extensión llana del jardín de la azotea y él hundió las manos en los bolsillos de sus jeans. En realidad, no percibía el frío, pero sentía que debía hacerlo. Levantó la voz. — Me presenté. ¿Dónde estás?
El jardín de la azotea del Greenwinch Hotel – ahora cerrado y, por lo tanto, vacío de personas – estaba diseñado como un jardín inglés, con setos de árboles enanos cuidadosamente formados, muebles de mimbre y cristal elegantemente dispersos y sombrillas de color lila que se mecían con el viento. Los enrejados de las rosas trepadoras, desnudos por el frío, tejían telas de araña sobre los muros de piedra que rodeaban el tejado, encima del cual Simon podía obtener una brillante vista de la ciudad de Nueva York.
— Estoy aquí — dijo una voz, y una sombra delgada de separó de un sillón de mimbre y se puso de pie. — Me había empezado a preguntar si vendrías, Daylighter.
— Raphael — dijo Simon con voz resignada. Avanzó a través de los paneles de madera que delimitaban la frontera entre los macizos de flores y una piscina artificial rodeada de brillantes luces de cuarzo. — Me estaba preguntando lo mismo.
Mientras se acercaba, podía ver claramente a Raphael. Simon tenía una excelente visión nocturna, y sólo la habilidad de Raphael de mimetizarse con las sombras lo había mantenido oculto. El otro vampiro llevaba un traje negro, con los puños volteados para mostrar el brillo de los gemelos en forma de cadena. Aún tenía el rostro de un pequeño ángel, aunque la mirada con la que consideró a Simon era fría. — Cuando la cabeza del clan vampiro de Manhattan te llama, Lewis, tú acudes.
— ¿Y qué harás si no lo hago? ¿Estaquearme? — Simon extendió los brazos. — Toma una foto. Haz lo que quieras conmigo. Vuélvete loco.
— Dios, qué aburrido que eres — dijo Raphael. Por detrás de él, en el muro, Simon podía ver el brillo del cromo de la motocicleta vampírica que había usado para llegar hasta allí.
Simon bajó los brazos. — Tú eres el que pidió que nos encontráramos.
— Tengo un trabajo para ti — dijo Raphael.
— ¿En serio? ¿Estás corto de personal en el hotel?
— Necesito un guardaespaldas.
Simon lo miró de soslayo — ¿Has estado viendo The Bodyguard ? Porque no voy a enamorarme de ti y cargarte en mis fornidos brazos.
Raphael lo miró con amargura. — Te pagaré un dinero extra, si guardas estricto silencio mientras trabajas.
Simon lo miró fijo. — Hablas en serio, ¿no?
— No me molestaría en venir a verte, si no fuera algo serio. Si estuviese en un estado de ánimo bromista, lo pasaría con alguien que me agrade. — Raphael se volvió a sentar en el sillón. — Camille Belcourt está libre en la ciudad de Nueva York. Los Cazadores de Sombras están completamente absorbidos por ese estúpido asunto con el hijo de Valentine y no se ocuparán de rastrearla. Ella representa un peligro inmediato para mí porque desea reafirmar su control sobre el clan de Manhattan. La mayoría son leales a mí. Asesinarme sería el modo más rápido para ella, de trepar de nuevo a la parte superior de la jerarquía.
— De acuerdo — dijo Simon, lentamente. — ¿Pero por qué yo?
— Tú eres un Daylighter. Los demás pueden protegerme durante la noche, pero tú puedes protegerme en el día, cuando la mayoría de nuestra especie está indefensa. Y portas la Marca de Caín. Contigo, entre ella y yo, no se atrevería a atacarme.
— Todo eso es verdad, pero no voy a hacerlo.
Raphael lo miró, incrédulo — ¿Por qué no?
Las palabras brotaron de Simon como una explosión. — ¿Estás bromeando? Porque nunca has hecho una sola cosa por mí, en todo el tiempo desde que me convertí en un vampiro. En lugar de eso, has hecho tu mejor esfuerzo para hacer mi vida miserable y, a continuación, terminar con ella. Así – si lo quieres en un lenguaje vampírico – me representa un gran placer, mi señor, decirle a usted ahora: Demonios, no.
— No es conveniente para ti, convertirme en tu enemigo, Daylighter. Como amigos…
Simon se echó a reír con incredulidad. — Espera un segundo. ¿Nosotros éramos amigos? ¿Eso era ser amigos?
Los colmillos de Raphael se desenfundaron. De hecho estaba muy enfadado, se dio cuenta Simon. — Sé por qué me rehúsas, Daylighter, y esto no es sobre tu pretendido sentido del rechazo. Estás tan involucrado con los Cazadores de Sombras que crees que eres uno de ellos. Te hemos visto con ellos. En lugar de pasar tus noches de cacería, como debe ser, las pasas con la hija de Valentine. Vives con un hombre lobo. Eres una vergüenza.
— ¿Actúas de este modo en cada entrevista de trabajo?
Raphael desnudó sus dientes. — Debes decidir si eres un vampiro o un Cazador de Sombras, Daylighter.
— Voy a elegir Cazador de Sombras, entonces. Porque, por mi experiencia con los vampiros, la mayoría de ustedes apestan . Sin juego de palabras intencionado.
Raphael se puso de pie. — Estás cometiendo un grave error.
— Ya te lo dije…
El otro vampiro agitó una mano, interrumpiéndolo. — Hay una gran oscuridad avecinándose. Barrerá la Tierra con fuego y sombras, y cuando se haya ido, ya no habrá más de tus preciosos Cazadores de Sombras. Nosotros, los Hijos de la Noche, sobreviviremos, ya que vivimos en la oscuridad. Pero, si tú persistes en negar lo que eres, también serás destruido y nadie levantará una mano para ayudarte.
Sin pensarlo, Simon levantó la mano para tocar la Marca en su frente.
Raphael se rió en silencio. — Ah, sí, el sello del Ángel sobre ti. En el momento de la oscuridad, incluso los ángeles serán destruidos. Su fuerza no te ayudará. Y será mejor que reces, Daylighter, para que no pierdas esa Marca antes que llegue la guerra. Porque, si lo haces, habrá una hilera de enemigos esperando su turno para asesinarte. Y yo estaré a la cabeza de ella.

Clary había permanecido acostada sobre su espalda, en el sofá cama de Magnus, durante mucho tiempo. Había oído a su madre caminar por el pasillo y entrar al otro dormitorio de huéspedes, cerrando la puerta tras ella. A través de su propia puerta, podía oír a Magnus y a Alec hablando en voz baja en la sala de estar. Suponía que podía esperar a que ambos se fueran a dormir, pero Alec había dicho que Magnus había estado trabajando hasta altas horas, estudiando las runas; incluso aunque el Hermano Zachariah parecía haberlas interpretado, no podía confiar en que Alec y Magnus se retirarían pronto.
Se sentó sobre la cama, al lado de Presidente Miau, quien hizo un apagado ruido de protesta y rebuscó en su mochila. Extrajo una caja de plástico transparente y la abrió. Allí estaban sus lápices Prismacolor, algunas barras de tiza – y su estela.
Se puso de pie, deslizando la estela en el bolsillo de su chaqueta. Tomó su teléfono del escritorio y mandó un mensaje ENCUÉNTRAME EN TAKI’S. Observó hasta que el mensaje fue enviado y, a continuación, guardó el teléfono en sus jeans y respiró hondo.
Eso no era justo para Magnus, lo sabía. Él le había prometido a su madre que cuidaría de ella, y eso no incluía que se escabullera de su departamento. Pero ella logró mantener su boca cerrada. No había prometido nada. Y además, era Jace.
Harías cualquier cosa para salvarlo, cualquiera sea el costo para ti, cualquiera sea la deuda que adquieras con el Infierno o el Cielo, lo harías, ¿no?
Sacó su estela, apoyó la punta sobre la pintura color naranja de la pared y empezó a dibujar un Portal.

El ruido agudo despertó a Jordan de un sueño profundo. Se puso rígido al instante y rodó de la cama para caer, de cuclillas, sobre el piso. Años de entrenamiento con el Praetor lo habían dejado con rápidos reflejos y un permanente hábito de dormir ligero. Una rápida exploración visual y olfativa le dijo que la habitación estaba vacía – sólo la luz de la luna bañando el suelo a sus pies.
Los golpes se repitieron, y esta vez lo reconoció. Era el sonido de alguien golpeando la puerta principal. Generalmente dormía sólo con sus bóxers, así que sacando unos jeans y una camiseta, pateó la puerta de su dormitorio para abrirla y salió al pasillo. Si se trataba de un grupo de estudiantes universitarios borrados que se divertían golpeando todas las puertas del edificio, estaban a punto de agenciarse una cara de hombre lobo furioso.
Alcanzó la puerta – e hizo una pausa. La imagen vino a él de nuevo, como lo había hecho durante las horas que le llevó caer dormido, de Maia huyendo de él en el astillero naval. La mirada en su rostro cuando se apartó de un empujón. La había llevado demasiado lejos, lo sabía, pidiéndole demasiado y demasiado rápido. Arruinándolo todo por completo, probablemente. A menos que – tal vez ella lo había reconsiderado. Hubo un momento en que sus relaciones eran todo peleas apasionadas e igualmente apasionadas reconciliaciones.
Su corazón latía con fuerza cuando abrió la puerta. Y parpadeó. En el umbral estaba Isabelle Lightwood, con su largo cabello negro y brillante, que caía casi hasta la cintura. Llevaba altas botas de gamuza negra, jeans ajustados y un top de seda roja con su acostumbrada gargantilla roja alrededor de la garganta, destellando oscuramente.
— ¿Isabelle? — no podía ocultar la sorpresa en su voz o, sospechaba, la decepción.
— Sí, bueno, yo tampoco te buscaba a ti — dijo ella, abriéndose paso al departamento. Olía a Cazador de Sombras – un olor parecido al vidrio calentado por el sol – y, por debajo de eso, a perfume de rosas. — Estoy buscando a Simon.
Jordan la miró — Son las dos de la mañana.
Ella se encogió de hombros. — Él es un vampiro.
— Pero yo no.
— ¿Ohhhh? — sus rojos labios se curvaron en las comisuras. — ¿Te desperté? — ella alargó la mano y tiró del botón superior de los jeans de él, la punta de sus uñas raspando a lo largo de su estómago plano. Él sintió que sus músculos daban un salto. Izzy era bellísima, no podía negarlo. Pero también era un poco aterradora. Se preguntó cómo el poco pretencioso Simon se las arreglaba para manejarla. — Quizás querías abotonarlo hasta arriba. Lindos boxers, por cierto — pasó a su lado, hacia el dormitorio de Simon. Jordan la siguió, abotonándose los jeans y murmurando acerca de cómo no había nada de extraño en tener un diseño de pingüinos bailarines en su ropa interior.
Isabelle asomó la cabeza dentro de la habitación de Simon. — No está aquí. — cerró de un portazo tras ella y se echó hacia atrás contra el muro, mirando a Jordan. — ¿Dijiste que eran las dos de la mañana?
— Sí. Probablemente está en la casa de Clary. Ha estado durmiendo mucho allí, últimamente.
Isabelle se mordió el labio. — Correcto. Por supuesto.
Jordan estaba empezando a sentir esa sensación que tenía a veces, la de que estaba diciendo algo desafortunado, sin saber exactamente qué cosa era. — ¿Hay alguna razón por la que has venido aquí? Quiero decir, ¿pasa algo? ¿Algo está mal?
— ¿Mal? — Isabelle levantó las manos. — ¿Quieres decir, aparte del hecho que mi hermano ha desaparecido y, probablemente, le esté haciendo un lavado de cerebro el mismo demonio malvado que asesinó a mi otro hermano, y mis padres están a punto de divorciarse y Simon está fuera con Clary…?
Se detuvo abruptamente y caminó a zancadas hasta la sala de estar. Él se apresuró tras ella. Para el momento en que la alcanzó, ella estaba en la cocina, revolviendo los estantes de la despensa. — ¿Tienes algo para beber? ¿Un buen Barolo ? ¿Sagrantino ?
Jordan la tomó de los hombros y la sacó gentilmente de la cocina. — Siéntate — le dijo. — Te traeré algo de tequila.
— ¿Tequila?
— Tequila es lo que tenemos. Eso, y jarabe para la tos.
Sentada en uno de los taburetes que se alineaban en el mostrador de la cocina, ella le hizo un gesto con la mano. Él esperaba que tuviera largas uñas pintadas de rojo o rosado, pulidas a la perfección, para hacer juego con el resto de su persona, pero no – ella era una Cazadora de sombras. Sus manos tenían cicatrices y las uñas cuadradas y cortadas bien cortas. La runa de Videncia brillaba oscuramente en su mano derecha. — Bien.
Jordan agarró la botella de Cuervo , la destapó y le sirvió un trago. Empujó el vaso a través del mostrador. Ella lo derribó al instante, frunció el ceño y estrelló el vaso contra el mueble.
— No es suficiente — dijo, se inclinó sobre el mostrador y tomó la botella de su mano. Echó la cabeza hacia atrás y tragó una, dos, tres veces. Cuando volvió a bajar la botella, sus mejillas estaban ruborizadas.
— ¿Dónde aprendiste a beber de ese modo? — Jordan no estaba seguro si debía sentirse impresionado o aterrado.
— La edad legal para beber en Idris es quince años. No es que alguien le preste atención. He estado bebiendo vino mezclado con agua junto a mis padres, desde que era niña. — Isabelle se encogió de hombros. El gesto carecía un poco de su coordinación habitualmente líquida.
— Está bien. Bueno, si hay algún mensaje que quieras que le dé a Simon, o algo que yo pueda decirle, o…
— No — ella tomó otro trago de la botella. — Tengo todo este licor aquí y vine a hablar con él y, por supuesto, él está en la casa de Clary. Imagínate.

— Pensé que tú eras la que le había dicho que debería ir allí, en primer lugar.
— Sí — Isabelle jugueteó con la etiqueta de la botella de tequila. — Lo hice.
— Entonces… — dijo Jordan, en lo que él creía que era un tono razonable. — Dile que se detenga.
— No puedo hacerlo — ella sonaba exhausta — Se lo debo a ella.
Jordan se inclinó sobre el mostrador. Se sentía un poco como un barman en un programa de televisión, dispensando sabios consejos. — ¿Qué es lo que le debes?
— La vida — dijo Isabelle.
Jordan parpadeó. Eso iba un poco más allá de sus habilidades como barman y dispensador de consejos. — ¿Ella salvó tu vida?
— Ella salvó la vida de Jace. Podría haber obtenido cualquier cosa del Ángel Raziel y salvó a mi hermano. Sólo he confiado en pocas personas en mi vida. Confiado de verdad. Mi madre, Alec, Jace y Max. Ya he perdido a uno de ellos. Clary es la única razón por la que no perdí a otro.
— ¿Crees que alguna vez serás capaz de confiar realmente en alguien que no esté relacionado contigo?
— No estoy relacionada con Jace. No realmente — Isabelle evitó su mirada.
— Sabes lo que quiero decir — dijo Jordan, con una mirada significativa hacia la habitación de Simon.
Izzy frunció el ceño. — Los Cazadores de Sombras viven bajo un código de honor, hombre lobo — dijo ella, y por un momento, fue todo arrogancia Nefilim, y Jordan recordó por qué ellos les disgustaban a tantos Submundos. — Clary salvó a un Lightwood. Le debo mi vida. Si no puedo darle eso – y no veo cómo ella podría darle algún uso – puedo darle lo que sea que la haga menos infeliz.
— No puedes darle a Simon. Simon es una persona, Isabelle. Él va donde quiere ir.
— Sí — admitió ella. — Bueno, a él no parece importarle ir donde ella está, ¿no?
Jordan vaciló. Había algo en lo que Isabelle estaba diciendo que parecía fuera de foco, pero tampoco estaba completamente equivocada. Simon tenía con Clary una facilidad que nunca pareció demostrar con nadie más. Ya que había estado enamorado de una sola chica en toda su vida, y aún estaba enamorado de ella, Jordan sentía que él no estaba cualificado para dar asesoría en ese frente – a pesar que recordó a Simon advertirle, con humor sardónico, que Clary era la ‘bomba nuclear de los novios’. Si había o no celos por debajo de esa ironía, Jordan no podía asegurarlo. No estaba seguro si, alguna vez, podías llegar a olvidar completamente a la primera chica que amaste alguna vez. Especialmente cuando ella está directamente allí, frente a ti, todos los días.
Isabelle chasqueó los dedos. — Oye, tú. ¿Aún estás prestando atención? — inclinó la cabeza hacia un lado, soplando las hebras oscuras de su cabello para apartárselas del rostro y mirándolo con dureza. — ¿Qué está pasando entre Maia y tú, en todo caso?
— Nada — Esa única palabra contenía dimensiones — No estoy seguro si alguna vez dejará de odiarme.
— Puede ser que no — dijo Isabelle. — Tiene una buena razón.
— Gracias.
— Yo no doy falsa seguridades — dijo Izzy y empujó la botella de tequila fuera de su alcance. Sus ojos, sobre Jordan, eran animados y oscuros. — Ven aquí, niño lobo.
Ella había bajado la voz. Era suave y seductora. Jordan tragó, contra una garganta repentinamente seca. Recordó ver a Isabelle, en su vestido rojo, afuera del Ironworks y pensar, ¿Esta es la chica con la que Simon estaba engañando a Maia? Ninguna de ellas era el tipo de chica que daba la impresión de que podías engañarla y sobrevivir.
Y ninguna de ellas era el tipo de chica a la que le dices que no. Precavidamente, él se movió alrededor del mostrador, hacia Isabelle. Estaba a pocos pasos, cuando ella se estiró y lo atrajo hacia sí por las muñecas. Las manos de la chica se deslizaron con sus brazos, sobre las ondulaciones de sus bíceps, los músculos de sus hombros. El latido de su corazón se aceleró. Podía sentir el calor que provenía de ella, oler su perfume y el dulce tequila. — Eres guapísimo — dijo ella. Sus manos se resbalaron para aplastarse por sí misma, contra el pecho de él. — Lo sabes, ¿no?
Jordan se preguntó si ella podía sentir su corazón latiendo a través de su camisa. Sabía que las chicas lo miraban en la calle – muchachos también, a veces – sabía que se miraba al espejo cada día, pero nunca pensó mucho en eso. Había estado tan concentrado en Maia durante tanto tiempo, que no parecía importar, más allá de si ella seguiría encontrándolo atractivo, si conseguía verla de nuevo. Había coqueteado mucho, pero no muy a menudo con chicas que se veían como Isabelle, y nunca con alguien tan directo. Se preguntó si ella iba a besarlo. No había besado a nadie, excepto a Maia, desde que tenía quince años. Pero Isabelle lo estaba mirando, y sus ojos eran grandes y oscuros, y sus labios estaban ligeramente separados y tenían el color de las frutillas. Se preguntó si sabrían a frutillas si la besaba.
— Y simplemente no tengo ganas — dijo ella.
— Isabelle, no creo que… espera. ¿Qué?
— Debería tenerlas. — dijo ella. — Quiero decir, hay que pensar en Maia, así que probablemente no acabaría por arrancarte la ropa alegremente, de todos modos, pero la cosa es que no quiero hacerlo. Normalmente, quiero.
— Ah — dijo Jordan. Sentía alivio y también la más pequeña de las punzadas de decepción. — Bueno… ¿eso es bueno?
— Pienso en él todo el tiempo — dijo ella. — Es horrible. Nada como esto me había sucedido antes.
— ¿Te refieres a Simon?
— Pequeño escuálido bastardo mundano — dijo ella, y apartó sus manos del pecho de Jordan. — Excepto que no lo es. Escuálido, nunca más. Tampoco mundano. Y me gusta pasar tiempo con él. Me hace reír. Y me gusta el modo en que sonríe. Ya sabes, un lado de su boca se curva antes que el otro – Bueno, tú vives con él. Debes haberlo notado.
— No realmente — dijo Jordan.
— Lo echo de menos cuando no está cerca — confesó Isabelle. — Creo que… No sé, después de lo que pasó esa noche con Lilith, las cosas cambiaron entre nosotros. Pero ahora, él está con Clary todo el tiempo. Y ni siquiera puedo enojarme con ella.
— Tú has perdido a tu hermano.
Isabelle levantó la mirada hacia él. — ¿Qué?
— Bueno, él se está esforzando para hacer sentir mejor a Clary porque ella perdió a Jace — dijo Jordan. — Pero Jace es tu hermano. ¿Simon no debería esforzarse por hacerte sentir mejor también a ti? Quizás tú no estés enojada con ella, pero podrías estar molesta con él.
Isabelle lo miró por un largo rato. — Pero nosotros no somos nada — dijo. — Él no es mi novio. Sólo me gusta — frunció el ceño. — Mierda. No puedo creer que haya dicho eso. Debo estar más borracha de lo que pensé.
— Yo podía imaginármelo a partir de lo que estabas diciendo antes — él le sonrió.
Ella no le regresó la sonrisa, pero bajó las pestañas y lo miró a través de ellas. — No eres tan malo — dijo. — Si quieres, puedo decirle cosas bonitas a Maia, de ti.
— No, gracias. — dijo Jordan, quien no estaba seguro de cuál fuera la versión de Izzy de cosas bonitas y temía descubrirla — Sabes, es normal que, cuando estás pasando por un momento difícil, quieras estar con la persona que… — estaba a punto de usar la palabra ‘amas’, pero se dio cuenta que ella nunca la había utilizado y cambió de enfoque —… te importa. Pero no creo que Simon sepa que te sientes de ese modo por él.
Las pestañas de la chica se agitaron de nuevo. — ¿Alguna vez dice algo sobre mí?
— Él piensa que eres realmente fuerte — respondió Jordan — Y que no lo necesitas para nada. Creo que se siente… superfluo en tu vida. Como, ¿qué puede darte él, cuando tú ya eres perfecta? ¿Por qué querrías a un chico como él? — Jordan parpadeó; no había tenido la intención de irse por ese lado, y no estaba seguro de cuánto lo decía aplicado a Simon, y cuánto a sí mismo y Maia.
— ¿Quieres decir que debería decirle cómo me siento? — dijo Isabelle, en voz baja.
— Sí. Definitivamente. Dile cómo te sientes.
— De acuerdo. — Ella agarró la botella de tequila y bebió un trago. — Voy a ir a la casa de Clary ahora mismo y decírselo.
Una pequeña flor de alarma brotó en el pecho de Jordan. — No puedes. Son casi las tres de la mañana…
— Si espero, perderé el valor — dijo, en ese tono razonable que sólo la gente muy ebria emplea alguna vez. Tomó otro sorbo de la botella. — Sólo iré allí, y le golpearé la ventana, y voy a decirle cómo me siento.
— ¿Sabes, siquiera, cuál es la ventana de Clary?
Ella entrecerró los ojos. — Noooo.
La horrible visión de una Isabelle borracha despertando a Jocelyn y Luke flotó a través de la cabeza de Jordan. — Isabelle, no. — se estiró para quitarle la botella de tequila, y ella la alejó de un tirón.
— Creo que estoy cambiando de opinión respecto a ti — dijo Isabelle, en un tono semi-amenazante, que podría haber sido más aterrador si hubiera sido capaz de enfocar sus ojos directamente sobre él. — Creo que no me gustas mucho, después de todo. — se puso de pie, bajó la mirada hacia sus pies con una expresión de sorpresa – y cayó de espalda. Sólo los rápidos reflejos de Jordan le permitieron capturarla antes que se golpeara contra el piso.
Mili Sánchez
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Clary Morgenstern
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Mensaje por Mili Sánchez Lun Mayo 21, 2012 10:36 am



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7
Un Cambio Radical
Traducido por K_ri^^

Clary iba por su tercer taza de café en Taki’s cuando Simon, finalmente caminó por ahí. Llevaba jeans, una sudadera roja con cremallera (¿por qué molestarse con los abrigos de lana, cuando no sientes frío?) y botas de trabajo . La gente se volvía para mirarlo cuando se abría paso entre las mesas hacia ella. El estilo de Simon había mejorado mucho, una vez que su ropa comenzó a recibir la atención de Isabelle, pensó Clary mientras se él dirigía a su mesa. Había copos de nieve atrapados en su oscuro pelo, pero aunque las mejillas de Alec habían estado rojas por el frío, Simon permanecía pálido e incoloro. Se deslizó en el asiento frente a ella y la miró, con sus reflexivos y radiantes ojos oscuros.
“¿Me llamaste?” Preguntó, con una voz profunda y resonante, que hacía que sonara como el Conde Drácula.
"Técnicamente, te envié un mensaje de texto." Ella deslizó el menú sobre la mesa hacia él, abierto en la página para los vampiros. Lo había mirado antes, pero la idea del budín o el batido de sangre la hicieron estremecerse. "Espero que no haberte despertado."
“Oh, no”, le dijo. “No vas a creer en dónde estaba ...”. Su voz se apagó cuando vio la expresión en su rostro. “Hey.” Sus dedos repentinamente la tomaban por la barbilla, levantándole la cabeza. La risa había desaparecido de sus ojos, y fue remplazada por preocupación. “¿Qué pasa? ¿Hay más noticias sobre Jace?”.
“¿Ya saben lo que ordenaran?”. Era Kaelie, el azulada hada camarera que había dado a Clary la campana de la Reina. La miraba y le sonreía, con una sonrisa superior que hizo a Clary apretar los dientes.
Clary pidió una rebanada de pastel de manzana, Simon ordenó una mezcla de chocolate caliente y sangre. Kaelie se llevó los menús, y Simon miró a Clary con preocupación. Ella respiró hondo y le contó acerca de aquella noche, todos los ásperos detalles–la apariencia de Jace, lo que le había dicho, la confrontación en la sala de estar, y lo que le había sucedido a Luke. Le contó lo que Magnus le había dicho acerca de los huecos entre las dimensiones y de otros mundos, y cómo no había manera de seguir a alguien escondido en un hueco dimensional o siquiera enviar un mensaje a través de ellos. Los ojos de Simon se oscurecieron mientras hablaba, y para el final de la historia, él tenía la cabeza entre sus manos.
"¿Simon?" Kaelie había ido y venido, para dejar la comida, que seguía intacta. Clary le tocó el hombro. "¿Qué es? Es lo de Luke—"
"Es mi culpa." Él la miró, con los ojos secos. Los Vampiros lloraban lágrimas mezcladas con sangre, pensó, lo había leído en alguna parte. "Si no hubiera mordido a Sebastián..."
"Lo hiciste por mí. Por eso sigo viva." Su voz era suave. "Tú me salvaste la vida."
"Tú has salvado la mía seis o siete veces. Me pareció justo." Su voz se quebró. Y ella lo recordó escupiendo la negra sangre de Sebastián, de rodillas en el jardín de la azotea.
"La repartición de culpa no nos llevará a ninguna parte", dijo Clary. "Y no te arrastre hasta aquí sólo para decirte lo que pasó. Quiero decir, te lo hubiera dicho de todos modos, pero yo habría podido esperar hasta mañana, si no fuera porque... "
Él la miró con recelo y tomó un sorbo de su taza. "¿Si no fuera por qué, qué?"
"Tengo un plan."
Él gimió. "Temía que dijeras eso".
"Mis planes no son tan terribles."
"Los planes de Isabelle son terribles". La señaló con un dedo. "Tus planes son suicidas. En el mejor de los casos".
Ella se echó hacia atrás, con los brazos cruzados sobre el pecho. "¿Quieres oírlo o no? Pero tienes que mantenerlo en secreto. "
"Yo arrancaría mis propios ojos con un tenedor antes de revelar tus secretos", dijo Simon, y luego la miró ansioso. "Espera un segundo. ¿Crees que eso podría ser necesario? "
"No lo sé." Clary se cubrió el rostro con las manos.
"Sólo dímelo." Sonaba resignado.
Con un suspiro ella metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa de terciopelo, que vació sobre la mesa. Dos anillos de oro cayeron, aterrizando con un tintineo suave.
Simon los miró, perplejo. "¿Quieres casarte?"
"No seas idiota." Se inclinó hacia delante, bajando la voz. "Simon, estos son los anillos. Los que la Reina Seelie quería."
"Pensé que habías dicho que nunca los habías tenido—" Se interrumpió, alzando los ojos hasta su cara.
"Mentí. En realidad los tomé. Pero después de ver a Jace en la biblioteca, no quise dárselos a la reina. Tuve la sensación de que los podría necesitar en algún momento. Me di cuenta de que nunca nos iba a dar ninguna información útil. Los anillos parecían más valiosos que otra reunión con la reina. "
Simon los cogió con la mano, ocultándolos de la vista de Kaelie que pasaba por ahí. "Clary, no puedes simplemente tomar las cosas que la Reina Seelie quiere y guardarlas para ti misma. Ella es un enemigo muy peligroso para tener."
Ella lo miró suplicante. "¿Podemos al menos ver si funcionan?"
Él suspiró y le entregó uno de los anillos, sentía la luz en él, pero era tan suave como si fuera de oro auténtico. Por un momento se preocupo por que no le quedara, pero tan pronto como se lo puso en el dedo índice derecho, pareció moldearse a la forma de su dedo, hasta que se asentó perfectamente en el espacio debajo de su nudillo. Ella vio a Simon mirando hacia abajo a su derecha, y se dio cuenta de que lo mismo le había sucedido a él.
"Ahora hablamos, supongo", él dijo. "Di algo para mí. Tú sabes, mentalmente."
Clary se dirigió a Simon, sintiéndose tan absurda como si le hubieran pedido que actuara en una obra de teatro cuyas líneas no se sabía de memoria. ¿Simon?
Simon parpadeó. "Creo—¿Podrías hacer eso de nuevo?"
Esta vez Clary se concentró, tratando de enfocar su mente en Simon-en su Simon-eidad, la forma en la que pensaba, la sensación de oír su voz, la sensación de tenerlo cerca. Sus susurros, sus secretos, la forma en que él la hacía reír. Así que, pensó a modo de conversación, ahora que estoy en tu mente, ¿quieres ver algunas fotos mentales de Jace desnudo?
Simon dio un salto. "¡He oído eso! Y, no".
La emoción hervía en las venas de Clary, estaba funcionando. "Piensa en algo para mí."
Le tomó menos de un segundo. Ella oyó a Simon, de la forma en que oyó el hermano Zacarías, una voz sin sonido dentro de su mente. ¿Lo has visto desnudo?
Bueno, no del todo. Pero yo—
"Suficiente", dijo en voz alta, y aunque su voz quedó atrapada entre la diversión y la ansiedad, sus ojos destellaban. "Funcionan. Santo Cielo . Realmente funcionan. "
Ella se inclinó hacia delante. "¿Así que te puedo contar mi idea?"
Tocó el anillo en su dedo, sintiendo su delicada tracería, tocando con la punta de los dedos las nervaduras de la hoja tallada. Por supuesto.
Ella comenzó a explicar, pero aún no había llegado el final cuando Simon la interrumpió al momento en voz alta. "No. Absolutamente, no. "
"Simon", dijo. "Es un plan perfectamente bien planeado."
"¿El plan es que sigas a Jace y a Sebastián a algún desconocido hueco interdimensional y usemos estos anillos para que nos comuniquemos a través de ellos, quedándome en la dimensión normal de la Tierra para que pueda rastrearlos? ¿Ese es el plan? "
"Sí".
"No", dijo. "No, no lo es."
Clary se echó hacia atrás. "Tú no puedes decirme simplemente que no."
"¡Estoy implicado en el plan! ¡Así que puedo decir no! No."
"Simon—"
Simon dio unas palmaditas en el asiento junto a él como si alguien estuviera sentado allí. "Permíteme presentarte a mi buen amigo No"
"Tal vez podríamos negociar", le sugirió, tomando un pedazo de pastel.
"No."
"SIMON".
"'No' es una palabra mágica," le dijo. "Y aquí esta como funciona. Tú dices: "Simon, tengo un plan loco y suicida. ¿Te gustaría ayudarme para llevarlo a cabo?" Y yo digo, que ‘No".
"Voy a hacerlo de todos modos", dijo.
Él la miró fijamente a través de la mesa. "¿Qué?"
"Lo haré tanto si me ayudas como si no", dijo. "Si no puedo usar los anillos, todavía seguiré a Jace a cualquier lugar en el que este y tratare de conseguir alguna forma de volver a ustedes escabulléndome, buscando teléfonos, o lo que sea. Si hay una posibilidad. Voy a hacerlo, Simon. Tengo mayor oportunidad de sobrevivir si tú me ayudas. Y no hay ningún riesgo para ti. "
"No me importa el riesgo que exista para mí", susurró, inclinándose sobre la mesa. "¡Me preocupa lo que pueda pasarte! Maldita sea, soy prácticamente indestructible. Déjame ir. Tú quédate a salvo”.
"Sí," dijo Clary, "Y a Jace no le parecerá extraño en absoluto. Tú sólo podrías decirle que siempre has estado enamorado en secreto de él y que no pudiste soportar estar separado de él."
"Yo podría decirle que he cambiado de opinión y que estoy completamente de acuerdo con su filosofía y la de Sebastián y que he decidido unir mi suerte con la suya."
"Ni siquiera sabes cuál es su filosofía".
"Está eso. Podría haber más suerte si le digo que estoy enamorado de él. Jace piensa que todo el mundo está enamorado de él de todos modos. "
"Pero yo," dijo Clary, "en realidad lo estoy."
Simon la miró durante mucho tiempo, en silencio. "Hablas en serio", dijo finalmente. "En realidad, harías eso. Sin mí, sin ninguna red de seguridad".
"No hay nada que yo no haría por Jace."
Simon inclinó hacia atrás la cabeza apoyándola contra el asiento de plástico. La marca de Caín brillaba suavemente plateada contra su piel. "No digas eso", dijo.
"¿No harías nada por la gente que amas?"
"Haría casi cualquier cosa por ti", dijo Simon en voz baja. "Moriría por ti. Ya lo sabes. ¿Pero matar a alguien más, a alguien inocente? ¿Qué pasa con un montón de vidas inocentes? ¿Qué pasa con el mundo entero? Es realmente amor decirle a alguien que se limite a escoger entre él y toda la vida en el planeta, ¿Lo elegirías? Es que—no sé, ¿no hay una especie de moral que te hace amar a todos?"
"El amor no es moral o inmoral," dijo Clary. "Simplemente es."
"Lo sé", dijo Simon. "Sin embargo, las acciones que tomamos en nombre del amor, esas son morales o inmorales. Y normalmente no me importaría. Normalmente —cualquier cosa que recuerde de Jace siendo molesto—él nunca te pediría que hicieras algo que va en contra de tu naturaleza. No por él, ni por nadie. Pero él ya no es exactamente Jace, ¿verdad? Y yo simplemente no lo sé, Clary. No sé lo que él te pedirá que hagas."
Clary apoyó el codo sobre la mesa, de pronto muy cansada. "Tal vez no es Jace. Pero es lo más parecido a Jace que tengo. No hay manera de regresar a Jace sin él." Ella alzó los ojos hacia Simon. "¿O me estás diciendo que no hay esperanza?"
Hubo un largo silencio. Clary podía ver la honradez innata de Simon en guerra con su deseo de proteger a su mejor amiga. Finalmente dijo: "Yo nunca diría eso. Todavía soy judío, ya sabes, aunque sea un vampiro. En mi corazón recuerdo y creo, incluso las palabras que no puedo decir. Di—" Se atragantó y tragó saliva. "Él hizo un pacto con nosotros, al igual que los Cazadores de Sombras creen que Raziel hizo un pacto con ellos. Y nosotros creemos en sus promesas. Por lo tanto, no podemos perder la esperanza—Hatikva —porque si mantienes viva la esperanza, ella te mantendrá vivo." Él parecía ligeramente avergonzado. "Mi rabino solía decirlo".
Clary deslizó su mano sobre la mesa y la puso encima de la de Simon. Rara vez hablaba de su religión con ella o con nadie, aunque ella sabía que él creía. "¿Eso significa que estás de acuerdo?"
Él gimió. "Creo que significa que aplastaste mi espíritu y me dejaste en el suelo."
"Fantástico."
"Por supuesto que te das cuenta de que me estás dejando en la posición de ser el que tenga que decírselo a todos: a tu madre, a Luke, Alec, Izzy, Magnus..."
"Creo que no debería haber dicho que no habría riesgo para ti," dijo Clary dócilmente.
"Eso es cierto", dijo Simon. "Sólo recuerda, cuando tu madre este mordiéndome el tobillo como una mamá osa furiosa que ha sido separada de su cachorro, que lo hice por ti."

Jordan apenas había vuelto a dormirse cuando los golpes en la puerta principal vinieron de nuevo. Se dio la vuelta y gimió. El reloj a un lado la cama, señalaba con números amarillos que eran las 4:00 am .
Más golpes. Jordan paso de mala gana por sus pies los jeans, y se tambaleó hacia el pasillo. Exhausto tiró de la puerta para abrirla. "Mira—"
Las palabras murieron en sus labios. De pie en el pasillo estaba Maia. Llevaba jeans y una chaqueta de cuero color caramelo, y el pelo recogido detrás de la cabeza con los palillos de bronce. Un rizo suelto caía aun lado de su cara. Los dedos de Jordan morían de ganas de tocarlo y meterlo detrás de su oreja. En vez de eso, metió las manos en los bolsillos de los pantalones.
"Linda camiseta", dijo con una mirada seca a su pecho desnudo. Había una mochila colgada sobre uno de sus hombros. Por un momento, su corazón dio un vuelco. ¿Estaba dejando la ciudad? ¿Estaba dejando la ciudad para escapar de él? "Mira, Jordan—"
"¿Quién es?" La voz detrás de Jordan era ronca, arrugada como la cama, de la que ella probablemente acababa de salir. Observó como la boca de Maia caía abierta, y enfocaba por encima de su hombro para ver a Isabelle, de pie detrás de él, frotándose los ojos y vestida sólo con una de las camisetas de Simon.
La boca de Maia se cerró de golpe. "Soy yo", dijo en un tono no muy amigable. "¿Estas…. visitando a Simon?"
"¿Qué? No, Simon no está aquí." Cállate, Isabelle, pensó Jordan frenéticamente. "Él esta .." Ella hizo un gesto vago. "Fuera".
Las mejillas de Maia enrojecieron. "Huele como a un bar aquí."
"Es el tequila barato de Jordan", dijo Isabelle con un gesto de la mano. "Tú sabes..."
"Es esa su camiseta, también?", Preguntó Maia.
Isabelle bajó la mirada hacia sí misma, y luego otra vez miró a Maia. Tardíamente pareció darse cuenta de lo que la otra chica estaba pensando. "Oh. No. Maia—"
"Así que primero Simon me engañó contigo, y ahora tú y Jordan—"
"Simon", dijo Isabelle, "también me engañó contigo. De todos modos, no pasa nada entre Jordan y yo. Vine a ver a Simon, pero él no estaba aquí, así que decidí esperarlo en su habitación. A donde voy a regresar ahora."
"No", dijo Maia bruscamente. "No lo hagas. Olvídate de Simon y de Jordan. Lo que tengo que decir es algo que tu también debes saber."
Isabelle se quedó inmóvil, con una mano en la puerta de Simon, y su cara lentamente palideció. "Jace", dijo. "¿Es por eso que estas aquí?"
Maia asintió con la cabeza.
Isabelle se apoyó en la puerta. "Esta él—" Su voz se quebró. Ella empezó de nuevo. "¿Lo han encontrado—"
"Regresó", dijo Maia. "Por Clary." Hizo una pausa. "Trajo a Sebastián con él. Hubo una pelea, y Luke resultó herido. Se está muriendo. "
Isabelle hizo un ruido seco con la garganta. "¿Jace? ¿Jace hirió a Luke? "
Maia evito sus ojos. "No sé lo que pasó exactamente. Sólo sé que Jace y Sebastián vinieron por Clary y hubo una pelea. Luke salió herido. "
"Clary—"
"Está bien. Ella está en casa de Magnus con su madre." Maia se volvió hacia Jordan. "Magnus me llamó y me pidió que viniera a verte. Trató de contactarte, pero no pudo. Él quiere que lo pongas en contacto con los Praetor Lupus".
"Que lo ponga en contacto con ..." Jordan sacudió la cabeza. "No se puede sólo llamar al Praetor. No es como 1-800 -HOMBRE LOBO".
Maia se cruzó de brazos. "Bueno, ¿cómo llegamos a ellos, entonces?"
"Tengo un supervisor. Me llama cuando quiere, o puedo llamarlo en caso de emergencia–"
"Esto es una emergencia". Maia engancho los pulgares en los ojales de sus jeans. "Luke puede morir, y Magnus dice que el Praetor puede tener información que podría ayudar." Miró a Jordan, con sus ojos grandes y oscuros. Tendría que decirle, pensó. Que al Praetor no le gustaba andar en asuntos de la Clave, que se mantenían a sí mismos y a su misión—para ayudar a los nuevos Submundos. Que no había ninguna garantía de que estarían de acuerdo en ayudar, y de todas las probabilidades de que ellos rechazaran la solicitud.
Pero Maia se lo estaba pidiendo. Esto era algo que podía hacer por ella, era un paso en el largo camino de lo que tenía que hacer por ella, después de lo que le había hecho antes.
"Está bien", dijo. "Entonces, iremos a su cuartel general en persona. Están a las fuera de North Fork en Long Island. Bastante lejos de cualquier lugar. Tendremos que usar mi camioneta".
"Bien". Maia levantó su mochila. "Pensé que podría tener que ir a alguna parte, por eso he traído mis cosas."
"Maia". Fue Isabelle. Ella no había dicho nada en tanto tiempo que Jordan había olvidado que estaba allí, se volvió y la vio apoyada en la pared junto a la puerta de Simon. Ella se estaba abrazando, como si tuviera frío. "¿Está bien?"
Maia hizo una mueca. "¿Luke? No, él–"
"Jace." La voz de Isabelle sonaba como si contuviera el aliento. “¿Jace esta bien? ¿Lo hirieron o lo atraparon o–"
"Está bien", dijo Maia rotundamente. "Y él se ha ido. Desapareció con Sebastian. "
"¿Y Simon?" Isabelle fijo su mirada en Jordan. “Dijiste que estaba con Clary–"
Maia negó con la cabeza. "Él no. Él no estaba allí." Tenía la mano apretada en la correa de su mochila. "Pero hay una cosa que sabemos ahora, y no te va a gustar. Jace y Sebastián están conectados de alguna manera. Daña a Jace y dañarás a Sebastián. Si lo matas, también muere Sebastián. Y viceversa. De acuerdo con Magnus".
"¿La Clave lo sabe?" Exigió Isabelle al instante. "No se lo ha dicho a la Clave, ¿verdad?"
Maia negó con la cabeza. "Todavía no."
"Van a encontrarlo", dijo Isabelle. "La manada entera lo sabe. Alguien se los dirá. Entonces va a ser una cacería humana. Ellos van a matarlo sólo para matar a Sebastián. Ellos los van a matar de todos modos." Ella se arqueo y paso sus manos a través de pelo negro y espeso. "Necesito a mi hermano", dijo. "Necesito ver a Alec".
"Bueno, eso es bueno", dijo Maia. "Porque después de la llamada con Magnus, me envió un mensaje. Dijo que tenía el presentimiento de que ibas a estar aquí, y que tenía un mensaje para ti. Él quiere que vayas a su apartamento en Brooklyn, de inmediato. "

Estaba helando afuera, hacia tanto frío que incluso la runa thermis que se había puesto a sí misma–y la fina chamarra que había tomado del armario de Simon– no ayudaron mucho para que Isabelle dejara de temblar a medida que abría la puerta del edificio del apartamento de Magnus y entraba en él.
Después de haberse anunciado, subió las escaleras, apoyando la mano por el barandal. Parte de ella quería correr por las escaleras, a sabiendas de que Alec estaba allí y que él comprendería lo que estaba sintiendo. La otra parte de ella, la parte que toda su vida había escondido de sus hermanos los secretos de sus padres, quería acurrucarse y estar a solas con su miseria. La parte de ella que odiaba depender de los demás -¿porque simplemente no soportaba que la defraudaran?–estaba orgullosa de decir que Isabelle Lightwood no necesita a nadie y le recordó que estaba allí porque se lo habían solicitado. Ellos la necesitaban.
A Isabelle no le importaba que la necesitaran. De hecho, le gustaba. Fue por eso que se había tomado su tiempo para encariñarse con Jace cuando él salió por primera vez a través del Portal de Idris, un delgado niño de diez años con encantadores ojos oro pálido. A Alec le había encantado de inmediato, pero a Isabelle le había molestado su dominio sobre sí mismo. Cuando su madre le había dicho que el padre de Jace había sido asesinado en frente de él, había imaginado que vendría a ella entre lágrimas, para que lo reconfortara e incluso aconsejara. Pero él no parecía necesitar a nadie. Incluso a los diez años había tenido un ingenio agudo, a la defensiva y un ácido temperamento. De hecho, Isabelle había pensado, consternada, que era como ella.
Al final el ser Cazadores de Sombras los había unido—por su amor a las armas afiladas, a las brillantes hojas Serafín, al doloroso placer de las Marcas quemadas, y por la rapidez con la que se embota el pensamiento en la batalla. Cuando Alec había querido ir a cazar solo con Jace, dejando detrás a Izzy, Jace había hablado a favor de ella: "La necesitamos con nosotros, ella es lo mejor que hay. Aparte de mí, por supuesto. "
Lo había amado sólo por eso.
Ahora estaba en la puerta principal del apartamento de Magnus. La luz se filtraba por la rendija bajo la puerta, y oyó voces susurrantes. Empujó la puerta abierta, y una ola de calor la envolvió. Agradecida dio un paso hacia adelante.
El calor provenía del fuego que crepitaba en la chimenea—aunque no hubiera chimeneas en el edificio, la flama tenía el tinte verde azulado del fuego mágico. Magnus y Alec se sentaban en uno de los sofás dispuestos cerca de la chimenea. Una vez que entró, Alec miró hacia arriba y cuando la vio, se puso de pie, corriendo descalzo a través de la habitación —estaba usando pantalones de chándal negro y una camiseta blanca con el cuello roto–para poner sus brazos alrededor de ella.
Por un momento se quedó quieta en el círculo de sus brazos, escuchando los latidos de su corazón, sus manos la acariciaban medio torpemente por la espalda y el pelo. "Iz", dijo. "Va a estar bien, Izzy".
Ella se apartó de él, limpiándose los ojos. Dios, odiaba llorar. "¿Cómo puedes decir eso?" Le espetó. "¿Cómo puede algo, posiblemente, estar bien después de esto?"
"Izzy". Alec tomo el pelo de su hermana sobre un hombro y tiró suavemente de ella. Le recordó los años en que ella solía llevar el pelo en trenzas y Alec tiraba de ellas, con gentileza considerablemente menor a la que mostraba ahora. "No te caigas en pedazos. Te necesitamos." Bajó la voz. "Además, ¿sabes que hueles a tequila?"
Miró a Magnus, que los observaba desde el sofá con sus ilegibles ojos de gato. "¿Dónde está Clary?", Dijo. "¿Y su madre? Pensé que estaban aquí. "
"Duermen", dijo Alec. "Pensamos que necesitaban descansar."
"¿Y yo no?"
"¿Acabas de ver a tu prometido o a tu padrastro casi ser asesinado frente a tus ojos?" Magnus preguntó secamente. Llevaba un pijama a rayas con una bata de seda negra encima. "Isabelle Lightwood", dijo, sentándose de nuevo y juntando ligeramente las manos frente a él. "Como dijo Alec, te necesitamos."
Isabelle se incorporó, echando los hombros hacia atrás. "¿Me necesitan para qué?"
"Para ir con las Hermanas de Hierro", dijo Alec. "Necesitamos un arma para separara a Jace de Sebastián para que puedan ser heridos por separado—Bueno, ya sabes a qué me refiero. Así podríamos matar a Sebastián sin perjudicar a Jace. Es cuestión de tiempo antes de que la Clave sepa que Jace no es prisionero de Sebastián, que está trabajando con él".
"Ese no es Jace", protestó Isabelle.
"Puede que no sea Jace", dijo Magnus, "pero si él muere, su Jace muere junto con él."
"Como sabes, las Hermanas de Hierro sólo hablan con las mujeres", dijo Alec. "Y Jocelyn no puede ir sola, porque ella ya no es una Cazador de Sombras".
"¿Qué pasa con Clary?"
"Ella todavía está en formación. No conoce las preguntas correctas o la forma de hacerles frente. Pero tú y Jocelyn pueden. Y Jocelyn dice que ha estado allí antes, que puede ayudarte y guiarte una vez que el Portal te deje a las orillas de la Ciudadela de Adamant. Podrías partir, las dos, por la mañana."
Isabelle lo consideró. La idea de tener finalmente algo que hacer, algo definido, activo e importante, fue un alivio. Ella hubiera preferido una tarea que tuviera algo que ver con matar demonios o cortarle las piernas a Sebastián, pero esto era mejor que nada. Las leyendas que rodeaban a la Ciudadela de Adamant la hacían sonar como un lugar inhóspito, lejano, y a las Hermanas de Hierro se les veía más raramente que a los Hermanos Silenciosos. Isabelle nunca había visto una.
"¿Cuándo nos vamos?", Dijo.
Alec sonrió por primera vez desde que había llegado, y le torció el pelo. "Esa es mi Isabelle".
"Aléjate." Ella se movió fuera de su alcance y vio a Magnus sonriéndoles desde el sofá. Se levantó del sofá y se pasó una mano por su puntiagudo pelo negro.
Tengo tres cuartos de huéspedes", dijo. "Clary esta en uno; su madre en el otro. Te mostraré el tercero."
Todas las habitaciones se bifurcaban en un pasillo estrecho y sin ventanas que provenía de la sala de estar. Dos de las puertas estaban cerradas; Magnus condujo a Isabelle a través de la tercera, era una habitación cuyas paredes estaban pintadas de un rosa fuerte. Con cortinas negras colgadas de barras de plata en las ventanas, aseguradas con esposas. La colcha tenía una impresión de oscuros corazones rojos.
Isabelle miró a su alrededor. Se sentía inquieta y nerviosa, y en lo más mínimo dispuesta a dormir ahí. “Lindas esposas. Puedo ver por qué no dejaste a Jocelyn aquí. "
"Necesitaba algo con que sostener las cortinas." Magnus se encogió de hombros. "¿Tienes algo para dormir?"
Isabelle asintió con la cabeza, sin querer admitir que había traído la camiseta de Simon con ella desde su apartamento. Los vampiros realmente no huelen a nada, pero la camiseta todavía llevaba consigo el aroma tenue y tranquilizador de su jabón. "Es un poco extraño", dijo. "Me exigiste que viniera de inmediato, sólo para mandarme a la cama y para decirme que comenzaríamos por la mañana."
Magnus se apoyó contra la pared junto a la puerta, con los brazos sobre el pecho, y la miró con sus ojos de gato entrecerrados. Por un momento, le recordó a Iglesia, sólo unos momentos antes de que se dispusiera a morder. "Amo a tu hermano", dijo. "Lo sabes, ¿verdad?"
"Si quieres mi permiso para casarse con él, adelante", dijo Isabelle. "El otoño es una época agradable para eso también. Podrías usar un esmoquin naranja."
"Él no es feliz", dijo Magnus, como si ella no hubiera hablado.
"Por supuesto que no lo es", replicó Isabelle. "Jace–"
"Jace", dijo Magnus, y sus manos se apretaron en puños a los costados. Isabelle lo miró fijamente. Ella siempre había pensado que no le importaba Jace; que incluso, le agradaba, una vez que la cuestión de los afectos de Alec se había resuelto.
Se lo dijo, en voz alta: "Pensé que Jace y tú eran amigos."
"No es eso", dijo Magnus. "Hay algunas personas—personas que el universo parece haber señalado para tener destinos especiales. Favores especiales y tormentos especiales. Dios sabe que todos nos sentimos atraídos hacia lo que es bello y esta roto, yo lo he estado, pero algunas personas no pueden ser arregladas. Y si lo pudieran, es sólo por un amor y un sacrificio tan grande que destruyen al donante. "
Isabelle negó con la cabeza lentamente. "Me he perdido. Jace es nuestro hermano, pero también es por Alec—Él es el parabatai de Jace”.
"Sé acerca de parabatais", dijo Magnus. "He conocido a parabatais tan cercanos hasta casi ser la misma persona. ¿Sabes lo que le sucede, cuando uno de ellos muere, al queda—"
"¡Basta!" Isabelle puso las manos sobre sus oídos, y luego las bajo lentamente. "¿Cómo te atreves, Magnus Bane?", dijo. "¿Cómo te atreves a hacerlo peor de lo que ya es?."
"Isabelle." La manos de Magnus aflojaron, se veía con los ojos muy abiertos, como si su arrebato lo hubiera sorprendido incluso a él. "Lo siento. A veces se me olvida... con todo tu autocontrol y fuerza, que posees la misma vulnerabilidad que Alec tiene."
"No hay nada débil en Alec", dijo Isabelle.
"No", dijo Magnus. "Amar como ustedes lo hacen, requiere de fuerza. La cuestión es que yo te quería aquí para él. Hay cosas que no puedo hacer por él, que no le puedo dar." Por un momento, Magnus se sentía extrañamente vulnerable a sí mismo. "Ustedes han conocido a Jace, desde siempre. Le puedes dar a entender lo que yo no puedo. Y él te ama. "
"Por supuesto que me ama. Soy su hermana. "
"La sangre no es amor", dijo Magnus, y su voz era amarga. "Pregúntaselo a Clary."

Clary salió disparada a través del Portal, como si atravesara el cañón de un fusil y volara por el otro extremo. Ella toco el suelo y se plantó con fuerza, manteniéndose de pie en el primero momento del aterrizaje. La postura duró sólo un momento antes de que, los mareos debidos a la concentración del Portal, hicieran que perdiera el equilibrio y cayera al suelo, su mochila amortiguo la caída. Suspiró–algún día todo el entrenamiento realmente funcionara— y se puso de pie, sacudiendo el polvo de la parte trasera de sus jeans.
Ella estaba de pie frente a la casa de Luke. El río brillaba por encima de su hombro, con la ciudad a sus espaldas como un bosque de luces. La casa de Luke estaba tal como lo había dejado, horas atrás, cerrada y oscura. Clary, de pie sobre el sucio camino de piedra que conducía a los escalones de la entrada, tragó saliva.
Poco a poco tocó el anillo en su mano derecha con los dedos de la izquierda. ¿Simon?
La respuesta llegó de inmediato. ¿Sí?
¿Dónde estás?
Caminando hacia el metro. ¿Hiciste un Portal a casa?
A la de Luke. Si Jace viene como creo que lo hará, este es el lugar a donde vendrá.
Silencio. Y entonces, Bueno, supongo que sabes cómo buscarme si me necesitas.
Supongo que sí. Clary tomó una respiración profunda. ¿Simon?
¿Sí?
Te quiero.
Una pausa. También, te quiero.
Y eso fue todo. No hubo un clic, como cuando cuelgas el teléfono; Clary sólo sintió la ruptura de su conexión, como si un cable se hubiera cortado en su cabeza. Se preguntó si esto era lo que Alec quería decir cuando hablaba acerca de la ruptura del vínculo parabatai.
Ella se encamino hacia la casa de Luke y subió lentamente las escaleras. Esta era su casa. Si Jace iba a volver por ella, como él le había dicho con su propia boca que haría, aquí es donde él vendría. Se sentó en el escalón más alto, colocó la mochila sobre su regazo, y esperó.

Simon se paró frente a la nevera en su apartamento y tomó el último trago de sangre fría con el recuerdo de la silenciosa voz de Clary desvaneciéndose de su mente. Acababa de llegar a casa, y el apartamento estaba a oscuras, el zumbido del refrigerador era alto, y el lugar olía raro—¿era tequila? Tal vez Jordan había estado bebiendo. La puerta de su dormitorio estaba cerrada, de todos modos, no es que Simon lo acusara por estar dormido, después de todo pasaban de las cuatro de la mañana.
Metió la botella en la nevera y se dirigió a su habitación. Sería la primera noche que dormía en su casa después de una semana. Se había acostumbrado a tener a alguien con quien compartir la cama, un cuerpo al que aferrarse en medio de la noche. A él le gustaba la forma en que Clary se recostaba en con él, durmiendo acurrucada con la cabeza en su brazo, y tenía que admitirlo, a él le gustaba que no pudiera dormir, a menos que estuviera con ella. Le hacía sentirse indispensable y necesario–incluso aunque a Jocelyn no pareciera importarle si él dormía en la cama de su hija o no, resaltando el hecho de que la madre de Clary al parecer lo consideraba tan sexualmente amenazante como a un pez dorado.
Por supuesto, él y Clary habían compartido la cama con frecuencia, desde que tenían cinco años hasta que cumplieron los doce. Eso podría haber tenido algo que ver con eso, se dijo, empujando para abrir la puerta de su habitación. La mayoría de esas noches las habían pasado practicando tórridas actividades, como competencias para ver quién podía comer más Reese’s con mantequilla de maní en menos tiempo. O como pillar un reproductor portátil de DVD y—
Él parpadeó. Su habitación se veía igual–las paredes desnudas, los estantes de plástico con su ropa apilada en ellos, su guitarra colgada en la pared, y un colchón en el suelo. Pero en la cama había una sola hoja de papel—un cuadro blanco contra el negro manto raído. Los garabatos, le resultaban familiares. Eran de Isabelle.
Lo cogió y leyó:
Simon, he estado tratando de llamarte, pero parece que tu teléfono está apagado. No sé dónde te encuentras ahora mismo. No sé si Clary ya te dijo lo que pasó esta noche. Pero tengo que ir con Magnus y me gustaría mucho que estuvieras allí.
Yo nunca tengo miedo, pero tengo miedo por Jace. Tengo miedo por mi hermano. Nunca te he pedido nada, Simon, pero te lo estoy pidiendo ahora. Por favor, ven.
Isabelle.
Simon dejó caer la carta de su mano. Él ya estaba fuera del apartamento y en camino por las escaleras antes de que hubiera alcanzado incluso el suelo.

Cuando Simon llegó al apartamento de Magnus, estaba en silencio. Había un fuego parpadeante en la chimenea, y Magnus estaba frente a ella en un sofá, con los pies encima de la mesa de café. Alec dormía, con la cabeza en el regazo de Magnus y él giraba mechones del pelo negro de Alec entre sus dedos. El brujo miraba a las llamas, de manera remota y distante, como si estuviera mirando hacia el pasado. Simon no podía dejar de recordar lo que Magnus le había dicho una vez, acerca de vivir para siempre:
Algún día solo quedaremos tú y yo.
Simon se estremeció, y Magnus levantó la vista. "Isabelle te llamó, lo sé.", Dijo, hablando en voz baja para no despertar a Alec. "Es cruzando el pasillo–la primera habitación a la izquierda."
Simon asintió con la cabeza y, con un saludo siguiendo la indicación de Magnus, se encamino por el pasillo. Se sentía inusualmente nervioso, como si se estuviera preparando para una primera cita. Isabelle, según recordaba, nunca había pedido su ayuda o su presencia antes, nunca había reconocido que lo necesitaba de alguna manera.
Abrió la puerta de la primera habitación a la izquierda y entró. Estaba oscuro, las luces estaban apagadas, y si Simon no hubiera tenido la vista de un vampiro, probablemente habría visto sólo oscuridad. Siendo así, vio los contornos de un armario, sillas con ropa tirada encima de ellas, y una cama, con las sabanas echadas hacia atrás. Isabelle dormía de lado, con su pelo negro en abanico sobre la almohada.
Simon se detuvo. Nunca antes había visto a dormir a Isabelle. Se veía más joven de lo que ella aparentaba ser, con el rostro relajado, y sus largas pestañas rozando la parte superior de sus pómulos. Tenía la boca ligeramente abierta, y los pies encogidos. Sólo llevaba una camiseta, su camiseta, una desgastada camiseta azul que decía CLUB DEL MONSTRUO DEL LAGO NESS: BUSCANDO RESPUESTAS, IGNORANDO LOS HECHOS en la parte delantera.
Simon cerró la puerta detrás de él, se sintió más decepcionado de lo que esperaba. No se le había ocurrido que ella ya estaría dormida. Había estado esperando hablar con ella, escuchar su voz. Se quitó los zapatos y se acostó a su lado. Ella sin duda ocupaba más espacio en la cama que Clary. Isabelle era alta, casi de su estatura, aunque cuando puso la mano sobre su hombro, sintió sus delicados huesos bajo su tacto. Pasó la mano por su brazo. "Iz?", dijo. "¿Isabelle?"
Ella murmuró y volvió la cara hacia la almohada. Se acercó—ella olía a alcohol y a rosas por su perfume. Bueno, ahí tenía la respuesta. Había estado pensando en ponerla en sus brazos y besarla suavemente, pero "Simon Lewis, Acosador de Mujeres Inconscientes " en realidad no era el epitafio por el cual quería ser recordado.
Se acostó de espaldas y se quedó mirando el techo. El yeso estaba agrietado, y lleno de manchas de agua. Magnus realmente debía conseguir a alguien para hacer algo al respecto. Como si sintiera su presencia, Isabelle rodó hacia un lado presionándose contra él, poniendo su suave mejilla en su hombro. "¿Simon?", dijo adormilada.
"Sí". Le tocó la cara ligeramente.
"Viniste." Poso el brazo sobre su pecho, moviendo la cabeza, para acomodarse en su hombro. "No pensé que lo harías."
Sus dedos trazaron patrones en su brazo. "Claro que he venido."
Sus siguientes palabras fueron susurradas en su cuello. "Lo siento estoy dormida."
Sonrió para sí, un poco, en la oscuridad. "Está bien. Incluso si lo único que querías era que yo viniera aquí y te sostuviera mientras duermes, yo lo habría hecho. "
Sintió que se ponía tensa y luego se relajó. "¿Simon?"
"¿Sí?"
"¿Me puedes contar un cuento?"
Él parpadeó. "¿Qué clase de cuento?"
"Alguno donde los buenos ganan y los malos pierden. Y permanecen muertos. "
"¿Así que, un cuento de hadas?", dijo. Se estrujó el cerebro. Él sólo sabía las versiones de Disney de los cuentos de hadas, y la primera imagen que le vino a la mente fue la de Ariel con su sujetador de conchas. Había estado enamorado de ella cuando tenía ocho años. No que este fuera el momento para mencionarlo.
"No" Exhalo la palabra con un suspiro. "Estudiamos los cuentos de hadas en la escuela. La mayoría de las cosas mágicas son reales—de todos modos. No, yo quiero algo que no haya escuchado aún."
"Está bien. Tengo una buena." Simon acarició el cabello de Isabelle, sintiendo el aleteo de sus pestañas contra su cuello mientras ella cerraba los ojos. "Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana..."

Clary no sabía cuánto tiempo había estado sentada en los escalones de la entrada de Luke, para cuando el sol comenzó a subir. Surgió detrás de la casa, tornando el cielo oscuro a un tenue rosado, el río era una franja azul acero. Estaba temblando, había temblando por tanto tiempo que su cuerpo parecía haberse contraído en un duro y único estremecimiento de frío. Había usado dos runas de calentamiento, pero no habían ayudado, tenía la sensación de que el temblor era más que nada psicológico.
¿Vendría? Si muy en él en el fondo él seguía siendo Jace, como ella creía, lo haría, y cuando con su propia boca él le dijo que volvería por ella, supo que lo que él había querido decir era que volvería tan pronto como le fuera posible. Jace no era paciente. Y no jugaba.
Pero lo había esperado tanto tiempo como podía. Finalmente, el sol volvía a salir. Comenzaba un día más, y su madre nuevamente la vigilaría. Tendría que renunciar a Jace, por lo menos por otro día, si no es que por más.
Cerró los ojos por el brillo de la salida del sol, apoyando los codos en el escalón inferior por detrás de ella. Por un momento se dejó llevar por la fantasía de que todo era como lo había sido, que nada había cambiado, que se reunirá esta tarde para practicar con Jace, o esta noche para cenar, y que él la esperaría y la haría reír de la manera en que siempre lo hacía.
Cálidos rayos de sol tocaban su cara. A regañadientes sus ojos se abrieron.
Y él estaba allí, caminando hacia ella por las escaleras, silencioso como un gato, como siempre. Llevaba un suéter azul oscuro que hacía que su cabello se viera como la luz del sol. Se sentó con la espalda recta, su corazón latía con fuerza. El brillante sol lo delineaba con su luz. Pensó en aquella noche en Idris, cuando los fuegos artificiales cruzaron el cielo y había pensado en los ángeles, cayendo en fuego.
Él llegó hasta ella y extendió las manos, ellas las tomo y lo dejo jalarla para ponerla de pie. Sus pálidos ojos dorados recorrieron su rostro. "No estaba seguro de que estarías aquí."
"¿Desde cuándo no haz estado seguro de mí?"
"Te fuiste muy enfadada." Tomó un lado de su cara con la mano. Tenía una gruesa cicatriz a lo largo de su palma, ella la podía sentir sobre su piel.
"Así que si no hubiera estado aquí, ¿qué habrías hecho?"
Él la atrajo hacia sí. Estaba temblando también, y el viento levantaba su pelo rizandolo, desordenándolo brillantemente. "¿Cómo esta Luke?"
Ante la mención del nombre de Luke, otro estremecimiento pasó por ella. Jace, asumiendo que era por frío, tiró de ella con más fuerza hacia él. "Él va a estar bien", le dijo ella con cautela-. Es tu culpa, tu culpa, tu culpa.
"Nunca quise que él saliera lastimado." Con los brazos de Jace a su alrededor, el trazaba lentamente con los dedos una línea de arriba abajo por su espina dorsal. "¿Me crees?"
"Jace ...," dijo Clary. "¿Por qué estás aquí?"
"Para preguntarte de nuevo. Para que vengas conmigo."
Ella cerró los ojos. "¿Y no me dirás en dónde está eso?"
"Fe", dijo en voz baja. "Debes tener fe. Pero también haz de saber que una vez que vengas conmigo, no hay vuelta atrás. No por un largo tiempo."
Recordó el momento en que había salió de Java Jones y lo había visto esperándola allí. Su vida había cambiado en ese momento de una manera que nunca podría revertirse.
"Nunca ha habido vuelta atrás", dijo. "No contigo." Abrió los ojos. "Tenemos que irnos."
Él sonrió, tan brillantemente como el sol que salía de detrás de las nubes, y ella sintió que su cuerpo se relajaba. "¿Estás segura?"
"Estoy segura".
Él se inclinó hacia delante y la besó. Aferrada a él, ella pudo percibir algo amargo en sus labios, y luego la oscuridad le cayó encima como una cortina que marcaba el final de un acto.
Mili Sánchez
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Mensaje por Mili Sánchez Lun Mayo 21, 2012 10:38 am



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8
El Fuego Prueba al Oro
Traducido por CairAndross

Maia nunca había estado en Long Island, pero cuando pensaba en ello, siempre había imaginado que se parecía mucho a Nueva Jersey – mayormente suburbana, un lugar donde la gente que trabajaba en Nueva York o Filadelfia, vivía en realidad.
Había dejado caer su equipaje en la parte posterior de la camioneta de Jordan – sorprendentemente desconocida. Cuando salían, él conducía un destartalado Toyota rojo, y siempre estaba lleno de viejas tazas de café arrugadas y envoltorios de comida rápida, con el cenicero repleto de cigarrillos fumados hasta el filtro. La cabina de esta camioneta estaba comparativamente limpia, ya que la única basura era una pila de papeles en el asiento del pasajero. Él los apartó a su lado, sin hacer ningún comentario mientras ella trepaba al interior.
No habían hablado mientras cruzaban Manhattan, y dentro del Long Island Expressway, y finalmente, Maia se había adormilado, con la mejilla contra el frío cristal de la ventanilla. Al final, se despertó cuando se metieron en un bache de la carretera que la sacudió hacia delante. Parpadeó, frotándose los ojos.
— Lo siento — le dijo Jordan con tristeza — Iba a dejarte dormir hasta que llegáramos allí.
Ella se sentó, mirando a su alrededor. Estaban viajando por una carretera asfaltada de dos carriles y el cielo sobre ellos apenas empezaba a aclarar. Había campos sembrados a ambos lados del camino, una ocasional casa de granja o un silo, cabañas de madera que aparecían a lo lejos, rodeadas por vallas.
— Es bonito — dijo ella, sorprendida.
— Sí — Jordan hizo un cambio de marchas, aclarándose la garganta — Ya que de todos modos estás arriba… ¿puedo mostrarte algo antes que lleguemos a Praetor House?
Ella vaciló sólo por un momento antes de asentir. Y ahora allí estaban, botando por un camino de tierra de un solo carril, con árboles a cada lado. La mayoría eran caducos; el camino estaba lodoso, y Maia bajó la ventanilla para olfatear el aire. Árboles, agua salada, hojas descomponiéndose lentamente, pequeños animales que corrían por la hierba alta. Respiró hondo, una vez más, justo cuando se salieron del camino hacia un pequeño espacio de giro en forma de círculo. Delante de ellos estaba la playa, extendiéndose hasta una oscura agua color azul acerado. El cielo era casi liláceo.
Miró a Jordan. Él estaba mirando fijo hacia delante. — Solía venir aquí, mientras estaba entrenando en Praetor House — dijo — A veces sólo a observar el agua y aclarar mi cabeza. Los atardeceres aquí… Cada uno es diferente, pero todos son hermosos.
— Jordan.
— Él no la miró.
— Lamento lo que pasó antes. Ya sabes, salir corriendo del astillero naval.
— Está bien — él soltó lentamente el aliento, pero ella podía adivinar, por la tensión de sus hombros y el modo en que su mano aferraba la palanca de cambios, que no lo estaba, no realmente. Trató de no mirar el modo en que la tensión delineaba los músculos de su brazo, acentuando las depresiones en sus bíceps — Era demasiado para que lo aceptes, lo entiendo. Yo sólo…
— Creo que deberíamos tomarlo con calma. Trabajar con miras a ser amigos.
— No quiero que seamos amigos.
Ella no pudo ocultar su sorpresa. — ¿No quieres?
Él movió las manos, desde la palanca de cambios hacia la rueda del volante. El aire caliente que salía de la calefacción hacia el interior del coche, se mezclaba con el aire más fresco fuera de la ventanilla abierta de Maia. — No deberíamos hablar de esto ahora.
— Quiero hacerlo — dijo ella. — Quiero hablar de eso ahora. No quiero estar estresada por nosotros, cuando estemos en Praetor House.
Él se deslizó hacia abajo en su asiento, mordiéndose el labio. Su enmarañado cabello castaño caía descuidado sobre su frente. — Maia…
— Si no quieres que seamos amigos, entonces ¿qué somos? ¿Enemigos otra vez?
Él giró la cabeza, la mejilla contra el respaldo del asiento del coche. Esos ojos, eran exactamente como los recordaba, color avellana con motas de verde, azul y otro. — No quiero que seamos amigos — dijo — porque aún te amo. ¿Maia, sabes que ni siquiera he besado a alguien desde que rompimos?
— Isabelle…
— Quería que se emborrachara y hablara de Simon — él sacó las manos del volante, como dirigiéndolas a ella, pero las dejó caer de nuevo en su regazo, con una mirada de derrota en el rostro — Sólo te he amado a ti. Pensar en ti, me inspiró durante mi entrenamiento. La idea que pudiera ser capaz de reconciliarme contigo algún día. Y lo haré, en cualquier forma que pueda, excepto una.
— No quieres ser mi amigo.
— No quiero ser sólo tu amigo. Te amo, Maia. Estoy enamorado de ti. Siempre lo he estado. Siempre lo estaré. Ser sólo tu amigo me mataría.
Ella miró hacia el océano. El borde del sol apenas estaba asomándose por encima de agua y sus rayos iluminaban el mar con tonos de púrpura, oro y azul. — Es tan hermoso aquí.
— Esa es la razón por la que solía venir aquí. No podía dormir y entonces observaba salir el sol — su voz era suave.
— ¿Puedes dormir ahora? — se volvió hacia él.
Él cerró los ojos. — Maia… si vas a decir que no, que no quieres ser otra cosa que mi amiga… sólo dilo. Arranca la bandita, ¿de acuerdo?
Pareció prepararse, como su fuera a recibir un golpe. Sus pestañas dibujaban sombras sobre sus pómulos. Había pálidas cicatrices blancas sobre la piel olivácea de la garganta, cicatrices que le había hecho ella. Maia se soltó el cinturón de seguridad y se escurrió en el asiento hacia él. Escuchó que contenía el aliento, pero no se movió, así que ella se inclinó y lo besó en la mejilla. Inhaló su esencia. El mismo jabón, el mismo champú, pero sin el persistente aroma de los cigarrillos. El mismo muchacho. Fue besando a través de su mejilla hasta la comisura de su boca y, finalmente, fue incluso más lejos, posando su boca sobre la de él.
Sus labios se abrieron bajo los de ella, mientras gruñía, bajo en su garganta. Los hombres lobo no eran gentiles entre ellos, pero sus manos eran ligeras sobre ella mientras la alzaba y la sentaba en su regazo, envolviendo los brazos en torno a su cuerpo mientras el beso se profundizaba. La sensación de tenerlo, la tibieza de sus brazos cubiertos de corderoy rodeándola, el latido de su corazón, el sabor de su boca, el choque de labios, dientes y lengua que le robaban el aliento. Sus manos se deslizaron por la nuca del muchacho y se fundió contra él, mientras sentía los suaves rizos de su espeso cabello, exactamente el mismo que siempre había tenido.
Cuando finalmente se separaron, los ojos de Jordan estaban vidriosos. — He estado esperando esto por años”
Ella trazó la línea de su clavícula con un dedo. Podía sentir el latido de su propio corazón. Por unos instantes, no fueron dos hombres lobo en una misión para una organización mortalmente secreta – fueron dos adolescentes haciéndolo en un coche en la playa. — ¿Estuvo a la altura de tus expectativas?
— Estuvo mucho mejor — su boca se torció en las esquinas — Eso significa…
— Bueno… — admitió ella — Ésta no es la clase de cosas que haces con tus amigos, ¿verdad?
— ¿Ah, no es así? Tendré que decírselo a Simon. Va a estar seriamente decepcionado.
— Jordan — lo golpeó ligeramente en el hombro, pero estaba sonriendo y él también con una inusualmente grande y tonta sonrisa extendiéndose sobre su rostro. Ella se acercó y puso su rostro contra el hueco de su cuello, respirándolo en conjunto con la mañana.


Estaban luchando a través del lago congelado, la ciudad helada destellando como una lámpara en la distancia. El ángel con las alas doradas y el ángel con las alas como fuego negro. Clary estaba de pie en el hielo, mientras sangre y plumas caían a su alrededor. Las plumas doradas ardían como fuego cuando tocaban su piel, pero las plumas negras eran tan frías como el hielo.
Clary se despertó con el corazón palpitante, enredada en un nudo de mantas. Se sentó, apartando bruscamente las mantas de su cintura. Estaba en una habitación desconocida. Las paredes eran de yeso blanco y ella yacía en una cama de madera negra, aún con la ropa que había llevado la noche anterior. Se deslizó fuera del lecho y sus pies desnudos tocaron el frío suelo de piedra, mientras miraba a su alrededor en busca de su mochila.
La encontró fácilmente, apoyada en una silla de cuero negro. No había ventanas en la habitación: la única luz provenía de araña de luces de cristal suspendida sobre su cabeza, fabricada con vidrios negros tallados. Pasó la mano por su mochila y se dio cuenta, para su molestia aunque no era sorpresivo, que alguien ya había revuelto su contenido.
Su cuaderno de arte había desaparecido, incluyendo su estela. Todo lo que le quedaba era su cepillo del pelo y una muda de jeans y ropa interior. Al menos, el anillo de oro aún estaba en su dedo.
Lo tocó ligeramente y le pensó a Simon. Estoy dentro.
Nada.
¿Simon?
No hubo respuesta. Se tragó su inquietud. No tenía la menor idea de dónde estaba, qué hora era, o cuánto tiempo había estado fuera de combate. Simon podía estar dormido. No podía entrar en pánico y asumir que los anillos no funcionaban. Tenía que poner el piloto automático. Comprobar donde estaba, aprender lo que pudiera. Trataría de localizar a Simon otra vez, más tarde.
Respiró hondo y trató de concentrarse en su entorno inmediato. Dos puertas se abrían hacia el dormitorio. Intentó con la primera y encontró que se abría a un pequeño cuarto de baño de vidrio y cromo, con una bañera de bronce con patas de garra. Tampoco había ventanas aquí. Se duchó rápidamente y se secó con una mullida toalla blanca, antes de cambiarse a unos jeans limpios y un suéter, para luego regresar al dormitorio, recoger sus zapatos y probar con la segunda puerta.
Bingo. Aquí estaba el resto de la – ¿casa? ¿Departamento?
Estaba en una gran habitación, la mitad de la cual estaba dedicada a una larga mesa de vidrio. La mayoría de las negras luces colgantes de cristal tallado, pendían del cielorraso, enviando sombras danzantes contra las paredes. Todo era muy moderno, desde las sillas de cuero negro a la gran chimenea, enmarcada en cromo pulido. Había un fuego ardiendo en ésta. Así que, alguien debía estar en la casa o había estado muy recientemente.
La otra mitad de la habitación estaba decorada con una gran pantalla de televisión, una brillante mesa de café negra, sobre la que se dispersaban juegos y controladores y bajos sofás de cuero negro. Un conjunto de escaleras de cristal se dirigían al piso superior, en forma de espiral. Después de echar un vistazo en torno, Clary comenzó a subir. El vidrio era perfectamente claro, y le daba la impresión que estaba subiendo una escalera invisible en el cielo.
El segundo piso era muy similar al primero – muros pálidos, suelo negro, un largo corredor con puertas que se abrían hacia él. La primera puerta conducía a lo que era, claramente, un dormitorio principal. Una enorme cama de palo de rosa, adornada con cortinas blancas de gasa, ocupaba la mayor parte del espacio. Aquí había ventanas, teñidas de azul oscuro. Clary cruzó la habitación para mirar hacia fuera.
Por un momento, se preguntó si estaba de regreso en Alicante. Estaba mirado, a través de un canal, otro edificio con las ventanas cubiertas de verdes postigos cerrados. El cielo estaba gris, el canal era de un oscuro color azul-verdoso y había un puente visible, justo a su derecha, que cruzaba sobre el agua. Había dos personas, de pie sobre el puente. Una de ellas tenía una cámara de fotos frente al rostro y tomaba fotos diligentemente. Entonces, no era Alicante. ¿Ámsterdam? ¿Venecia? Buscó por todas partes una forma de abrir la ventana, pero no parecía haber una; golpeó el vidrio y gritó, pero los que cruzaban el puente no se dieron por aludidos. Después de unos momentos, se marcharon.
Clary regresó a la habitación, se dirigió a uno de los armarios y lo abrió. El corazón se salteó un latido. El armario estaba lleno de ropas – ropas de mujer. Magníficos vestidos – encaje, satén, perlas y flores. Los cajones contenían camisolas y ropa interior, camisas en algodón y seda, faldas, aunque no jeans o pantalones. Incluso había zapatos alineados, sandalias y zapatos de tacón, y pares de medias dobladas. Por un momento sólo se quedó mirando, preguntándose si había otra chica quedándose en ese lugar, o si a Sebastian le había dado por el travestismo. Pero toda la ropa conservaba las etiquetas y todas ellas eran, aproximadamente, de su talla. No sólo eso, se percató lentamente al observarlas. Eran exactamente de las formas y colores que se adaptaban a ella – azules, verdes y amarillos, cortados para un cuerpo pequeño. Al final, sacó una de las camisas más simples, una blusa color verde oscuro de mangas ranglan con un lazo de seda al frente. Después de descartar su camisa sobre el piso, se embutió la blusa y se miró en el espejo que colgaba en el interior del armario.
Le quedaba perfectamente. Delineaba la mayor parte de su pequeña figura, ajustándose a su cintura y haciendo más oscuro el verde de sus ojos. Le arrancó la etiqueta, sin querer ver lo mucho que costaba y salió corriendo de la habitación, sintiendo un escalofrío que le recorría la columna vertebral.
La siguiente habitación era, claramente, la de Jace. Lo supo en el momento en que entró. Olía como él, a su colonia y jabón, y al aroma de su piel. La cama era de madera de ébano, con sábanas y mantas blancas, perfectamente tendida. Estaba tan limpia como su habitación del Instituto. Había libros apilados junto a su cama, los títulos estaban en italiano, francés y latín. La daga de plata de los Herondale, con su diseño de pájaros, estaba encajada en la pared de yeso. Cuando miró más de cerca, pudo ver que sujetaba una fotografía en su lugar. Una fotografía de ella y Jace, que había tomado Izzy. Lo recordaba, un día claro a principios de octubre, Jace sentado en los escalones de entrada del Instituto con un libro sobre el regazo. Ella estaba sentada un escalón por encima, su mano en el hombro, inclinándose para ver qué estaba leyendo. La mano de él cubría la suya, casi ausentemente, y él estaba sonriendo. Ese día, ella no había podido verle el rostro y no sabía que estaba sonriendo de ese modo, no hasta ahora. Su garganta se contrajo y salió de la habitación para recuperar el aliento.
No podía actuar de esa manera, se dijo con severidad. Como si cada visión de Jace en la forma en que estaba ahora, fuera un puñetazo en el estómago. Tenía que fingir que no le importaba, como si no observara ninguna diferencia. Entró en la siguiente habitación, muy parecida a la anterior, pero ésta era un desastre – la cama era una maraña de sábanas y edredón negros, un escritorio de vidrio y acero cubierto de libros y papeles, ropas de muchacho esparcida por todas partes. Jeans, chaquetas, camisetas y equipos de cazador. Su mirada cayó sobre algo que brillaba plateado, apoyado sobre la mesita de noche cerca de la cama. Se movió hacia delante, observándola, sin poder creerles a sus ojos.
Era la pequeña caja de su madre, la que tenía las iniciales J.C. La que su madre solía sacar cada año, una vez al año, y llorar silenciosamente sobre ella, con las lágrimas corriendo por su rostro para salpicar sus manos. Clary sabía lo que había en la caja – un mechón de cabello, tan fino y blanco como la pelusa del diente de león, algunas ropitas infantiles, un zapatito de bebé, lo suficientemente pequeño como para caberle en la palma de la mano. Retazos de su hermano, una suerte de collage del niño que su madre había querido tener, había soñado tener, antes que Valentine hubiera hecho lo que hizo y convirtiera a su propio hijo en un monstruo.
J.C.
Jonathan Christopher.
Su estómago dio un vuelco y se volvió para salir rápidamente de la habitación – directo a una pared de carne viviente. Los brazos fueron a rodearla, envolviéndola en un abrazo y ella vio que eran delgados y musculosos, cubiertos con fino vello pálido y, por un momento, pensó que era Jace quien la sostenía. Empezó a relajarse.
— ¿Qué estabas haciendo en mi habitación? — dijo Sebastian en su oreja.

Isabelle había sido entrenada para levantarse temprano cada mañana, con lluvia o sol, y una ligera resaca no hizo nada para evitar que eso sucediera. Se incorporó lentamente y bajó la mirada, parpadeando, hacia Simon.
Nunca antes había pasado una noche entera en la cama con otra persona, a menos que contara el meterse en la cama de sus padres cuando tenía cuatro años y miedo a las tormentas. No podía dejar de mirar fijamente a Simon, como si él fuera alguna especie de animal exótico. Él yacía sobre su espalda, con la boca ligeramente abierta y el cabello sobre los ojos. Cabello castaño común, ojos marrones comunes. Su camiseta estaba ligeramente levantada. Él no era musculoso como un Cazador de Sombras. Tenía un estómago suave y plano, pero nada de abdominales marcados, y aún había un toque de suavidad en su rostro. ¿Qué tenía que la fascinaba? Era bastante lindo, pero ella había salido con guapísimos caballeros hadas, sexys Cazadores de Sombras…
— Isabelle — dijo Simon, sin abrir los ojos — Deja de mirarme.
Isabelle suspiró con irritación y se arrojó de la cama. Rebuscó en su bolsa su equipo de cazadora y se encaminó al cuatro de baño.
Estaba a mitad de camino cuando la puerta se abrió, y Alec emergió en una nube de vapor. Tenía una toalla alrededor de la cintura, otra sobre los hombros y se estaba frotando enérgicamente su húmedo cabello negro. Se suponía que a Isabelle no debería sorprenderla el verlo; él también había sido entrenado para levantarse temprano por las mañanas, igual que ella.
— Hueles a sándalo — dijo ella, a modo de saludo. Odiaba el aroma del sándalo. Le gustaban las fragancias dulces – vainilla, canela, gardenia.
Alec la miró. — Nos gusta el sándalo.
Isabelle hizo una mueca. — O ése es el ‘nosotros’ de la realeza cuando hablan en plural o Magnus y tú se están convirtiendo en una de esas parejas que creen que son una sola persona. ‘Nos gusta el sándalo’. ‘Adoramos la música’. ‘Esperamos que disfrutes de nuestro obsequio navideño’ – lo cual es, si me preguntas, sólo una forma barata de evitar tener que comprar dos regalos.
Alec le dirigió un húmedo y feroz parpadeo. — Lo entenderás…
— Si vas a decirme que lo entenderé cuando esté enamorada, voy a ahogarte con esa toalla.
— Y si sigues evitando que regrese a mi habitación y me vista, le diré a Magnus que acaba acopio de pixies para que te aten nudos en el cabello.
— Oh, fuera de mi camino — Isabelle pateó el tobillo de Alec hasta que él se movió, sin prisas, por el pasillo. Tenía la sensación que, si se volvía y lo miraba, él le estaría sacando la lengua, así que no lo hizo. En lugar de ello, se encerró en el baño y encendió la ducha a todo vapor. Luego, miró la canasta de productos de baño y soltó una palabra impropia de una dama.
Champú, acondicionador y jabón, de sándalo. Ugh.
Cuando finalmente salió, vestida con su equipo de cazadora y con el cabello recogido, encontró a Alec, Magnus y Jocelyn esperándola en la sala de estar. Había donas, que no quería, y café, que sí. Se sirvió una generosa cantidad de leche en la taza y se sentó, mirando a Jocelyn quien llevaba – para sorpresa de Isabelle – un equipo de Cazador de Sombras.
Era extraño, pensó. Las personas, a menudo, le decían que se parecía a su madre, aunque ella no lo veía por sí misma, y ahora se preguntaba si eso pasaba en la misma forma en que Clary se parecía a Jocelyn. El mismo color de cabello, sí, pero también el mismo conjunto de rasgos, la misma inclinación de la cabeza, la misma línea resuelta de la mandíbula. La misma sensación de que esa persona puede parecer una muñeca de porcelana, pero es de acero por debajo. Aunque, Isabelle lo deseaba, de igual modo que Clary había heredado los ojos verdes de su madre, ella podría haber obtenido los ojos azules de Maryse y Robert. El azul era mucho más interesante que el negro.
— Al igual que con la Ciudad Silenciosa, sólo hay una Ciudadela de Adamantio, pero hay muchas puertas a través de las cuales pueden encontrarla — dijo Magnus — La más cercana a nosotros es la de un viejo monasterio agustino sobre Grymes Hill, en Staten Island. Alec y yo cruzaremos por un Portal con ustedes, y las esperaremos hasta que regresen, pero no podemos acompañarlas todo el camino.
— Lo sé — dijo Isabelle. — Porque ustedes son chicos. Más lloricas.
Alec le apuntó con el dedo. — Tómalo con seriedad, Isabelle. Las Hermanas de Hierro no son como los Hermanos Silenciosos. Son menos amables y no le gustan ser molestadas.
— Prometo que tendré el mejor comportamiento — dijo Isabelle y depositó su taza de café vacía sobre la mesa — Vamos.
Magnus la miró con suspicacia por un momento, luego se encogió de hombro. Hoy tenía el pelo engominado en un millón de puntas agudas y sus ojos estaban sombreados con maquillaje negro, lo que los hacía más felinos que nunca. Él se acercó a la pared, ya murmurando algo en latín; la familiar silueta del portal, su forma de puerta arcana delineada con símbolos destellantes comenzó a tomar forma. Se levantó viento, frío y agudo, echando hacia atrás los mechones del cabello de Isabelle.
Jocelyn dio un paso al frente en primer lugar, y caminó a través del portal. Fue como ver a alguien desaparecer en la cresta de una ola de agua: una neblina plateada pareció tragarla, nublando el color de su cabello rojizo mientras ella desaparecía en el interior con un débil destello.
Isabelle fue la siguiente. Estaba acostumbrada la sensación de revoltijo en el estómago que provocaba ser transportada por un Portal. Era como un rugido insonoro en sus oídos y nada de aire en los pulmones. Cerró los ojos, luego los abrió de nuevo cuando el remolino la soltó y cayó sobre la maleza seca. Se puso de pie, cepillándose la hierba muerta de sus rodillas y vio a Jocelyn mirándola. La madre de Clary abrió la boca – y la volvió a cerrar cuando apareció Alec desplomándose sobre la vegetación junto a Isabelle y, a continuación, Magnus, mientras la brillante forma del Portal se cerraba tras él.
Incluso el viaje a través del Portal, no había desarreglado los picos en el cabello de Magnus. Se atusó uno con orgullo. — Comprobado — le dijo a Isabelle.
— ¿Magia?
— Gel para el cabello. $3.99 en Ricky’s.
Isabelle le puso los ojos en blanco y se giró para comprobar su nuevo entorno. Estaban encima de una colina y su parte más alta estaba cubierta de maleza seca y césped marchito. Más abajo, había árboles ennegrecidos por el otoño y, a la distancia, Isabelle vio un cielo sin nubes y la parte superior del Verrazano-Narrows Bridge, que conecta Nueva York con Brooklyn. Cuando se giró, Isabelle vio el monasterio tras ella, alzándose por encima del follaje reseco. Era un gran edificio de ladrillo rojo, con la mayoría de las ventanas rotas o entabladas. Estaba marcado, aquí y allí, con graffiti. Los buitres, perturbados por la llegada de los viajeros, circundaban el campanario en ruinas.
Isabelle entrecerró los ojos, preguntándose si había un glamour que desprender. Si era así, era uno muy fuerte. Por más que lo intentaba, no podía ver otra cosa que la ruinosa construcción tras ella.
— No hay glamour — dijo Jocelyn, sobresaltando a Isabelle — Lo que ves es lo que obtienes.
Jocelyn caminó hacia allí, sus botas aplastando la vegetación seca frente a ella. Después de un momento, Magnus se encogió de hombros y la siguió, e Isabelle y Alec fueron detrás. No había ningún camino; las ramas crecían enredadas, oscuras contra el aire claro, y el follaje bajo sus pies crujía por la sequedad. Mientras se acercaban al edificio, Isabelle vio que los parches de césped reseco estaban quemados con pentagramas y que había círculos rúnicos pintados con aerosol sobre la hierba.
— Mundanos — dijo Magnus, apartando una rama del camino de Isabelle — Jugando sus pequeños juegos con magia, sin realmente entenderla. A menudo son atraídos por lugares como éste – centros de poder – sin saber realmente el por qué. Beben, pasan el rato, y pintan las paredes con aerosol como si pudieras dejar una huella humana en la magia. No puedes — Ya habían alcanzado una puerta tapiada en el muro de ladrillo — Aquí estamos.
Isabelle miró fijamente la puerta. Una vez más, no había sentido que la cubriera algún glamour, aunque si se concentraba duro, se hacía visible un débil resplandor, como la luz del sol rebotando sobre el agua. Jocelyn y Magnus intercambiaron una mirada y ella se volteó hacia Isabelle. — ¿Estás lista?
Isabelle asintió y, sin más preámbulos, Jocelyn dio un paso adelante y se desvaneció a través de las tablas de la puerta. Magnus miró expectante a Isabelle.
Alec se acercó más y ella sintió el roce de su mano sobre el hombro. — No te preocupes — dijo. — Vas a estar bien, Iz.
Ella levantó la barbilla — Lo sé — dijo, y siguió a Jocelyn a través de la puerta.

Clary contuvo el aliento, pero antes que pudiera responder, hubo pasos en la escalera, y Jace apareció al final del pasillo. Sebastian la dejó ir de inmediato y dio una vuelta a su alrededor. Con una sonrisa lobuna, le alborotó el cabello. — Me alegro de verte, hermanita.
Clary se quedó sin habla. Sin embargo, Jace no; se movió hacia ellos en silencio. Llevaba una chaqueta de cuero negro, una camiseta blanca y jeans, y estaba descalzo. — ¿Estabas abrazando a Clary? — miraba a Sebastian, atónito.
Sebastian se encogió de hombros. — Es mi hermana. Estoy complacido de verla.
— Tú no abrazas a las personas — dijo Jace.
— Me quedé sin tiempo para cocinar un guiso.
— No fue nada — intervino Clary, agitando una mano desdeñosa hacia su hermano. — Me tropecé. Él sólo impidió que me cayera.
Si Sebastian estaba sorprendido al oírla defenderlo, no lo demostró. Su rostro era inexpresivo mientras ella cruzaba el pasillo hacia Jace, quien la besó en la mejilla. Sus dedos se sentían fríos contra la piel. — ¿Qué estás haciendo aquí arriba? — preguntó Jace.
— Buscándote — ella se encogió de hombros. — Me desperté y no podía encontrarte. Pensé que, tal vez, estabas durmiendo.
— Veo que has descubierto el alijo de ropa — Sebastian indicó la camisa con un gesto — Te gustan.
Jace la lanzó una mirada — Vamos a preparar algo de comer — le dijo a Clary. — Nada del otro mundo. Pan y queso. ¿Quieres almorzar?
Así fue como, varios minutos más tarde, Clary se encontró instalada en la gran mesa de vidrio y acero. Por los comestibles esparcidos sobre la mesa, se imaginó que su segunda suposición había sido correcta. Estaban en Venecia. Había pan, quesos italianos, salami y posciutto, uvas y mermelada de higo, y botellas de vino italiano. Jace se sentó frente a ella, Sebastian en la cabecera de la mesa. Le recordó, bizarramente, la noche que conoció a Valentine, en Renwick’s en Nueva York, como se había puesto entre Jace y Clary a la cabecera de la mesa, cómo les había ofrecido vino y dicho que eran hermano y hermana.
Ahora le echó un vistazo a su hermano de verdad. Pensé en cómo lo vería su madre cuando lo miraba a él. Valentine. Pero Sebastian no era una copia al carbón del padre de ambos. Ella había visto fotografías de Valentine cuando tenía su edad. El rostro de Sebastian suavizaba los rasgos duros de su padre con la belleza frágil de su madre; era alto, pero menos ancho de hombros, más ágil y felino. Tenía los pómulos y la suave boca de Jocelyn, los ojos oscuros y el cabello rubio blanquecino de Valentine.
Entonces, él levantó la vista, como si la hubiera sorprendido mirándolo. — Más vino — le ofreció la botella.
Clary asintió, aunque nunca le había gustado mucho el sabor del vino y, desde Renwick’s lo odiaba. Se aclaró la garganta mientras Sebastian le llenaba el vaso. — Entonces… — dijo — Este lugar… ¿es suyo?
— Era de nuestro padre — dijo Sebastian, bajando la botella. — De Valentine. Se mueve, dentro y fuera de los mundos – el nuestro y otro. Él solía utilizarlo como retiro, así como de medio de transporte. Me trajo aquí unas cuantas veces, me mostró cómo entrar y salir y cómo hacerlo viajar.
— No hay puerta de entrada.
— La hay, si sabes cómo encontrarla — dijo Sebastian. — Papá fue muy listo con este lugar.
Clary miró a Jace, quien sacudió la cabeza. — Él nunca me lo mostró. Nunca imaginé que existía siquiera.
— Es muy… piso de soltero. — dijo Clary. — Nunca habría pensado en Valentine…
— ¿Como dueño de televisores de pantalla plana? — Jace le sonrió — No recibes canales, pero puedes ver DVD. Además, en la mansión teníamos una vieja nevera que funcionaba con luz mágica. Aquí tiene un frigorífico Sub-Zero.
— Eso era para Jocelyn — dijo Sebastian.
Clary levantó la mirada. — ¿Qué?
— Todas las cosas modernas. Los aparatos. Y la ropa. Como esa camisa que llevas. Eran para nuestra madre. En caso que ella quisiera regresar — Los ojos oscuros de Sebastian encontraron los suyos. Ella se sentía un poco enferma. Este es mi hermano y estamos hablando de nuestros padres. Se sintió mareada – demasiadas cosas estaban sucediendo demasiado rápido como para procesarlo. Nunca había tenido tiempo para pensar en Sebastian como su viviente y respirante hermano. En el momento en que descubriera quién era él en realidad, estaba muerto.
— Lo siento si es extraño — dijo Jace en forma de disculpa, indicando su camisa — Podemos comprar otras ropas.
Clary tocó ligeramente la manga. La tela era sedosa, fina, cara. Bueno, eso explicaba… todo acerca de su talla, todo acerca de los colores que le convenían. Porque ella se parecía a su madre.
Inspiró profundo. — Está bien — dijo. — Es sólo… ¿qué hacen los dos exactamente? Sólo viajar dentro de este departamento y…
— ¿Ver el mundo? — dijo Jace con ligereza — Hay cosas peores-
— Pero no pueden hacer eso para siempre.
Sebastian no había comido mucho, pero bebió dos copas de vino. Estaba por la tercera, y sus ojos estaban brillantes. — ¿Por qué no?
— Bueno, porque… porque la Clave los está buscando a los dos, y no pueden pasarse la eternidad corriendo y ocultándose… — la voz de Clary se fue apagando mientras miraba de uno al otro. Estaban intercambiando una mirada – la mirada de dos personas que saben algo, juntos, que nadie más sabe. No era una mirada que Jace hubiera compartido con otra persona, delante de ella, en un largo tiempo.
Sebastian habló en voz baja y lenta. — ¿Estás haciendo una pregunta o una observación?
— Ella tiene derecho a conocer nuestros planes — dijo Jace — Vino aquí sabiendo que no podía regresar.
— Un salto de fe — dijo Sebastian, haciendo correr un dedo por el borde de su vaso. Era algo que Clary había visto hacer a Valentine. — En ti. Ella te ama. Ésa es la razón por la que está aquí. ¿O no?
— ¿Y qué si lo es? — dijo Clary. Supuso que podía fingir que había otra razón, pero los ojos de Sebastian eran oscuros y afilados, y dudaba que él le fuera a creer. — Yo confío en Jace.
— Pero no en mí.
Clary escogió sus siguientes palabras con extremo cuidado. — Si Jace confía en ti, entonces quiero confiar en ti — dijo — Y eres mi hermano. Eso cuenta como algo — la mentira sabía amarga en su boca. — Pero no te conozco en realidad.
— Entonces, tal vez debería pasar un poco de tiempo, para que llegues a conocerme — dijo Sebastian — Y entonces, te diremos nuestros planes.
Te diremos. Nuestros planes. En su mente, estaban Jace; no había un Jace y Clary.
— No me gusta dejarla en la oscuridad — dijo Jace.
— Bueno, démosle una semana. Qué diferencia hace una semana.
Jace le echó un vistazo. — Hace dos semanas, tú estabas muerto.
— Bueno, yo no estaba sugiriendo dos semanas — dijo Sebastian — Eso sería una locura.
La boca de Jace se curvó en la esquina. Miró a Clary.
— Estoy dispuesta a esperar que confíes en mí — dijo, sabiendo que era lo correcto y listo decir. Odiando decirlo. — Por mucho tiempo que eso tome.
— Una semana — dijo Jace.
— Una semana — coincidió Sebastian — Y eso significa que debe quedarse aquí, en el departamento Sin comunicarse con nadie. Nada de desbloquear la puerta para ella, nada de entrar y salir.
Jace se reclinó hacia atrás. — ¿Qué pasa si yo estoy con ella?
Sebastian le dirigió una larga mirada por debajo de sus pestañas. Su mirada era calculadora. Estaba decidiendo qué tanto le permitiría hacer a Jace, se percató Clary. Estaba decidiendo cuánta correa soltarle a su ‘hermano’. — Bien — dijo, al fin, con una voz rica de condescendencia — Si tú estás con ella.
Clary bajó la mirada hacia su copa de vino. Oyó que Jace respondía en un murmullo, peor no podía mirarlo. La idea de un Jace a quien le permitieran hacer cosas – Jace, quien siempre hizo lo que se le dio la gana – le revolvió el estómago. Quería levantarse y romper la botella de vino sobre la cabeza de Sebastian, pero sabía que era imposible. Corta a uno, y el otro sangra.
— ¿Cómo está el vino? — era la voz de Sebastian con una corriente subterránea de plena diversión en su tono.
Ella apuró la copa, atragantándose con el sabor amargo. — Delicioso.

Isabelle surgió en un paisaje extraterrestre. Una llanura verde oscuro se extendía ante ella bajo un cielo bajo gris-negruzco. Isabelle se puso la capucha del equipo y se asomó, fascinada. Nunca había visto una extensión tal grande de cielo o una llanura tan grande – era brillante, con el tono de una joya, como la sombra del musgo. Cuando Isabelle dio un paso adelante, se dio cuenta que era musgo; creciendo alrededor de la rocas negras esparcidas sobre la tierra del color del carbón.
— Es una planicie volcánica — dijo Jocelyn. Estaba de pie junto a Isabelle, y el viento extraía mechones rojo-dorado de su cabello de su moño bien sujeto. Se parecía tanto a Clary que era espeluznante — Éstos fueron lechos de lava una vez. Toda el área es probablemente volcánica en cierto grado. Para trabajar con adamas, las Hermanas necesitan un increíble calor en sus fraguas.
— Entonces, uno pensaría que estaría un poco más cálido — murmuró Isabelle.
Jocelyn le lanzó una mirada seca, y comenzó a caminar en, lo que le pareció a Isabelle, una dirección elegida al azar. Se apresuró a seguirla. — A veces, te pareces tanto a tu madre que me asombras un poco, Isabelle.
— Lo tomaré como un cumplido — Isabelle estrechó los ojos. Nadie insultaba a su familia.
— No lo dije como un insulto.
Isabelle mantuvo sus ojos sobre el horizonte, donde el oscuro cielo se reunía con el suelo enjoyado de verde — ¿Qué tan bien conoces a mis padres?
Jocelyn le dio una rápida mirada de reojo. — Bastante bien, cuando estábamos todos juntos en Idris. No los había visto por años, hasta hace poco.
— ¿Los conocías cuando se casaron?
El camino que Jocelyn tomara había comenzado a inclinarse hacia arriba, por lo que su respuesta fue un poco sin aliento. — Sí.
— ¿Estaban… enamorados?
Jocelyn se detuvo en seco y se giró para mirar a Isabelle. — ¿Isabelle, de qué se trata esto?
— ¿De amor? — sugirió Isabelle, después de una pausa momentánea.
— No sé por qué pensarías que soy una experta en eso.
— Bueno, te la has arreglado para mantener a Luke rondándote toda su vida, básicamente, antes de aceptar casarte con él. Eso es impresionante. Desearía tener ese tipo de poder sobre un tipo.
— Así es — dijo Jocelyn — Lo tienes, quiere decir. Y no es algo que desear. — Se pasó las manos por el cabello e Isabelle sintió un pequeño sobresalto. Por mucho que Jocelyn se pareciera a su hija, sus largas y finas manos, flexibles y delicadas, eran las de Sebastian. Isabelle recordó haber rebanado una de esas manos, en un valle de Idris, cortando a través de piel y hueso. — Tus padres no son perfectos, Isabelle, porque nadie es perfecto. Son personas complicadas. Y acaban de perder un hijo. Así que, si esto es porque tu padre permanece en Idris…
— Mi padre engañó a mi madre — barbotó Isabelle y casi se cubrió la boca con la mano. Había conservado ese secreto, lo mantuvo por años, y decírselo en voz alta a Jocelyn le pareció una traición, a pesar de todo.
El rostro de Jocelyn cambió. Ahora estaba lleno de simpatía. — Lo sé.
Isabelle tomó una bocanada de aire. — ¿Todo el mundo lo sabe?
Jocelyn negó con la cabeza. — No. Unas pocas personas. Yo estaba… en un posición privilegiada para saberlo. No puedo decir más que eso.
— ¿Quién era? — exigió Isabelle — ¿Con quién la engañó?
— No es nadie que tú conozcas, Isabelle…
— ¡Tú no sabes a quién conozco! — Isabelle alzó la voz. — Y deja de decir mi nombre de ese modo, como si fuera una niñita.
— No es mi privilegio el decírtelo — dijo Jocelyn rotundamente, y comenzó a caminar de nuevo.
Isabelle revoloteó tras ella, aún cuando el camino tomaba una curva aún más pronunciada hacia arriba, una pared de color verde alzándose para encontrarse con el cielo tormentoso — Tengo todo el derecho a saberlo. Son mis padres. Y si no me lo dices, yo…
Ella se detuvo, respirando con fuerza. Había alcanzado la cima de la elevación y, de algún modo, frente a ella, surgió una fortaleza del suelo, como una flor de rápido crecimiento. Estaba tallada en adamas blanco-plateado, reflejando el cielo estriado de nubes. Torres rematadas con electro se alzaban hacia el cielo y la fortaleza estaba rodeada por un alto muro, también de adamas, en el cual había una sola puerta, formada por dos grandes hojas colocadas en ángulo sobre el suelo, de modo que parecían un monstruoso par de tijeras.
— La Ciudadela de Adamantio — dijo Jocelyn.
— Gracias — replicó Isabelle — Me di cuenta de ello.
Jocelyn hizo ese sonido con el que Isabelle estaba familiarizada en sus propios padres. Estaba bastante segura que era la palabra parental para ‘Adolescentes’. Entonces, Jocelyn comenzó a bajar la colina, hacia la fortaleza. Isabelle, cansada de revolotearle al acecho, la sobrepasó. Era más alta que la madre de Clary, tenía las piernas más largas y no veía la razón para esperar a Jocelyn si la otra mujer iba a insistir en tratarla como a una niña. Avanzó a zancadas por la colina, aplastando el musgo bajo sus botas y se agacho para pasar a través de las puertas tijera…
Y se congeló. Estaba de pie sobre un pequeño afloramiento de roca. Frente a ella, la tierra se derramaba en un vasto abismo, al fondo del cual bullía un río de lava rojo-dorada que circundaba la fortaleza. Cruzando el abismo, demasiado lejos para saltar – incluso para un Cazador de Sombras – estaba la única entrada visible a la fortaleza, un puente levadizo cerrado.
— Algunas cosas… — dijo Jocelyn a su lado — No son tan simples como parecen por primera vez.
Isabelle dio un brinco, luego la miró — Por lo tanto, no es el lugar para sorprender a alguien.
Jocelyn simplemente cruzó sus brazos sobre su pecho y enarcó las cejas. — Seguramente, Hodge te enseñó el método adecuado para acercarse a la Citadela de Adamantio — dijo — Después de todo, está abierta a todas las Cazadoras de Sombras mujeres en buena relación con la Clave.
— Por supuesto que sí — dijo Isabelle con rapidez, luchando mentalmente por recordar. Sólo aquellas con sangre Nefilim… Alargó la mano y se quitó uno de los palillos de metal del cabello. Cuando retorció su base, hizo un pop y un clic, y se desplegó, transformándose en una daga que tenía una Runa de Valor en la hoja.
Isabelle extendió las manos sobre el abismo — Ignis aurum probat — dijo y usó la daga para cortarse la palma izquierda; sintió un rápido dolor punzante y la sangre corrió desde el corte, una corriente rubí que salpicó el abismo bajo sus pies. Hubo un destello de luz azul y un ruido crujiente. El puente levadizo se estaba bajando con lentitud.
Isabelle sonrió y limpió la hoja de su cuchillo en el equipo. Después, con otra vuelta, lo convirtió en un delgado palillo de metal otra vez. Se lo volvió a deslizar en el cabello.
— ¿Sabes lo que eso significa? — preguntó Jocelyn, con los ojos sobre el puente levadizo.
— ¿Qué?
— Lo que acabas de decir. El lema de las Hermanas de Hierro.
El puente levadizo estaba casi plano. — Significa ‘El fuego prueba al oro’.
— Correcto. — dijo Jocelyn. — No se refieren sólo a las forjas y al trabajo en metal. Se refiere a que la adversidad prueba la fortaleza del carácter de uno. En tiempos difíciles, en tiempos oscuros, algunas personas brillan.
— ¿Ah, sí? — dijo Izzy. — Bueno, estoy harta de tiempos oscuros y difíciles. Tal vez, no quiero brillar.
El puente levadizo se estrelló frente a sus pies. — Si eres en algo como tu madre — dijo Jocelyn — No serás capaz de evitarlo.


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Mensaje por Mili Sánchez Lun Mayo 21, 2012 10:40 am



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9
Las Hermanas de Hierro
Traducido por DarkVishous
Alec levantó la luz mágica de las runas de piedra, alta en su mano, una brillante luz irradiaba hacia fuera, destacando una de las esquinas de la estación de City Hall y luego otra. Saltó cuando un ratón chilló, corriendo a través de la polvorosa plataforma. Él era un Cazador de Sombras; había estado en muchos lugares oscuros, pero había algo en el aire de esa estación abandonada que hacía correr escalofríos por su columna vertebral.
Tal vez era el frío de la deslealtad que sentía, escapando de su puesto de guardia en Staten Island y bajando la colina hasta el ferry al momento en que Magnus se había ido.
Alec levantó la voz. —¡Camille! —llamó—. ¡Camille Belcourt!
Oyó una ligera risa; que hizo eco en las paredes de la estación. Luego ella estaba allí, en la parte superior de las escaleras, el brillo de su luz mágica marcando su silueta. —Alexander Lightwood —dijo ella—. Vamos arriba.
Ella desapareció. Alec siguió su rápida luz mágica escaleras arriba, y encontró a Camille, donde lo había hecho antes, en el vestíbulo de la estación. Estaba vestida con la moda de una época pasada, un largo vestido cortado a la cintura, su cabello peinado alto con sus rizos rubios plateados, y sus labios pintados de rojo oscuro. Supuso que era hermosa, aunque él no era el mejor juez de apariencia femenina, y no ayudaba que la odiara.
—¿Qué pasa con el disfraz? —demandó el.
Ella sonrió. Su piel era muy suave y blanca, sin líneas oscuras; se había alimentado recientemente. —Un baile de máscaras en el centro. Comí bastante bien. ¿Por qué estás aquí, Alexander? ¿Hambriento de una buena conversación?
Si fuera Jace, pensó Alec, tendría una observación inteligente para eso, una especie de juegos de palabras o hábilmente disfrazadas. Alec sólo se mordió el labio y le dijo: —Me dijiste que regresara si estaba interesado en lo que ofrecías.
Ella pasó la mano a lo largo de la parte superior del sofá, la única pieza de mobiliario en la habitación. —Y tú has decidido qué quieres.
Alec asintió con la cabeza.
Ella se echó a reír. —¿Entiendes lo que estás pidiendo?
El corazón de Alec latía con fuerza. Se preguntó si Camille podría oírlo. —Dijiste que podrías hacer a Magnus mortal. Igual que yo.
Sus carnosos labios se afinaron. —Lo hice, —dijo—. Debo admitir que dudaba de tu interés. Te fuiste más bien apresuradamente.
—No juegues conmigo, —dijo. —No quiero lo que ofreces tan mal.
—Mentira —dijo casualmente—. O no estarías aquí. —Ella se movió alrededor del sofá, acercándose a él, sus ojos registrando su rostro. —De cerca, —dijo, —no te pareces tanto a Will como había pensado. Tienes su color, pero una forma diferente en la cara… tal vez la ligera debilidad de tu mandíbula…
—Cállate, —dijo él. Bueno, no era el ingenio de Jace, pero era algo. —No quiero oír hablar sobre Will.
—Muy bien. —Ella se estiró, lánguidamente, como un gato. —Fue hace muchos años, cuando Magnus y yo fuimos amantes. Estábamos en la cama juntos, después de una noche apasionada. —Ella lo vio estremecerse, y sonrió. —Tú sabes lo que ocurre con las conversaciones con la almohada. Uno revela las debilidades de uno. Magnus me habló de un hechizo que existía, que podría llevarse a cabo para liberar a un brujo de su inmortalidad.
—Entonces, ¿por qué no sólo encuentro cuál es el hechizo y lo hago? —la voz de Alec aumentó y se agrietó—. ¿Por qué te necesito?
—En primer lugar, porque eres un Cazador de Sombras; no tienes ni idea de cómo funcionar un hechizo, —dijo ella con calma—. En segundo, porque si lo haces, él sabrá que fuiste tú. Sí yo lo hago, va a suponer que fue por venganza. Rencor de mi parte. Y no me importa lo que Magnus piense. Pero a ti sí.
Alec la miró fijamente. —¿Y tú harás esto por mí como un favor?
Ella rió, igual que campanillas. —Por supuesto que no, —dijo. —Tú me harás un favor a mí, y yo te haré uno a ti. Así es cómo estas cosas se llevan a cabo.
La mano de Alec apretó la luz mágica de las runas de piedra hasta que los bordes cortaron su mano. —¿Y qué favor quieres de mí?
—Es muy simple, —dijo ella—. Quiero que mates a Raphael Santiago.



El puente que cruzaba la fisura de Adamant Citadel estaba lleno de cuchillos. Estos estaban hundidos con el vértice hacia arriba, a intervalos aleatorios a lo largo de la ruta, de modo que sólo era posible cruzar el puente muy lentamente, tomando ese camino con destreza. Isabelle tuvo pocos problemas pero estaba sorprendida al ver cuán rápidamente Jocelyn, quién no había sido una Cazadora de Sombras activa en quince años, hacía su camino.
En el momento en que Isabelle llegó al otro lado del puente, su runa destreza había desaparecido en su piel, dejando una leve marca detrás. Jocelyn estaba sólo a un paso detrás, y tan agravante como Isabelle encontró a la madre de Clary, ella estuvo alegre por un momento, cuando Jocelyn levantó la mano y la luz mágica de las runas de piedra estalló, iluminando el espacio en el que estaban paradas.
Las paredes estaban talladas de adamas blanco plateado, de modo que una tenue luz pareció brillar desde dentro de ellos. El suelo era de piedra de demonio también, y tallado en el centro había un círculo negro. Dentro de cada círculo estaba esculpido el símbolos de las Hermanas de Hierro; un corazón perforado a través y en el medio por una cuchilla.
Las voces susurrantes hacían a Isabelle apartar su mirada del suelo y mirar hacia arriba. Una sombra había aparecido dentro de una de las paredes lisa; una sombra creciendo más clara, más cerca. De repente, una porción de la pared se deslizó hacia atrás y una mujer salió.
Vestía un largo vestido suelto, fuertemente atado por las muñecas y cruzado sobre el pecho con un cordón blanco plateado, hilo de demonio. Su rostro era a la vez antigua y sin arrugas. Ella podría haber tenido cualquier edad. Su cabello era largo y oscuro, que colgaba en una trenza por su espalda. Cruzando sus ojos y sienes había un intrincado tatuaje de una máscara rasgada, rodeando ambos ojos, que era de color naranja de llamas flameantes.
—¿Quién llama a las Hermanas de Hierro? —dice ella—. Di tus nombres.
Isabelle miró hacia Jocelyn, quien hizo un gesto de que debería hablar primero. Ella se aclaró la garganta. —Soy Isabelle Light-Wood, y esta es Jocelyn Fr-Fairchild. Hemos venido a pedir su ayuda.
—Jocelyn Morgenstern, —dijo la mujer—. Nacida Fairchild, pero no es tan fácil borrar la mancha de Valentín de tu pasado. ¿No habías dado la espalda a la Clave?
—Es cierto, —dijo Jocelyn—. Soy una paria. Pero Isabelle es hija de la Clave. Su madre es…
—Activa en el Instituto de Nueva York, —dijo la mujer—. Estamos aquí, pero no sin fuentes de información; no soy tonta. Mi nombre es Hermana Cleophas, y soy un Maker. Yo doy forma a las adamas que las otras hermanas tallan. Reconozco el látigo que tú cierras alrededor de tu muñeca. —Indicó a Isabelle—. En cuanto al adorno de tu garganta…
—Si usted sabe tanto, —dijo Jocelyn, mientras la mano de Isabelle se deslizaba hasta el rubí en su cuello—, entonces ¿sabe por qué estamos aquí? ¿Por qué hemos venido a usted?
Los párpados de la Hermana Cleophas bajaron y sonrió lentamente. —A diferencia de vuestros hermanos silenciosos, no podemos leer la mente aquí, en la Fortaleza. Por lo tanto, dependemos de una red de información, fiable en su mayoría. Supongo que esta visita tiene algo que ver con la situación que implica a Jace Lightwood, como su hermana está aquí, y a tu hijo, Jonathan Morgenstern.
—Tenemos un enigma, —dijo Jocelyn—. Jonathan Morgenstern conspira contra la Clave, igual que su padre. La Clave ha emitido una sentencia de muerte contra él. Pero Jace, Jonathan Lightwood, es muy querido por su familia, quienes no han hecho nada malo, y por mi hija. El enigma es que Jace y Jonathan están vinculados, por una muy antigua sangre mágica.
—¿Sangre mágica? ¿Qué tipo de sangre mágica?
Jocelyn tomó las notas dobladas de Magnus del bolsillo de equipo, y se las entregó. Cleophas las estudió con una intencionada mirada llameante. Isabelle vio con sobresalto que los dedos de sus manos eran largos, no elegantemente largos, sino simplemente grotescos, como si los huesos se hubieran extendido de manera de cada parte se asemejara a una araña albina. Cada uña estaba archivada con cada punto, cada punta con electro.
Ella sacudió la cabeza. —Las Hermanas tienen poco que hacer con sangre mágica. —El color de la llama de sus ojos parecían saltar y luego oscurecerse, y un momento después una sombra apareció detrás de la superficie de vidrio esmerilado de la pared adamas. Esa vez, Isabelle vio más de cerca a la segunda Hermana de Hierro cuando pasó a través. Era como ver a alguien salir de una nube de humo blanco.
—Hermana Dolores, —dijo Cleophas, entregando las notas de Magnus a la recién llegada. Ella se parecía mucho a Cleophas; la misma forma alta y estrecha, el mismo vestido blanco, el mismo largo de pelo, aunque en este caso, su cabello era gris, y atado en los extremos de sus dos trenzas con hilo de oro. A pesar de sus canas, su rostro no tenía marcas, y sus ojos eran de color fuego brillante. —¿Puedes dar sentido a esto?
Dolores miró por encima de las páginas brevemente. —Un hechizo de hermanamiento, —dijo—. Muy parecido a vuestra propia ceremonia parabatai, pero su alianza es demoníaca.
—¿Qué lo hace demoníaca? —Exigió Isabelle—. Si el hechizo parabatai es inofensivo…
—¿Es así? —dijo Cleophas, pero Dolores le lanzó una sofocante mirada.
—El ritual parabatai une a dos personas, pero deja su voluntad libre, —explicó Dolores—. Esto une a los dos pero hace a uno subordinado del otro. Lo que el principal de uno de los dos cree, el otro lo va a creer; lo que el primero quiera, el segundo lo va a querer. En esencia, elimina la libre voluntad del compañero secundario en el hechizo, y es por eso que es demoníaco. Porque el libre albedrío es lo que nos hace criaturas del Cielo.
—También parece que quiere decir que cuando uno está herido, el otro está herido, —dijo Jocelyn—, ¿Podemos asumir lo mismo con la muerte?
—Sí. Ninguno sobrevivirá la muerte del otro. De nuevo, esto no es parte de vuestro ritual parabatai, porque es demasiado cruel.
—Nuestra pregunta para ti es esta, —dijo Jocelyn—. ¿Hay alguna arma forjada, o que pudieran crear, resultar perjudicial a uno pero no al otro? ¿O que pudiera separarlos?
La Hermana Dolores miró las notas, y luego las entregó a Jocelyn. Sus manos, como las de su colega, eran largas y delgadas y tan blancas como la seda. —Ningún arma que hemos forjada, o que pudiéramos forjar nunca podría hacer eso.
La mano de Isabelle se tensó a su lado, su uñas cortando su palma. —¿Quiere decir que no hay nada?
—Nada en este mundo, —dijo Dolores—. Una hoja del Cielo y el Infierno podría hacerlo. La espada del Arcángel Michael, con la que Joshua luchó en Jericho, porque está impregnada con el fuego celestial. Y aquí hay hojas forjadas en la oscuridad del Pit que podría ayudar, aunque cómo uno puede obtenerla, no lo sé.
—Y estaríamos impedidas por la Ley de decirlo sí lo supiéramos, —dijo Cleophas con aspereza—. Ustedes entienden, por supuesto, que tenemos que informar a la Clave de esta visita.
—¿Qué pasa con la espada de Joshua? —Interrumpió Isabelle—. ¿Podrían conseguir eso? ¿O podríamos nosotros hacerlo?
—Sólo un ángel puede regalar esa espada, —dijo Dolores—. Y convocar a un ángel es ser condenado con fuego celestial.
—Pero Raziel…. —comenzó Isabelle.
Cleophas apretó sus labios en una delgada línea. —Raziel nos dejó los Instrumentos Mortales para ser llamado en un momento de necesidad más extrema. Esa única oportunidad fue desperdiciada cuando Valentine lo llamó. Nunca seremos capaces de forzar su poder de nuevo, Fue un crimen utilizar los Instrumentos de esa manera. La única razón por la que Clarissa Morgenstern escapa de la culpabilidad es que su padre fue quien lo llamó, no ella misma.
—Mi esposo también convocó a otro ángel, —dijo Jocelyn. Su voz era tranquila—. El ángel Ithuriel. Él lo mantuvo encarcelado durante muchos años.
Ambas Hermanas vacilaron antes de que Dolores hablara. —Es el más desolado de los crímenes atrapar a un ángel. —dijo—. La Clave nunca lo aprobaría. Incluso si pudieran convocar a uno, nunca podrían llegar a hacer su oferta. No hay hechizo para eso. Nunca podrían conseguir que un ángel te de su espada; puedes tomarla por la fuerza del ángel, pero allí no hay mayor crimen. Es mejor que tu Jonathan muera a que un ángel sea mancillado.
Ante eso, Isabelle, cuyo temperamento había ido en aumento, explotó. —Ese el problema con ustedes, todos ustedes, las Hermanas de Hierro y los Hermanos Silenciosos. Lo que sea que haga para cambiar de Cazadores de Sombras a lo que eres, toma todos sus sentimientos. Podemos ser parte ángel, pero también parte humana. No entienden del amor, ni las cosas que las personas hacen por amor, o la familia….
Las llamas saltaron en los ojos naranja de Dolores. —Yo tenía una familia, —dijo—. Un esposo y niños, todos asesinados por demonios. No quedaba nada para mí. Siempre he tenido la habilidad de dar forma a las cosas con mis manos, por lo que me convertí en una Hermana de Hierro. La paz que me ha traído es una paz que nunca creí que encontraría en otro lugar. Es por esa razón que escogí el nombre Dolores, “pesar”. Así que no te atrevas a decirnos qué sabemos o no sobre el dolor, o la humanidad.
—No saben nada, —replicó Isabelle—. Son tan duras como la piedra del demonio. No me extraña que se hayan rodeado de ella.
—El oro templa al fuego, Isabelle Lightwood —dijo Cleophas.
—Oh, cállate, —dijo Isabelle—. Has sido muy poco útil, las dos.
Se dio la vuelta sobre el talón de su bota, girando lejos, y salió a cruzar el puente, apenas notando que las cuchillas volvían al camino una trampa mortal, dejando que la formación de su cuerpo la guiara. Ella llegó al otro lado y atravesó las puertas; sólo cuando estuvo fuera de ella se quebró. De rodillas entre el musgo y la roca volcánica, bajo el gran cielo gris, se dejó temblar en silencio, aunque las lágrimas no asomaron.
Parecieron siglos antes de que escuchara un suave paso detrás de ella, y Jocelyn se arrodilló y la rodeó con sus brazos. Curiosamente, Isabelle descubrió que no le importaba. A pesar de que nunca le había gustado mucho Jocelyn, había algo tan universalmente maternal en su que toque, que Isabelle se inclinó hacia ella, casi contra su propia voluntad.
—¿Quieres saber que dijeron, después de irte? —preguntó Jocelyn, después de que el temblor de Isabelle se hubo desacelerado.
—Seguro que algo acerca de la desgracia que soy para los Cazadores de Sombras de todo el mundo, etcétera.
—En realidad, Cleophas dijo que harías una excelente Hermana de Hierro, y si alguna vez estás interesada que se lo hicieras saber. —La mano de Jocelyn acarició su cabello ligeramente.
A pesar de todo, Isabelle reprimió una risa. Miró a Jocelyn. —Dime, —dijo.
La mano de Jocelyn se detuvo. —¿Decirte qué?
—Quién fue. Con quien mi padre tuvo una aventura. No lo entiendes. Cada vez que veo a una mujer de la edad de mi madre, me pregunto si sería ella. La hermana de Luke. El Consul. Tú…
Jocelyn suspiró. —Fue Annamarie Highsmith. Ella murió en el ataque de Valentine en Alicante. Dudo que alguna vez la conocieras.
La boca de Isabelle se abrió y cerró de nuevo. —Nunca había oído su nombre antes.
—Bien. —Jocelyn recogió un mechón del cabello de Isabelle—. ¿Te sientes mejor, ahora que ya lo sabes?
—Claro, —mintió Isabelle, mirando hacia el suelo—. Me siento mucho mejor.



Después del almuerzo, Clary regresó a la habitación de abajo, con la excusa de que estaba agotada. Con la puerta cerrada firmemente, ella había intentado ponerse en contacto con Simon de nuevo, aunque se daba cuenta, dada la diferencia horaria entre el lugar que ella estaba ahora, Italia, y Nueva York, que había posibilidad de que estuviera dormido. Por lo menos, rezaba que estuviera dormido. Era mucho más preferible esperar por eso, que considerar la posibilidad de que los anillos pudieran no funcionar.
Había estado en la habitación sólo por media hora cuando un golpe sonó en la puerta. Ella gritó: —Entre, —moviéndose para echarse hacia atrás sobre sus manos, sus dedos cerrados como si pudiera ocultar el anillo.
La puerta se abrió lentamente, y Jace miró desde la puerta. Ella recordó otra noche, el calor del verano, un golpe en su puerta. Jace. Limpio, con pantalones vaqueros y una camisa gris, su cabello lavado en un halo de oro húmedo. Los moretones en su rostro ya estaban desapareciendo de púrpura a un débil gris, y sus manos estaban detrás de su espalda.
—Hey, —dijo. Sus manos estaban a la vista ahora, y llevaba un aparentemente suave sweater de color bronce contrapuesto al oro de sus ojos. No se encontraban hematomas en su rostro, y las sombras que ella casi había aumentado a acostumbrarse a ver en sus ojos ya no estaban.
¿Es feliz así? ¿Realmente feliz? ¿Y si lo es, de qué debo salvarlo?
Clary empujó la vocecita de su cabeza y forzó una sonrisa. —¿Qué sucede?
Él sonrió. Era una maliciosa sonrisa, de la clase que hacía que la sangre en las venas de Clary corriera un poco más rápido. —¿Quieres ir a un cita?
Tomada por sorpresa, balbuceó. —¿Una q-qué?
—Una cita, —repitió Jace. —Frecuentemente ‘una cosa aburrida que tienes que memorizar en la clase de historia’, pero en este caso, ‘una oferta de una noche abrasadoramente al rojo vivo con tu servidor’.
—¿En serio? —Clary no estaba seguro de qué hacer con eso—. ¿Abrasadoramente al rojo vivo?
—Soy yo, —dijo Jace—. Mirarme jugar Scrabble puede hacer a la mayoría de las mujeres derretirse. Imagínate si realmente pusiera mayor esfuerzo.
Clary se sentó y se miró a ella misma. Jeans, top verde sedoso. Ella pensó sobre los extraños cosméticos en ese extraño santuario, parecido a un dormitorio. No pudo evitarlo; deseaba un poco de brillo labial.
Jace le tendió la mano. —Te ves hermosa, —dijo—. Vamos.
Ella tomó su mano y dejo que la sacara de sus pies. —No lo sé…
—Vamos. —Su voz sonaba burlona, el seductor tono que le recordaba de cuando había sido el primero a llegar a conocer mutuamente, cuando la había llevado hasta el invernadero para mostrarle la flor que florecía a medianoche—. Estamos en Venecia, Italia. Una de las ciudades más bellas del mundo. Es una pena no verlo ¿no te parece?
Jace tiró de ella hacia adelante, por lo que cayó sobre su pecho. El material de su camisa era suave bajo sus dedos, y olió su familiar jabón y champú. Su corazón dio un salto radical en su pecho. —O podríamos quedarnos dentro, —dijo él, sonando un poco jadeante.
—¿Así puedo desmayarme viéndote hacer una triple palabra? —con un poco de esfuerzo se apartó de él—. Y me ahorro los chistes sobre tu puntuación.
—Maldita sea, mujer, lees mi mente, —dijo él—. ¿No hay juegos de palabras sucias que no puedas prever?
—Es mi poder mágico especial. Puedo leer tu mente cuando piensas en cosas sucias.
—O sea, un noventa y cinco por ciento del tiempo.
Ella estiró su cabeza hacia atrás para mirar hacia él. —¿Noventa y cinco por ciento? ¿Qué hay en el otro cinco por ciento?
—Oh, tú sabes, lo usual: demonio que podría matar, runas que tengo que aprender, la gente que me ha molestado recientemente, la gente que me ha molestado no tan reciente, patos.
—¿Patos?
Agitó la pregunta de inmediato. —Está bien. Ahora mira esto. —él la tomó por los hombros y la volvió con suavidad, por lo que ambos estuvieron mirando hacia lo mismo. Un momento después, ella no estaba segura cómo, las paredes de la habitación parecieron desvanecerse a su alrededor, y se encontró a si misma saliendo en adoquines. Ella abrió la boca, volviéndose para mirar detrás de ella, y sólo vio una pared en blanco, las altas ventanas de un edificio de piedra. Si ella estiraba la cabeza hacia la izquierda, podía ver en la distancia que el conducto se abría a un canal mucho más grande, lleno de majestuosos edificios. En todas partes había olor a agua y piedra.
—Genial, ¿eh? —dijo orgullosamente.
Ella se volvió y lo miró. —¿Patos? —dijo otra vez.
Una sonrisa toqueteó el borde su boca. —Odio los patos. No sé por qué. Sólo siempre lo hago.



Era por la mañana temprano, cuando Maia y Jordan llegaron al Praetor House, la sede de la Praetor Lupus. La camioneta traqueteaba y se golpeaba a lo largo del blanco camino, que extendía con los bien cuidados jardines de la enorme casa que se alzaba como la proa de un barco en la distancia. Detrás de ello, Maia podía ver trozos de árboles, y detrás de eso, el agua azul del Sonido a cierta distancia.
—¿Aquí es donde hacías tu entrenamiento? —requirió—. Este lugar es precioso.
—No te dejes engañar, —dijo Jordan con una sonrisa—. Este lugar es un campamento de arranque, con énfasis en ‘arranque’.
Ella lo miró de reojo. Seguía sonriendo. Así había estado, casi sin detenerse, desde que ella lo había besado en la playa al amanecer. Parte de Maia sentía como si una mano se hubiera levantado y dejado caer sobre la espalda de su pasado, cuando ella había amado a Jordan más allá de lo que jamás había imaginado, y su otra parte se sentía totalmente a la deriva, como si se hubiera despertado en un paisaje completamente ajeno, lejos de la familiaridad de su vida diaria y el calor de la manada.
Era muy peculiar. No malo, pensó. Sólo… peculiar.
Jordan llegó a una parada en un camino circular en el frente de la casa, que de cerca, Maia pudo ver que estaba construida con bloques de piedra dorada, el color leonado de la piel de lobo. Negras puertas dobles estaban fijas en la parte superior de una escalera de piedra maciza. En el centro de la unidad del disco circular había un enorme reloj de sol, su cara levantada decía que eran las siete de la mañana. Alrededor del borde del reloj del sol, las palabras estaban talladas: SOLO MARCO LAS HORAS QUE BRILLAN.
Ella abrió la puerta y saltó de la cabina justo cuando las puerta de la casa se abrían y una voz resonaba: —¡Praetor Kyle!
Jordan y Maia levantaron la vista. Bajando de las escaleras había un hombre de mediana edad con un traje oscuro, su cabello era rubio canoso. Jordan, suavizando todas las expresiones de su rostro, se volvió hacia él. —Praetor Scott, —dijo—. Ella es de Maia Roberts, de la manada Garroway. Maia, este es Praetor Scott. Él dirige el Praetor Lupus, prácticamente.
—Desde la década de 1800 los Scott siempre han dirigido el Praetor, —dijo el hombre, mirando a Maia, que inclinó la cabeza, en señal de sumisión—. Jordan, tengo que admitir, que no los esperaba tan pronto. La situación con el vampiro en Manhattan, el Daylighter…
—Está en mano, —Jordan dijo a toda prisa—. No es por eso que estamos aquí. Se trata de algo muy diferente.
Praetor Scott enarcó sus cejas. —Ahora has despertado mi curiosidad.
—Es un asunto de cierta urgencia, —dijo Maia—. Luke Garroway, nuestro líder de la manada…
Praetor Scott le lanzó una penetrante mirada, silenciándola. Aunque él hubiera estado sin manada, él era un Alfa, eso estaba claro desde su porte. Sus ojos, debajo de sus espesas cejas, eran de color verde grisáceo; alrededor de su cuello, bajo el cuello de su camisa, brillaba el colgante de bronce del Praetor, con la huella de la pata de un lobo. —El Praetor decide qué importa considerándolo como urgente, —dijo—. Tampoco somos un hotel, abierto a huéspedes indeseados. Jordan tuvo la oportunidad de hacerte llegar aquí, y él lo sabe. Sí él no fuera uno de nuestros graduados más prometedores, yo bien podría enviarlos a ambos lejos.
Jordan metió los pulgares en el cinturón de sus pantalones y miró al suelo. Un momento después, Praetor Scott puso su mano sobre el hombre de Jordan.
—Pero, —dijo él—, tú eres uno de nuestro graduados más prometedores. Y te ves agotado, puedo ver que estuviste despierto toda la noche. Ven, y hablemos de esto en mi oficina.
La oficina resultó ser debajo de un vestíbulo largo y sinuoso, elegante con paneles de madera oscura. La casa estaba animada con el sonido de las voces, y un letrero que decía REGLAS DE LA CASA estaba clavado en la pared de una escalera que conducía hacia arriba.

REGLAS DE LA CASA
• No cambiar de forma en los pasillos.
• No aullar.
• No plata.
• La ropa debe ser usada en todo momento. TODO EL TIEMPO.
• Sin peleas. Sin mordidas.
• Marcar todos los alimentos antes de colocarlo en la nevera comunal.

El olor del desayuno preparado flotaba en el aire, por lo que el estómago de Maia se quejó. Praetor Scott sonaba divertido. —Diré a alguien que haga un plato de bocadillos si tienes hambre.
—Gracias, —murmuró Maia. Habían llegado a la final del pasillo, y el Praetor Scott abrió una puerta marcada como OFICINA.
Maia miró más allá de él. La oficina era una habitación grande, cómoda, desordenada. Había una ventana rectangular que daba a fuera a todo el césped, en el que la mayoría de los grupos de los jóvenes estaban ejecutando lo que parecían ser maniobras de perforación, vestidos con pantalones negros de calentamiento y tops. Las paredes de la habitación estaban cubiertas de libros sobre licantropía, la mayoría en latín, pero Maia reconoció la palabra ‘lupus’. El escritorio estaba sobre una losa de mármol puesta sobre dos estatuas de dos lobos gruñendo.
Frente a ella había dos sillas. En una de ella estaba sentado un gran hombre, un hombre lobo, encorvad con las manos agarradas. —Praetor, —dijo con voz áspera—. Tenía la esperanza de hablar con usted sobre el incidente en Boston.
—¿Uno en el que rompiste la pierna de tu caso asignado? —Dijo secamente Praetor—. Hablaré con usted acerca de eso, Rufus, pero no en este momento. Algo más acuciante me llama.
—Pero, Praetor…
—Eso es todo, Rufus, —dijo Scott en el tono de un lobo alfa cuyas órdenes no eran cuestionadas—. Recuerda, que éste es un lugar de rehabilitación. Parte de lo que estás aprendiendo es a respetar la autoridad.
Murmurando en voz baja, Rufus se levantó de la silla. Sólo cuando se puso de pie Maia notó, y reaccionó, ante su enorme tamaño. Era mucho más alto que ella y de Jordan, su camiseta negra estaba tensa sobre el pecho, las mangas a punto de rasgarse en torno a sus bíceps. De cerca, su cabeza estaba rapada, su rostro estaba marcado con profundas marcas de garras en toda su mejilla, como surcos excavados en el suelo. Él le dirigió una agria mira mientras caminaba delante de ellos y salió al pasillo.
—Por supuesto que algunos de nosotros, —murmuró Jordan—, son más fáciles de rehabilitar que otros.
Mientras los pesados pasos de Rufus se desvanecían en el pasillo, Scott se lanzó a la silla de respaldo alto detrás del escritorio y zumbó intercomunicador de aspecto moderno. Después de pedir el desayuno en una voz lacónica, se echó hacia atrás, con las manos detrás de su cabeza.
—Soy todo oídos, —dijo.
Mientras Jordan contaba su historia, y su solicitud, a Praetor Scott, Maia no pudo mantener que sus ojos y mente se distrajeran. Se preguntó que habría sido ser criado allí, en esa elegante casa de normas y reglamentos, en lugar de la comparativa libertad sin ley de la manada. En algún momento, un hombre lobo vestido de negro, que parecía el traje regular de la Praetor, llegó con bebidas, rebanadas de carne asada, queso y proteínas en una bandeja de peltre. Maia miró el desayuno con cierta consternación. Era cierto que los hombros lobos necesitaban más proteínas que las personas normales, muchas más, pero ¿carne asada para el desayuno?
—Encontrarás, —dijo Praetor Scott mientras Maia bebía su batido de proteínas con cautela—, que de hecho, la azúcar refinada es perjudicial para los hombres lobos. Si dejas de consumir durante un período de tiempo, dejarás de desearlo. ¿No te habló el líder de la manada sobre eso?
Maia trató de imaginar a Luke, a quien le gustaba comer panqueques de formas extrañas y divertidas, dando conferencias acerca de azúcar, y fracasó. Ahora no era el momento de mencionarlo, sin embargo. —No, lo hizo, por supuesto —dijo—. Tiendo a tener, ah, pérdidas de memoria en momentos de estrés.
—Entiendo tu preocupación por el líder de la manada, —dijo Scott. Un Rolex de oro brillaba en su muñeca—. Normalmente, mantenemos una estricta política de no interferir en cuestiones no relacionadas con el nuevo Submundo. No, de hecho, damos prioridad a los hombres lobo en otros Submundos, a pesar de que sólo se permiten licántropos en el Praetor.
—Pero ese es exactamente el por qué necesitamos tu ayuda, —dijo Jordan—. Las manadas son en su naturaleza, siempre en movimiento, en transición. Ellos no tienen oportunidad de crear cosas como las bibliotecas de conocimiento almacenado. No estoy diciendo que no tengan sabiduría. Podríamos ir de manada a manada, y tal vez alguien sepa cómo curar a Luke, pero no tenemos tiempo. Aquí, —dijo, señalando a los libros alineados en las paredes—, es lo más cercano a los hombres lobo que, digo, los archivos de los Hermanos Silenciosos o en el Laberinto en Espiral de los brujos.
Scott no lucía muy convencido. Maia dejó su batido de proteínas hacia abajo. —Y Luke no es cualquier líder de la manada, —dijo—. Él es el representante de los licántropos en el Consejo. Si tú ayudas a curarlo, sabrás que siempre el Praetor tendrá una voz en el Consejo a su favor.
Los ojos de Scott brillaron. —Interesante, —dijo él—. Muy bien. Echaré un vistazo a los libros. Probablemente tomará un par de horas. Jordan, te sugiero que si vas a conducir de regreso a Manhattan deberías descansar un poco. No necesitamos que envuelvas tu camión alrededor de un árbol.
—Podría manejar…. —comenzó Maia.
—Te ves igual de agotada. Jordan, como sabes, siempre habrá un lugar para ti aquí en la Praetor House, a pesar de que seas un graduado. Y Nick está en la asignación, así que no hay una cama para Maia. ¿Por qué no descansan ambos un poco, y yo los llamo cuando haya terminado. —Él se dio la vuelta en su silla para examinar los libros en las paredes.
Jordan le hizo gesto a Maia que era su señal para salir; ella se puso de pie, lavándose las migas de sus jeans. Estaba a medio camino de la puerta cuando Praetor Scott volvió a hablar.
—Oh, y Maia Roberts, —dijo él, y su voz tenía un tono de advertencia—. Espero que entiendas que cuando se hacen promesas, en nombre de otras personas, cae sobre tu cabeza asegurarse de que sigan adelante.



Simon se despertó aún sintiéndose agotado, parpadeando en la oscuridad. Las gruesas cortinas negras sobre las ventanas dejaban pasar muy poca luz, pero su reloj interno le dijo que era de día. Eso y el hecho de que Isabelle se había ido, su lado deshecho de la cama, las sábanas vueltas.
Era de día, y él no había hablado con Clary desde que ella se había ido. Sacó su mano de debajo de las sábanas y miró el anillo de oro en su mano derecha. Delicado, estaba grabado con lo que eran o bien diseños o palabras en un alfabeto que no conocía.
Apretando su mandíbula, se sentó y tocó el anillo. ¿Clary?
La respuesta fue inmediata y clara. Casi se levantó de la cama con alivio. Simon. Gracias a Dios.
¿Puedes hablar?
No. Él sintió más que oyó una distracción tensa en la voz de su mente. Me alegro de que hayas llamado, pero no es buen momento. No estoy sola.
¿Pero estás bien?
Estoy bien. Nada ha sucedido todavía. Estoy tratando de reunir información. Te prometo hablar contigo en el momento en que me entere de algo.
De acuerdo. Cuídate.
Tú también.
Y ella se fue. Deslizando sus piernas a un lado del colchón, Simon hizo lo que pudo para aplastar su desordenado cabello por el sueño, y fue a ver si alguien más estaba despierto.
Lo estaban. Alec, Magnus, Jocelyn, e Isabelle estaban sentados alrededor de la mesa de Magnus. Mientras que Alec y Magnus vestían jeans, tanto Jocelyn como Isabelle llevaban un equipo, Isabelle con su látigo envuelto alrededor de su brazo derecho. Ella levantó la vista cuando entró, pero no sonrió, sus hombros estaban tensos, con la boca en una delgada línea. Todos ellos tenían tazas de café en frente de ellos.
—Hay una razón por la que el ritual de los Instrumentos Mortales era tan complicado. —Magnus hizo flotar la azucarera sobre sí mismo y vertió un poco del polvo blanco sobre el café—. Los Ángeles actúan al mandato de Dios, no a los seres humanos, ni siquiera los Cazadores de Sombras. Convoca a uno, y es posible que te encuentres atacado con ira divina. El punto de todo el ritual de los Instrumentos Mortales no era permitir que alguien convocara a Raziel. Era que protegía al invocador de la ira del ángel, una vez que se presentara.
—Valentine…. —comenzó Alec.
—Sí, Valentine también convocó a un ángel de mucha menor importancia. Y nunca se habló de él, ¿verdad? Nunca le dieron una pizca de ayuda, aunque él cosechó su sangre. Y aun así, él debió de haber usado unos hechizos muy poderosos sólo para obligarlo. Mi entendimiento es que él ató esa vida a la mansión Wayland, de modo que cuando el ángel muriera la mansión se derrumbara en escombros. —Tocó con una uña pintada de azul su taza—. Y se condenó a sí mismo. Sea que creas en el Cielo y el Infierno o no, él sin duda se condenó a sí mismo. Cuando llamó a Raziel, Raziel lo hirió. En parte como venganza a lo que Valentine le había hecho a su hermano ángel.
—¿Por qué estamos hablando de convocar ángeles? —preguntó Simon, encaramándose en la punta de la larga mesa.
—Isabelle y Jocelyn fueron a ver a las Hermanas de Hierro, —dijo Alec—. En busca de un arma que pudiera ser utilizada en Sebastian que no afecte a Jace.
—¿Y no hay ninguna?
—Nada en este mundo, —dijo Isabelle—. Una arma Celestial podría hacerlo, o algo con una alianza demoníaca. Estamos explorando la primera opción.
—¿Convocando a un ángel para que te de su arma?
—Ha pasado antes, —dijo Magnus—. Raziel entregó la Espada Mortal a Jonathan Cazador de Sombras. En las viejas historias, la noche antes de la batalla de Jericho, un ángel apareció y le dio a Joshua su espada.
—Huh, —dijo Simon—. Yo hubiera pensado que los ángeles hacían todo sobre la paz, sin armas.
Magnus lanzó un bufido. —Los ángeles no son sólo mensajeros. Son soldados. Michael es quien dirige los ejércitos. Ellos no son pacientes, los ángeles. Ciertamente no con las vicisitudes de los seres humanos. Cualquier persona que trate de convocar a Raziel sin los Instrumentos Mortales para protegerlos probablemente sea atacada a muerte en el acto. Los demonios son más fáciles de convocar. Hay más de ellos y muchos son débiles. Pero entonces, un demonio débil puede ayudar mucho en…
—No podemos convocar a un demonio, —dijo Jocelyn horrorizada—. La Clave…
—Pensé que había dejado de importarte lo que la Clave pensara años atrás, —dijo Magnus.
—No soy sólo yo, —dijo Jocelyn—. El resto de ustedes. Luke. Mi hija. Si la clave sabe…
—Bueno, ellos no lo sabrán, ¿verdad? —dijo Alec, su voz por lo general suave áspera—. A menos que tú se los digas.
Jocelyn se enfrentó a la mirada de Isabelle, la inquisitiva de Magnus, y los difíciles ojos azules de Alec. —¿Realmente estás considerando esto? ¿Convocar a un demonio?
—Bueno, no cualquier demonio, —dijo Magnus—. Azazel.
Los ojos de Jocelyn brillaron. —¿Azazel? —sus ojos escanearon a los demás, como si estuviera buscando apoyo, pero Izzy y Alex miraban sus tazas, y Simon se encogió de hombros.
—No sé quién es Azazel, —dijo él—. ¿No es el gato de Los Pitufos? —preguntó, pero Isabelle sólo levantó la vista y puso los ojos en blanco. ¿Clary? Pensó.
Su voz llegó a través, con tintes de alarma. ¿Qué es? ¿Qué ha pasado? ¿Acaso mi madre averiguó que me fui?
No todavía, pensó de regreso. ¿Es Azazel el gato de Los Pitufos?
Hubo una larga pausa. Ese es Azrael, Simon. Y no uses más la magia de los anillos para preguntarme sobre Los Pitufos.
Y se fue. Simon levantó la vista de su mano y vio que Magnus lo miraba con curiosidad. —Él no es un gato, Silvestre, —dijo—. Es el Demonio Mayor. El Teniente del Infierno y Forjador de las Armas. Él fue el ángel que enseñó a la humanidad cómo utilizar las armas, cuando antes había sido conocimiento que sólo los ángeles poseían. Eso hizo que cayera, y ahora él es un demonio. ‘Toda la tierra ha sido corrompida por medio de la obras que fueron enseñadas por Azazel, impútale entonces todo pecado’.
Alec miró a Magnus con asombro. —¿Cómo sabes todo eso?
—Él es amigo mío, —dijo Magnus, y, notando sus expresiones, suspiró—. Bueno, no realmente. Pero está en el Libro de Enoch.
—Parece peligroso. —Alec frunció el ceño—. Suena como si estuviera más allá de un Demonio Mayor, incluso. Al igual que Lilith.
—Afortunadamente, él está vinculado, —dijo Magnus—. Sí lo convocan, su forma de espíritu vendrá a usted, pero su aspecto corpóreo, permanecerá vinculado a las puntiagudas rocas de Duduael.
—Las puntiagudas rocas de… Oh, lo que sea, —dijo Isabelle, enrollando su largo y oscuro cabello en un moño—. Él es el demonio de las armas. Bien. Yo digo que hay que darle una oportunidad.
—No puedo creer que estés considerando esto, —dijo Jocelyn—. Aprendí de mirar a mi esposo cuán salpicante puede hacer la recaudación de demonios. Clary…. —se interrumpió entonces, como si sintiera la mirada de Simon en ella, y se volvió—. Simon, —dijo—, ¿sabes si Clary ha despertado ya? La hemos dejado dormir, pero son casi las once.
Simon vaciló. —No lo sé. —Eso, razonó, era verdad. Dondequiera que Clary estuviera, podía estar dormida. A pesar de que acababa de hablar con ella.
Jocelyn quedó perpleja. —¿Pero no estabas en la habitación con ella?
—No, no lo estaba. Estaba en… —se interrumpió al darse cuenta del pozo que el mismo había cavado. Había tres dormitorios de repuesto. Jocelyn estaba en una, Clary, en la otra. Lo que, obviamente, significaba que debía haber dormido en la tercera habitación con…
—¿Isabelle? —dijo Alec, sus cejas levantadas—. ¿Dormiste en la habitación de Isabelle?
Isabelle hizo un gesto con la mano. —No hay de qué preocuparse, hermano mayor. No pasó nada. Por supuesto, —añadió mientras los hombros de Alex se relajaban—. Estaba totalmente pasada de borracha, por lo que en realidad él podría haber hecho lo que quería y no me hubiera despertado.
—Oh, por favor, —dijo Simon—. Todo lo que hice fue contarte toda la trama de Star Wars.
—No recuerdo nada de eso, —dijo Isabelle, tomando una galleta del plato sobre la mesa.
—¿Ah, sí? ¿Quién era el mejor amigo de la infancia de Luke Skywalker?
—Bigg Darklighter, —dijo Isabelle inmediatamente, y luego golpeó la mesa con la palma de su mano—. ¡Eso es tan engañoso! —Sin embargo, ella sonreía alrededor de su galleta.
—Ah, —dijo Magnus—. Amor Nerd. Es una cosa hermosa, además de ser objeto de burla e hilaridad de aquellos de nosotros que somos más sofisticados.
—Está bien, eso es suficiente. —Jocelyn se paró—. Me voy a buscar a Clary. Si van a levantar a un demonio, no quiero estar aquí, y no quiero que mi hija esté aquí tampoco. —Ella se dirigió hacia el pasillo.
Simon le cerró el paso. —No puedes hacer eso, —dijo él.
Jocelyn lo miró seriamente. —Sé que dirás que este es el lugar más seguro para nosotros, Simon, pero con un demonio arriba, sólo…
—No es eso. —Simon tomó una profunda respiración, lo cual no ayudó, ya que su sangre no procesaba oxígeno. Él se sentía un poco enfermo—. No puedes ir a despertarla porque… porque ella no está aquí.

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Mensaje por Mili Sánchez Lun Mayo 21, 2012 10:42 am

10
Caza Salvaje
Traducido por maka.mayi


La antigua habitación de Jordan en Praetor House lucía como cualquier dormitorio de cualquier universidad. Había dos camas de hierro enmarcadas, cada una en contra de una pared diferente. A través de la ventana que los separaba verdes prados eran visibles
tres pisos más abajo. El lado de la habitación de Jordan estaba bastante vacío—se veía como si hubiera llevado la mayor parte de sus fotografías y libros con él a Manhattan, aunque habían algunas fotos pegadas de las playas y el océano, y una tabla de surf apoyada contra una pared. Una pequeña sacudida atravesó a Maia cuando vio que en la mesita de noche había una foto con marco de oro de ella con Jordan, tomada
en Ocean City, el paseo marítimo y la playa detrás de ellos.

Jordan miró la foto y luego a ella, y se ruborizó. Lanzó su bolso en su cama y se quitó la chaqueta, de espaldas a ella.

"¿Cuándo estará de vuelta tu compañero?", Preguntó ante el repentino silencio incómodo. No estaba segura de por qué ambos estaban avergonzados. Desde luego, no lo habían estado cuando estaban en el camión juntos, pero ahora, aquí en el espacio de Jordan, los años que pasaron sin hablar parecía separarlos.

"¿Quién sabe? Nick esta en una asignación. Son peligrosas. Él podría no regresar." Jordan sonaba resignado. Él tiró su chaqueta en el respaldo de una silla. "¿Por qué no te acuestas? Voy a darme una ducha." Se dirigió hacia el baño, con lo que Maia se sintió aliviada al ver que estaba adjuntó a su habitación. Ella no tenía ganas de tratar con una de esas cosas de baños-compartidos-al-final-del-pasillo.

"Jordan—," empezó a decir, pero él ya había cerrado la puerta del baño detrás de él. Podía oír el agua corriendo. Con un suspiro, se quitó los zapatos y se acostó en la cama del ausente Nick. La manta era a cuadros azul oscuro, y olía a piñas. Ella levantó la vista y vio que el techo estaba empapelado con fotografías. El mismo niño rubio riendo, que parecía de diecisiete años, le sonrió de cada imagen. Nick, supuso. Él se veía feliz. ¿Jordan había sido feliz aquí en Praetor House?

Alargó la mano y le dio la vuelta hacia ella a la fotografía de los dos. Se había tomado años atrás, cuando Jordan era flaco, con grandes ojos de color avellana que dominaban
su rostro. Ellos tenían sus brazos alrededor del otro y parecían quemados por el sol y felices. El verano les había oscurecido a ambos su piel y había puesto rayas de luz en el cabello de Maia, y Jordan tenía vuelta un poco la cabeza hacia ella, como si iba a decir algo o a darle un beso. Ella no podía recordar cuál de las dos. Ya no.

Pensó en el chico en cuya cama estaba sentada, el chico que podría nunca volver. Pensó en Luke, muriendo lentamente, y en Alaric, Gretel, Justine, Theo y todos los demás de su manada que habían perdido sus vidas en la guerra contra Valentine. Pensó en Max, y en Jace, dos Lightwoods perdidos—para, tenía que admitir en su corazón, ella no creía que pudieran traer de vuelta a Jace. Por último y extrañamente, ella pensó en Daniel, el hermano por el que nunca había llorado y para su sorpresa, sintió que las lágrimas punzaban la parte de atrás de sus ojos.

Se sentó bruscamente. Se sentía como si el mundo estuviera inclinado y ella estaba aferrada sin poder hacer nada, tratando de evitar caer en un abismo negro. Podía sentir las sombras cerrarse. Con Jace perdido y Sebastián por ahí, las cosas sólo podían ponerse peor. Solo habrá más pérdida y más muerte. Tenía que admitir, que lo más viva que ella se había sentido en las últimas semanas habían sido esos momentos en la madrugada, besando a Jordan en su coche.

Como si estuviera en un sueño, se encontró poniéndose de pie. Ella cruzó la habitación y abrió la puerta del baño. La ducha era un cuadrado de vidrio esmerilado, podía ver la silueta de Jordan a través de él. Dudaba que pudiera oírla sobre el agua corriendo
mientras ella se quitó el suéter y se deshizo de sus pantalones vaqueros y ropa interior. Con una respiración profunda cruzó la habitación, deslizó la puerta de la ducha abriéndola, y entró.

Jordan se dio la vuelta, empujando el cabello mojado de sus ojos. El agua de la ducha estaba caliente, y su cara estaba ruborizada, haciendo que sus ojos brillen como si el agua los hubiera pulido. O tal vez no era sólo el agua que hacía que aumentara la sangre bajo la piel en cuanto sus ojos la vieron—completamente. Ella lo miró de manera constante, sin avergonzarse, viendo la forma que el pendiente de Praetor Lupus brilló en el hueco húmedo de su garganta, y el deslizamiento de la espuma del jabón por encima de sus hombros y pecho mientras la miraba, parpadeando el agua fuera de sus ojos. Era hermoso, pero entonces ella siempre pensó que lo era.

"¿Maia?", Dijo vacilante. "¿Estas...?"

"Shh". Ella puso su dedo sobre sus labios, cerrando la puerta de la ducha con la otra mano. Luego se acercó más, envolviendo los brazos alrededor de él, dejando que el agua los lavara a ambos de la oscuridad. "No hables. Sólo bésame".

Así que lo hizo.



"¿A qué en el nombre del Ángel te refieres con que Clary no está allí?" exigió Jocelyn, con la cara blanca. "¿Cómo sabes eso, si acabas de despertar? ¿Dónde ha ido?"

Simon tragó. Había crecido con Jocelyn como casi una segunda madre para él. Estaba acostumbrado al proteccionismo de su hija, pero ella siempre le había visto como un aliado en eso, alguien que se interpusiera entre Clary y los peligros del mundo. Ahora ella lo miraba como al enemigo. "Ella me envió un mensaje anoche...", comenzó Simon, pero se detuvo cuando Magnus le indicó la mesa.

"Podrías también sentarte", dijo. Isabelle y Alec estaban viendo con los ojos abiertos a cada lado de Magnus, pero el brujo no parecía particularmente sorprendido. "Dinos todo lo que está pasando. Tengo la sensación de que esto va a tardar un poco."

Lo hizo, aunque no tan largo como Simon podría haber esperado. Cuando terminó de explicar, encorvado en su silla y mirando a la mesa rayada de Magnus, levantó la cabeza para ver los ojos de Jocelyn fijos en el con una mirada verde fría como el agua del Ártico. "¿Dejaste que mi hija se fuera... con Jace... a un lugar imposible de encontrar, imposible de rastrear donde ninguno de nosotros puede llegar a ella?"

Simon se miró las manos. "Yo puedo llegar a ella," él dijo, alzando la mano derecha con el anillo de oro en el dedo. "Te lo dije. He oído de ella esta mañana. Ella dijo que estaba bien."

"¡No debiste haberla dejado salir en primer lugar!"

"Yo no la deje. Ella iba a ir de todos modos. Yo pensé que también podría tener algún tipo de línea de salvación, ya que no es como si yo pudiera detenerla."

"Para ser justos," dijo Magnus, "Yo no creo que nadie pudiera. Clary hace lo que quiere." Miró a Jocelyn. "No puedes mantenerla en una jaula."

"Yo confíe en ti", le espetó a Magnus. "¿Cómo salió?"

"Ella hizo un portal."

"Pero dijiste que habían protecciones—"

"Para mantener las amenazas fuera, no para mantener a los invitados dentro. Jocelyn, tu hija no es estúpida, y ella hace lo que piensa que es correcto. Tú no puedes detenerla. Nadie puede detenerla. Es muy parecida a su madre."

Jocelyn miró a Magnus por un momento, con la boca ligeramente abierta, y Simon se dio cuenta de que, por supuesto, Magnus debe haber conocido a la madre de Clary cuando era joven, cuando traicionó a Valentine, al Círculo y casi muere en el Levantamiento. "Ella es una niña", dijo, y se dirigió a Simon. "¿Has hablado con ella? ¿Usando estos—estos anillos? ¿Desde que se fue?"

"Esta mañana", dijo Simon. "Ella dijo que estaba bien. Que todo estaba bien."

En lugar de parecer tranquila, Jocelyn sólo lucía más furiosa. "Estoy segura de que eso fue lo que dijo. Simon, no puedo creer que le permitieras hacer esto. Tu debiste retenerla—"

"¿Qué, atarla?", Dijo Simon en incredulidad. "¿Esposarla a la mesa?"

"Si eso es lo que se necesitaba. Eres más fuerte que ella. Estoy decepcionada—"

Isabelle se puso de pie. "Bueno, eso es suficiente." Ella miró a Jocelyn. "Es total y completamente injusto gritarle a Simon sobre algo que Clary decidió hacer por su cuenta. Y si Simon la hubiera atado para usted, ¿entonces qué? ¿Estabas planeando mantenerla atada para siempre? Tendrías que dejarla ir eventualmente, ¿y luego qué? Ella no confiaría más en Simon, y ella ya no confía en usted debido a que robó sus recuerdos. Y eso, si mal no recuerdo, fue porque estaba tratando de protegerla. Tal vez si usted no la hubiera protegido tanto, sabría más acerca de lo que es peligroso y lo qué no lo es, y a ser un poco menos reservada—¡y menos imprudente!"

Todo el mundo miró a Isabelle, y por un momento Simon se acordó de algo que Clary le había dicho una vez—que Izzy rara vez hacía discursos, pero cuando lo hacía, los hacía contar. Jocelyn estaba de color blanco alrededor de los labios.

"Voy a la estación para estar con Luke", dijo. "Simon, espero informes tuyos cada veinticuatro horas de que mi hija está bien. Si no tengo noticias tuyas todas las noches, voy a la Clave".

Y salió del apartamento, cerrando la puerta detrás de ella con tanta fuerza que una larga grieta apareció en el yeso junto a ella.

Isabelle se sentó de nuevo, esta vez al lado de Simón. Él no le dijo nada, pero le tendió la mano, y ella la tomo, deslizando sus dedos entre los suyos.

"Entonces", dijo Magnus finalmente, rompiendo el silencio."¿Quién se anota para levantar a Azazel? Porque vamos a necesitar una gran cantidad de velas."



Jace y Clary pasaron el día vagando—a través de laberínticas callejuelas que pasaban por los canales cuya agua oscilaba entre el verde intenso hasta el azul oscuro. Hicieron su camino entre los turistas en la Plaza de San Marcos, y sobre el Puente de los Suspiros, y bebieron vasos pequeños y poderosos de café en el Caffè Florian. El laberinto desorientador de calles le recordó a Clary un poco a Alicante, aunque Alicante carecía del sentimiento de decadencia elegante de Venecia. No hay carreteras aquí, no hay coches, sólo serpenteantes callejuelas y puentes arqueados sobre los canales cuya agua era tan verde como la malaquita . Mientras el cielo sobre ellos se oscureció hacía las profundidades azules del crepúsculo a finales de otoño, las luces comenzaron a encenderse—en pequeñas tiendas, en bares y restaurantes que parecían aparecen de la nada y desaparecer de nuevo en la sombra mientras ella y Jace pasaban, dejando la luz y la risa detrás.

Cuando Jace le preguntó a Clary si estaba lista para cenar, ella asintió con firmeza, sí. Ella había comenzado a sentirse culpable de que no había conseguido ninguna información de él y que ella estaba, de hecho, disfrutando. Cuando cruzaron por un puente a la Dorsoduro, una de las secciones más tranquilas de la ciudad, lejos de la multitud turística, se determinó a que sacaría algo de él esa noche, algo que valga la pena transmitir a Simon.

Jace le tomó la mano con firmeza, mientras se acercaban al final de un puente y la calle se abría en una gran plaza en el lado de un canal enorme del tamaño de un río. La basílica de una iglesia con cúpula se elevaba a su derecha. Al otro lado del canal más de la ciudad iluminaba la noche, lanzando iluminación en el agua, que se movió y brilló con la luz. Las manos de Clary picaban por la tiza y lápices, para dibujar la luz a medida que se desvaneció del cielo, el oscurecimiento del agua, los contornos irregulares de los edificios, sus reflejos lentamente atenuándose en el canal. Todo parecía lavado con un azul acerado. En alguna parte campanas de iglesia repican.

Ella apretó su mano sobre la de Jace. Se sentía aquí muy lejos de todo en su vida, lejos de una manera que ella no había sentido en Idris. Venecia, compartía con Alicante el sentido de ser un lugar fuera del tiempo, arrancado del pasado, como si hubiera entrado en una pintura o en las páginas de un libro. Pero también era un lugar real, ella había crecido conociéndolo, queriéndolo visitar. Miró de reojo a Jace, que estaba mirando hacia abajo del canal. El azul acerado de la luz estaba en él también, oscureciendo sus ojos, las sombras en sus pómulos, las líneas de su boca. Cuando atrapó su mirada en él, la miró y sonrió.

Él la llevó alrededor de la iglesia y por un tramo de musgosas escaleras a un camino a lo largo del canal. Todo olía a piedra mojada, agua, humedad y los años. Cuando el cielo se oscureció, algo rompió la superficie del agua del canal a pocos metros de Clary. Ella oyó el chapoteo y volteó a tiempo para ver levantarse del agua y sonreírle a una mujer de cabello verde, tenía un rostro hermoso pero los dientes como un tiburón y los ojos amarillos de los peces. Perlas estaban unidas a su cabello. Se dejó caer de nuevo por debajo del agua, sin una onda.

"Sirena", dijo Jace. "Hay viejas familias de ellas que han vivido aquí en Venecia desde hace mucho, mucho tiempo. Son un poco extrañas. Lo hacen mejor en agua limpia, lejos de la costa, viviendo del pescado en lugar de la basura." Miró hacia la puesta del sol. "Toda la ciudad se está hundiendo", dijo. "Todo estará bajo el agua dentro de cien años. Imagínate nadar en el océano y tocar la parte superior de la Basílica de San Marcos". Señaló a través del agua.

Clary sintió un atisbo de tristeza al pensar en toda esta belleza perdiéndose. "¿No hay nada que puedan hacer?"

"¿Para levantar una ciudad entera? ¿O detener el océano? No mucho", dijo Jace. Habían llegado a un conjunto de escaleras que dirigían arriba. El viento llegó desde el agua y levantó el cabello dorado oscuro de su frente, su cuello. "Todas las cosas tienden
hacia la entropía . El universo entero se mueve hacia fuera, las estrellas alejándose las unas de las otras, Dios sabe lo que cae a través de las grietas entre ellas." El
hizo una pausa. "Bueno, eso sonó un poco loco."

"Tal vez fue todo ese vino en el almuerzo."

"Puedo mantener mi licor." Doblaron una esquina, y un país de cuentos de hadas de luces resplandecían para ellos. Clary parpadeó, sus ojos ajustándose. Era un pequeño restaurante con mesas afuera y adentro, lámparas de calor unidas con luces de Navidad como un bosque de árboles mágicos entre las mesas. Jace se apartó de ella el tiempo suficiente para conseguirles una mesa, y pronto estaban sentados al lado del canal, escuchando el chapoteo del agua contra la piedra y el sonido de las pequeñas embarcaciones subiendo y bajando con la marea.

El cansancio empezaba a arremolinarse sobre Clary en oleadas, como el lamer de las aguas contra los costados del canal. Ella le dijo a Jace lo que quería y lo dejó ordenar en italiano, aliviada cuando el camarero se fue para poder apoyarse hacia delante y poner los codos sobre la mesa, con la cabeza en sus manos.

"Creo que tengo jet lag", dijo. "Jet lag interdimensional".

"Sabes, el tiempo es una dimensión", dijo Jace.

"Pedante". Ella le lanzó una miga de pan de la cesta en la mesa.

Él sonrió. "Yo estaba tratando de recordar todos los pecados capitales el otro día", dijo. "La codicia, la envidia, la gula, la ironía, la pedantería..."

"Estoy bastante segura de que la ironía no es un pecado capital."

"Estoy bastante seguro de que lo es".

"La lujuria", dijo. "La lujuria es un pecado capital."

"Y las nalgadas."

"Creo que cae en la categoría de lujuria."

"Creo que debería tener su propia categoría", dijo Jace. "La codicia, la envidia, la gula, la ironía, la pedantería, la lujuria, y las nalgadas." Las luces blancas de Navidad se reflejaban en sus ojos. Se veía más hermoso que nunca, Clary pensó, y correspondientemente, más distante, más difícil de tocar. Pensó en lo que había dicho acerca del hundimiento de la ciudad, y los espacios entre las estrellas, y recordó las líneas de una canción de Leonard Cohen que la banda de Simon solía tocar, no muy bien. "Hay una grieta en todo / Así es cómo la luz entra." Tenía que haber una grieta en la calma de Jace, y que de alguna manera pudiera llegar a través del él real que creía que todavía estaba allí.

Los ojos ámbar de Jace la estudiaron. Estiró la mano para tocar su mano, y fue sólo después de un momento que Clary se dio cuenta de que sus dedos estaban en su anillo de oro. "¿Qué es eso?", dijo. "No recuerdo que tuvieras un anillo trabajado por las hadas."

Su tono era neutro, pero su corazón dio un vuelco. Mentirle directamente a la cara a Jace no era algo en lo que tenía mucha práctica. "Era de Isabelle," dijo ella encogiéndose de hombros. "Ella estaba tirando todas las cosas que esa hada ex novio
de ella le dio—Meliorn—y pensé que esto era bonito, así que ella me dijo que podía tenerlo".

"¿Y el anillo Morgenstern?"

Esto parecía un lugar para decir la verdad. "Se lo di a Magnus para que pudiera tratar de rastrearte con el"

"Magnus". Jace dijo el nombre como si se tratara de un extraño, y exhaló un suspiro. "¿Todavía sientes que tomaste la decisión correcta? ¿Viniendo aquí conmigo?"

"Sí. Estoy feliz de estar contigo. Y—bueno, siempre quise ver Italia. Nunca he viajado mucho. Nunca he estado fuera del país"

"Estabas en Alicante", le recordó.

"Está bien, aparte de visitar tierras mágicas que nadie más puede ver, no he viajado mucho. Simon y yo teníamos planes. Nos íbamos a ir de mochileros por Europa después de graduarnos de la secundaria...” la voz de Clary se fue apagando. "Suena tonto ahora."

"No, no lo hace." Él se estiró y le apartó un mechón de cabello tras la oreja. "Quédate conmigo. Podemos ver el mundo entero".

"Yo estoy contigo. No voy a ninguna parte."

"¿Hay algo especial que quieras ver? ¿París? ¿Budapest? ¿La Torre Inclinada de Pisa?"

Sólo si se cae en la cabeza de Sebastián, pensó. "¿Podemos viajar a Idris? Quiero decir, supongo, ¿puede el apartamento viajar hasta allí?"

"No puede pasar las protecciones." Su mano trazó una ruta por su mejilla. "Sabes, realmente te extrañé."

"¿Quieres decir que no has ido en citas románticas con Sebastián, mientras has estado alejado de mí?"

"Lo intenté," Jace dijo, "pero no importa cuan borracho lo pongas, simplemente no saldrá."

Clary cogió su vaso de vino. Estaba empezando a acostumbrarse a su sabor. Podía sentir que quemaba un camino hacia su garganta, calentando sus venas, adicionando una calidad de sueño a la noche. Ella se encontraba en Italia, con su hermoso novio, en una noche hermosa, comiendo deliciosos alimentos que se fundían en su boca. Estos son los tipos de momentos que recuerdas toda la vida. Pero se sentía como tocar solamente el borde de la felicidad, cada vez que veía a Jace, la felicidad se escapaba de ella. ¿Cómo
podía ser y no ser Jace, a la vez? ¿Cómo puedes estar con el corazón roto y feliz al mismo tiempo?



Estaban tendidos en la estrecha cama doble que estaba destinada sólo para una persona, envueltos con fuerza bajo las sabanas de Jordan. Maia yacía con la cabeza en el hueco de su brazo, el sol desde la ventana calentaba su rostro y hombros. Jordan estaba apoyado en su brazo, apoyado en ella, pasando la mano libre a través de su cabello, tirando de sus rizos en toda su longitud y dejando que se deslicen hacia atrás a través de sus dedos.

"Extrañé tu cabello", dijo, y le dio un beso en la frente.

Risa brotó de algún lugar profundo dentro de ella, esa clase de risa que viene con el vértigo del enamoramiento. "¿Sólo mi cabello?"

"No." Él sonreía, sus ojos color avellana iluminados de verde, su cabello castaño bien arrugado. "Tus ojos". Él los beso, uno tras otro. "Tu boca". Él beso eso también, y ella enganchó los dedos a través de la cadena contra su pecho desnudo que sostenía el colgante de Praetor Lupus. "Todo acerca de ti."

Ella retorcía la cadena alrededor de sus dedos. "Jordan... siento lo de antes. Por la pelea acerca del dinero, y Stanford. Era sólo un montón que comprender."

Sus ojos se oscurecieron, y él agachó la cabeza. "No es como si yo no sé cuan independiente eres. Yo sólo... yo sólo quería hacer algo agradable para ti."

"Lo sé", susurró. "Yo sé que te preocupas por que te necesito, pero yo no debería estar contigo porque te necesito. Debo estar contigo porque te amo."

Sus ojos se iluminaron—incredulidad, esperanza. "¿Tu—me refiero, crees que es posible que podrías sentirte de esa manera sobre mí otra vez?"

"Nunca he dejado de amarte, Jordan", dijo ella, y el la cogió contra él con un beso tan intenso que estaba magullándola. Se acercó a él, y las cosas habrían procedido como lo habían hecho en la ducha, si un fuerte golpe no hubiera llegado a la puerta.

"¡Praetor Kyle!", gritó una voz a través de la puerta. "¡Despierta! El Praetor Scott quiere verte abajo, en su oficina."

Jordan, con los brazos alrededor de Maia, maldijo en voz baja. Riendo, Maia pasó la mano lentamente por su espalda, enredando sus dedos en su cabello. "¿Crees que el Praetor Scott puede esperar?" susurró.

"Creo que él tiene la llave de esta habitación y la utilizará si quiere."

"Eso está bien", dijo, rozando sus labios contra su oreja. "Tenemos un montón de tiempo, ¿verdad? Todo el tiempo que alguna vez necesitaremos".



Presidente Miau estaba sobre la mesa en frente de Simon, completamente dormido, sus cuatro patas puestas directamente al aire. Esto, Simon sentía, era algo así como un logro. Desde que se había convertido en un vampiro, tendía a no gustar a los animales, lo evitaban si podían, y le siseaban o ladraban si se acercaba demasiado. Para Simon, que siempre había sido un amante de los animales, era una dura pérdida. Pero él supuso que si ya era la mascota de un brujo, tal vez aprendió a aceptar criaturas extrañas en su vida.

Magnus, como resultó, no había estado bromeando acerca de la velas. Simon se estaba tomando un momento para descansar y beber un poco de café, cayó bien, y la cafeína ha tomado el borde frente al espinoso comienzo del hambre. Toda la tarde habían estado ayudando a Magnus a preparar el escenario para levantar a Azazel. Ellos asaltaron bodegas locales por té, luces y velas de oración, que habían colocado en un cuidadoso círculo. Isabelle y Alec estaban esparciendo las tablas del suelo fuera del círculo con una mezcla de sal y belladona seca como Magnus les instruyó, leyendo en voz alta de Ritos prohibidos, Un manual de Nigromante del siglo XV.

"¿Qué le has hecho a mi gato?" Exigió Magnus, volviendo a la sala de estar llevando una taza de café, con un círculo de tazas flotando alrededor de su cabeza como un modelo de los planetas que giran alrededor del sol. "Bebiste su sangre, ¿no? ¡Dijiste que no tenías hambre!"

Simón estaba indignado. "Yo no bebí su sangre. ¡Él esta bien!" Pinchó al Presidente en el estómago. El gato bostezó. "En segundo lugar, me preguntaste si tenía hambre, cuando ordenabas pizza, así que te dije que no, porque no puedo comer pizza. Yo estaba siendo educado."

"Eso no te da el derecho de comerte a mi gato."

"¡Tu gato está bien!" Simon se estiró para recoger el gato atigrado, que saltó indignado, se puso en pie y se alejó de la mesa. "¿Ves?"

"Lo que sea." Magnus se arrojó en el asiento a la cabeza de la tabla, las tazas fueron a su lugar de un golpe cuando Alec e Izzy se enderezaron, terminando con su tarea. Magnus dio una palmada. "¡Todos! Reúnanse alrededor. Es el momento de una reunión. Voy a enseñarles a convocar a un demonio".



El Praetor Scott estaba esperando por ellos en la biblioteca, aún en la misma silla giratoria, con una caja pequeña de bronce en el escritorio entre ellos. Maia y Jordan se sentaron frente a él, y Maia no podía dejar de preguntarme si estaba escrito en toda su cara, lo que ella y Jordan habían estado haciendo. No es que el Praetor los mirara con mucho interés.

Él empujó la caja hacia Jordan. "Es un bálsamo", dijo. "Si se aplica a la herida de Garroway, debería filtrar el veneno de su sangre y permitir que el acero de demonio trabaje libre de obstáculos. Él debería sanar en pocos días."

El corazón de Maia saltó—por fin una buena noticia. Ella agarró la caja antes de que Jordan pudiera, y la abrió. De hecho estaba lleno con un ungüento de cera oscura que olía considerablemente a hierbas, como las hojas de laurel trituradas.

"Yo—", comenzó el Praetor Scott, con los ojos cambiando hacía Jordan.

"Ella debe tomarla", dijo Jordan. "Ella es cercana a Garroway y es parte de la manada. Ellos confían en ella."

"¿Estas diciendo que no confían en el Praetor?"

"La mitad de ellos piensa que el Praetor es un cuento de hadas", Maia dijo, y agregando el ‘señor’ como una ocurrencia tardía.

Praetor Scott pareció molesto, pero antes de que pudiera decir nada, el teléfono sonó en su escritorio. Pareció dudar, a continuación levantó el auricular a su oreja. "Scott aquí" dijo, y luego, después de un momento: "Sí—sí, creo que sí." Colgó, con la boca curvada en una no del todo agradable sonrisa. "Praetor Kyle", dijo. "Me alegro de que cayó sobre nosotros hoy de todos los días. Quédate un momento. Este asunto de alguna forma te concierne."

Maia se sobresaltó ante este pronunciamiento, pero no tan sorprendida como estaba un momento más tarde, cuando una esquina de la habitación empezó a brillar y apareció una figura, desarrollándose poco a poco—era como mirar las imágenes aparecer en una película en un cuarto oscuro—y la figura de un chico se formó. Su cabello era castaño oscuro, corto y recto, y un collar de oro brillaba en contra de la piel morena de su
garganta. Lucía ligero y etéreo, como el chico de un coro, pero había algo en sus ojos que le hacía parecer mucho mayor que eso.

"Raphael", dijo, reconociéndolo. Él era siempre un poco transparente—una proyección, se dio cuenta. Ella había oído hablar de ellas, pero nunca había visto una de cerca.

El Praetor Scott la miró con sorpresa. "¿Usted conoce al jefe del clan de vampiros de Nueva York?"

"Nos encontramos una vez, en Brocelind Woods", dijo Raphael, mirándola sin mucho interés. "Ella es una amiga de un Daylighter, Simon".

"Su asignación", dijo el Praetor Scott a Jordan, como si Jordan pudo haberlo olvidado.

La frente de Jordan se arrugó. "¿Le ha pasado algo?", preguntó. "¿Está bien?"

"Esto no es sobre él", dijo Raphael. "Se trata de la vampira renegada, Maureen Brown."

"¿Maureen?", Exclamó Maia. "¿Pero ella sólo tiene, cuanto, trece años?"

"Un vampiro renegado es un vampiro renegado", dijo Raphael. "Y Maureen ha estado cortando una gran franja por sí misma a través de TriBeCa y el Lower East Side. Múltiple heridas y al menos seis muertes. Nos las hemos arreglado para cubrirlas, pero..."

"Ella es la asignación de Nick", dijo el Praetor Scott con un ceño. "Pero no ha sido capaz de encontrar un rastro de ella. Nosotros posiblemente tengamos que enviar a alguien con más experiencia".

"Les insto a que lo hagan", dijo Raphael. "Si los Cazadores de Sombras no estuvieran tan preocupados por su propia... emergencia en este momento, seguramente ya estarían involucrados. Y lo último que necesita el clan después de la relación con Camille es una censura por parte de los Cazadores de Sombras".

"¿Supongo que Camille sigue desaparecida también?", Dijo Jordan. "Simon nos contó todo lo que sucedió la noche que Jace desapareció, y Maureen parecía estar haciendo las ofertas de Camille."

"Camille no es una recién convertida y por lo tanto no es nuestro asunto", dijo Scott.

"Lo sé, pero—encuéntrenla, y puede que encuentren a Maureen, eso es todo lo que estoy diciendo", dijo Jordan.

"Si estuviera con Camille, ella no estaría matando al ritmo que lo hace", dijo Raphael. "Camille se lo impediría. Ella esta sedienta de sangre, pero conoce el Cónclave, y la ley. Ella mantendría a Maureen y sus actividades fuera de su línea de visión. No, el comportamiento de Maureen tiene todas las señas de identidad de un vampiro renegado."

"Entonces, creo que tienes razón." Jordan se echó hacia atrás "Nick debería tener un refuerzo tratando con ella, o—"

"¿O algo podría sucederle? Si lo hace, tal vez te ayudará a centrarte más en el futuro", dijo el Praetor Scott. "En tu propia asignación."

La boca de Jordan se abrió. "Simon no fue responsable del cambio de Maureen", dijo. "Te lo dije—"

Praetor Scott agitó sus palabras. "Sí, lo sé", dijo, "o habrías sido retirado de tu asignación, Kyle. Sin embargo, tu sujeto la mordió, y también bajo tu supervisión. Y fue su asociación con el Daylighter, por muy distante, la que la llevó a su eventual transformación".

"El Daylighter es peligroso", dijo Raphael, con los ojos brillando. "Es lo que he estado diciendo todo el tiempo."

"Él no es peligroso", dijo Maia con fiereza. "Él tiene un corazón B U E N O." Ella vio a Jordan mirarla un poco, de reojo, tan rápido que se preguntó si ella se lo había imaginado.

"Bla, Bla, Bla” dijo Raphael con desdén. "Ustedes los hombres lobo no puede centrarse en el asunto en cuestión. Confié en usted, Praetor, para los nuevos Submundos hechos y derechos en su departamento. Pero permitirle a Maureen estar libre se refleja muy mal en mi clan. Si no la encuentran pronto, voy a llamar a todos los vampiros a mi disposición. Después de todo"—sonrió,
y sus incisivos delicados brillaban—"al final ella es nuestra para matarla".



Cuando terminó la comida, Clary y Jace regresaron al apartamento a través de un anochecer brumoso. Las calles estaban desiertas y las aguas del canal brillaban como vidrio. Al doblar una esquina, se encontraron al lado de un canal tranquilo, rodeado de casas cerradas. Barcos se balanceaban suavemente en el agua, cada uno una media luna de color negro.

Jace rió suavemente y siguió adelante, con la mano saliendo de la de Clary. Sus ojos eran grandes y dorados a la luz de la lámpara. Se arrodilló al lado del canal, y ella vio un destello de color blanco-plata—una estela—y luego uno de los barcos se liberó de su amarre y empezó a derivar hacia el centro del canal. Jace deslizó la estela de vuelta en el cinturón y dio un salto, aterrizando suavemente en el asiento de madera en la parte delantera de la embarcación. Él le tendió la mano a Clary. "Vamos".

Ella veía de él al barco y sacudió la cabeza. Era sólo un poco más grande que una canoa pintada de negro, a pesar de que la pintura estaba húmeda y astillada. Parecía tan ligero y frágil como un juguete. Se imaginó dando un vuelco y ambos cayendo en el frío canal verde. "No puedo. Lo voy a voltear".

Jace sacudió la cabeza con impaciencia. "Puedes hacerlo", dijo. "Yo te entrené." Para demostrarlo él dio un paso hacía atrás. Ahora estaba de pie en el borde delgado de la embarcación, justo al lado del tolete . Él la miró con la boca torcida en una media sonrisa. Según todas las leyes de la física, ella pensó, el bote, desbalanceado, debería haber estado tumbándose de lado en el agua. Pero Jace equilibraba suavemente allí, con la espalda recta, como si estuviera hecho de nada más que humo. Detrás de él estaba el telón de fondo de agua y piedra, canales y puentes, ni un edificio moderno a la vista. Con su cabello brillante y la forma en que se lleva a sí mismo, podría haber sido un príncipe del Renacimiento.

Le tendió una mano otra vez. "Recuerda. Tú eres tan ligera como quieras ser." Ella recordaba. Horas de formación sobre como caer, como equilibrarse, la forma de aterrizar como lo hizo Jace, como si fuera un pedazo de cenizas cerniéndose suavemente hacia abajo. Ella tomo un respiro profundo y dio un salto, el agua verde volaba por debajo de ella. Se posó en la proa de la embarcación, tambaleándose sobre el asiento de madera, pero firme.

Dejó escapar el aliento en una ráfaga de alivio y escuchó la risa de Jace mientras saltaba hacia la parte inferior plana del bote. Estaba agujereado. Una delgada capa de agua cubría la madera. El era también veintitrés centímetros más alto que ella, por lo que con su pie sobre el asiento en la proa, sus cabezas estaban niveladas.

El puso las manos en su cintura. "Entonces", dijo. "¿Dónde quieres ir ahora?"

Ella miró a su alrededor. Se habían desplazado lejos de la orilla del canal. "¿Estamos robando este bote?"

"'Robando es una palabra muy fea", reflexionó.

"¿Cómo quieres llamarlo?"

Él la levantó y la hizo girar a su alrededor antes de bajarla. "Un caso extremo de window-shopping".

Él la atrajo más cerca, y ella se puso rígida. Sus pies patinaron por debajo de ella, y los dos se deslizaron hasta el suelo curvado de la embarcación, que era plano, húmedo y olía a agua y madera húmeda.

Clary se encontró descansando sobre Jace, con las rodillas a cada lado de sus caderas. El agua estaba mojando su camisa, pero a él no parecía importarle. Alzó las manos detrás de la cabeza, doblándolas, su camisa tirando hacia arriba. "Tu literalmente me tiraste al suelo con la fuerza de tu pasión", observó. "Buen trabajo, Fray."

"Sólo te caíste porque quisiste. Te conozco", dijo. La luna brillaba sobre ellos como un centro de atención, como si fueran las únicas personas bajo ella. "Nunca resbalas".

Él tocó su cara. "Puede que no resbale", dijo, "pero caigo".

Su corazón latía con fuerza, y ella tuvo que tragar antes de que pudiera responder a la ligera, como si estuviera bromeando "Esa puede ser tu peor línea de todos los tiempos."

"¿Quién dice que es una línea?"

La embarcación se sacudió, y ella se inclinó hacia adelante, balanceando sus manos sobre su pecho. Sus caderas se apretaron contra las de él, y vio sus ojos mientras se ampliaron, pasando de perversamente oro brillante a oscuro, la pupila se trago el iris. Podía verse a sí misma y el cielo nocturno en ellos.

Él se apoyó sobre un codo, y deslizó una mano por la parte trasera de su cuello. Ella sintió que él se arqueaba contra ella, sus labios frotando los de ella, pero se echó hacia atrás, no del todo permitiendo el beso. Ella lo quería, lo quería tanto que se sentía vacía por dentro, como si el deseo la hubiera quemado completa. No importa lo que su mente decía—que este no era Jace, no su Jace, su cuerpo todavía se acordaba de él, la forma y la sensación de él, el aroma de su piel y cabello, y lo quería de vuelta.

Ella sonrió contra su boca como si estuviera burlándose de él, y rodó hacia un lado, enroscándose a su lado en el fondo húmedo de la embarcación. Él no protestó. Su brazo curvado a su alrededor, y el balanceo del bote bajo sus pies era suave y arrullador. Ella quería poner la cabeza sobre su hombro, pero no lo hizo.

"Estamos a la deriva", dijo.

"Lo sé. Hay algo que quiero que veas." Jace estaba mirando hacia el cielo. La luna era una gran nube blanca, como una vela, en el pecho de Jace subía y bajaba constantemente. Sus dedos se enredaron en su cabello. Ella se quedó inmóvil junto a él, esperando y observando como las estrellas hacían tictac como un reloj astrológico, y se preguntó lo que estaban esperando. Por fin lo escuchó, un largo y lento sonido de carrera, como agua fluyendo a través de un dique roto. El cielo se oscureció y se agitó cuando figuras corrieron a través de el. Apenas podía verlas a través de las nubes y la distancia, pero parecían ser hombres, con el cabello largo como nubes grises, montando caballos cuyos cascos brillaban del color de la sangre. El sonido de un cuerno de caza se hizo eco a través de la noche y las estrellas se estremecieron y la noche se replegada sobre sí misma mientras los hombres se desvanecieron detrás de la luna.

Dejó salir su aliento en una espiración lenta. "¿Qué fue eso?"

"La Caza Salvaje", dijo Jace. Su voz sonaba distante y de ensueño. “Los Perros de Caza de Gabriel. Los Anfitriones Salvajes. Tienen muchos nombres. Son hadas que desprecian los tribunales terrenales. Viajan a través del cielo, buscando una cacería eterna. En una noche al año un mortal puede unirse a ellos—pero una vez que te has unido a la caza, nunca podrás salir de ella."

"¿Por qué querría alguien hacer eso?”

Jace rodó y de repente estaba sobre Clary, presionándola hacía el fondo del bote. Ella apenas podía notar la humedad, podía sentir el calor rodar de él en ondas, y sus ojos llamearon. Tenía una manera de apoyarse a sí mismo sobre ella para que no fuera aplastada pero podía sentir cada parte de él contra ella—la forma de sus caderas, los remaches en sus pantalones, los trazos de sus cicatrices. "Hay algo atractivo en la idea", dijo. "De perder todo el control. ¿No te parece?"

Abrió la boca para contestar, pero ya la estaba besando. Ella lo había besado tantas veces—gentiles besos suaves, duros y desesperados, breve frotar de labios que decían adiós y besos que parecían durar horas—y este no fue diferente. La forma en la que la memoria de alguien que ha vivido en una casa puede persistir incluso después de que se han ido, como una especie de impronta psíquica, su cuerpo recordaba a Jace. Recordaba la forma en que sabía, la inclinación de su boca sobre la de ella, sus cicatrices debajo de sus dedos, la forma de su cuerpo bajo sus manos. Se soltó de sus dudas y extendió la mano para tirar de él hacia ella.

Rodó hacia un lado, sosteniéndola, el bote balanceándose debajo de ellos. Clary podía oír el chapoteo del agua, mientras sus manos iban a la deriva por su lado hasta su cintura, sus dedos acariciando suavemente la piel sensible en la parte baja de su espalda. Ella deslizó sus manos en su cabello y cerró los ojos, envuelta en la niebla, el sonido y el olor del agua. Siglos pasaron, y no había nada más que la boca de Jace en la de ella, el movimiento adormecedor del barco, y sus manos sobre su piel. Finalmente, después de lo que podrían haber sido horas o minutos, oyó el sonido de alguien gritando, una enojada voz italiana, levantándose y cortándose a través de la noche.

Jace se echó hacia atrás, su mirada perezosa y lamentable "Mejor nos vamos."

Clary lo miró, aturdida. "¿Por qué?"

"Debido a que es el hombre cuyo bote fue robado." Jace se incorporó, tirando de su camisa hacia abajo. "Y está a punto de llamar a la policía."
Mili Sánchez
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Clary Morgenstern
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Mensaje por Mili Sánchez Lun Mayo 21, 2012 10:44 am


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11
Atribuir Todo Pecado
Traducido por verittooo


Magnus dijo que no podía usarse ninguna electricidad durante la invocación de Azazel, así que el apartamento sólo estaba iluminado por la luz de las velas. Las velas ardían en un círculo en el centro de la habitación, todas de diferentes alturas y brillos, aunque compartían una llama azul similar.
Dentro del círculo, había un pentagrama dibujado por Magnus, usando un palo de serbal que había quemado el patrón de sobrepuestos triángulos en el suelo. En medio de los espacios formados por el pentagrama había símbolos que no se parecían a nada que Simon hubiera visto antes: no exactamente letras y ni tampoco runas, daban una escalofriante sensación de amenaza a pesar del calor de las llamas de las velas.
Estaba oscuro fuera de la ventana ahora, la clase de oscuridad que llegaba con los atardeceres tempranos del invierno cercano.
Isabelle, Alec, Simon, y finalmente, Magnus, que cantaba en voz alta los Ritos Prohibidos, cada uno se paraba en un punto cardinal alrededor del círculo. La voz de Magnus se alzaba y caía, las palabras en latín eran como una plegaria, pero una que era invertida y siniestra.
Las llamas se elevaron más alto y los símbolos tallados en el piso comenzaron a volverse negros. Presidente Miau, que había estado esperando desde la esquina de la habitación, siseó y huyó entre las sombras. Las llamas blancas azuladas crecieron, y ahora Simon apenas podía ver a Magnus a través de ellas. El cuarto estaba volviéndose más caliente, el cántico del brujo acelerado, su cabello negro rizándose por la humedad del calor, sudor brillando en sus pómulos. —¡Quod tumeraris: per Jehovam, Gehennam, et consecratam aquam quam nunc spargo, signumque crucis quod nunc facio, et per vota nostra, ipse nunc surgat nobis dicatus Azazel! ("De tumeraris: por Jehová, Gehenna, y esta agua que ahora asperja, y la señal de la cruz que ahora hago, y por medio de nuestras oraciones, por nuestra dedicación, que ahora surja Azazel!")
Hubo un estallido de fuego desde el centro del pentagrama, y una gruesa onda negra de humo se levantó, disipándose lentamente a través de la habitación, haciendo que todos excepto Simon tosieran y se ahogaran. Giraba como un torbellino, fusionándose poco a poco en el centro del pentagrama en la figura de un hombre.
Simon parpadeó. No estaba seguro qué esperar, pero no era esto. Un hombre alto con pelo castaño, ni joven ni viejo, un rostro sin edad, inhumano y frío. Ancho de hombros, vestido en un traje negro de buen corte y brillantes zapatos negros. Alrededor de cada muñeca tenía un surco rojo oscuro, las marcas de alguna clase de enlace, soga o metal, que había cortado la piel durante muchos años. En sus ojos saltaban llamas rojas.
Él habló. —¿Quién invoca a Azazel? —Su voz era como metal moliendo metal.
—Yo lo hago. —Magnus cerró firmemente el libro que sostenía—. Magnus Bane.
Azazel ladeó la cabeza lentamente hacia Magnus. Su cabeza parecía volverse de forma antinatural sobre su cuello, como la cabeza de una serpiente. —Brujo —dijo—. Sé quién eres.
Magnus levantó sus cejas. —¿Lo haces?
—Invocador. Vinculador. Destructor del demonio Marbas. Hijo de—
—Ahora —dijo Magnus rápidamente—. No hay necesidad de pasar por todo eso.
—Pero la hay. —Azazel sonaba razonable, divertido incluso—. Si es asistencia infernal la que requieres, ¿por qué no invocar a tu padre?
Alec estaba mirando a Magnus con la boca abierta. Simon se lamentó por él. No pensaba que ninguno de ellos hubiera asumido que Magnus siquiera supiera quién era su padre, mucho menos que había sido un demonio que había engañado a su madre para que creyera que era su esposo. Alec claramente no sabía mucho más sobre eso que el resto, que, imaginó Simon, era algo por lo que no estaba muy feliz.
—Mi padre y yo no estamos en los mejores términos —dijo Magnus—. Preferiría no involucrarlo.
Azazel levantó las manos. —Como digas, Maestro. Tú me mantiene dentro del sello. ¿Cuál es tu demanda?
Magnus no dijo nada, pero estaba claro por la expresión en el rostro de Azazel que el brujo le estaba hablando silenciosamente, mente con mente. Las llamas saltaron y danzaron en los ojos del demonio, como niños ansiosos escuchando una historia. —Astuta Lilith —dijo el demonio al final—. Por criar al chico desde la muerte, y asegurar su vida al unirlo con alguien a quien no soportarías matar. Ella siempre fue mejor manipulando las emociones humanas que la mayoría del resto de ustedes. Quizás porque alguna vez fue algo parecido a un humano.
—¿Hay una forma? —Magnus sonaba impaciente—. ¿Para romper la unión entre ellos?
Azazel negó con la cabeza. —No sin matar a ambos.
—Entonces, ¿hay una forma de dañar sólo a Sebastian, sin lastimar a Jace? —Era Isabelle, ansiosa; Magnus le disparó una mirada aplacadora.
—No con algún arma que pueda crear, o tenga a mi disposición —dijo Azazel—. Sólo puedo elaborar armas cuya alianza sea demoníaca. Un rayo de la mano de un ángel, tal vez, podría quemar lo que es malvado en el hijo de Valentine y ya sea romper su atadura o convertirlo más benevolente en su naturaleza. Si puedo hacer una sugerencia…
—Oh —dijo Magnus, estrechando sus ojos de gato—, por favor.
—Puedo pensar en una solución simple que separará a los chicos, mantendrá vivo al tuyo, y neutralizará el peligro en el otro. Y yo pediré muy poco de ti a cambio.
—Tú eres mi sirviente —dijo Magnus—. Si deseas dejar este pentagrama, harás lo que te pida, y no pedirás favores a cambio.
Azazel siseó, y fuego salió de sus labios. —Si no estoy atado aquí, entonces estoy atado allí. Tiene muy poca diferencia para mí.
—“Porque esto es el Infierno, ni estoy fuera de él” —dijo Magnus, con el aire de alguien citando un viejo dicho.
Azazel mostró una sonrisa metálica. —Podrías no ser orgulloso como el viejo Faustus, brujo, pero eres impaciente. Estoy seguro de que mi voluntad por permanecer en este pentagrama durará más que tu deseo de vigilarme dentro de él.
—Oh, no lo sé —dijo Magnus—. Siempre he sido atrevido cuando a la decoración se refiere, y teniéndote aquí le añade ese pequeño toque extra de algo a la habitación.
—Magnus —dijo Alec, claramente no encantado con la idea de un demonio inmortal fijando residencia en el loft de su novio.
—¿Celoso, pequeño Cazador de Sombras? —Azazel le sonrió a Alec—. Tu brujo no es mi tipo, y además, difícilmente querría enfurecer a su—
—Suficiente —dijo Magnus—. Dinos qué es la “pequeña” cosa que quieres a cambio de tu plan.
Azazel armó un templo con sus manos, manos de hombre trabajador, del color de la sangre, coronadas con uñas negras. —Un recuerdo feliz —dijo—. De cada uno de ustedes. Algo que me entretenga mientras esté atado como Prometeo a su roca.
—¿Un recuerdo? —dijo Isabelle sorprendida—. ¿Quieres decir que se borrará de nuestras mentes? ¿Ya no seremos capaces de recordarlo?
Azazel la miró a través de las llamas. —¿Qué eres, pequeña? ¿Una Nephilim? Sí, tomaré tu recuerdo y se convertirá en mío. Ya no sabrás que es algo que te haya pasado. Aunque, por favor eviten darme recuerdos de demonios que han asesinado bajo la luz de la luna. No es la clase de cosa de la que disfruto. No, quiero que estos recuerdos sean… personales. —Él sonrió, y sus dientes brillaron como un rastrillo de hierro.
—Soy viejo —dijo Magnus—. Tengo muchos recuerdos. Renunciaré a uno, si es necesario. Pero no puedo hablar por el resto de ustedes. Ninguno debería ser forzado a renunciar a algo como esto.
—Yo lo haré —dijo Isabelle inmediatamente—. Por Jace.
—También yo, por supuesto —dijo Alec, entonces fue el turno de Simon. De repente, pensó en Jace, cortando sus muñecas y dándole su sangre en el pequeño cuarto del bote de Valentine. Arriesgando su propia vida por la de Simon. Podrá haber sido por el bien de Clary en su corazón, pero todavía era una deuda. —Estoy dentro.
—Bien —dijo Magnus—. Todos ustedes, intenten pensar en recuerdos felices. Deben ser genuinamente felices. Algo que les dé placer al recordar. —Le disparó una ácida mirada al engreído demonio en el pentagrama.
—Estoy lista —dijo Isabelle. Ella estaba de pie con los ojos cerrados, su espalda recta como preparada para el dolor. Magnus se movió hacia ella y puso los dedos en su frente, murmurando suavemente.
Alec observó a Magnus con su hermana, su boca tensa, después cerró los ojos. Simon cerró los suyos también, apresuradamente, e intentó invocar un recuerdo feliz, ¿algo que tenga que ver con Clary? Pero mucho de sus recuerdos de ella estaban teñidos por su preocupación actual por su bienestar. ¿Algo de cuando eran muy jóvenes? Una imagen nadó hasta el frente de su mente, un caluroso día de verano en Coney Island, él en los hombros de su padre, Rebecca corriendo detrás de ellos, arrastrando un puñado de globos. Alzando la mirada hacia el cielo, tratando de encontrarle formas a las nubes, y el sonido de la risa de su madre. No, pensó, eso no. No quiero perder eso.
Hubo un frío toque en su frente. Abrió los ojos y vio a Magnus bajando su mano. Simon le parpadeó, su mente de repente en blanco. —Pero no estaba pensando en nada —protestó.
Los ojos de gato de Magnus estaban tristes. —Sí, lo estabas.
Simon miró alrededor del cuarto, sintiéndose un poco mareado. Los otros se veían igual, como si estuvieran despertando de un sueño extraño; Isabelle captó su atención, el oscuro aleteo de sus pestañas, y se preguntó qué había pensado, a qué felicidad había renunciado.
Un ruido sordo desde el centro del pentagrama alejó su mirada de Izzy. Azazel estaba de pie, tan cerca del borde del patrón como puedo, un lento gruñido de hambre salía de su garganta. Magnus se giró y lo miró con una expresión de disgusto en el rostro. Su mano estaba cerrada en un puño, y algo pareció brillar entre sus dedos como si estuviera sosteniendo una piedra de luz mágica. Se volvió y la arrojó, rápido y de lado, hacia el centro del pentagrama. La visión de vampiro de Simon lo siguió. Fue una gota de luz que se expandió mientras volaba, se expandió en un círculo sosteniendo múltiples imágenes. Simon vio un pedazo de azul marino, la esquina de un vestido de satín que se acampanaba mientras su portadora giraba, un destello del rostro de Magnus, un chico de ojos azules, y luego Azazel abrió los brazos y el círculo de imágenes se desvaneció en su cuerpo, como un trozo perdido de basura aspirado por el fuselaje de un avión.
Azazel jadeó. Sus ojos, que habían estado lanzando destellos de fuego rojo, ardían como hogueras ahora, y su voz se rompió cuando habló. —Ahhhh. Delicioso.
Magnus habló bruscamente. —Ahora, tú parte del trato.
El demonio se lamió los labios. —La solución a tu problema es ésta. Me liberas en el mundo, tomó al hijo de Valentine y lo llevo a vivir al Infierno. Él no morirá, y por lo tanto tu Jace vivirá, pero él habrá dejado este mundo atrás, y poco a poco su conexión se quemará. Tendrás a tu amigo de vuelta.
—¿Y después qué? —preguntó Magnus lentamente—. ¿Te liberamos en el mundo, y después regresas y te dejas atar nuevamente?
Azazel rió. —Por supuesto que no, brujo tonto. El precio por el favor es mi libertad.
—¿Libertad? —habló Alec, sonando incrédulo—. ¿Un Príncipe del Infierno, liberado en el mundo? Ya te dimos nuestros recuerdos—
—Los recuerdos fueron el precio por escuchar mi plan —dijo Azazel—. Mi libertad es lo que pagarán por tener mi plan en acción.
—Eso es trampa, y lo sabes —dijo Magnus—. Pides algo imposible.
—También tú —dijo Azazel—. Por todos los derechos, tu amigo está perdido para siempre. “Porque si un hombre hace un voto al Señor, o hiciere un juramento ligando su alma con un enlace, no quebrantará su palabra.” Y según los términos del hechizo de Lilith, sus almas están unidas, y ambos estuvieron de acuerdo.
—Jace jamás estaría de acuerdo— comenzó Alec.
—Él dijo las palabras —dijo Azazel—. Por propia voluntad o por remordimiento, no importa. Me están pidiendo que corte un vínculo que sólo el Cielo puede romper. Pero el Cielo no los ayudará; saben eso tan bien como yo. Es por eso que los hombres invocan demonios y no ángeles, ¿no es así? Éste es el precio que pagan por mi intervención. Si no quieren pagarlo, tienen que aprender a aceptar lo que han perdido.
El rostro de Magnus estaba pálido y tenso. —Vamos a conversar entre nosotros y discutir si tu oferta es aceptable. Mientras tanto, te destierro. —Él agitó la mano, y Azazel desapareció, dejando atrás el olor de madera quemada.
Las cuatro personas en la habitación se miraron con incredulidad. —Lo que está pidiendo —dijo Alec finalmente—, no es posible, ¿verdad?
—Teóricamente, todo es posible —dijo Magnus, mirando hacia delante, como dentro de un abismo—. Pero liberar a un Gran Demonio en el mundo, no sólo un Gran Demonio, un Príncipe del Infierno, superado sólo por el mismo Lucifer, la destrucción que podría causar—
—¿No es posible —dijo Isabelle—, que Sebastian pueda causar la misma destrucción?
—Como dijo Magnus —acotó Simon con amargura—, todo es posible.
—No podría haber casi ningún crimen más grande ante los ojos de la Clave —dijo Magnus—. Quien soltará a Azazel en el mundo sería un criminal buscado.
—Pero si fuera para destruir a Sebastian… —comenzó Isabelle.
—No tenemos pruebas de que Sebastian esté tramando algo —dijo Magnus—. Por todo lo que sabemos, todo lo que quiere es establecerse en una agradable casa de campo en Idris.
—¿Con Clary y Jace? —dijo Alec incrédulo.
Magnus se encogió de hombros. —¿Quién sabe lo que quiere de ellos? Tal vez simplemente se sienta solo.
—No hay forma de que secuestrara a Jace de ese techo porque tuviera la desesperada necesidad de un bromance —dijo Isabelle—. Él está planeando algo.
Todos miraron a Simon. —Clary está intentando averiguar qué. Necesita un poco de tiempo. Y no digan, “No tenemos tiempo” —añadió—. Ella sabe eso.
Alec pasó una mano por su pelo oscuro. —Bien, pero acabamos de echar a perder todo un día. Un día que no teníamos. Basta de ideas estúpidas. —Su voz era inusualmente áspera.
—Alec —dijo Magnus. Puso una mano en el hombro de su novio; Alec estaba quieto, mirando furiosamente al suelo—. ¿Estás bien?
Alec lo miró. —¿Quién eres, otra vez?
Magnus soltó un pequeño jadeo; se veía, por primera vez que Simon pudiera recordar, realmente nervioso. Duró sólo un momento, pero estaba allí. —Alexander —dijo.
—Demasiado pronto para bromear sobre la cosa del recuerdo feliz, lo entiendo —dijo Alec.
—¿Tú crees? —la voz de Magnus se elevó. Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió y entraron Maia y Jordan. Sus mejillas estaban rojas por el frío, y, Simon vio con un pequeño sobresalto, Maia estaba usando la chaqueta de cuero de Jordan.
—Acabamos de llegar de la estación —dijo emocionada—. Luke no se ha despertado todavía, pero parece que va a estar bien —Se interrumpió, mirando alrededor al pentagrama que aún brillaba, a las nubes de humo negro, y a los parches quemado del suelo—. Okay, ¿qué han estado haciendo, chicos?



Con la ayuda de un hechizo y la habilidad de Jace de balancearse con un solo brazo hacia arriba sobre un viejo puente curvo, Clary y Jace escaparon de la policía italiana sin ser arrestados. Una vez que habían dejado de correr, colapsaron contra el costado de un edificio, riendo, lado a lado, sus manos entrelazadas. Clary sintió un momento de pura y fuerte felicidad y tuvo que enterrar su cabeza en el hombro de Jace, recordándose, con una dura voz interior, que éste no era él, antes de que su risa se convirtiera en silencio.
Jace pareció tomar su repentino silencio como una señal de cansancio. Sostuvo su mano ligeramente mientras hacían su camino de regreso a la calle desde la que habían empezado, el estrecho canal con puentes en ambos extremos. Entre ellos, Clary reconoció la casa en blanco, sin rasgos distintivos que habían dejado. Un escalofrío la recorrió.
—¿Frío? —Jace la atrajo hacia sí y la beso; él era mucho más alto que ella, tanto que tenía que agacharse o levantarla; en este caso, hizo lo último, y ella reprimió un jadeo mientras la giraba y la llevaba a través de la pared de la casa. Dejándola en el suelo, pateó la puerta, que había aparecido de la nada detrás de ellos, cerrándola de un portazo, y estaba a punto de sacarse la chaqueta cuando se escuchó el ruido de una risa ahogada.
Clary se alejó de Jace cuando se encendieron las luces a su alrededor. Sebastian estaba sentado en el sofá, sus pies arriba de la mesa de café. Su pelo rubio estaba revuelto; sus ojos eran de un negro brillante. No estaba solo, tampoco. Había dos chicas allí, una a cada lado de él. Una era rubia, un poco ligera de ropas, en una falda corta brillante y un top de lentejuelas. Tenía una mano extendida en el pecho de Sebastian. La otra era más joven, de apariencia más suave, con pelo negro corto, una cinta de terciopelo rojo alrededor de la cabeza, y un vestido negro de encaje.
Clary sintió que sus nervios se tensaban. Vampiro, pensó. No sabía cómo lo sabía, pero lo hacía, ya sea por el blanco brillo ceroso de la piel de la morocha o el sin fondo de sus ojos, o quizás Clary simplemente estaba aprendiendo a sentir esas cosas, de la forma que se suponía que lo hicieran los Cazadores de Sombras. La chica sabía que ella sabía; Clary podía decirlo. Ésta sonrió, mostrando sus pequeños dientes puntiagudos, y luego se agachó para recorrer la clavícula de Sebastian con ellos. Los parpados de él revolotearon, pestañas rubias bajando sobre ojos oscuros. Miró a Clary a través de ellos, ignorando a Jace.
—¿Disfrutaste de tu pequeña cita?
Clary deseaba poder decir algo rudo, pero en su lugar sólo asintió con la cabeza.
—Bueno, entonces, ¿les gustaría unirse a nosotros? —dijo, indicándose a sí mismo y a las dos chicas—. ¿Por un trago?
La chica de pelo negro se rió y le dijo algo en italiano a Sebastian, su voz interrogante.
—No —dijo Sebastian—. Lei è mia sorella.
La chica se sentó, viéndose decepcionada. La boca de Clary se secó. De repente sintió la mano de Jace contra la suya, sus ásperos dedos callosos. —No lo creo —dijo él—. Vamos arriba. Te veremos en la mañana.
Sebastian movió los dedos, y el anillo Morgenstern en su mano atrapó la luz, brillando como una señal de fuego. —Ci vediamo.
Jace guió a Clary fuera del cuarto y hacia las escaleras de cristal; sólo cuando estuvieron en el corredor sintió que recuperaba el aliento. Este Jace diferente era una cosa. Sebastian era otra. La sensación de amenaza que salía de él era como el humo de un incendio. —¿Qué dijo? —preguntó—. ¿En italiano?
—Él dijo: “No, es mi hermana” —dijo Jace. No comentó lo que la chica le preguntó a Sebastian.
—¿Hace esto muy seguido? —preguntó. Se habían detenido frente a la habitación de Jace, en el umbral—. ¿Traer chicas?
Jace tocó su rostro. —Él hace lo que quiere, y yo no pregunto —dijo—. Podría traer a casa con él a un conejo rosa de dos metros de altura en un bikini si quisiera. No es asunto mío. Pero si me estás preguntando si yo he traído a alguna chica aquí, la respuesta es no. No quiero a nadie más que a ti.
No era lo que estaba preguntando, pero asintió de todos modos, como más tranquila. —No quiero volver a bajar.
—Puedes dormir en mi cuarto conmigo esta noche. —Sus ojos dorados estaban luminosos en la oscuridad—. O puedes dormir en la habitación principal. Sabes que nunca te pediría—
—Quiero estar contigo —dijo ella, sorprendiéndose con su propia vehemencia. Tal vez era que la idea de dormir en esa habitación donde había dormido Valentine una vez, donde él había esperado volver vivir con su madre, era demasiado. O tal vez era que estaba cansada, y sólo había pasado una noche en la misma cama que Jace, y habían dormido sólo con sus manos tocándose, como si una espada desenfundada hubiera estado entre ellos.
—Dame un segundo para limpiar el cuarto. Es un desastre.
—Sí, cuando estuve allí antes, creo que en realidad podría haber visto una mancha de polvo en el alféizar de la ventana. Será mejor que ocupes de eso.
Él tiró de un mechón de su pelo, recorriéndolo con los dedos. —No por trabajar activamente en contra de mis propios intereses, pero, ¿necesitas algo en lo que dormir? Pijamas, o…
Ella pensó en el armario lleno de ropa en la habitación principal. Tendría que acostumbrarse a la idea. Bien podría comenzar ahora. —Iré a buscar un camisón.
Por supuesto, pensó varios minutos después, parada frente al cajón abierto, la clase de camisones que compran los hombres porque quieren que las mujeres en sus vidas los usen, no eran necesariamente el tipo de cosas que una compraría para sí misma. Usualmente, Clary dormía con un top y pantalones cortos de pijama, pero todo lo que tenía aquí era de seda o de encaje o apenas estaba allí, o los tres anteriores. Finalmente, se conformó por una camisa de seda verde claro que le llegaba a medio muslo. Pensó en las uñas de la chica de abajo, la que tenía la mano en el pecho de Sebastian. Sus propias uñas estaban mordidas, las uñas de los pies nunca estaban decoradas con mucho más que esmalte transparente. Se preguntó cómo sería ser más como Isabelle, tan consciente de su propio poder femenino que podría usarlo como arma en vez de contemplarlo desconcertada, como si alguien se presentara con un regalo de inauguración que no tenían idea de dónde dejar.
Tocó el anillo de oro en su dedo para la suerte antes de dirigirse al cuarto de Jace. Éste estaba sentado en su cama, sin camisa y en unos pantalones de pijama negros, leyendo un libro en la pequeña piscina de luz amarilla de la lámpara de la mesilla. Ella se detuvo por un momento, observándolo. Podía ver el delicado juego de músculos bajo su piel cuando cambiaba de páginas, y podía ver la Marca de Lilith, justo sobre su corazón. No se parecía al trabajo negro del resto de sus Marcas; era plateada rojiza, como mercurio teñido de sangre. Parecía no pertenecerle.
La puerta se cerró detrás de ella con un clic, y Jace levantó la mirada. Clary vio que su rostro cambiaba. Ella podría no ser una gran fan del camisón, pero él definitivamente lo era. La mirada en su rostro hizo que un estremecimiento le corriera por la piel.
—¿Tienes frío? —Echó las mantas hacia atrás; ella se arrastró dentro mientras él tiraba el libro sobre la mesa de noche, y se deslizaron juntos bajo las mantas, hasta que estuvieron frente a frente. Habían permanecido en el bote por lo que habían parecido horas, besándose, pero esto era diferente. Eso había sido en público, bajo la mirada de la ciudad y las estrellas. Esta era una intimidad repentina, sólo ellos dos bajo las mantas, sus respiraciones y el calor de sus cuerpos entremezclándose. No había nadie que los observara, nadie que los detuviera, ninguna razón para detenerse. Cuando él se estiró y puso la mano sobre su mejilla, pensó que el estruendo de su propia sangre en sus oídos la dejaría sorda.
Sus ojos estaban tan juntos que podía ver el patrón de oro de diferentes matices en sus irises, como un mosaico de ópalo. Ella había estado fría por tanto tiempo, y ahora se sentía como si se estuviera quemando y derritiendo al mismo tiempo, disolviéndose en él, y apenas se estaban tocando. Encontró a su mirada atraída por los lugares en donde él era más vulnerable, sus sienes, sus ojos, el pulso en la base de la garganta, queriendo besarlo allí, queriendo sentir el latido de su corazón contra sus labios.
Su mano derecha con cicatrices bajó por su mejilla, a través de su hombro y costado, acariciándola en una sola caricia que terminó en su cadera. Ella podía ver por qué a los hombres les gustaban tanto los pijamas de seda. No había fricción: era como deslizar las manos sobre cristal. —Dime lo que quieres —dijo él en un susurro que no pudo disimular la ronquera en su voz.
—Sólo quiero que me sostengas —dijo ella—. Mientras duermo. Eso es todo lo que quiero ahora mismo.
Sus dedos, que habían estado acariciando pequeños círculos en su cadera, se detuvieron. —¿Eso es todo?
No era lo que ella quería. Lo que quería era besarlo hasta perder la noción del espacio y el tiempo y lugar, como lo había hecho en el bote, besarlo hasta que olvidó quién era y por qué estaba allí. Quería usarlo como una droga.
Pero esa era una muy mala idea.
La miró, inquieto, y ella recordó la primera vez que lo había visto y cómo había pensado que parecía tanto mortal como hermoso, como un león. Esto es una prueba, pensó ella. Y, tal vez, una peligrosa. —Eso es todo.
El pecho de Jace se elevó y cayó. La Marca de Lilith parecía latir contra la piel encima de su corazón. Sus manos se tensaron en su cadera. Ella podía escuchar su propia respiración, tan superficial como la marea baja.
La atrajo hacia sí, girándola hasta que yacieron juntos como cucharas, su espalda hacia él. Se tragó un jadeó. Su piel estaba caliente contra la suya, como si estuviera un poco afiebrado. Pero sus brazos a su alrededor eran familiares. Los dos encajaban juntos, como siempre, su cabeza bajo la barbilla de él, la espina contra los duros músculos de su pecho y estómago, las piernas dobladas en torno a las de él. —Muy bien —susurró él, y la sensación de su aliento contra la parte de atrás de su cuello levantó piel de gallina en todo su cuerpo—. Así que, vamos dormir.
Y eso fue todo. Su cuerpo se relajó lentamente, el golpeteo de su corazón se fue desacelerando. Los brazos de Jace a su alrededor se sentían como siempre lo hicieron. Confortables. Ella cerró las manos sobre las de él y cerró los ojos, imaginando que su cama se liberaba de esta extraña prisión, flotando por el espacio o en la superficie del océano, simplemente ellos dos solos.
Ella se durmió así, su cabeza metida bajo la barbilla de Jace, la espalda instalada en su cuerpo, sus piernas entrelazadas. Fue el mejor sueño que tuvo en semanas.



Simon estaba sentado en el borde de la cama de la habitación de invitados de Magnus, mirando fijamente al bolso de lona en su regazo.
Podía escuchar las voces de la sala. Magnus les estaba explicando a Maia y a Jordan lo que había pasado esa noche, con Izzy intercalando algún detalle ocasionalmente. Jordan estaba diciendo algo sobre que deberían ordenar comida China así no se morirían de hambre; Maia rió y dijo que mientras no sea de Jade Wolf, eso estaría bien.
Muerto de hambre, pensó Simon. Él se estaba poniendo hambriento, lo suficiente como para sentirlo, como un tirón en todas sus venas. Era un tipo de hambre diferente al de un humano. Se sentía limpio, un hueco vacío interior. Si lo golpearan, pensó, sonaría como una campana.
—Simon. —Su puerta se abrió, e Isabelle se deslizó en el interior. Su pelo negro estaba bajo y suelto, casi alcanzando su cintura—. ¿Estás bien?
—Estoy bien.
Ella vio el bolso de lona en su regazo, y sus hombros se tensaron. —¿Te estás yendo?
—Bueno, no planeaba quedarme para siempre —dijo Simon—. Quiero decir, anoche fue… diferente. Tú me pediste…
—Cierto —dijo ella con una voz extrañamente brillante—. Bueno, al menos puede volver con Jordan. Por cierto, ¿lo notaste a él y a Maia?
—¿Notar qué sobre ellos?
Ella bajó la voz. —Definitivamente pasó algo entre ellos en su pequeño viaje de carretera. Parecen una pareja ahora.
—Bien, eso es bueno.
—¿Estás celoso?
—¿Celoso? —hizo eco él, confundido.
—Bueno, Maia y tú… —Ella movió una mano, mirándolo a través de sus pestañas—. Ustedes fueron…
—Oh. No. No, para nada. Me alegro por Jodan. Esto lo hará muy feliz. —Lo decía en serio, también.
—Bien. —Isabelle levantó la mirada entonces, y él vio que sus mejillas estaban enrojecidas, y no solamente por el frío—. ¿Te quedarías aquí esta noche, Simon?
—¿Contigo?
Ella asintió, sin mirarlo. —Alec va a salir a buscar un poco más de ropa al Instituto. Me preguntó si quería volver con él, pero yo… preferiría quedarme aquí contigo. —Levantó la barbilla, mirándolo directamente—. No quiero dormir sola. Si me quedo aquí, ¿te quedarías conmigo? —Él podía notar cuánto odiaba preguntarlo.
—Por supuesto —dijo, tan ligeramente como puedo, empujando el pensamiento de hambre fuera de su mente, o intentándolo. La última vez que había tratado de olvidarse beber, había terminado con Jordan alejándolo de una Maureen semiconsciente.
Pero eso era cuando no había comido por días. Esto era diferente. Él conocía sus límites. Estaba seguro de eso.
—Por supuesto —dijo otra vez—. Eso sería genial.



Camille le sonrió burlonamente a Alec desde el diván. —Así que, ¿dónde cree Magnus que estás ahora?
Alec, que había puesto una placa de madera sobre dos bloques de cemento para formar una especie de banco, estiró sus largas piernas y miró sus botas. —En el Instituto, recogiendo ropa. Iba a ir hasta Spanish Harlem, pero vine aquí en su lugar.
Los ojos de ella se estrecharon. —¿Y eso por qué?
—Porque no puedo hacerlo. No puedo matar a Raphael.
Camille levantó las manos. —¿Y por qué no? ¿Tienes alguna especie de vínculo personal con él?
—Apenas lo conozco —dijo Alec—. Pero matarlo significa romper deliberadamente la Ley de la Alianza. No que no haya roto Leyes antes, pero hay una diferencia entre romperlas por buenas razones y romperlas por unas egoístas.
—Oh, Dios santo. —Camille comenzó a caminar—. Ahórrate al Nephilim con consciencia.
—Lo siento.
Sus ojos se estrecharon. —¿Lo sientes? Te haré —Ella se interrumpió—. Alexander —prosiguió con una voz más tranquila—. ¿Qué hay de Magnus? Si continúas como hasta ahora, lo perderás.
Alec la observaba mientras se movía, como un gato y compuesta, su rostro en blanco de cualquier cosa excepto curiosa simpatía. —¿Dónde nació Magnus?
Camille se rió. —¿Ni siquiera sabes eso? Dios mío. Batavia, si debes saberlo. —Resopló ante su mirada de incomprensión—. Indonesia. Por supuesto, eran las Indias Orientales Holandesas en ese entonces. Su madre era una nativa, creo; su padre era un insípido colonial. Bueno, no su verdadero padre. —Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—¿Quién era su verdadero padre?
—¿El padre de Magnus? Bueno, un demonio, por supuesto.
—Sí, pero, ¿qué demonio?
—¿Cómo podría importar eso, Alexander?
—Tengo la sensación —continuó Alec tercamente—, de que es un demonio bastante poderoso y de alta categoría. Pero Magnus no quiere hablar sobre él.
Camille colapsó devuelta en el diván con un suspiro. —Bueno, por supuesto que no. Uno debe preservar algo de misterio en su relación, Alec Lightwood. Un libro que no haya sido leído todavía siempre es más emocionante que uno que ha sido memorizado.
—¿Quieres decir que le cuento demasiado? —Alec se abalanzó sobre el consejo. Aquí, en algún lugar, dentro de este frío y hermoso caparazón de mujer, había alguien que había compartido una única experiencia con él, la de amar y ser amado por Magnus. Seguramente, ella sabía algo, algún secreto, alguna clave que evitaría que lo echara todo a perder.
—Casi con toda seguridad. Aunque, has vivido por tan poco tiempo que no puedo imaginar cuánto puede haber para decir. Ciertamente, te debes estar quedando sin anécdotas.
—Bueno, parece claro para mí que tu política de no contarle nada no funciona tampoco.
—No estaba tan interesada en mantenerlo como tú.
—Bueno —preguntó Alec, sabiendo que era una mala idea pero sin ser capaz de evitarlo—, si hubieras estado interesada en conservarlo, ¿qué hubieras hecho de forma diferente?
Camille suspiró dramáticamente. —La cosa para la que eres demasiado joven para entender es que todos escondemos cosas. Las escondemos de nuestros amantes porque queremos presentar lo mejor de nosotros, pero también porque si es amor verdadero, esperamos que nuestro ser querido simplemente lo entienda, sin necesidad de pedirlo. En una verdadera relación de pareja, la clase que perdura a través de los siglos, hay una comunión implícita.
—Pe-pero —tartamudeó Alec—, yo hubiera pensado que él habría querido que me abriera. Quiero decir, me cuesta ser expresivo con la gente que conozco de toda la vida, como Isabelle, o Jace…
Camille resopló. —Esa es otra cosa —dijo—. Ya no necesitas a otras personas en tu vida una vez que has encontrado a tu verdadero amor. No me pregunto por qué Magnus siente que no se puede abrir contigo cuando dependes tanto de todas esas otras personas. Cuando el amor es verdadero, deben satisfacer todos los deseos del otro, cada necesidad. ¿Estás escuchando, joven Alexander? Mi consejo es precioso, y no se da muy a menudo…



El cuarto estaba lleno de la traslúcida luz del amanecer. Clary se sentó, mirando a Jace mientras dormía. Estaba de lado, con el pelo de un color bronce pálido en el aire azulado. Su mejilla estaba apoyada en su mano, como un niño. La cicatriz con forma de estrella en su hombro estaba a la vista, y también los patrones de viejas runas a lo largo de sus brazos, espalda y costados.
Se preguntaba si las otras personas encontraban las cicatrices tan hermosas como ella, o si sólo las veía de esa forma porque lo amaba y eran parte de él. Cada una contaba la historia de un momento. Algunas hasta le habían salvado la vida.
Él murmuró en su sueño y se giró sobre su espalda. Su mano, la runa de Clarividencia negra y clara en su dorso, estaba sobre su estómago, y encima de ellas estaba la única runa que Clary no encontraba hermosa: la runa de Lilith, la que lo vinculaba a Sebestian.
Parecía palpitar, como el collar de Isabelle, como un segundo corazón.
Silenciosa como un gato, se trasladó hasta la cama y se puso de rodillas. Se estiró y sacó la daga Herondale de la pared. La fotografía de ella y Jace juntos revoloteó libre, girando en el aire antes de aterrizar boca abajo en el suelo.
Tragó y lo volvió a mirar. Incluso ahora, estaba tan vivo, él parecía brillar desde el interior, como iluminado por fuego interior. La cicatriz de su pecho latía su ritmo constante.
Ella levantó el cuchillo.



Clary se despertó con un sobresalto, su corazón golpeando contras su caja torácica. La habitación giraba a su alrededor como un carrusel: todavía estaba oscuro, y el brazo de Jace estaba a su alrededor, su respiración cálida en la parte posterior de su cuello. Podía sentir el latido de su corazón contra su espalda. Ella cerró los ojos, tragando el sabor amargo en su boca.
Fue un sueño. Sólo un sueño.
Pero no había manera de fuera a volver a dormir ahora. Se sentó cuidadosamente, retirando suavemente el brazo de Jace, y salió de la cama.
El piso estaba helado, e hizo una mueca cuando sus pies descalzos lo tocaron. Encontró el pomo de la puerta del dormitorio en la penumbra, y lo giró. Y se congeló.
Aunque no había ventanas en el pasillo, estaba iluminado por candelabros colgantes. Charcos de algo que se veía pegajoso y oscuro estropeaba el suelo. En una larga pared pintada de blanco estaba la clara marca de una huella sangrienta. Sangre salpicaba la pared en intervalos guiando hacia las escaleras, donde había una sola mancha larga y oscura.
Clary miró hacia el cuarto de Sebastian. Estaba silencioso, con la puerta cerrada, no se veía ninguna luz por debajo de ésta. Pensó en la chica rubia con el top de lentejuelas, mirándolo. Ella miró la huella sangrienta nuevamente. Era como un mensaje, una mano levantada, diciendo Alto.
Y entonces se abrió la puerta de Sebastian.
Salió. Llevaba una camisa térmica sobre jeans negros, y su pelo blanco-plateado estaba revuelto. Él estaba bostezando; dio un respingo cuando la vio, y una mirada de genuina sorpresa pasó por su rostro. —¿Qué haces levantada?
Clary respiró. El aire tenía un gusto metálico. —¿Qué hago yo? ¿Qué haces tú?
—Voy abajo a buscar algunas toallas para limpiar este desastre —dijo naturalmente—. Los vampiros y sus juegos…
—Esto no se ve como el resultado de un juego —dijo Clary—. La chica, la chica humana que estaba contigo, ¿qué pasó con ella?
—Se asustó un poco cuando vio los colmillos. A veces pasa. —Ante la mirada en su rostro, él se rió—. Ella se tranquilizó. Incluso quiso más. Está dormida en mi cama ahora, si quieres ir a ver y asegurarte de que está viva.
—No… Eso no es necesario. —Clary bajó la mirada. Deseaba estar usando algo más aparte de ese camisón de seda. Se sentía desnuda. —¿Qué hay de ti?
—¿Estás preguntando si me encuentro bien? —No era así, pero Sebastian se veía complacido. Tiró a un lado el cuello de la camisa, y ella pudo ver dos heridas punzantes justo en su clavícula—. Podría utilizar una iratze.
Clary no dijo nada.
—Ven abajo —dijo él, e hizo un gesto para que lo siguiera mientras la pasaba suevamente, descalzo, y bajaba las escaleras de cristal. Después de un momento, ella hizo lo que le pidió. Él encendió las luces mientras pasaba, así que para cuando llegaron a la cocina, ésta estaba brillando con cálida luz. —¿Vino? —le dijo, abriendo la puerta del refrigerador.
Ella se acomodó en uno de los taburetes del mostrador, estirando hacia abajo su camisón. —Sólo agua.
Observó como él llenaba dos vasos con agua mineral, uno para ella, uno para él. Sus movimientos suaves y económicos eran como los de Jocelyn, pero el control con el que se movía debía estar instalado en él por Valentine. Le recordaba a la forma en la que se movía Jace, como un bailarín cuidadosamente entrenado.
Le alcanzó el agua con una mano, la otra inclinaba su vaso hacia sus labios. Cuando terminó, volvió a dejar el vaso sobre el mostrador. —Probablemente sepas esto, pero jugar con vampiros ciertamente de deja sediento.
—¿Por qué lo sabría? —Su pregunta salió más afilada de lo que quería.
Él se encogió de hombros. —Supuse que estuviste jugando algunos juegos de mordidas con ese Daylighter.
—Simon y yo nunca jugamos juegos de mordidas —dijo ella en un tono helado—. De hecho, no puedo entender por qué alguien querría que vampiros se alimentaran de él apropósito. ¿No odias y desprecias a los Submundos?
—No —dijo él—. No me confundas con Valentine.
—Sí —murmuró ella—. Error difícil de cometer.
—No es mi culpa que me vea exactamente como él y tú como ella. —Su boca se curvó en una expresión de disgusto ante el pensamiento de Jocelyn. Clary le frunció el ceño—. Ves, ahí tienes. Siempre me estás viendo de esa manera.
—¿Cuál?
—Como si quemara refugios de animales por diversión y encendiera mis cigarrillos con huérfanos. —Él sirvió otro vaso de agua. Mientras giraba la cabeza hacia ella, vio que las heridas punzantes en su garganta ya habían comenzado a sanar.
—Mataste a un niño —dijo ella bruscamente, sabiendo mientras lo decía que tendría que haber mantenido la boca cerrada, y seguir pretendiendo que no pensaba que Sebastian era un monstruo. Pero Max. Él estaba vivo en su mente como si fuera la primera vez que lo había visto, dormido en un sofá del Instituto con un libro en su regazo y sus lentes torcidos en su pequeña cara—. Eso no es algo por lo que puedas ser perdonado, nunca.
Sebastian respiró. —Así que, eso es todo —dijo—. ¿Poniendo las cartas tan pronto sobre la mesa, hermanita?
—¿Qué pensabas? —Su voz sonó fina y cansada en sus propios oídos, pero él se encogió como si lo hubiera golpeado.
—¿Me creerías si te dijera que fue un accidente? —dijo él, apoyando el vaso sobre el mostrador—. No era mi intención matarlo. Sólo noquearlo, así no contaría—
Clary lo silenció con una mirada. Ella sabía que no podía ocultar el odio en sus ojos: sabía que debería, sabía que era imposible.
—Lo digo en serio. Quería noquearlo, como hice con Isabelle. Juzgué mal mi propia fuerza.
—¿Y Sebastian Verlac? ¿El verdadero? Lo mataste, ¿no es así?
Sebastian miró sus propias manos como si fueran extrañas para él: Había una cadena plateada de la que colgaba una placa de metal, como un brazalete de identificación, alrededor de su muñeca derecha, escondiendo la cicatriz donde Isabelle había cortado su mano. —Se suponía que no debía que luchar—
Disgustada, Clary comenzó a deslizarse del taburete, pero Sebastian la agarró por la muñeca, acercándola hacia él. Su piel estaba caliente contra la suya y ella recordó, en Idris, la vez que su contacto la había quemado. —Jonathan Morgenstern mató a Max. Pero, ¿qué si no soy la misma persona? ¿No notaste que ni siquiera uso el mismo nombre?
—Suéltame.
—Tú crees que Jace es diferente —dijo Sebastian quedamente—. Crees que no es la misma persona, que mi sangre lo cambió, ¿verdad?
Ella asintió la cabeza sin hablar.
—Entonces, ¿por qué es tan difícil creer que pasó lo mismo del otro lado? Tal vez su sangre me cambió. Tal vez no soy la misma persona de antes.
—Apuñalaste a Luke —dijo ella—. Alguien que me importa. Alguien que quiero—
—Él estaba a punto de volarme en pedazos con una escopeta —dijo Sebastian—. Tú lo quieres; yo no lo conozco. Estaba salvando mi vida, y la de Jace. ¿Realmente no entiendes eso?
—Y tal vez simplemente estás diciendo lo que crees que necesitas decir para hacer que confíe en ti.
—¿Le importaría a la persona que eras antes si confías en mí?
—Si quisieras algo.
—Tal vez sólo quiero una hermana.
Ante eso, sus ojos saltaron hacia los de él, involuntariamente, incrédula. —Tú no sabes lo que es una familia —dijo ella—. O lo que harías con una hermana si tuvieras una.
—Tengo una. —Su voz era baja. Había manchas de sangre en el cuello de su camisa, justo donde tocaba su piel—. Te estoy dando una oportunidad. Para que veas que lo que estamos haciendo Jace y yo es lo correcto. ¿Tú puedes darme una oportunidad?
Ella pensó en el Sebastian que conoció en Idris. Lo había oído sonar divertido, amigable, desinteresado, irónico, intenso, y enojado. Nunca lo había oído sonar suplicante.
—Jace confía en ti —dijo él—. Pero yo no. Él cree que lo amas lo suficiente para dejar todo lo que alguna vez valoraste o creíste para venir y estar con él. Sin importar qué.
La mandíbula de Clary se endureció. —¿Y cómo sabes que no lo haría?
Él se echó a reír. —Porque eres mi hermana.
—Nosotros no nos parecemos —escupió, y vio la lenta sonrisa en el rostro de Sebastian. Ella se guardó el resto de sus palabras, pero ya era demasiado tarde.
—Eso es lo que yo hubiera dicho —dijo él—. Pero vamos, Clary. Estás aquí. No puedes volver. Te has arriesgado por Jace. Bien podrías hacerlo de todo corazón. Sé parte de lo que está pasando. Entonces podrás cambiar tu mente en cuanto a... mí.
Mirando al suelo de mármol en lugar de a él, asintió, muy ligeramente.
Él alzó la mano y le alejó el pelo que había caído en sus ojos, y las luces de la cocina brillaron en el brazalete que usaba, el que había notado antes, con letras grabadas en él. Acheronta Movebo. Atrevidamente, puso la mano en su muñeca. —¿Qué significa eso?
Él miró su mano donde tocaba la cadena en su muñeca. —Significa: “Por siempre los tiranos.” Lo uso para recordarme a la Clave. Se dice que eso fue gritado por los romanos que asesinaron a César antes de que pudiera convertirse en un dictador.
—Traidores —dijo Clary, dejando caer su mano.
Los ojos oscuros de Sebastian centellaron. —O luchadores por la libertad. A la historia la escriben los que ganan, hermanita.
—¿Y tú intentas escribir esta porción?
Él le sonrió, sus ojos oscuros en llamas. —Puedes apostarlo.
Mili Sánchez
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Clary Morgenstern
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